El capitalismo de Willa Cather

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[Este extracto de Literature and the Economics of Liberty: Spontaneous Order in Culture descubre algunos detalles de las tramas de las novelas de Willa Cather, especialmente Pioneros]

“La economía y el arte son extraños”.[1]

Eso decía Willa Cather en un ensayo escrito en un punto avanzado de su último periodo de autoría.

Por una vez en su vida, Cather se equivocaba, aunque se equivocaba por razones suficientes. Los críticos de izquierda la habían estado atacando por la supuesta falta de relevancia de los problemas industriales y sociales contemporáneos en sus novelas.[2] Ella respondía argumentando que el arte no debe reducirse a esos términos parciales y temporales. Si esto es “economía”, sugería, entonces el arte no debería tener nada que ver con ella.

Pero la “economía” no tiene que tratarse simplemente como un disolvente para otras formas de experiencia humana. Si se adopta una visión no reductiva, se hace evidente la falsedad de la declaración de Cather acerca del extrañamiento de la economía y el arte. Su propio arte era económico en todo sentido útil del término. Era económico en su preocupación práctica por las compraventas, los precios y las inversiones. Era económico en su análisis del marco de instituciones que apoya el capitalista o el sistema de merado. Finalmente, y lo más importante, era económico en su aplicación de ciertos principios esenciales de elección y valoración que son cruciales para una comprensión del sistema capitalista pero que permanecieron en la oscuridad incluso para los economistas profesionales. Cather, solo una novelista, los descubrió a través del arte.

I

El libro más directamente económico de Cather es Pioneros (1913). Fue la primera de sus grandes novelas y la primera con la que se sintió contenta. Fue también el inicio de su poco grata reputación como regionalista estadounidense y abastecedora de nostalgia rural, una autora supuestamente indiferente ante los grandes asuntos sociales y los hechos económicos puros. Incluso los críticos que simpatizan con Cather tienden a considerar Pioneros como una historia de una franja del paisaje estadounidense. Si hay principios económicos, los críticos no los ven.

Tal vez la razón sea que la idea de una “novela económica” sigue conllevando sus antiguas asociaciones anticapitalistas. Escuchando la expresión, se piensa en masas y clases, mano de obra oprimida y poder plutocrático y por todas partes la clamorosa injusticia de los beneficios injustos. Se piensa en Upton Sinclair, Frank Norris, Michael Gold y buena parte de  Theodore Dreiser. Las uvas de la ira puede venir a la mente y ¿Por qué corre Sammy? Economía tal vez, pero no del estilo de la de Willa Cather. Pioneros es una exposición propia de un libro de texto de teoría y práctica capitalistas, vistas desde una perspectiva que es bastante inusual, incluso hoy, en la literatura de mayor país capitalista del mundo: la perspectiva capitalista. La protagonista de la novela de Cather es una capitalista de éxito. También es algo mucho más raro en nuestra literatura: es una capitalista que entiende y aprecia los principios económicos y las implicaciones sociales del sistema capitalista.

La protagonista (la heroína, de hecho, pues Cather está siempre de su lado) es Alexandra Bergson, hija de emigrantes suecos que llega a Nebraska antes de que se parezca al núcleo del país. Los Bergson se enfrentan con “la División”, una naturaleza de viento y vegetación hostil: áspera, aburrida y miserablemente rentable. El padre de Alexandra muere con 46 años, legando a su familia una granja miserable y la perspectiva de una vida de trabajo duro. Los vecinos de los Bergson están renunciando y mudándose y los Bergson se preguntan si deberían hacer lo mismo.

Pero si Nebraska no es todavía el núcleo del país, puede que aún así sea el sitio de virtudes del núcleo del país como el trabajo duro y la solidaridad familiar.  La situación está hecha a la medida para cualquier novelista que quiera inocular esas virtudes o, si vamos al caso, a tomar la aproximación “económica” familiar y demostrar lo engañoso del sueño estadounidense de éxito. No trata de sugerir que la historia de los Bergson lleve a ningún destino concreto simplemente porque los Bergson trabajen duro o alberguen sueños o cultiven valores familiares. El aspecto decisivo de la historia que cuenta no son tierras ni sueños ni trabajo, ni familia, sino la capacidad de alguien para el pensamiento económico. Alexandra Bergson tiene esa capacidad. Entiende la teoría capitalista moderna del valor.

A su padre le faltaba ese entendimiento. “Tenía la creencia del viejo mundo de que la tierra, en sí misma, es deseable”.[3] Los hermanos mayores de Alexandra, Lou y Oscar, nunca empezaron a entenderlo. Oscar es especialmente retrasado. Es un exponente radical de la creencia igualmente del viejo mundo de que el trabajo es deseable y valioso por sí mismo. Está tan convencido de que hay “una virtud soberana en el simple trabajo manual” que “le gusta hacer las cosas de la forma más dura”. Está dispuesto a trillar una cosecha “con pérdidas” después de saber que se ha perdido.[4] El trabajo duro puede ser un valor moral, pero, como demuestra la acción de Oscar, puede no tener relación en absoluto con el valor económico. Solo Alexandra percibe que el valor, en este sentido, no es intrínseco ni a la tierra ni al trabajo. Lo que tiene valor es algo que la gente quiere comprar. El negocio de mantequilla y huevos de Alexandra no requiere trabajar duro, pero sus huevos pueden venderse con beneficios y lo beneficios pueden usarse para comprar el trabajo de un hombre contratado y contribuir en algo al capital de los Bergson. “Fue uno de mis errores”, dice el agonizante Sr. Bergson, “no descubrir eso antes”.[5]

Alexandra ve lo que está mal en la teoría del valor trabajo y lo que está bien en una división del trabajo, en que la gente haga cosas diferentes para conseguir un beneficio. Su padre tuvo un atisbo de esta idea cuando le dejó a ella la dirección de la granja y el trabajo duro a Lou y Oscar. Alexandra entiende la idea y la mejora. Trata de usar su habilidad como gestora financiera para eliminar la dureza del propio trabajo: “Chicos, no quiero que tengáis que trabajar siempre así. Quiero que seáis independientes”. Par ella lo esencial es la idea económica. Quiere “actuar como los inteligentes”, la gente que sabe qué significa obtener una ganancia”.[6]

Así que sigue los informes del mercado, investiga los valores de los terrenos y habla con expertos sobre alfalfa y nuevo tipos de trébol.[7] Concluye que nuevos métodos agrícolas permitirían que la tierra produjera más bienes vendibles, multiplicando así su propio valor de mercado. Por tanto sugiere hacer lo contrario de lo que parece sensato en el momento. Sugiere que la familia hipoteque su finca (cuya única virtud aparente es que actualmente no tiene hipoteca) y comprar tanto terreno aparentemente no rentable como sea posible. Cuando aumenten los precios inmobiliarios, los Bergson podrán vender parte de sus posesiones, usar el beneficio para pagar deudas y acabar con más tierra (e incomparablemente más dinero) de la que tenían antes de empezar. El mercado los hará ricos.

La idea supera a Oscar y Lou. Oscar se queja de que no puede trabajar lo suficientemente duro como para ocuparse de todo el terreno que Alexandra quiere comprar, y esto es cierto, suponiendo que siga trabajando de la misma forma anticuada. Pero para Alexandra se trata precisamente de eso: los Bergson van a ganar dinero por especialización, innovación e inversión, no por trabajo duro. La objeción, por supuesto, es que inversión significa riesgo. Pero Alexandra sabe que la competencia con éxito requiere que se tome un riesgo, el riesgo de hacer algo distinto. Se da cuenta de que puede sufrir el destino de su abuelo, que “especuló” y perdió una fortuna.[8] Pero considera que el riesgo merece la pena.

Es una tesis muy dura de aceptar por sus hermanos. No solo tienen aversión al riesgo, sino que también tienen una conciencia social de tal manera que les hace incapaces de comprender el individualismo del mercado. “Todos dirán que estamos locos”, dice Lou. “Debe ser una locura o todos lo estarían haciendo”. Pero Alexandra entiende que el mercado se basa en la diversidad. “Si fuera así”, replica, “No tendríamos muchas oportunidades”. De hecho, “lo correcto es usualmente lo que no hacen todos”.[9]

Se defiende considerando los dos sentidos de “ocasión” [chance]. Ocasión significa riesgo y ocasión significa oportunidad. Algunos “tienen poca certidumbre”, declara Alexandra, pero para nosotros es una gran ocasión. (…) La ocasión que padre siempre estaba esperando hay llegado”. Ella misma está “nerviosa” por esta ocasión y sus hermanos tienen un miedo atroz.[10] Pero como el trabajo mental no es su fuerte, lo pueden encontrar forma de derrotar sus argumentos. Finalmente se rinden y en diez años se han convertido en más prósperos de lo que podrían haber soñado.[11]

Las ideas económicas que aparecen en esta primera parte de Pioneros no son más que un trasfondo para la acción real. El carácter de Alexandra aparece en el debate sobre estas ideas y la resolución del debate determinar el curso de la trama hasta la siguiente crisis, que implica aún más debate acerca de principios económicos y del tipo de individualismo de Alexandra.

La segunda crisis llega después de que Alexandra ha hecho su fortuna y ha empezado a mostrar interés por casarse. Su elección es Carl Linstrum, un hombre que (desde un sentido puramente financiero) no merece la pena. Carl a renunciado a cualquier posibilidad de riqueza por la posibilidad de ejercer un arte pasado de moda. “El grabado en madera es lo único que me importa”, le dice,

Y esta ha desaparecido antes de que yo empezara. Todo es hoy un trabajo en metal barato. (…) medido por nuestros patrones de aquí, soy un fracasado. No puedo comprar ni siquiera uno de tus campos. He disfrutado de muchas cosas, pero no he encontrado nada de mostrar por todo ello.[12]

Carl impulsa a Alexandra a revisar el problema de valores, precios y beneficios. Los resultados de su pensamiento estarían sorprendentemente fuera de lugar en la novela “económica” ordinaria, donde probablemente se esperaría que adoptara uno de dos papeles o ambos sucesivamente. Podría interpretar el papel del capitalista con conciencia de clase y hacer que Carl supiera que si quería ganarse su respeto debería conseguir una ocupación y ganar algún dinero. O podría interpretar el papel de convertida arrepentida a una conciencia social superior que se ha visto repentinamente obligada a darse cuenta de que el capitalismo convierte la vida y el amor e incluso el arte en meros productos. No interpreta ninguno de estos papeles y no expresa ninguno de estos sentimientos. Sigue siendo ella misma y continúa diciendo en general lo que diría un teórico económico del libre mercado.

