Trabajo humano y trabajo nacional

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Picture 1[Incluido en The Bastiat Collection, este artículo apareció en Sofismas económicos (1845)]

La destrucción de máquinas y la prohibición de productos extranjeros son dos acciones fundamentadas en la misma doctrina.

Vemos a hombres aplaudiendo cuando se presenta un gran invento y que sin embargo defienden el sistema proteccionista. ¡Esos hombres son enormemente incoherentes!

¿Qué le reprochan al libre comercio? Animar la producción por extranjeros que son más capaces o están mejor situados que nosotros de productos que, si no fuera por el comercio libre, se producirían en casa. En dos palabras, acusan al libre comercio de ser dañino para la mano de obra nacional.

¿Por la misma razón no deberían reprochar a la maquinaria de lograr con medios naturales lo que de otra manera se habría hecho con trabajo manual y por tanto de ser dañina para el trabajo humano?

El trabajador extranjero, mejor y más favorablemente situado que el trabajador local para la fabricación de ciertos productos, es, con referencia a este último, una verdadera máquina económica, aplastándole por medio de la competencia. De forma similar, la maquinaria, que ejecuta una obra con un precio inferior al que lo haría cierto número de hombres mediante trabajo manual, es, en relación con estos trabajadores manuales, un verdadero competidor extranjero, que les paraliza con esta rivalidad.

Por tanto si es político proteger a la mano de obra nacional contra la competencia de la mano de obra extranjera, no lo es manos proteger la mano de obra humana contra la rivalidad de la mano de obra mecánica.

Así que todo defensor del sistema de protección, si es lógico, no debería contentarse con prohibir productos extranjeros: debería proscribir también los productos de devanadera y el arado.

Y esta es la razón por la que me gusta más la lógica de aquellos hombres que, declamando contra la invasión de mercancía extranjera, declaman igualmente contra el exceso de producción que se debe al poder inventivo de la mente humana.

Un hombre así es Mr. de Saint-Chamans.

“Uno de los argumentos más fuertes contra el libre comercio”, dice, “es el excesivo uso de maquinaria, pues muchos trabajadores se ven privados de empleo, ya sea por la competencia exterior, que rebaja el precio de nuestros bienes manufacturados o por instrumentos, que ocupan el lugar de los hombres en nuestras fábricas”.

Mr. de Saint-Chamans ha visto claramente la analogía o, por mejor decir, la identidad que hay entre importaciones y maquinaria. Por esta razón, proscribe ambas y es realmente agradable ocuparse de razonadores tan intrépidos, que, aunque se equivoquen, llevan su argumentación hasta su conclusión lógica.

Pero he aquí el lío en que se meten: Si es verdad, a priori, que el dominio de la invención y el del trabajo no pueden extenderse simultáneamente sino a costa del otro, debe ocurrir que en aquellos países en que abunde más la maquinaria (en Lancashire, por ejemplo) deberíamos esperar menos trabajadores. Y si, por otro lado, observamos el hecho de que coexisten la potencia mecánica y el trabajo manual y en un grado mayor entre naciones ricas que entre salvajes, la conclusión inevitable es que estas dos potencias no se excluyen entre sí.

No puedo entender cómo ningún ser pensante pueda disfrutar de un momento de reposo en presencia del siguiente dilema: O las invenciones del hombre no perjudican al trabajo manual, como atestiguan los hechos generales, ya que hay más de ambos en Inglaterra y Francia que entre los hurones y los cheroquis y, siendo así, estoy en una vía equivocada, aunque no sepa dónde ni cuándo me perdí; en todo caso, veo que me equivoco y debería cometer el delito de traición a la humanidad si introdujera mi error en la legislación de mi país.

O si no, los descubrimientos de la mente humana limitan la cantidad de trabajo manual, como parecen indicar hechos concretos, pues veo cada día una maquinaria u otra sustituyendo a 20 o 100 trabajadores y por tanto me veo obligado a reconocer una flagrante, eterna e incurable antítesis entre los poderes intelectuales y físicos del hombre, entre su progreso y su bienestar actual, y en estas circunstancias me veo obligado a decir que el Creador del hombre podría haberle dotado de razón o de fuerza física, de fuerza moral o fuerza bruta, pero se burló de él al conferirle, al mismo tiempo facultades que se destruyen entre sí.

La dificultad es acuciante y desconcertante, pero te las ingenias para encontrar una solución adoptando el extraño lema: en economía política no hay principios absolutos.

En lenguaje llano, esto significa: “No sé si es verdadero o falso: ignoro lo que constituye un bien o un mal general. No me preocupa. El efecto inmediato de cada medida sobre mis propios intereses personales es la única ley que consiento en reconocer”.

¡No hay principios! Igualmente se podría decir que no hay hechos, pues los principios son simplemente fórmulas que clasifican esos hechos de una forma bien establecida.

