La secesión económica no tendrá éxito

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Alguna gente preocupada por la libertad basa su esperanza para esta en alejarse de un mundo no libre. En tiempos de crisis, como guerras y recesiones, esta idea gana popularidad. Podríamos referirnos a esta idea como “secesión económica”, tomando el nombre del artículo del mismo título de John Kennedy. Desesperados por el avance de la causa de la libertad en la sociedad en su conjunto, esperan ser capaces de conseguir la suya propia de todas formas.

Pueden poner su confianza en las nuevas tecnologías informáticas, que creen que les permitirán esconder del recaudador de impuestos dinero y transacciones económicas. Pueden esperar retirarse a algún lugar remoto y “desenchufarse de la red”. Podéis encontrar ideas que caen en general bajo el paraguas de la secesión económica en la revista Backwoods Home Magazine, en las obras de Claire Wolfe, en los muchos libros sobre privacidad financiera, cifrado, convertirse en invisible, etcétera.

No queremos menospreciar a quien quiera mudarse al campo remoto, cifrar su correo o abrir una cuenta numerada en Bermudas. Esas actividades no son, por sí mismas, objetables y pueden ser una buena alternativa para algunos. Pero sí queremos señalar que no resuelven el problema de la erosión gradual de la libertad en nuestro mundo.

No discutiremos el tema de si sería moralmente sensato abandonar a nuestros conciudadanos y desistir del intento de mejorar la vida humana en la sociedad. No tenemos que hacerlo, porque el intento fracasa por sí mismo, por diversas razones.

Para empezar, los “secesionistas económicos” a menudo parecen confundir dinero con riqueza. Si pueden esconder su dinero, piensan, pueden evadir impuestos. Pero el dinero solo es útil si puede cambiarse por los bienes y servicios económicos de los que se quiere disfrutar. A largo plazo, hay que mantener la riqueza real donde se vive o transferirla ahí. De otra forma, resulta inútil. La mayoría de la riqueza real es muy visible. El gobierno del lugar en el que vives o pasas el tiempo será capaz de ver esta riqueza y acceder a ella y por tanto puede gravarla y regularla. No tiene sentido imaginar que escondiendo tu dinero estés a salvo: el gobierno simplemente se apropiará de tus activos reales por no pagar los impuestos sobre ellos, como ya hace ahora.

En muchos países, los gobiernos en años recientes han considerado conveniente para fines políticos trasladar la carga impositiva de los impuestos de la renta a los impuestos a ventas y propiedades y aumentando al tiempo todos los impuestos. Por ejemplo, en las últimas dos décadas los tipos del impuesto de la renta en Reino Unido han caído en torno al 30%, pero los impuestos inmobiliarios locales (tipos e impuesto municipal) se han multiplicado por tres o cuatro. Así que no deberíamos esperar que gravar la riqueza real resulte problemático, ni siquiera en aquellos escenarios improbables en los que se supone que la mayoría de las rentas de la gente corriente podrían ocultarse con éxito.

También deberíamos señalar que los gobiernos están formando cada vez más cárteles de recaudación de impuestos: ya no hay refugios fiscales reales que EEUU y otros países con altos impuestos no estén acosando para someterlos. Irlanda está bajo la presión de otros estados de la UE por tener un impuesto de sociedades “demasiado bajo”. EEUU está presionando al FMI y el Banco Mundial para tomar medidas contra el “blanqueo de dinero”. La OCDE se ha estado ocupando del “problema” de los países que se dedican a la “dañina competencia fiscal”. Incluso Suiza, con su tradicional y muy proclamada privacidad bancaria, ha cedido.

Los secesionistas económicos pueden pensar que hacer más caro para el gobierno recaudar impuestos reduciría sus incentivos para hacerlo. Pero los impuestos, en su mayor parte, no tienen que ver con que el gobierno “gane dinero”, porque los gobiernos modernos en realidad consumen solo una fracción diminuta de los ingresos fiscales totales, más bien tiene que ver con redirigir el gasto de las personas y por tanto el gasto colectivo de la economía, en formas predicadas sobre los objetivos políticos del régimen.

Normalmente, el coste de recaudar un impuesto equivale a poco más que un mínimo porcentaje del ingreso obtenido, así que la capacidad de los gobiernos de gravar no se vería obstaculizada seriamente hasta que la recaudación de impuestos fuera al menos cincuenta veces más cara (algo que la fácil accesibilidad de la riqueza real hace muy improbable). Advirtamos, por cierto, que para promover sus objetivos políticos los gobiernos pueden continuar recaudando impuestos particulares incluso cuando el coste monetario excede el ingreso monetario. El coste marginal de la recaudación, en términos dinerarios, no les preocupa.

La gente raramente entre en política o en la administración pública para ganar dinero. Muchos de ellos podrían hacerse considerablemente más ricos en el sector privado (en términos puramente pecuniarios, aunque no en términos de lo que realmente quieren). Lo que quieren es sobre todo influencia, por una variedad de motivos, tanto egoístas como altruistas. Quieren ser (y realmente son) importantes, incluso si esa importancia es a menudo solo la de ser un dolor importante de cuello.