Sus ideas recuerdan mucho a las de un contemporáneo más joven de Cather, Ludwig von Mises, un personaje influyente en la teoría y defensa del capitalismo del siglo XX. Su teoría empieza con lo básico: un precio es algo a lo que uno renuncia para obtener algo que prefiere tener, un beneficio es la diferencia entre el valor de aquello a lo que uno renuncia y el valor de lo que uno obtiene en una transacción. Pero Mises destaca que estas ideas se aplican tanto los bienes materiales como a los inmateriales: hay “beneficios monetarios”, dice, y hay también “beneficios físicos”. La búsqueda del beneficio es universal: “Beneficiarse es invariablemente el objetivo de cualquier acción”. Cuando Carl se refiere a “tus estándares”, como si hubiera más que una medición del valor económico, tiene más razón de la que cree. “El beneficio, en sentido primario”, dice Mises, “es puramente subjetivo. (…) La diferencia entre la valoración de dos estados de cosas es enteramente física y personal”.[13]

Estas son las ideas en las que Alexandra basa su evaluación de la vida de Carl y la suya. Ambos, argumenta, hemos pagado un precio y ambos hemos obtenido un beneficio. Carl en realidad sí tiene algo “que mostrar por” su inversión en el arte: “Lo muestras en ti mismo, Carl”.[14] Hay un valor en ser el tipo de hombre que es Carl, si eres el tipo de persona que reconoce esos valores. La aparición de una gran riqueza en un lado y completa pobreza en el otro resulta de la suposición de que todos los valores son valores monetarios. Pero esta suposición es tan falsa como la idea de que el valor es inherente a la tierra o el trabajo u otras cosas materiales. El beneficio de Carl, en opinión de Alexandra, es en buena parte “físico”, pero no es menos real por eso.

También ella ha hecho inversiones de tiempo y energía y también se ha beneficiado: ha ganado riqueza y seguridad. Pero también ha pagado un precio. Ha renunciado a “libertad”. Ella y toda la demás gente próspera del interior han incurrido en costes no materiales a cambio de ganancias materiales: “También hemos pagado una alta renta, aunque pagamos de otra forma. Crecemos aquí de manera dura y pesada. No nos movemos ligera y fácilmente como tú y nuestras mentes se agarrotan”.[15] Esto no significa que las vidas de los granjeros estén más “mercantilizadas” que las vidas de los artistas. Significa que también hay resultados no materiales así como materiales y que debe pagarse un precio por todos ellos.[16] Los precios son inseparables de las ganancias.

Alexandra no trata de decidir si el trabajador del campo paga un precio mayor o menor del que ha pagado Carl. El patrón de valor (que no es necesariamente el patrón “dinero”) debe definirse para cada individuo.[17] Es “subjetivo”, depende del orden de preferencias de cada persona.

Y porque es subjetivo puede cambiar. Lo valioso para una persona puede no ser tan valioso para otra o para la misma persona en otro momento. Como dcie Mises, todas las valoraciones económicas son realizadas por personas particulares en “un momento concreto”.[18] El momento concreto en el que Alexandra estima la “renta” psicológica que paga por su granja y empieza a encontrar onerosa es después de que ha hecho financieramente rentable el lugar. Ahora puede decir: “No necesito dinero”.[19] Lo que necesita ahora es a Carl Linstrum y la ligereza y facilidad que ella asocia a este.

El problema está en Lou y Oscar, que son tan perspicaces como siempre en el tema de la valoración económica. Calculando el valor de Carl en términos estrictamente materiales, estiman que es menor que cero. En el caso de un matrimonio (algo que están decididos a impedir) Carl no añadiría riqueza a la familia. Probablemente se llave parte: “¿No sabes que se haría con tu propiedad?” Bueno, responde Alexandra: “Se haría con lo que yo le quisiera dar, indudablemente”.[20] Ha estimado en su propia mente el valor de Carl y lo ha considerado perfectamente adecuado.

El argumento de la preferencia personal y el valor subjetivo se ha perdido en sus hermanos. Suponen que hay un patrón de valor y solo uno, que resulta ser el suyo y tratan de aplicar ese patrón apelando a nociones de autoridad colectiva. Aunque las tierras de los Bergson ahora estén divididas entre los diversos descendientes, Lou se sigue refiriendo a la propiedad de Alexandra como “Nuestra propiedad” y dice que “nos pertenece como una familia”.[21] A esto Oscar añade el viejo principio del colectivismo, el principio del patriarcado: “La propiedad de una familia pertenece a los hombres de la familia, porque a ellos se les hace responsables y porque llevan a cabo el trabajo”.[22]

Alexandra conoce bien esas ideas. Sus hermanos han sido siempre conformistas, mirando de reojo a la comunidad que les rodea y haciendo todo lo posible por hacer lo que hace hacen los demás. Continúan creyendo o esperando que la comunidad les considere “responsables” de todo lo que haga Alexandra. Y siguen usando la teoría del valor trabajo, creyendo que toda la prosperidad familiar les “pertenece” porque pusieron “el trabajo” en ella, dándole así valor. Por “trabajo” quieren decir trabajo manual, no habilidad para actuar en el mercado. “Te gustaba manejar tu entorno”, dice Lou a su hermana, “y siempre te hemos seguido la corriente. (…) Pero, por supuesto, el trabajo real siempre ha recaído en nosotros. Un buen consejo está bien, pero no saca las semillas del maíz”.[23]

“Tal vez no”, dice ella, “pero a veces aporta la cosecha y a veces mantiene los campos para que puede crecer el maíz”.[24] Su argumento sería decisivo, si sus hermanos pudieran entenderlo. Su único refugio es la misoginia: “Así son las mujeres. (…) no puedes hacer negocios con mujeres”.[25] Aun así, como comenta confuso Lou después de que Alexandra hiciera saber a sus hermanos que había terminado tanto la conversación como con ellos, “Alexandra no se parece mucho a las demás mujeres”.[26]

No sorprende que esté confuso. Para el los valores son fijos: el trabajo tiene un valor, los hombres tienen un valor, las mujeres tienen un valor; todo tiene su propio valor fijo. ¿Pero qué puedes decir acerca de una mujer que no es como las demás? Lou y Oscar están asombrados al descubrir que Alexandra todavía puede tener valor (desde la perspectiva de Carl y desde la suya) a pesar de su falta de cualidades femeninas atractivas.

Como le recuerda Oscar, ella tiene 40 años ¡y todavía no se ha casado![27]

II

Lou y Oscar Bergson son dos de los personajes más estúpidos en la literatura estadounidense. Cather no estaba dispuesta a dar a estos cretinos un descanso. Su función es mostrar la armonía entre malas ideas económicas y malas ideas sobre asuntos como familia, comunidad, sexo y política. Lo que aúna estas ideas es su oposición al individualismo.

Desde el punto de vista de Alexandra, el individualismo es una necesidad práctica, equivalente a la división del trabajo: “Es malo si todos los miembros de la familia piensan igual. Nunca se llegará a ninguna parte”. Una familia tendría que usar sus diferencias e incluso sus errores como fuente de nueva información: “Lou puede aprender de mis errores y yo de los suyos”.[28] Alexandra ha identificado el principio de la autocorrección, que es esencial para el éxito de las sociedades competitivas del mercado. Ese pensamiento nunca se les ocurriría a Lou y Oscar. Alexandra es una individualista metodológica, ellos son colectivistas metodológicos. La idea de ella es que la diversidad aumenta las oportunidades de beneficio al aumentar las oportunidades de aprender; la idea de ellos es que la comunidad, considerada en su conjunto, ya sabe todo lo que vale la pena saber.

Lou y Oscar no llegan a darse cuenta de que haya algo atrasado en sus ideas. No son lo suficientemente imaginativos. De hecho, Lou se considera a sí mismo, como un discípulo del progreso. Cuando llega 1896, se convierte en un ferviente seguidor del candidato demócrata, William Jennings Bryan,  conciudadano de Cather en Nebraska y el principal defensor de causas económicas “progresistas” de su generación.

Pero aquí hay menos ironía de la que parece. El progresismo de Bryan era en muchos aspectos altamente reaccionario. Su campaña de “plata libre” proponía librar a los trabajadores de sus deudas mediante el antiguo método de inflar la divisa, en este caso acuñando una oferta ilimitada de monedas de plata. La campaña fue en el centro de Estados Unidos que apoyada por todos los que apreciaban la venerable concepción del trabajo como fuente y medida del valor, todos los que albergaban sospechas acerca formas nuevas de establecer valor, como el mercado hipotecario, el mercado de materias primas y el mercado monetario. Esa gente recelaba naturalmente ante la idea de que la moneda deba basarse en el precio del oro en lugar de algo más fácil de inflar para fines sociales, aceptaban entusiasmados como su profeta al hombre que gritaba; “No presionaréis sobre la frente del trabajo esta corona de espinas, no crucificaréis a la humanidad en una cruz de oro”.[29]

Es inevitable que Lou deba sentirse atraído por la causa de Bryan. Cather nos prepara para lo peor. “El problema de Lou”, anuncia con su voz narrativa más confiada, “es que es un tramposo. (…) Al ser la política el campo natural para ese talento, deja la granja para atender las convenciones y presentarse a cargos en el condado”.[30] Enriquecido con las especulaciones de su hermana, Lou puede permitirse dedicar su tiempo a conseguir votos para el “trabajo” de gente que sigue estando ocupada trabajando. Representa un tipo humano común: el hombre que tiene riqueza y le gustaría tener poder. La característica destacada aunque no especificada y “tramposa” del bryanismo era el poder económico que daría a los políticos. Una victoria de la plata libre aumentaría enormemente su capacidad de manipular el mercado en nombre de trabajadores y granjeros. El bryanismo estaba hecho para gente como Lou, gente a la que la le gustan los plurales en primera persona y las afirmaciones de sentimientos de comunidad. “Estamos despertando a una sensibilidad de nuestras responsabilidades”, declara. “Dimos un escarmiento a Wall Street en el noventa y seis, es verdad y estamos preparando otro para ellos. La plata no es el único asunto. (…) Hay muchas cosas a cambiar. El oeste va a hacerse oír”.[31]

Mientras espera que pase eso, Lou se ve con derecho a reclamar que el pueblo oprimido del Este “se una y marche hasta Wall Street y lo haga estallar. Lo dinamite, quiero decir”.[32] Carl, que es quien escucha estos comentarios, recuerda a Lou que a la comunidad a la que afirma representar le está yendo bastante bien bajo el sistema capitalista: “Basta con pasear por estas tierras para ver que todos sois ricos como barones”. Pero, al ser los valores individuales y subjetivos después de todo, lo que Lou valora más es el poder, no el dinero. Ve el dinero como valioso porque puede comprar un grado de poder político. “Tenemos unas cuantas cosas más que decir que cuando éramos pobres”, dice” “amenazadoramente”.[33]

Pero ni Lou ni nadie puede adquirir poder suficiente para abolir la economía. Carl señala eso. Hacer estallar Wall Street, dice “sería un desperdicio de pólvora. El mismo negocio se haría en otra calle”.[34] Nada puede cambiar el deseo humano de comprar y vender y tratar de obtener un beneficio, en la famosa frase de Adam Smith: “comerciar, trocar e intercambiar una cosa por otra”.[35] El mercado es una estructura permanente. Existiría aunque no lo hiciera Wall Street. Los hermanos de Alexandra lo reconocen con sus acciones y las palabras que eligen. Cuando llegan a su casa tratándola de convencer de que realmente no es dueña de ella, van a “negociar” con ella.[36] Proponen intercambiar ciertos bienes: si les da el control de sus planes de matrimonio y propiedad, le darán algo que piensan que ella tendría que valorar más, la conservación de la familia. Sin embargo, como hacen a menudo los comerciantes, juzgan equivocadamente su mercado, hacen una estimación errónea de los valores y preferencias de su cliente.

