El mercado no resuelve problemas, lo hace la gente

0

Markets Don’t Solve Problems; People Do Muchos liberales (es decir, libertarios) aceptan equivocadamente que la mayoría, si no todos los problemas sociales puede “resolverlos el mercado”.  Pero está claro que el “mercado” no puede resolver mágicamente nuestros problemas. Dejemos claro que no cabe duda de que la mejor manera de tener progreso social es tener una economía de libre mercado. Sin embargo, los mercados libres no son por sí mismos soluciones para los problemas, sino que son más bien lo que nos da la oportunidad de encontrar nuestras propias soluciones a nuestros propios problemas, descubriendo la forma más valiosa de servir unos a otros. Por ejemplo, es conocido que Frédéric Bastiat escribía en La ley que: “Desde cualquier punto del horizonte científico desde el que empiece, llego invariablemente a lo mismo: la solución al problema social está en la libertad”.

Al hablar de las virtudes del mercado, tendemos a olvidar que los mercados no tienen virtudes, solo las tiene la gente. Como escribía una vez Murray Rothbard: “se olvida que el ‘mercado’ no es algún tipo de ente vivo que toma decisiones buenas o malas, sino simplemente una etiqueta para las personas individuales y sus interacciones voluntarias. (…) El ‘mercado’ es la acción individual”.

El sesgo “¿Qué debería hacer el gobierno?”

Durante cada crisis, políticos e intelectuales suponen sistemáticamente que “deberíamos hacer algo”. Así que cuando los liberales destacan la importancia de no intervenir violentamente en el libre mercado debido a las consecuencias dañinas, pero aún no vistas, de la intervención estatal, se les acusa a menudo de favorecer la inacción. Esta es una concepción errónea del argumento liberal.

El libre mercado no es superior porque ofrezca soluciones. Es superior porque su base es la libertad, una libertad que usan los individuos para encontrar nuevas vías que estén en armonía con los intereses de sus conciudadanos. Por supuesto, hay muchos problemas y abusos en el mercado, pero los emprendedores (si lo gobiernos no les impiden entrar en el mercado) buscan resolver estos problemas en busca de beneficios. A través de estos emprendedores, el mercado es un proceso que tiende a satisfacer las necesidades más urgentes aún no satisfechas de los consumidores.

Para ser claros, el liberalismo (usado aquí para denotar la filosofía del laissez faire) no debería considerarse como el opuesto utópico del socialismo. No es una receta mágica que garantice soluciones perfectas en todo momento y para todo. A los socialistas les gusta imaginar que los liberales creen que el mercado puede curar todo mal. En otras palabras, creen que el liberalismo es un reflejo especular del socialismo. No lo es. El verdadero liberalismo no promete perfección, no siquiera promete una solución. Siempre habrá problemas. Nuestro objetivo debería ser encontrar la mejor vía para mejorar la situación, no alcanzar un mundo ideal de fantasía.

Cuando aparece un problema social y alguien pregunta a un liberal qué debe hacerse, este arguye instintivamente que “deberíamos” liberar los mercados, que “deberíamos” liberalizar o que “deberíamos” dedicarnos a desregular.

Pero esas propuestas no son en absoluto soluciones para nuestros problemas, son solo un paso necesario en el proceso de dejar libertad a la gente para resolver problemas. Al pretender que “el mercado” es la solución que “deberíamos” adoptar, muchos liberales son víctimas de la falacia de arriba abajo y niegan la naturaleza policéntrica de los mercados. Al calificar al “mercado” como solución, creamos la ilusión de que el libre mercado es solo otro tipo de política pública en la que los gobernantes nos ofrecen una solución. Pero las soluciones reales las ofrecen los individuos libres, por el innovador libre, el trabajador libre, el capitalista libre y el empresario libre.

Las soluciones a los problemas no son ofrecidas por el mercado, son ofrecidas en el mercado. Como escribe brillantemente el economista del desarrollo William Easterly:

El sector del “¿qué deberíamos hacer?” no muestra ninguna señal de abandonar los negocios pronto. Da a los intelectuales públicos algo que hacer y da los políticos algo que recomendar. Mucho más positivamente, sí implica el muy bienvenido idealismo de altruistas que quieren hacer del mundo un lugar mejor. Pero los Objetivos de Desarrollo Sostenible pueden ser la mejor demostración hasta ahora de que los planes de acción no llevan necesariamente a la acción, “nosotros” no somos necesariamente quienes tenemos que actuar, y de que hay rutas alternativas para el progreso. El progreso global tiene mucho más que ver con la defensa del ideal de la libertad humana que con los planes de acción.