Por eso es un error pensar en el gobierno como principalmente preocupado por recaudar tantos ingresos fiscales como sea posible, practicable o rentable. Eso puede ser lo que hagan los bandidos, pero para los gobiernos los impuestos son solo una de las herramientas con las que la sociedad en su conjunto se ve limitada y dirigida. ¡Incluso el hecho de que las acciones de los gobiernos pueden impulsarnos a buscar refugios fiscales confirma su influencia!

No solo somos incapaces de escapar efectivamente de tener al gobierno gravándonos directamente, también somos incapaces de escapar del efecto que tienen sobre nosotros los impuestos públicos sobre otros. Las clases de introducción a la economía enseñan que aunque el gobierno pueda especificar la incidencia legal de un impuesto, su incidencia económica se ve consiguientemente determinada en todo el mercado. Como dice Mises: “Es el mercado y no el departamento de ingresos, el que decide sobre quién recae la carga del impuesto y como afecta a la producción y el consumo. El mercado y su ley ineludible son supremos”.

Incluso si un ciudadano individual consiguiera ocultar toda su riqueza y renta frente al recaudador de impuestos, habrá otros que no puedan hacerlo o no lo hagan. Alguien que se incline por decir: “Bueno, ese es su problema”, no se da cuenta de que también está pagando esos impuestos. Si se grava al carnicero, paga más por la carne. Si se grava a las aerolíneas, paga más por volar. Si se gravan en algunos países las ganancias de capital, eso rebajará los retornos de capital en los “refugios fiscales”, igual que gravar los bonos corporativos rebaja el retorno en los bonos municipales libres de impuestos. Además, reorganizar los propios asuntos para eludir o evadir impuestos (lo primero es legal, lo segundo es ilegal) conlleva cargas, ya sea en términos de costes reales, retornos más bajos de capital u oportunidades perdidas. El coste de evitar los impuestos y evadir los impuestos es también un impuesto.

¿Qué pasaría si el hombre de la calle fuera capaz de ocultar una fracción más grande de su riqueza o renta personal? ¿Encogería el gobierno sus hombros colectivos y reduciría su gasto? Difícilmente. Sencillamente supondría que cada contribuyente está escondiendo una fracción similar de su renta y aumentaría adecuadamente todas las valoraciones fiscales. Esto penalizaría la honradez y al alimentar el resentimiento contra los evasores fiscales con toda probabilidad animaría la introducción de leyes cada vez más draconianas y autoritarias. Y los ingresos fiscales seguirían fluyendo igual.

Muchos apologistas secesionistas se ven engañados por la existencia de una pequeña minoría de gente que opera en el mercado negro o son capaces en caso contrario de defender mucha de su riqueza frente a los impuestos directos o por el hecho de que la mayoría de la gente manipula u poco sus desgravaciones fiscales o pagan en efectivo a los comerciantes por pequeños servicios.

Sin embargo, estas transacciones se refieren a solo una pequeña fracción del producto interior. Los ingresos fiscales “perdidos” son pocos; de hecho, el argumento anterior implica que no hay pérdida general de ingresos. Los gobiernos lo saben todo y no les importa. No les amenaza. De hecho, la existencia de mercados negros, refugios fiscales y evasión de impuestos les proporciona útiles cabezas de turco siempre que necesitan (o desean) aumentar impuestos o imponer regulaciones más duras.

En general, para hacer que funcione la secesión económica, deberíamos que caer en la autarquía, renunciando a los beneficios de la división del trabajo. Es dudoso que cualquier autosuficiencia al estilo de Thoreau sea practicable en países desarrollados, salvo para una minúscula fracción de la población.

En concebible que aún se pueda huir a Siberia o a las junglas de Nueva Guinea y vivir allí libres de cualquier carga fiscal que no sea la carga de la pobreza más absoluta y el aislamiento social del exilio autoimpuesto. No haremos excepción para los que tomen esa decisión. Como señala Aristóteles: “Quien viva sin la polis debe ser una bestia o un dios”. En todo caso, la crítica no tiene sentido.

Si no estamos dispuestos a dar un paso tan drástico, haríamos bien en hacer caso a las palabras de Mises, que recuerdan al famoso epigrama de John Donne “Ningún hombre es una isla”:

La sociedad vive y actúa solo en personas, no es más que una cierta actitud por su parte. Todos llevan una parte de la sociedad sobre sus hombros, nadie se ve aliviado de su parte de responsabilidad por otros. Y nadie puede encontrar una vía segura para sí si la sociedad se dirige hacia la destrucción. Por tanto, todos, por su propio interés, deben empeñarse vigorosamente en la batalla intelectual. Nadie puede quedarse a un lado despreocupadamente, los intereses de todos dependen del resultado. Lo quiera o no, todo hombre se empujado a la gran lucha histórica, la batalla decisiva en la que nos ha sumergido nuestra época.


Publicado originalmente el 10 de abril de 2003. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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