Oscar empieza tratando de intimidar a Alexandra con la amenaza de sanciones sociales. Dice que ya “la gente ha empezado a hablar” sobre Carl y ella. Pero Alexandra, que ha estado dando vueltas a sus cuentas de negocio, “cierra firmemente su libro de contabilidad” y les advierte que no continúen. Sus cuentas financieras pueden haberse “descuidado últimamente” debido a su relación con Carl, pero no ha olvidado su contabilización de bienes inmateriales. Conoce precisamente lo que valen para ella las opiniones de otras personas y sabe que valen mucho menos que la libertad. La consiguiente pelea sobre sus derechos de propiedad demuestra que es capaz de romper completamente con sus hermanos si ese es el precio que tiene que pagar para “hacer exactamente lo que le dé la gana”.[37] Finalmente no queda nada que puedan hacer los hermanos, salvo irse y discutir el precio que tendrán que pagar por tratar de “hacer negocios” con Alexandra en la forma autoritaria que eligen. Oscar cree que el precio de la arrogancia puede no ser prohibitivo: hay un beneficio considerable en tener “autoridad”. Lou no está tan seguro: “La charla de ese tipo podría resultar demasiado dura, ¿sabes?”[38]

Cather debe haberse divertido asignando metáforas empresariales a Lou y Oscar, que eran empresarios absolutamente terribles. Aun así, el ruido de libro de contabilidad de Alexandra es una nota muy inteligente. Señala su decisión definitiva en el mercado de los bienes espirituales y materiales y hace algo más: señala su intención de mantener el poder de la decisión individual sobre el que se funda el propio mercado. Todo lector ve que Pioneros es una historia sobre la libertad personal, pero no todo lector ve a relación que establece entre las dimensiones personal, política y económica de la libertad. Cather hace explícita la relación haciendo de Alexandra una exponente del intercambio libre y de los contratos libres, así como una exponente de su libertad de actuar siguiendo su voluntad con respecto a su familia.

Todos los tratos de Alexandra con otros son libremente contractuales. Anteriormente en la novela, cuando está haciendo lo que puede para convencer a sus hermanos de que arriesguen todo en su plan de inversión, señala que no deben formar los papeles de la hipoteca si en realidad no quieren hacerlo.[39] Si rechazan firmar, su plan está condenado, pero ella preferiría ser pobre a obligarles a hacer algo contra su voluntad. Posteriormente, el principio contractual rige sus relaciones con empleados y dependientes.

El mejor de muchos ejemplos es el viejo Ivar, un vecino excéntrico que “perdió sus tierras por gestionarlas mal” y luego se estableció en las tierras de Alexandra.[40] ¿Cómo esperaría uno encontrar esta situación en la novela “económica” habitual? Uno esperaría ver a toda la comunidad local simpatizando con Ivar, que sería considerado una víctima del despiadado sistema bancario que le desahució y uno podría esperar que Alexandra, como practicante de éxito de la ética capitalista o “protestante”, despreciara la mala gestión de Ivar como si fuera un pecado. Pero de nuevo Cather actúa contra el patrón normal de la ficción “económica”: la comunidad desprecia a Ivar porque no se ajusta a ella y Alexandra le respeta porque es un individualista, como ella.

Nada en el capitalismo le obliga a ajustarse a valores puramente “comerciales”. Disfrutar de algo puede equivaler a beneficio. Así que cuando Ivar se preocupa porque a los vecinos no les gusta verle rondando su casa, ella le asegura de que su presencia le “interesa” a ella, que ella le “necesita”.[41] Su relación tiene dignidad porque es libremente contractual, un intercambio libre del que se benefician ambos. Alexandra ofrece a Ivar un hogar porque valora su presencia, él acepta su oferta porque valora su protección y respeto. Ya la comunidad no tiene que “responsabilizarse” por Ivar o juzgar su derecho a caridad oficial o bienestar.

El contrato implícito de Alexandra con Ivar es una cusa más de las disputas entre ella y sus hermanos mayores. Ivar se queja, y ella está de acuerdo, de que el centro de Estados Unidos puede ser un lugar dolorosamente conformista: “Lo normal aquí es que todo hagan lo mismo. (…) aquí, si un hombre es distinto en sus pies o en su cabeza, lo ponen en el asilo”.[42] En efecto, Lou convierte una cena de domingo en casa de su hermana en una oportunidad para amenazarla con acciones legales si no hace algo con Ivar, a quien Lou considera un loco: “los vecinos dirán algo sobre ello antes de que pase mucho tiempo. Puede quemar el granero de cualquiera. Basta que cualquier propietario del pueblo se queje y será expulsado por la fuerza”.[43]

Lou se está preparando para su ataque comunitario a Wall Street y muy pronto al derecho de Alexandra a sus tierras. Pero Alexandra no tiene ninguna dificultad en decidir el asunto de Ivar. Si sus vecinos tratan de disminuir la oibertad de Ivar, “llevará el caso a los tribunales, eso es todo”.[44] Ella también se está preparando. Cuando sus hermanos afirman que son los duelos de sus tierras, a pesar de cualquier acuerdo contractual en contra, da una respuesta similar: “Id a secretario del condado y preguntadle quién es el dueño de mis tierras y si mis títulos son buenos”.[45] Sus hermanos tienen teorías políticas y sociales; ella también tiene una teoría: los gobiernos existen para defender su libertad de gestionar sus propios asuntos a su manera.

La política de Alexandra es tan liberal, en el sentido clásico del término, como su economía. Sus ideas están de acuerdo con las de James Madison, que en los Federalist Papers se refiere a “la diversidad en las facultades de los hombres de las cuales se originan los derechos de propiedad”. Madison define “la protección de estas facultades” como “el primer objeto del gobierno”. Presionada por sus hermanos, Alexandra les desafía: “Id al pueblo y preguntad a vuestros abogados qué podéis hacer para impedirme disponer de mi propiedad. Y os aconsejo hacer lo que os digan, pues la autoridad que podáis ejercer por derecho es la única influencia que nunca volveréis a tener sobre mí”.[46]

Es decir, dicho llanamente, ninguna influencia en absoluto. El gobierno protegerá la propiedad de Alexandra y por tanto su capacidad de discrepar con otra gente y sobrevivir a pesar de las diferencias. Como advertía Madison, esto puede verse de otra manera: el objeto del gobierno es proteger las diferencias individuales y por tanto la capacidad de las personas de crear y adquirir distintos tipos de propiedad.[47] La libertad individual y los derechos de propiedad (el principio político y el económico) no pueden separarse. Alexandra entiende eso completamente.

III

Esto es liberalismo clásico y ayuda a resolver la cuestión notoriamente difícil de las propias preferencias políticas de Cather.

En sus treinta (antes de publicar Pioneros) Cather editaba McClure’s, la principal revista de “cotilleo” y un foco de política “progresista”. Pero no revelaba ningún interés particular en cuestiones políticas. A su decididamente progresista amiga Elizabeth Sergeant le confiaba que “todo este lado práctico de su Carrera [de Cather] estaba dirigido a reunir suficiente dinero para retirarse y escribir ficción”. En sus cuarenta, dice Sergeant, Cather reaccionó a la llegada de The New Republic reclamando saber si “esta gente” eran “¿Wilsonianos, del Partido Progresista y similares?” Al asegurarle que era así, despectiva y “abruptamente cambió de tema”.  En sus sesenta, respondió en contra de la alabanza de los proyectos del New Deal de Sergeant declarando que el gobierno no debería ayudar a nadie, ni siquiera (en caso de que os lo estéis preguntando) a artistas y escritores como ella: “Donaciones, frescos para edificios públicos, compañías en viajes deberían condenarse”. Sergeant concluía que Cather todavía “creía en las primeras virtudes estadounidense, valentía, firmeza, empeño”.[48]

Po eso la gente a menudo llama a Cather una “conservadora”, aprueben o no el conservadurismo. James Woodress, su biógrafo más autorizado, llega a calificarla como “una ardiente republicana”.[49] Pero no era el tipo de “conservadora” o “republicana” que pueda confundirse fácilmente con Babbitt. Muchas de las actitudes sociales que molestaban a los críticos de izquierdas también le molestaban a ella. Se opuso a la ley seca y a las leyes en contra de las enseñanzas de idiomas extranjeros.[50] Escribió un artículo para The Nation en el reprendía a los estadounidenses del centro que querían que sus hijos estudiaran algo llamado “los principios del negocio” en lugar de humanidades y que disfrutaban “comprando cosas en lugar de fabricar algo”. Esa gente quería “éxito cómodo y dinero fácil”, allá ellos.[51]

Pero, incluso aquí, el individualismo y la empresa individual son las piedras de toque de Cather. Lo que se ha perdido, dice, es la educación que “enriquece la personalidad”, el trabajo que revela “carácter”.[52] En su novela A Lost Lady (1923), Cather distingue la generación de los pioneros de la que le sucedió. La primera generación consistía en “aventureros valientes” que conocían “el espíritu taciturno de la libertad”. Esta gente podía ser bastante “poco práctica”, en términos estrictamente comerciales, como para intercambiar el beneficio financiero por el disfrute de una mera “magnificencia”. Pero la siguiente generación, que era la suya, estaba infestada de “hombres (…) que nunca se atrevieron a nada, que nunca arriesgaron nada”, hombres que fueron “educados para economías menores” y envidias miserables.[53] Eran individuos, sin duda, pero difícilmente individualistas.

Estos son los hombres que aparecen en el cuento de Cather “El funeral del escultor” (1905, 1920), una obra que probablemente hizo poco bien a su reputación entre los conservadores del Medio Oeste. El cuento se desarrolla en el “pueblo progresista” de Sand City, Kansas. Trata de la valoración póstuma de Sand City de un exciudadano, el artista Harvey Merrick. Merrick fue el único gran hombre que tuvo Sand City y tuvo que irse de ahí para conseguir llegar a ser alguien. Cuando el cuerpo de Merrick vuelve a Sand City para ser enterrado, la gente importante de la villa se reúne para desdeñarle. Creen que habría hecho mejor si hubiera seguido “algún curso en alguna escuela empresarial de primera clase en Kansas City”.[54] ¡Menudo “gran espíritu amenazante de libertad” en la generación de Cather!