Así que los mercados libres son una especie de meta-solución. Son la solución al problema de encontrar soluciones. Y es sorprendente que el liberalismo pueda ser la única filosofía política que no tenga un proyecto para una sociedad ideal.

El mito de que “el mercado proporciona incentivos”

Como el mercado no es una solución, el mercado no da incentivos. Los ilustres economistas institucionales Acemoglu y Robinson, en su alabado libro de 2012 Por qué fracasan los países, se centraban principalmente en los “incentivos”. Aunque alaban (moderadamente) al capitalismo como una “institución inclusiva”, critican las “instituciones extractivas” porque “no protegen los derechos de propiedad ni proporcionan incentivos para la actividad económica”. También escriben:

Como las instituciones influyen en comportamiento e incentivos en la vida real, forjan el éxito o fracaso de las naciones. (…) Bill Gates, como otros personajes legendarios en el sector de la tecnología informática (…) tenía un inmenso talento y ambición. Pero en último término respondía a iniciativas.

No cabe duda de que Por qué fracasan los países es, en su mayor parte, un buen libro. Sin embargo, la valoración de los incentivos de Robinson y Acemoglu parece problemática. Para empezar, suponen que las instituciones deberían dar “incentivos”. Pero esto es una falacia constructivista, por usar el concepto de Hayek. Supone implícitamente que alguna fuerza externa debería dirigir las acciones humanas.

Además, da demasiada importancia a las aproximaciones de arriba abajo. Acemoglu, como muchos otros economistas, parecer pensar que algo (por ejemplo, el gobierno), debería incentivar. ¿Pero qué significa que el gobierno, los derechos de propiedad o las instituciones te dan un incentivo? En realidad, cuando se usa mal, el término “incentivo” parece invocar determinismo. Por eso Acemoglu escribe que la gente “en último término responde a incentivos”, como si una fuerza misteriosa llamada incentivos estuviera influyendo en las decisiones que tomamos cada uno de nosotros.

Los incentivos no son lago que pueda entenderse como independiente de las personas, son puramente subjetivos. Un incentivo solo puede entenderse como el descubrimiento correcto de las preferencias subjetiva propias de una persona que le llevan a actuar como desea. Por tanto los incentivos no son algo que se puede “dar”, son algo que se tiene que descubrir.

El libre mercado no “proporciona” un incentivo para trabajar, te deja trabajar libremente. El libre mercado no “proporciona” un incentivo para invertir, te deja usar tus ahorros para conseguir un beneficio sirviendo al consumidor. No existe un dios llamado “mercado” que te suministra algún incentivo para ser productivo. Sin embargo, el mercado es el mejor marco institucional para crear armonía entre los planes de un gran número de personas, de ahí el título de la obra maestra de Frédéric Bastiat, Armonías económicas.

Por son libres, las distintas personas pueden entender las preferencias de otros e intercambiar. Solo de esta manera la gente “da un incentivo” a otros para que se dediquen al intercambio y mejoren su situación. Por tanto, las instituciones no proporcionan incentivo, lo hace la gente. La frase “el mercado proporciona incentivos” contiene el mismo problema que la frase “el mercado es la solución”. No es exactamente así. El mercado es simplemente un marco institucional en el que la gente puede hacer planes con libertad. Como dice Hayek en una famosa canción de rap, “La cuestión es quién planifica para quién, ¿tengo que planear para mí o te lo dejo a ti? Quiero planes de muchos, no de pocos”.

Conclusión

El estado moderno puede definirse como la institución que pretende tener el monopolio de las soluciones para los problemas sociales. Pero como el estado funciona como un monopolio, se comporta como un monopolio y por tanto explota al mismo pueblo al que se supone que sirve. De hecho, los defensores de la acción pública deducen que los miembros de la sociedad civil no son capaces de encontrar sus propias soluciones ni de identificar cuáles son los problemas. Pero los hombres más competentes no necesitan al estado para que responda a nuestros problemas, solo necesitan libertad. Cuando se plantea un problema, la pregunta correcta no es “qué puede hacer el gobierno o el mercado”, la pregunta correcta es “qué puedo hacer yo”.


Publicado originalmente el 28 de enero de 2016. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

Print Friendly, PDF & Email