El gobierno no existe

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[Extracto de The Most Dangerous Superstition].

La mayoría de la gente cree que el “gobierno”, es necesario aunque también reconoce que la “autoridad” a menudo lleva a la corrupción y al abuso. Sabe que “el gobierno” puede ser ineficiente, injusto, irrazonable y opresivo, pero aún así cree que la “autoridad” puede ser una fuerza para el bien. De lo que no se da cuenta es que el problema no es sólo que el “gobierno” produce resultados inferiores, o de que la “autoridad” a menudo incurre en abusos. El problema es que el concepto en sí es absolutamente irracional y contradictorio en sí mismo. No es más que una superstición, carente de cualquier soporte lógico o probatorio, que la gente mantiene sólo como resultado de un constante adoctrinamiento en forma de culto, diseñado para ocultar lo absurdo de la lógica del concepto. No es una cuestión de grado, ni de cómo es  utilizada, lo cierto es que la “autoridad” no existe ni puede existir en absoluto, y la falla en reconocer este hecho ha llevado a miles de millones de personas a pensar y a hacer cosas terriblemente destructivas. No puede haber tal cosa como una buena “autoridad”, de hecho, no hay tal cosa como “autoridad” en absoluto. Por extraño que puede sonar, esto puede ser fácilmente demostrado.

En pocas palabras, el gobierno no existe. Nunca existió y nunca existirá. Los políticos son reales, los soldados y los policías que hacen cumplir la voluntad de los políticos son reales, los edificios en los que habitan son reales, las armas que manejan son muy reales, pero su supuesta “autoridad” no lo es. Y sin esa “autoridad”, sin el derecho a hacer lo que hacen, no son más que una banda de matones. El término “gobierno” implica legitimidad, lo cual significa el ejercicio de la “autoridad” sobre un determinado pueblo o lugar. La forma en que la gente habla de aquellos que están en el poder, llamando a sus mandatos “leyes”, refiriéndose a la desobediencia a ellas como un “crimen”, y así sucesivamente, implica el derecho del “gobierno” a gobernar, y la obligación correspondiente por parte de sus súbditos a obedecer. Sin el derecho a gobernar (“autoridad”), no hay ninguna razón para llamar a esa entidad “gobierno”, y todos los políticos y sus mercenarios se vuelven totalmente indistinguibles de un gigante sindicato del crimen organizado, sus “leyes” no son más válidas que las amenazas de ladrones y asaltantes. Y eso es, en realidad, lo que cada “Gobierno” es: una banda ilegítima de matones, ladrones y asesinos, haciéndose pasar por un cuerpo legítimo gobernante.

(La razón por la que los términos “gobierno” y “autoridad” aparecen entre comillas lo largo de este libro es porque nunca hay un derecho legítimo a gobernar, por lo tanto el gobierno y la autoridad nunca existen realmente. En este libro dichos términos se refieren únicamente a las personas y a las bandas erróneamente imaginadas como que tienen derecho a gobernar). Toda la discusión política dominante, todo debate acerca de lo que debe ser “legal” o “ilegal”, quién debe ser puesto en el poder, lo que “la política nacional” debe ser, cómo el “gobierno” debe manejar diversos asuntos, todo es absolutamente irracional y una completa pérdida de tiempo, ya que todo se basa en la falsa premisa de que una persona puede tener el derecho de gobernar a otra, de que “la autoridad” puede siquiera existir. Todo el debate acerca de cómo la “autoridad” debe utilizarse, o lo que el “gobierno” debe hacer, es exactamente tan útil como debatir cómo Papá Noel debe manejar la Navidad. Pero es infinitamente más peligroso. Visto del lado positivo, la eliminación de ese peligro -de hecho, la mayor amenaza que la humanidad ha enfrentado jamás- no requiere cambiar la naturaleza fundamental del hombre, o la conversión de todo odio en amor, o realizar cualquier otra alteración drástica a la situación del universo. Sólo requiere, en cambio, que la gente reconozca y a continuación se desprenda de una particular superstición, una irracional mentira que casi todas las personas han sido enseñadas a creer. En un sentido, la mayor parte de los problemas del mundo podrían resolverse de la noche a la mañana si todos hicieran algo parecido a renunciar a la creencia en Papá Noel. Cualquier idea o propuesta de solución a un problema que depende de la existencia del “gobierno”, y eso incluye absolutamente todo en el ámbito de la política, es inherentemente inválido. Para usar una analogía, dos personas podrían participar en un debate útil y racional acerca de si la energía nuclear o las represas hidroeléctricas son la mejor manera de producir electricidad para su ciudad. Pero si alguien sugiriera que una mejor opción sería la de generar electricidad usando polvo mágico de hadas, sus comentarios serían y deberían ser desestimados por ridículos, porque los problemas reales no pueden ser resueltos por entidades míticas, Sin embargo, casi toda discusión moderna sobre problemas sociales no es más que una discusión sobre qué tipo de polvo mágico de hadas salvará a la humanidad. Toda la discusión política se basa en el supuesto no-cuestionado, aunque falso, que todos toman como dogma de fe simplemente porque ven y oyen a todos los demás repetir el mito: la noción de que puede haber tal cosa como un “gobierno” legítimo.

El problema con las concepciones populares falsas es simplemente ése: que son populares. Cuando cualquier creencia -incluso la creencia ilógica más ridícula- es sostenida por la mayoría de la gente, no va a ser sentida  como irrazonable por los creyentes. Continuar en la creencia será sentido como algo fácil y seguro, mientras que cuestionar la creencia será incómodo y muy difícil, si no imposible. Incluso la abundante evidencia del poder terriblemente destructivo del mito de la “autoridad”, en un nivel casi incomprensible que se remonta a miles de años atrás, no ha sido suficiente para hacer que más que un puñado de personas siquiera empiece a cuestionar el concepto fundamental.

Y así, creyéndose iluminados y sabios, los seres humanos continúan tropezándose con un desastre colosal tras otro, como resultado de su incapacidad para quitarse de encima la superstición más peligrosa: la creencia en la “autoridad”.


Traducción por Jorge Trucco.

 

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