Si Cather era conservadora, lo que quería conservar era la tradición de individualismo de Estados Unidos, que para ella era más valiosa que cualquier tipo de actitudes de su tierra. Había un mundo de diferencia entre tomar un riesgo creativo en los negocios, como hacía Alexandra, y recibir clases en alguna escuela empresarial local, pero no había nada en el sistema de mercado que obligara a nadie a elegir cierta alternativa. Las personas tenían la posibilidad de tomar sus propias decisiones y asumir también sus consecuencias. Sus decisiones demostrarían si tenían valor y personalidad. Incluso cuando Cather estaba diciendo a The Nation que ella pensaba que se equivocaba con la adoración de Estados Unidos a meros “procesos mercantiles”, estaba defendiendo el marco capitalista de toma de decisiones de Estados Unidos. Observaba que la depresión de 1893 estimuló “la agitación del Partido del Pueblo y la plata libre”, la política de Lou Bergson. Pero el resultado más importante fue una prueba para las personas: “Estos años de prueba, como hoy puede apreciar todo el mundo, tuvieron un efecto saludable sobre el estado. (…) El granjero vago tuvo que espabilarse. Los bancos superfluos quebraron y los prestamistas que hicieron negocios duros con hombres desesperados tuvieron que lamentarlo”.[55]

Los efectos no fueron saludables uniformemente: recordad aquellos comentarios sobre gente que recibió una dura formación en “economías nimias”. Pero había grandes apuntes en la columna del debe: “los que habían capeado la tormenta obtuvieron su recompensa”.[56]

Los Bergson de Alexandra demostraron que podían sobrevivir y prosperar en la economía real, así como en la economía de las novelas de Cather; demostraron que podían prosperar tanto espiritual como materialmente. Su “logro de prosperidad material”, decía, “fue una victoria moral” en una “lucha que probaba el carácter”.[57] Tanto en la economía real como en la ficticia, los valores de las personas se revelan por las decisiones que toman, incluyendo su elección de actitudes hacia el sistema de mercado. Podían verlo o bien como una fuente de “cómodo éxito y dinero fácil” o bien como una oportunidad para aceptar riesgo y mostrar valor e inteligencia. Pero esa es la naturaleza del sistema de mercado: es un campo de valores en competencia elegidos individualmente. Sand City puede pensar que solo hay un tipo de valores o un tipo de beneficios, los Bergson de Alexandra y los Harvey Merrick lo entienden mejor.

Cather no está presentando algún tipo de historias de darwinismo social acerca de la supervivencia de los más aptos financieramente. (Esas historias van más con las novelas socialistas de tiempos de Cather: Dreiser, Norris, Sinclair). Sus historias dejan espacio al éxito y el fracaso, pero, simplemente porque son historias sobre libertad económica, frente a la ley evolucionista, son historias en las que puede ocurrir casi cualquier cosa.

IV

¿De dónde sacó Cather sus ideas políticas y económicas? Las ideas políticas eran fáciles de encontrar. Sus fuentes estaban en toda la tradición liberal clásica de Estados Unidos. Sus ideas sobre economía, muchas de ellas, podían desarrollarse bastante fácilmente de su experiencia vital en una sociedad capitalista. Sin embargo algunos eran adiciones recientes a la teoría económica. Trabajar en el conocimiento de estas ideas era algo raro, salvo entre economistas profesionales. Los conceptos cruciales en esta categoría son el principio de valor subjetivo y el muy relacionado principio de utilidad marginal.

Ambas ideas van en contra de la creencia tradicional intuitiva de que algunas cosas (por ejemplo, tierra y trabajo) son intrínsecamente valiosas. Es contraintuitivo, pero es verdad que un vaso de agua puede ser más valioso que todo el terreno agrícola de Nebraska. Pero hay que añadir algo al final de la frase: las palabras “para una persona concreta en un momento concreto”. El vaso de agua puede tener un valor supremo para una persona muriendo de sed, pero no tener ningún valor para otra gente o para la misma persona en un momento distinto. Como argumentaba Mises, la única forma de estar seguros acerca del valor económico de un producto es ver lo que hace alguien cuando tiene que elegir entre eso y otra cosa.[58] Sabemos que el vaso de agua es más valioso que el terreno agrícola (para el que elige, en el momento de la elección) si el que elige renuncia al terreno para poseer el agua. Otro podría no haber tomado la misma decisión. La misma persona podría no haber tomado la misma decisión sobre un segundo vaso de agua. Una vez se ha saciado la sed, unas pocas parcelas de terreno de Nebraska podrían empezar a resultarle más atractivas que antes.

Dicho de otra manera, si no tengo una nevera, muy probablemente querré una; una vez que tenga una nevera, probablemente preferiré cualquier otra cosa a tener otra nevera. De hecho, probablemente esté dispuesto a renunciar a algún dinero para conseguir que una segunda nevera desaparezca de mi casa. Según el principio de utilidad marginal (que es el principio económico en juego en estos ejemplos), cada unidad sucesiva de un producto se valora de acuerdo al lugar que ocupa, en cada momento decisivo de elección, en las escalas de preferencias de cada elector. El principio, que se convirtió en “la base aceptada de la teoría económica” (es decir, aceptada por los economistas, aunque la gente esté familiarizada con ella) fue formulada a principios de la década de 1870 por “la célebre trinidad” William Stanley Jevons, Léon Walras y Carl Menger, el progenitor de la economía austriaca o “subjetivista” aceptada por Mises y otras figuras del siglo XX.[59]

Si los hermanos de Alexandra entendieran este principio, no estarían tan sorprendidos al verla cerrar de golpe el libro de contabilidad y comunicarles la sorprendente idea de que unidades adicionales compañía de Carl Linstrum eran ahora más valiosas para ella que unidades adicionales de ellos. Obligada a elegir, tomará más de Carl y menos de ellos (y menos dinero y propiedades también, si vamos a eso). Ninguna de estas cosas tiene ningún valor fijo e inherente. El valor se asigna con las acciones de decisión subjetivas de Alexandra.

Esta forma de pensar es profundamente perturbadora para Lou y Oscar, cuyo sentido de su propio valor fijo e inherente tiene tanto que ver con el valor fijo e inherente de la tierra del hombre y el trabajo del hombre. El nuevo pensamiento económico de Alexandra es el factor inquietante en la primera crisis de la novela, cuando ella anuncia su plan de inversión en tierras. Es la infeliz presentación a sus hermanos de un mundo de valores fluctuantes, un mundo en el que los duros acres de tierra se transforman en objetos flexibles de especulación, un mundo en el que sucesivas unidades de trabajo físico masculino pueden convertirse en mucho menos valiosas que sucesivas unidades de gestión financiera femenina.

La nueva forma de pensar de Alexandra continúa siendo perturbadora. Enriquece materialmente a sus hermanos, pero es mala para la salud mental de estos. La usa para justificar su valoración de Carl y de sí misma, una valoración que desde el punto de vista de sus hermanos es tan ofensivamente injustificada, no trabajada, como los beneficios de Wall Street. Como Wall Street, genera su envidia y resentimiento. Hablando figuradamente, los hermanos de Alexandra viven en Sand City, donde se “odia” a la gente por muchas cosas, pero principalmente por “triunfar”.[60]

Volveré al problema de la envidia. En este momento, es importante advertir la precisión con la que Cather controla su argumento político. Alexandra, dice en un cuidadoso aparte, no tiene “la más mínima chispa de ingenio”.[61] Es individual pero no única. Lo que hace en el mercado, pueden hacerlo millones de otros hombres y mujeres. Ejemplifica el familiar argumento liberal clásico de que las personas de inteligencia normal pueden gestionar los asuntos de la vida perfectamente bien si se les permite hacerlo. Y aún así… Alexandra es más lista, en un sentido, que John Locke, Adam Smith y Karl Marx. Ninguno de estos distinguidos teóricos económicos y políticos había sido capaz de rechazar la idea tradicional y muy factible de que el valor de un producto debe tener algo que ver con el valor inherente del trabajo que supuso producirlo. Alexandra sabe más que ellos.

Pero la evidencia les da palos a diestro y siniestro. Podría verse cada vez que personas como Oscar trabajan duro pero permanecen pobres, cada vez que personas como Alexandra “gestionan todo” y se vuelven ricas. Respecto del principio de la utilidad marginal, que Cather usa tan diestramente en Pioneros, su funcionamiento puede verse incluso en la inspección más informal de comportamiento económico. Cualquiera podría ver esas cosas, cualquiera en una sociedad capitalista podría verlas todo el día.[62] Pero evidentemente un mero vistazo no era bastante. Hacía falta imaginación para apreciarlas bien y la imaginación funciona con retraso de formas misteriosas e impredecibles. El método de pensar sobre valores económicos que es el núcleo de Pioneros no fue asimilado por la teoría económica formal hasta la “revolución marginalista” de la década de 1870, cuando el capitalismo llevaba mucho tiempo siendo el objeto de la investigación intelectual. Ese método de pensar, se puede decir con seguridad, sigue siendo desconocido para la gran mayoría de los intelectuales.[63]

Sin embargo, puede practicarse con complejidad por gente sin formación especial en economía. Cather no tenía esa formación ni tampoco le gustaba. Parece no haber estudiado autoridades económicas más profundas que los autores de los ataques en McClure’s sobre en gran capital y el trabajo corrupto e hizo poco o ningún uso de sus ideas en sus novelas. Cuando tuvo la oportunidad de echar un vistazo a la biblioteca de su compatriota, Mr. Bryan, reportaba que “las obras sobre economía política eran sobre todo de charlatanes”.[64] Tenía confianza en su juicio, aunque su principal bagaje económico era el don de la imaginación. Pero eso, como dijo una vez un escritor económico, es la principal “facultad” intelectual que necesita la economía.[65]

Hace falta imaginación para identificar un principio económico. Hace falta aún más imaginación para seguir las implicaciones del principio fuera del contexto de la actividad comercial y explorar sus significados psicológicos, sociales y políticos. Cather tenía ese tipo de imaginación. Respondía completamente a su necesidad, como novelista, de entender el comportamiento de sus personajes. Hacía de los procesos económicos y las ideas económicas modernas algo esencial para la estructura de sus textos., que es una estructura de decisiones y valoraciones. “La economía del texto”  es una expresión que se encuentra a menudo en la teoría literaria. Normalmente tiene menos que ver con cualquier principio moderno de economía que con alguna concepción del texto como un mundo en sí mismo (un oikouméne, por usar el término griego para “mundo habitado”, un término solo lejanamente relacionado con economía). Las historias de Cather dan a la expresión una relevancia más cercana para la idea moderna.

V

Como ejemplo: he aquí un  cuento llamado “Two Friends” [“Dos amigos”], que Cather publicó en 1932 en un pequeño libro titulado Obscure Destinies. Muestra algo acerca de sus pensamientos en asuntos económicos, con especial referencia, de nuevo, a los desafortunados bryanitas.[66] También muestra su forma de estructurar un texto como un patrón de valoraciones económicas individuales o “subjetivas”.