La maquinaria y la importación de productos extranjeros indudablemente producen efectos. Estos efectos pueden ser buenos o malos en el sentido de que puede haber diferencia de opiniones. Pero cualquiera que sea la opinión que tengamos de ellos, se reduce a una fórmula, por uno de estos dos principios: la maquinaria es buena o la maquinaria es mala: las importaciones de productos extranjeros son beneficiosas o esas importaciones son dañinas. Pero afirmar que no hay principios muestra indudablemente el mayor grado de rebajamiento al que puede descender la mente humana y confieso que me ruborizo por mi país cuando escucho tal herejía monstruosa en las cámaras francesas y su asentimiento, es decir, a la cara y con el asentimiento de la élite de nuestros conciudadanos, y esto para justificar imponernos sus leyes con total desconsideración del estado real del asunto.

Pero luego se me dice que destruya la falacia demostrando que la maquinaria no es dañina para el trabajo humano ni la importación de productos extranjeros para el trabajo nacional.

Un trabajo como el actual no puede incluir bien demostraciones muy completas. Mi idea es más bien establecer dificultades que resolverlas, promover la reflexión en lugar de resolver dudas. Ninguna convicción deja una huella tan duradera en la mente como a la que llega uno mismo. Pero sin embargo trataré de poner al lector por el buen camino.

Lo que equivoca a los adversarios de la maquinaria y las importaciones del extranjero es que las juzgan por sus efectos inmediatos y transitorios, en lugar de seguirlas hasta sus consecuencias generales y definitivas.

El efecto inmediato de la invención y empleo de una máquina ingeniosa es hacer superflua, para alcanzar un resultado concreto, una cantidad concreta de trabajo manual. Pero su acción no acaba ahí. Por la misma razón que se obtiene el resultado deseado con menos esfuerzo, el producto se entrega al público a un precio inferior y el agregado de ahorros así conseguidos por todos los compradores les permite procurar otras satisfacciones, es decir, animar el trabajo manual en general a exactamente el grado de trabajo manual que se ha ahorrado en la rama especial de la industria que acaba de mejorarse. Así que el nivel de trabajo no ha caído, mientras que el de disfrute ha aumentado.

Veamos esto mediante un ejemplo.

Supongamos que se usan anualmente en este país 10 millones de sombreros a 15 chelines cada uno; esto hace que la suma que soporta esta rama de la industria sea de 7.500.000 libras esterlinas. Se inventa una máquina que permite que esos sombreros se fabriquen y vendan por 10 chelines. La suma que ahora soporta esta industria se reduce a 5.000.000£, siempre que la demanda no aumente por el cambio. Pero la suma restante de 2.500.000£ no desaparece por este cambio del soporte al trabajo humano. La suma, ahorrada por los compradores de sombreros, les permitirá satisfacer otros deseos y consecuentemente, en ese grado irá a remunerar la industria agregada del país. Con los cinco chelines ahorrados, John se comprará un par de zapatos, James un libro, Jerome un mueble, etc. El trabajo humano, tomado de forma agregada, continuará por tanto siendo soportado y animado en 7.500.000£, pero esta suma rendirá el mismo número de sombreros, más todas las satisfacciones y placeres correspondientes a los 2.500.000£ que ha permitido el uso de la máquina. Estos placeres adicionales constituyen el claro beneficio que ha obtenido el país por la invención. Es un regalo, un tributo que el genio humano ha obtenido de la naturaleza. No discutimos en absoluto que en el curso de la transformación se haya desplazado una cierta cantidad de trabajo, pero no podemos aceptar que se haya destruido o disminuido.

Lo mismo vale para la importación de productos extranjeros. Volvamos a nuestra hipótesis anterior.

El país fabrica 10 millones de sombreros, cuyo precio era de 15 chelines. El extranjero envía sombreros similares a nuestro mercado y los pone a 10 chelines cada uno. Sostengo que el trabajo nacional no se verá disminuido por esto.

Pues debe producir hasta 5.000.000£ para poder pagar 10 millones de sobreros a 10 chelines.

Y quedan para cada comprador cinco chelines ahorrados en cada sombrero o, en total, 2.500.000£, que se gastarán en otros placeres, lo que equivale a decir que irán a soportar trabajos en otros departamentos de la industria.

Luego el trabajo agregado del país permanecerá como está y los placeres adicionales representados por 2.500.000£ ahorradas en sombreros formarán el claro beneficio que se produce de las importaciones bajo el sistema de libre comercio.

No tiene sentido asustarnos con una imagen de los sufrimientos que, en esta hipótesis, conlleva el desplazamiento del trabajo.

Pues si no se hubiera impuesto nunca la prohibición el trabajo habría encontrado su lugar natural bajo la ley ordinaria del intercambio y no habría tenido lugar ningún desplazamiento.

Por otro lado, si la prohibición ha llevado a un empleo artificial e improductivo de la mano de obra, hay que culpar a su prohibición y no a la libertad  por un desplazamiento que es inevitable en la transición de lo que es perjudicial a lo que es beneficioso.

En todo caso, no dejemos que nadie afirme que porque un abuso no pueda deshacerse sin molestias a los que se benefician de él, a lo que se ha visto obligado a existir por un tiempo debería permitírsele existir por siempre.


Publicado originalmente el 22 de octubre de 2012. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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