Los dos amigos son Mr. Dillon, un banquero, y Mr. Trueman, un ganadero. Son las dos personalidades más importantes de un pequeño pueblo del Oeste, un pueblo que se parece mucho al de Cather, Red Cloud, Nebraska. Es 1896, el gran año de las elecciones. Cather elige ese momento crucial de decisión entre dos teorías políticas y económicas (la plata libre de los populistas y la moneda fuerte de los capitalistas) como la oportunidad para que Mr. Dillon y Mr. Trueman dicdan sus propios valores y confirmen sus propios destinos. Esos destinos son tan “oscuros” como Red Cloud, pero para Cather son tan importantes como el poder de elección que ejemplifican.

Lo que deciden Dillon y Trueman es sorprendente para el pueblo y muchos años después sigue siendo sorprendente para la narradora del cuento. En 1896, la narradora era una chica impresionable que veía a los dos hombres como sus “realidades inalterables”. De aire inteligente. seguros de sí mismos y sin pretensiones, eran la imagen de la concordia y la estabilidad, un patrón oro de experiencia humana. Pero ese verano Dillon acudió a la convención nacional demócrata y oyó el gran ataque de Bryan contra el oro. Se convirtió en un ardiente bryanita, manteniendo que “el oro ha sido responsable de la mayoría de las miserias y desigualdades del mundo, que siempre había sido la maza de los ricos y el engaño mantenido sobre los pobres y que la ‘acuñación libre e ilimitada de plata’ arreglaría todo esto”.[67] A esto Mr. Trueman replicaba “No es forma de hablar para un banquero”. En su opinión, “un banquero no tendría que dedicarse a una política financiera atolondrada que destruiría el crédito”.[68] Un banquero tendría que saber que la gente evitaría realizar inversiones si espera que se le paguen con moneda inflada. Pero hay un mercado de ideas acerca del dinero, así como un mercado del propio dinero. Ahora mismo, el mercado de ideas está lleno de papel que algunos consideran tan valioso como otros perciben como inútil. Dillon y Trueman, los “inalterables”, demuestran eso acerca del mercado cuando deciden pelearse sobre el programa de Bryan. ¿No hay para ellos nada más valioso que hacer con su tiempo limitado y pasajero? Pero el dinero malo tiende a expulsar el bueno.

Truemna responde a las ideas de Dillon sacando su dinero del banco de este. La huida del dinero es siempre un efecto objetivo de una causa subjetiva, de una falta de confianza. La acción de Trueman, que causa sensación “en todo el pueblo” es un indicador visible públicamente de los bajas que caído, para él, las acciones morales de Dillon. En respuesta a la desaprobación de Trueman, Dillon hace ostentosamente nuevos amigos menos críticos. Encuentra utilidad donde nunca antes la había encontrado. Deambula por el campo “organiza[ndo] el Club Bryan y el Cuarteto de Damas de Bryan”, confirmando así la hipótesis de que hay escasez de cerebros no dispersos en el bando de Bryan.[69]

La opinión propia de Cather sobre el bryanismo no es difícil de adivinar. Permite a Trueman argumentar contra la campaña económica de Bryan y no permite una refutación sustancial. Según su narradora, es “insensato” y “estúpido” que se acabe una amistad debido a algo como esto. Es peor que estúpido: es “vulgar”.[70] Pero esa palabra es extraña. La campaña de Bryan de la plata libre fue virtualmente lo último que llamaría “vulgar” el estadounidense medio nacido a finales del siglo XIX.[71] Cather, que evitaba conscientemente material literario fácil y efímero, considera claramente la campaña de Bryan (el único acontecimiento político externo que se menciona en Pioneros) como razón suficiente para el conflicto de ficción que quiere evocar en “Two Friends”. La palabra “vulgar” es una elección calculada, es un énfasis irónico, la señal de una complejidad en la intención de Cather.

Esa señal puede pasar desapercibida fácilmente para las personas que estén más interesadas en declaraciones directas de valores que en la economía de sus textos. Para Granville Hicks, que encabezó el ataque izquierdista contra Cather en la década de 1930, el significado de “Two Friends” es evidente. El cuento sencillamente “enseña” “que la política es mucho menos importante que la amistad”. Debo añadir que “enseña” no quiere significar amabilidad. Implica un distanciamiento olímpico, un cultivo de los “sueños románticos” y elitistas que implican “la distorsión de la vida”, la verdadera vida de la política y la economía modernas.[72]

Pero se podría argumentar casi tan fácilmente que el cuento enseña la idea opuesta (si es que sencillamente “enseña” algo). Vemos a Dillon y Trueman tomando decisiones y sus decisiones revelan que la política, en esta encrucijada, es más importante para ellos que la amistad. Por razones buenas o malas, la política es lo que ellos deciden comprar. La narradora presumiblemente habría elegido otra cosa: para ella, una preferencia de la política sobre la amistad  parece simplemente algo común, simplemente un ejemplo más de la voluntad crónica de la gente de entregar oro espiritual a cambio de plata ideológica: esto lleva naturalmente a “un final estúpido, sin sentido y rutinario”. La propia Cather probablemente estaría de acuerdo. Pero eso no es lo que decide decir. Como alegaba Hicks, ella no encuentra “necesario confiar en declaraciones directas”.[73] Por el contrario, se retira detrás de su narradora, trasladando el énfasis de su propia postura a las posturas y prioridades opuestas de Dillon, Trueman y la narradora. La primer prioridad de Cather (lo que ella valora más, en la economía de este cuanto) es la presentación de los actos de decisión y valoración de los personajes, no una explicación de lo que deberían haber elegido y valorado.

Cuando se ve el cuento de esta manera, uno se da cuenta de que Cather permite que la palabra “vulgar”, como la palabra “destino” o la palabra “oscuro” sugiera dos significados posibles. El lector puede elegir uno de ellos. “Oscuro” puede significar “insignificante” o “importante de alguna forma sutil”. “Destino” puede querer decir “lo que tiene que pasar” o “lo que las decisiones de uno hacen que pase”. “Vulgar” `puede significar “ordinario, manido, poco interesante” o “normal, básico, de mínimo interés”. Lo que es vulgar es este segundo sentido del término es la capacidad de la gente de asignar valores violentamente competitivos al mismo objeto, ya sea este oro, plata libre, amistad o un sentido “inalterable” de la realidad. La gran ironía de este cuento es que valores concretos están constantemente en movimiento, dentro del marco inalterable de la necesidad y capacidad de valorar de la gente.

“Two Friends” no representa un “sueño romántico” o una huida de la economía: explora las formas en que funciona la economía humana. Ya estemos preocupados por bienes materiales o inmateriales o por ambos, como estamos en este cuento, la decisión y la valoración subjetiva son la esencia de la economía y elegir, en términos económicos, es pagar un precio, renunciar a un posible bien u otro. Dillon y Trueman eligen la política por encima de la amistad, la narradora elige la amistad por encima de la política, Cather, entendiendo la economía de la historia como un todo, toma su propia decisión, que es destacar la misma decisión y ofrecer a sus lectores la oportunidad de tomar también algunas decisiones, decisiones que revelan los valores de sus lectores con tanta precisión como las decisiones dentro del cuento revelan los valores de los personajes. Incluso Hicks, que tenía otras prioridades distintas de una lectura atenta del cuento de Cather, lo veía como un tentador objetivo para invertir en cierto tipo de valores políticos y económicos. Era aún más atractivo porque suponía que su competidora, la exaltada Miss Cather, había cometido el error de invertir en un fondo rival.

Los efectos literarios tienen un precio. Hicks hace que Cather parezca una escritora de un bando y él pagó el privilegio de escribir él mismo desde un bando. Su estrategia mantiene un paseo sustancial contra su reputación literaria. El precio que pago Cather en “Two Friends” fue el sacrificio de medios más directos de autoexpresión. Podía incluir bastantes pistas acerca de sus ideas económicas y políticas como para permitir que los lectores hicieran algunas deducciones convincentes, pero añadir más pistas no habría sido una sabia inversión. No le hubiera ayudado a lograr su propósito más general. Estaba dispuesta a renunciar a ese placer. Era el precio que pagaba por el énfasis que quería. “Lo que se abandona se llama el precio pagado por lograr el fin buscado. (…) La diferencia entre el valor del precio pagado (los costes incurridos) y el objetivo alcanzado se llama ganancia o beneficio o rendimiento neto”.[74]

En uno de sus ensayos, Cather adelanta la misma idea, aunque usa un lenguaje más vívido y concreto. Recordando un cuadro de Millet, dice que este lo creó “sacrificando muchos concepciones buenas en sí mismas por una que era mejor y más universal”. Luego explica los costes y beneficios de la literatura: “Cualquier novela o cuento de primer nivel debe contener la fuerza de una docena de historias bastante buenas que se han sacrificado por ellos”.[75] Un verdadero artista tiene el valor de pagar el precio y la idea para prever la ganancia.

Es un acto de valentía porque no hay garantías de que la valoración de la audiencia coincida con la del artista, ni siquiera si la audiencia es tan inteligente como Granville Hicks. La obra de Cather fue un éxito financiero, pero ella sabía que su renta dependía de un fuerte apoyo de una pequeña porción de mercado total de los libros. Incluso así Mi Antonia ganó solo 1.300$ el primer año y 400$ el segundo.[76] Entendió que no había “ninguna demanda de mercado” para el arte como la hay para “el jabón o la comida del desayuno” o la ficción supuestamente realista (“fotográfica”) sobre problemas sociales contemporáneos.[77] Creía que el arte real sí tiene una audiencia permanente, una audiencia definida por su voluntad de pagar el alto precio que reclaman los artistas, un precio pagado principalmente en atención sensible y reflexión, pero a veces también en dinero. (Cather rechazaba abaratar sus libros, no permitiendo ediciones de bolsillo). Sin embargo, la inversión de un artista puede que nunca produzca los rendimientos adecuados de reconocimiento. Es un riesgo que asume el artista.

Siempre existe, por supuesto, un riesgo de una completa incomprensión de tu mejor audiencia. Este riesgo es especialmente cierto para el tipo de intento artístico que está él mismo constituido completamente por riesgos. Un excelente ejemplo es la novela desafiantemente enigmática de Cather Mi enemigo mortal (1926). En este libro estamos tan lejos de la aproximación directa de Pioneros como se pueda estar, pero el interés de Cather en la economía de los valores subjetivos permanece intacto. Si acaso, aumenta y aquí es donde aparece el riesgo.

Myra Driscoll, la protagonista de Mi enemigo mortal, espera (está prácticamente segura de conseguir) una importante herencia de su querido tío rico. Entonces se enamora de Oswald Henshawe, que es solamente “guapo y prometedor”. Su tío se opone a la unión. “La enfrenta con una propuesta fría de negocios. Si se casa con el joven Henshawe, le dejaría sin un penique. (…) Si no lo hace, heredará dos tercios de su propiedad”.[78]

Myra selecciona la Opción 1. Toma el riesgo de renunciar a la herencia, entregándola como el precio de un matrimonio romántico y posteriormente encuentra razones para lamentar su decisión. Oswald se dedica encantadoramente a ella y sus vidas discurren de una forma bastante placentera, pero al irse enfriando la pasión, Myra piensa cada vez más en las comodidades y placeres que cambió por esto. Amargada y enferma, se pregunta: ¿Por qué debo morir así, sola con mi enemigo mortal?”[79] ¿Pero qué quiere decir con eso?

El narrador de Cather responde a la pregunta de una forma cuidadosamente ambivalente: “A la naturaleza violenta le gusta a veces volverse contra sí misma (…) contra sí misma y todas sus idolatrías”.[80] Desde un punto de vista, el enemigo es la propia Myra. Desde otro, es su marido, el ídolo indigno.[81] En todo caso, el asunto es decisión y riesgo, la posibilidad de realizar una valoración desastrosamente errónea, ya sea de sí misma o de lo que desea, ya sea al principio o al final del curso de sus decisiones. El problema es la forma impredecible en que los valores pueden “invertirse” o fluctuar, tanto para la que elige (Myra Henshawe) como para el observador (el lector o tal vez la autora) que esté tratando de evaluar las decisiones de Myra en cada etapa de su toma como en sus efectos. Y Cather no está dispuesta a reducir el riesgo de decisiones interpretativas no rentables. Proporciona evidencia suficiente para crear cuatro interpretaciones y valoraciones simétricas:

  1. Myra piensa que Oswald es el enemigo y tiene razón.
  2. Myra piensa que Oswald es el enemigo y se equivoca.
  3. Myra piensa que ella misma es el enemigo y tiene razón.
  4. Myra piensa que ella misma es el enemigo y se equivoca.

Cather confiaba en una letra privada lo que decidió no confiar en su libro: en su opinión, Oswald es el enemigo. Pero también indica que ella penaba que “la mayoría de la gente” no estaría de acuerdo con ella.[82] No había creado la economía del texto para eliminar el riesgo de decisiones divergentes. Muy al contrario: la creó para destacar ese riesgo, omitiendo cualquier moralización de la autora que pudiera reducirla a ello.

Así que la novela trata sobre el problema de la decisión y es un problema de decisión. Fue por tanto criticada, errónea pero comprensiblemente, por ser “Todo hueso y nada de carne. (…) Se dejan fuera cosas importantes y el lector se queda no solo insatisfecho, sino también perplejo”.[83] Algunos de los lectores más simpatizantes y perceptivos de Cather se han quedado confundidos por la novela o han tratado de explicarla en términos que no son suyos. Woodress sugiere que proporciona un “comentario sobre el poder destructivo del dinero”: “Myra se ve destruida por la avaricia” porque renunció a su herencia y luego lo lamentó.[84] ¿Pero hay que culpar al dinero por sí mismo? Myra confiesa que es “avara” de él, pero también es avara de otras cosas. Quiere especialmente un “círculo” de admiración de su “propio tipo”.[85] Quiere “comunidad”, en expresión de moda y cualquier cosa que quiere, la quiere intensamente. Es su intensidad (sucesivamente encantadora, repulsiva, patética) la que da una tregua antes de condenarla o absolverla. Y Cather no va a dar el veredicto.

Dio un margen generoso para los problemas implícitos en Mi enemigo mortal. Decía que aunque “En la forma pensaba que el libro era bastante defectuoso (…) había que elegir lo más deseado y buscarlo a costa de todo lo demás”.[86] Sabía que ni siquiera en la economía de las historias puedes tener todo lo que quieres. Como Myra Henshawe, hay que elegir lo que más se desea. Lo que elige Cather, lo que ella pensaba que era lo suficientemente valioso como para comprarlo al precio de “todo lo demás”, era un enfoque brillantemente puro de riesgos de decisión y valoración. Y eso es lo que obtuvo.

VI

Decisión, riesgo, precio, pago, valoraciones en competencia, eso conceptos económicos venían naturalmente a Cather cuando pensaba en arte. Eran su manera de imaginar la vida de la imaginación. Los usaba en su primer periodo como autora y se aseguraba de usarlos en contextos en los que era probable que causaran ofensa. Como joven periodista, ridiculizó la Sociedad para la Prevención de la Crueldad con los Niños por tratar de impedir trabajar a una actriz de trece años. El argumento de Cather era que el arte tiene un precio:

Es una pena que los bondadosos (…) chicos no extiendan sus nobles esfuerzos y prohíban a los autores escribir y a los músicos tocar antes de tener quince años. Si la sociedad actuara así no habría actores en absoluto en una generación o dos.  La mayor parte de la educación de una actriz debe completarse antes de tener quince años. La sociedad afirma que es cruel para un niño tener la presión de actuar todas las noches cuando tendría que estar en casa en la cama. Por supuesto que es cruel, la mayoría del arte es cruel y muy pocos artistas tienen tiempo para dormir mucho en este mundo, que confiamos en que descasen muy pacíficamente en el próximo. (…) No pueden formarse grandes actrices en lo que Kipling llama el “sistema de vida protegido”. Deben tener un conocimiento abundante de lo bueno y lo malo.[87]

Cather encontraba su propio arte profundamente satisfactorio, pero aún tenía que pagar por ello, aunque solo fuera, como indicaba en un comentario tardío e inusualmente suave, por renunciar a cosas que consideraba menos agradables.[88] En general, disfrutó mucho escribiendo su novela de la Primera Guerra Mundial, Uno de los nuestros, aunque podía haberse impuesto una tarea más sencilla. El héroe seguía el modelo de su primo, G.P. Cather, murió en la guerra. Los primos no habían sido íntimos. Dijo a una amiga que “para alejarse de él y gente como él (…) fue por lo que escribía en general”.[89] Fue un proceso cruel tratar de dar a su vida una forma literaria apropiada, más cruel de lo que podría haber sido, porque el retrato que resultó no debía ser cruel. Pero, según dijo, “todos tenemos que pagar un precio por todo lo que logramos y yo estaba dispuesta a pagar mucho para escribir sobre este chico, sentía que tenía derecho a hacerlo”.[90]

El precio que paga la artista y los beneficios que espera obtener son el tema del estudio más completo de Cather del desarrollo de un artista, El canto de la alondra (1915). Es la historia de Thea Kronborg, una joven de un pequeño pueblo de Colorado que se convierte en una cantante de renombre mundial. Hacia el final del libro, Thea considera los distintas que son sus valoraciones respecto de todos los demás. De sus logros artísticos, piensa “nadie en el mundo quiere esto, ¡de verdad!” De una antigua amiga piensa: “Las cosas que ella [se] había perdido, las echaría pronto de menos. Lo que había ganado, apenas los percibiría”.[91] De nuevo es la visión del economista: “La diferencia entre la valoración de los dos estados de cosas es completamente psíquica y personal. (…) Solo puede apreciarla la persona”.[92]

En este momento concreto de la vida de Thea, no es una reflexión muy alegre. Pero no consigue convertirla a una visión menos económica de la realidad. Simplemente le demuestra que puede soportar incluso el coste “psíquico” de comprender la realidad como lo hace ella. Aprovechando unos pocos minutos de su apretada agenda para buscar un posible marido, Thea le informa: “Quién se casa con quién es un asunto menor, después de todo. (…) Si no estás interesado, haré lo que pueda de todas formas. Solo tengo unos pocos amigos, pero puedo perderlos a todos, si tiene que ser así”. ¡Un discurso romántico! Y uno que no será del gusto de todos los lectores. Pero no hay nada que indique que Cather lo desapruebe. Lo que dice es que “todo lo bueno es caro”.[93]

El canto de la alondra deriva su estructura literaria de una secuencia dura ei nflexible secuencia de decisiones de inversión. De niña, Thea aprende lo que tiene que ofrecerle la vida en su pequeño pueblo del oeste (estabilidad y comunidad) y qué tiene que pagar por ello (conformidad y mediocridad). Rechaza pagarlo. Abandona el pueblo, jugándose una pequeña herencia y su talento musical no demostrado contra el enorme riesgo de fracaso en una profesión que la mayoría de la gente considera inútil para empezar. Finalmente triunfa en el mercado limitado y exigente que existe para su arte, pero solo sacrificando prácticamente todo lo que no es arte. Renuncia a amigos, pretendientes, incluso a una madre moribunda a la que no puede visitar porque tiene que cantar como Elisabeth  en Tannhäuser. Cather no registra desaprobación. Para ser un artista, dijo a Sergeant, uno debe “rechazar la mayoría del resto de su vida”.[94] Cather renunció a “la mayoría del resto” de su propia vida como una inversión en arte. Su gestión de la vida fue aproximadamente similar a su gestión de la carrera de Thea y a su gestión de El canto de la alondra en general.

En cada episodio de es anovela, Thea debe elegir algo, una cantidad o grado concreto de algo y abandonar el resto de la vida, lo que es otra manera de decir que en cada momento de la historia la propia Cather debe sopesar la utilidad marginal de cada tipo de cosas que puede incluir en ella, pagando lo que elige hacer con el precio de todo lo que elige no hacer. Por supuesto, todo autor tiene que tomar esas decisiones, todo autor confronta el principio de utilidad marginal. A este respecto, El canto de la alondra es interesante principalmente porque muestra una autoconciencia inusual sobre la economía del proceso artístico.

También es interesante porque muestra una educación gradual de la autora en la gestión de sus inversiones artísticas. Hay un sentimiento general entre los críticos de Cather de que la primera parte de la novela dura más de lo necesario para describir la vida del pequeño pueblo en el que tanto Thea como Cather eligieron no vivir. Cather desarrolla cuidadosamente personajes secundarios cuyas historias ni ella ni su protagonista encuentran interesante seguir mucho en la segunda parte.

Al acercarse la novela a su fin, Thea reflexiona sobre uno de esos amigos “y todo lo que le recordaba”. “Mejor como recuerdos”, musita.[95] Lo mismo hace tal vez Cather, que había estado aprendiendo crueldad artística junto con su heroína. El último movimiento de la novela se produce con la máxima eficacia. Thea decide casarse con uno de sus admiradores, Fred Ottenburg, pero ni ella ni Cather pueden permitirse mucho tiempo para esto. El episodio de la decisión ha sido descrito como “probablemente la escena de compromiso menos sentimental de toda la ficción occidental. (…) El coche [de Thea] está esperando. Va a cantar Sieglinde el Viernes y tiene que descansar”.[96] Thea toma el coche sola y veinte páginas después sabemos que “Mr. Ottenburg” se ha convertido en “su esposo”.[97]

No es simplemente que Thea se preocupe más por su carrera de lo que se preocupa por Fred. Es también que Cather ha descubierto donde oscurecer las luces y donde volverlas a encender. Debían ser tenues para la “escena del compromiso” (que, en esa atmósfera sombría podría confundirse fácilmente con una escena de rechazo), deberían ser brillantes de nuevo para la actuación triunfante de Thea en Las Valquirisas, porque aquí es donde rinde la gran inversión:

El estúpido cree que es fácil ser veraz, solo el artista, el gran artista sabe lo difícil que es. Esa tarde no llegó nada nievo a Thea Kronborg, ninguna ilustración, ninguna inspiración. Simplemente llegó a la completa posesión de cosas que había estado refinando y perfeccionando durante mucho tiempo. Sus inhibiciones resultaron ser menos de las habituales y, dentro de sí misma, heredó lo que ella misma había incubado.[98]

VII

Cather recibió su propia herencia aprendiendo qué tiene que gastarse, pagarse y renunciarse. Se puede ver en s vida, se puede ver en los pequeños e ingeniosos detalles de su ficción.

Por ejemplo, estaba fascinada con las ruinas indias del suroeste estadounidense. Las visitaba, las amaba, siempre se interesaba por ellas, pero sabía cuándo usarlas y cuándo sacrificarlas por otra cosa. En la segunda mitad de El canto de la alondra, encuentra una forma de que Thea las visite y allí descubra “la inevitable dureza de la vida humana. Ningún artista llega lejos que no sepa eso”.[99] Pero una vez Thea ha reunido todas las intuiciones que necesita, Cather le hace crecer “cansada del desierto y de las razas muertas, de un mundo sin cambio ni ideas”. Así que se va en un tren hacia el este.[100] Cather que sigue ahora fielmente el principio de utilidad marginal, también se va. Vuelve en La casa del profesor (1925) y La muerte llama al arzobispo (1927). En estas dos novelas incluye historias acerca del pasado indio precisamente donde piensa que contribuirán a alguna idea crucial. Luego, exactamente donde eso deja de ser verdad, vuelve al mundo actual, donde las ideas y valores cambian constante e impredeciblemente.

El cambio es impredecible porque no deriva de las necesidades del entorno o de la “economía”, sino de las decisiones de personas para quienes la necesidad económica fundamental es la propia decisión. Supongo que ningun novelista estadounidense es más famoso por el arte del entorno (atmósfera y escenario) que Willa Cather. Pero sus historias nunca se limitan a emerger de sus entornos, como si el paisaje de la ficción estuviera salpicado de campos y minas y bosques que no requirieran inversión para explotarlos. Nada es un recurso hasta que alguien toma la decisión de invertir en ello y convertirlo al uso humano. Los recursos usables varían con el deseo y las decisiones.

Este es el mensaje optimista de Pioneros y el mensaje inquietante de La casa del profesor. El protagonista de esta última novela, el profesor St. Peter, es rico y respetado, un hombre de fina cultura y un consumado poder intelectual. Pero ha llegado a una etapa de la vida en la que el oro intelectual ya no parece justificar el gasto de excavarlo y su feliz vida familiar ya no le hace feliz. Después de un momento, un momento misterioso que solo puede arreglar él mismo, todos los bienes que posee el profesor ya no son lo que quiere. Este es principio de utilidad marginal, con malas consecuencias. Al entrar en una habitación que se está llenando con gas de una estufa que funciona mal, se enfrenta a la aparentemente fácil tarea de decidir si abrir una ventana. Pero para él no está claro que el resultado merezca el esfuerzo. Mayores incrementos en la existencia pueden no compensar el coste de levantarse de la cama. Empieza a dejarse morir, solo para ser rescatado por una mujer empleada que resulta dar un mayor valor a su vida que él. Limitada en muchos aspectos, esclavizada (como podría decir cualquier otro) a tareas comunes, tiene una cualidad de realismo que aclara la sensación de St. Peter de la inevitable dureza de la existencia. Esa sensación del desierto, decide él ahora, puede justificar la inversión de continuar con vida. La novela termina. Su final puede ser edificante o no: tiene que decidirlo el lector. Pero su estructura es fiel a los principios económicos de Cather.

Cather defendía “el démeublé de la novela”: “Qué maravillos sería si pudiésemos echar todos los muebles por la ventana”. Los muebles que ella quería especialmente defenestrar era la detallada superficie del realismo que adora “catalogar” hechos sobre “entornos materiales” de los personajes como si eso fuera lo importante.[101] Los personajes de Cather a menduo comparten su deseo de arrojar objetos. Contemplando lo “sencillo y definido” en los restos de las indios del suroeste, Thea decide que su cabeza está llena de material inútil y “debe deshacerse de la leña”.[102] En las historias de Cather, lo que sale por la ventana es el “realismo” pseudoeconómico y su suposición de que los valores están determinados por lo que la gente tiene (o no tiene) en lugar de lo que la gente elige.

“El vecino Rosicky”, otro cuento de Destinos oscuros, tiene mucho que decir sobre esto. El tema de Cather es la independencia de la familia de Rosicky frente a cualquier organización ordinaria pseudoeconómica. Rosicky es un granjero de modesto éxito que decide seguir teniendo un éxito modesto, ya que el éxito es definido por gente que piensa en términos puramente monetarios. Sus vecinos creen que a Rosicky y su esposa les falta “buen juicio” sobre el mercado, porque la pareja no puede ver el valor de conseguir todos los beneficios en efectivo que puedan conseguir. Pero los Rosicky tienen ideas perfectamente razonables acerca de los beneficios. Cuando dan su nata a sus hijos en lugar de venderla, reciben más valor, tal y como ellos definen el valor, que en caso contrario. Los Rosicky son lo suficientemente individuales (y lo suficientemente poco envidiosos, algo importante para Cather) para ver “a sus vecinos comprar más tierra y criar más ganado que ellos, sin enfadarse”: prefieren dedicar su tiempo y energías en busca de beneficios inmateriales. Dentro de la economía del texto de Cather, el vecino Rosicky es un hombre de mucho éxito. Cuando muere, el portavoz eminentemente fiable de Cather califica a su vida como “completa y bella”.[103] Se ha dicho que los Rosicky tienen éxito porque permiten que lo “humano” tenga “preferencia sobre lo económico”,[104] pero eso no es del todo correcto. Los valores económicos son también valores humanos. La idea de Cather es que los Rosicky tienen éxito porque son seres humanos que toman decisiones económicas sabias.

La expresión mayor de los Rosicky es Ántonia Shimerda, la protagonista de Mi Antonia (1918). Un novelista pseudoeconómico la habría retratado como una víctima de su entorno, la cautiva de un panorama desalentador en la que su padre se quita la vida desesperado, en el que es seducida por un amante indigno y abandonada para criar a su hijo, donde se ve finalmente obligada por las circunstancias a casarse con un marido por el que no siente pasión. Pero esa no es la historia de Cather de la vida de Ántonia. Su historia trata del poder de las decisiones individuales[105] y sobre todo lo que implican las decisiones en términos económicos: valoración, inversión, riesgo, la posibilidad de éxito.

El narrador de Mi Antonia, Jim Burden, es descrito en el prólogo de la novela como un capitalista que ha sido importante en el desarrollo del Oeste. Sus inversiones empresariales han tenido mucho más éxito que las personales (su esposa es una diletante con intereses políticos de izquierdas, que no gusta a Cather), aunque mantiene su disposición “romántica” y su interés por las inversiones románticas de otros.[106] Algunas de esas inversiones tienen resultados trágicos, como el suicidio del padre de Ántonia, un hombre que nunca debió de arriesgarlo todo en el Oeste de Estados Unidos. Otras van mejor. Al continuar la novela, el énfasis de Cather en inversiones y resultados se hace más fuerte y su manejo del tema se hace más complejo. Proporciona ejemplo en todo el rango de posibilidades: el viejo coronel Raleigh, que perdió la mayoría de su “fortuna heredada” invirtiendo en inmuebles “en un momento de precios inflados”; Tiny Soderball, una sirvienta que hizo una fortuna en el Klondike especulando con inmuebles y comprando “derechos a mineros desanimados”; Lena Lingard, otra chica empobrecida que creó un negocio lucrativo e “Indudablemente (…) no podía agradecérselo sino a ella misma” y Wick Cutter, el usurero y villano, que tampoco puede agradecer sino a sí mismo el resultado de su inversión en la vida: discute con su esposa sobre qué habría que hacer con sus propiedades cuando él muera y luego apresura el acontecimiento con un asesinato-suicidio.[107] La causa es el “rencor”. Evidentemente, las inversiones en dinero y propiedades son solo dos factores en la economía: están también los pequeños asuntos del carácter y las emociones.

Toda esto es preparación para el informe final sobre las inversiones de Ántonia. Al necesitar un padre legal para su primer hijo y para los muchos más que quiere criar, Ántonia se casa con un hombre tan pobre que tiene que “pedir prestado a su primo para comprar el anillo de boda”.[108] Asume otros riesgos. Ella y su marido compran nuevas tierras baratas a plazos.[109] No está mejor preparada para afrontar la situación de lo que estaba su padre, pero su habilidad les permite seguir adelante. El valor del terreno se quintuplica y pueden liquidar la hipoteca sobre la propiedad original y comprar más.[110] Aun así no hay que considerar a Ántonia una inversora de éxito porque gane mucho dinero. Nunca llega a ser rica, ni siquiera de clase media. Tiene éxito porque, como los Rosicky, alcanza su propósito principal, la creación de una familia grande y feliz. Puede que no sea vuestro propósito o el mío e indudablemente no era el de Willa Cather, pero se trata de Ántonia y lo logra por un riesgo e inversión calculados.[111]

Los resultados son evidentes en el célebre episodio en el que Ántonia y sus virtualmente innumerables hijos muestran a Jim Burden la “cueva” artificial en la que almacena sus conservas. Woodress ve la visita a la cueva de la fruta de Ántonia (“una cornucopia del botín de la tierra”) como una versión de Nebraska de los misterios de Eleusis, una revelación de la vida milagrosamente emergente de la oscuridad de la tierra.[112] La comparación es apropiada. Cuando Jim y Ántonia abandonan la cueva, los hijos de Ántonia vienen corriendo, “Grandes y pequeños, cabezas rubio ceniza y dorado y marrones y brillantes piernecitas desnudas, una verdadera explosión de vida saliendo de la oscura cueva a la luz del sol”.[113] La cueva de Ántonia es una mina de oro (como ella definiría el oro), aunque habría sido incluso mejor decir, como hace Jim, que la propia Ántonia es la mina, “una mina rica en vida”.[114] La vida es su patrón de valor y al recompensa de sus inversiones. Y la vida es su creación, ella no es un “recurso natural”. Si ella es la “mina”, también es la minera y la muy satisfecha clienta de la mina. La economía humana (y la economía del relato de Cather) está completa en ella.

VIII

Elizabeth Sergeant nos cuenta que, aunque a Cather le desagradara la idea de que el gobierno se dedicara a “ayudar” a alguien, ella misma ayudó mucho. Daba habitualmente regalos a las familias granjeras que conocía y “en casos de pérdidas de cosechas (…) no se olvidaba el grano de siembra. (…) Sus regalos se dirigían siempre a una persona, cuyas necesidades subjetivas o económicas ella conocía”.[115] El “o” de Sergeant hace a las “necesidades” o bien “subjetivas” o bien “económicas”. Pero en los relatos de Cather, lo económico es  lo subjetivo, en el sentido de que las “necesidades” siempre se definen de acurdo con diferencias y deseos individuales. La idea aparece continuamente en los relatos de Cather: “Solo importa el sentimiento”; “in der Brust, in der Brust está”.[116] Esto es romanticismo, pero no solo romanticismo. Es un principio económico reducido a términos esenciales.

Otro principio económico es que toda acción humana conlleva riesgo y hay multitud de riesgos relacionados con las aplicaciones prácticas de la idea de que “in der Brust está”. La idea permite la existencia e interés de un romanticismo oscuro así mo brillante, para valores que son decididamente individuales y subjetivos pero que son lamentablemente distintos de los de Alexandra o Ántonia. Permiten historias acerca de gente que “nunca se atrevió a nada, nunca arriesgo nada”, pero que envidian amargamente lo que han logrado otros. In der Brust, in der Brust: sufren no por la privación de algo que tuvieron o ganaron, sino por la privación de algo a lo que pensaban que tenían derecho. Su idea del beneficio es la destrucción de eso en otros.

Así, en Una dama extraviada, el joven abogado Ivy Peters envidia la “la libertad, la vida fácil y generosa” del viejo pionero, el capitán Forrester y todo lo asociado con ella. Cuando Forrester cae en malos tiempos, Peters arrienda su querido pantano salvaje, lo deseca y planta trigo en él, no tanto para ganar dinero como para “fastidiar” al capitán Forrester. El motivo no es superficialmente sino profundamente económico: “Al desecar el pantano, Ivy ha eliminado unos pocos acres de algo que odiaba, aunque no pudiera explicarlo y había afirmado su poder sobre la gente que había amado esos pantanos improductivos por su ociosidad y su argéntea belleza”.[117]

A cambio del dinero de su arriendo, Peters obtiene grandes beneficios en la moneda fuerte aunque inmaterial del poder. Igualitarista vengativo, se regocija viendo al capitán Forrester “bajar al mundo”: “Está ahora más contento al ser como en resto de nosotros y no tener que cambiar su camisa cada día”.[118] El capitán ya no tiene cierto algo personal misterioso que siempre faltó a Ivy y esto, en sí, es un beneficio y un goce para Ivy.

Lou Bergson alberga ambiciones perversas similares. Odia al Viejo Ivar y quiere perseguirle, no porque Ivar plantee ninguna amenaza objetiva, sino (aparentemente) porque posee algún valor misterioso (y, tal y como lo ve Lou) completamente inmerecido a los ojos de Alexandra. Sin embargo, la envidia de Lou se dirige principalmente contra el éxito material. El de su hermana y el de “Wall Street”, el símbolo del régimen capitalista. Sin su hermana ni el régimen capitalista, seguiría siendo un granjero pobre. No entiende a ninguno de ambos, pero sabe que rechazan darle todo lo que cree que merece. De ahí su deseo de dominar o destruir: “lo haga estallar. Lo dinamite, quiero decir”.[119]

La oscura subtrama de Pioneros evalúa la economía de la envidia. Frank Shabata, vecino de Alexandra, es obsesionado por una sensación arbitraria de privación. “A Frank, en conjunto, le fue mejor de lo que cabría esperar”, pero continuamente siente “lástima por sí mismo”, porque la vida es “fea” e “injusta”.[120] Nunca entiende que ha “creado su propia infelicidad”, pero se valora por su capacidad para sentirla: “Le reconfortaba sentirse como un hombre desesperado”.[121] Considera insatisfactoria su granja, insatisfactoria su mujer y por supuesto insatisfactoria la economía política:

Frank estaba siempre leyendo sobre las actividades de los ricos y se sentía enfurecido. Tenía una inagotable existencia de historias acerca de sus delitos y excentricidades, cómo sobornaban a los tribunales y disparaban a sus mayordomos con impunidad siempre que querían. Frank y Lou Bergson tenían ideas muy similares y eran dos de los agitadores políticos del condado.[122]

No hace falta decir que estos amigos del hombre común, glorificados en los discursos de William Jennings Bryan, no tienen ningún deseo de ejercitar su benevolencia sobre nadie que realmente conozcan. Alexandra, que entiende que cooperación y beneficio no son mutuamente excluyentes, trata de convencer a Frank de que debería ayudar a la vieja vecina para que se reparen sus vallas; al menos así no tendría a sus cerdos en su trigo: “He descubierto que a veces merece la pena arreglar las vallas de otros”, dice.[123] Su consejo cae en saco roto. Frank valora sus sentimiento de daño mucho más que las buenas relaciones con su vecina, más incluso que lo que valora el trigo que se comen los cerdos. Es una victoria perversa de los valores espirituales sobre los materiales.

Sally Peltier Harvey, que funciona con estereotipos de crítica literaria de la gran pelea entre el individualismo y la “comunidad”, imagina a una Willa Cather madura irritándose con preguntas como “¿había un lugar en los modernos (…) Estados Unidos para un individualismo alimentado y receptivo a la comunidad o el autoengrandecimiento conllevaba necesariamente ignorar las necesidades de otros?” (Redefining the American Dream: The Novels of Willa Cather [Londres: Associated University Presses, 1995], p. 92). Es difícil imaginar a Cather frunciendo el entrecejo sobre esas preguntas en cualquier época de su carrera. La respuesta a la primera pregunta es siempre Sí; a la segunda, No. Cather ha sido calificada como una creyente en la supervivencia de los más aptos, debido a lo que dice acerca de la virtud de la gente que puede “capear la tormenta” (Cherny, “Willa Cather,” pp. 213, 215). Pero difícilmente es la típica darwinista social. Es característico de ella asociar individualismo con beneficios sociales y colectivismo con perjuicios sociales y no ve ninguna paradoja en ello.

Alexander Pope podría haber estado pensando en Frank Shabat cuando explicaba el problema de la autovaloración subjetiva:

El verdadero valor de un hombre no es difícil de encontrar,

Pero el patrón secreto de cada hombre en su mente,

Ese orgullo de sopesar que se añade al vacío

Esto, ¿quién puede satisfacerlo? Pues ¿quién puede adivinarlo?[124]

Frank odia a su esposa Marie porque ella no satisface el patrón secreto de su mente, la medición completamente subjetiva de su superioridad: “Quería que su esposa lamentara que él estuviera perdiendo los mejores años de su vida entre esta gente estúpida y desagradecida, pero ella parecía encontrar a la gente bastante buena”.[125] Trata de castigarla al pensar que él está siendo castigado, trata de “hacer desagradable su vida”.[126] Al hacerlo, destruye tres vidas, incluyendo la suya. Lleva a Marie a los brazos del espíritu libre del hermano menor de Alexandra, Emil y cuando descubre juntos a Marie y Emil mata a ambos.

IX

Esta tercera crisis de la novela tiene mucho que ver con la política de la envidia, pero no es exactamente la respuesta de Cather a las pregunta ¿A dónde nos lleva el bryanismo? Le preocupan temas más profundos y permanentes.

El episodio debería verse en relación con una máxima literaria que a ella le gustaba citar: “Dumas padre enunciaba un gran principio cuando decía que para crear un drama, un hombre necesita una pasión y cuatro paredes”.[127] La pasión en Pioneros es el amor de Alexandra por su tierra y por lo que puede hacer con ella. Las cuatro paredes son los hechos económicos, no los pequeños hechos de dólares y centavos, sino los grandes hechos de la escasez, la decisión, el coste y el riesgo, que dan estructura a toda forma de acción humana.

Cather podría haber escrito el tipo de historia que se acomodaría fácilmente a la pasión de Alexandra. Podría haber escrito una historia en la que Alexandra trabajaba duro, se hacía rica y vivía feliz para siempre con su familia y amigos, disfrutando de una utopía libre de conflictos en la que cada persona contribuía de acuerdo con su capacidad y recibía de acuerdo con su necesidad. Los narradores ingenuamente conservadores a menudo evocan este tipo de visión del campo. Es básicamente, la visión de un mundo sin escasez ni privaciones. “En un mundo así”, decía Mises, “no habría ley del valor (…) ni problemas económicos”. Pero en ese mundo de “plenitud y abundancia”, tampoco habría “decisiones a tomar, ni acción”.[128] Pero sería un mundo pseudoeconómico, un mundo sin precios ni costes ni perspectivas ni riesgos de empresas creativas. Sería un mundo sin ninguna historia digna de ese nombre y no sería el mundo de Willa Cather.

Cather sabía que las historias reales están limitadas por paredes económicas y construía esas paredes con cuidado. En Pioneros, aparecen todos los objetos de deseo, tal y como son “caros”.[129] No existe una plata libre emocional, ningún medio de reducir todos los costes a un nivel de comodidad. Antes de que Marie sea asesinada por Frank, habla a Emil acerca de los riesgos de la acción humana. Ve que este es un mundo en el que el conocimiento es escaso y las consecuencias no pretendidas son muchas. Son parte del precio de hacer lo que elegimos hacer. “Tendría mi propia vía. Y ahora pago por ello”, dice. “No pagas todo”, argumenta Emil. Pero “Es eso”, replica ella. “Cuando se comete un error, no se sabe donde acabará”.[130]

Incluso Alexandra, que está tan cerca de la perfección como Cather puede tomar el riesgo literario de hacerla, tiene que pagar un alto precio por su imbricación en la red de la acción humana. Gana su fortuna y la mantiene aceptando el riesgo, retrasando el amor y alejándose de la mayoría de su familia. Finalmente tiene que sufrir la tragedia de Emil y Marie, Como amaba a ambos, no veía ninguna consecuencia peligrosa en su relación y no trató de protegerlos de sí mismos. Acepta lo que considera su parte de culpa y pena, peros e pregunta si la vida merece la continuar de esa manera.

Al final decide que sí. Reflexiona sobre la historia de su vida y acepta el hecho de que no puede gobernar todos los riesgos de todas las decisiones de las cuales tienen que nacer las historias. Adoptando lo que ella llama una visión “más liberal” de la vida (“Trato de darme cuenta de que no todos fuimos hechos iguales”), perdona los defectos de los demás y los suyos y vuelva a disfrutar de sus tierras.[131] Ya no asocia lo que necesita hacer para poseerla con el aislamiento y la repetición, con la negación de la ligereza y facilidad.

Esto es paradójico y un punto misterioso, porque ahora tiene más razones que nunca para maldecir la tierra como fuente de pasiones aprisionadas, las pasiones que destruyeron a Marie y Emil. Parte de la razón para el optimismo de Alexandra es el hecho de que ahora tiene a Carl a su lado y se casará con él. El resto reside en todos esos hechos de juicio y preferencia individuales hacia los cuales hacemos gestos cuando concedemos que “no todos fuimos hechos iguales”. Donde una persona ve cuatro paredes que le limitan, otra ve el escenario para una gran obra aún por escribir. Para Alexandra, su tierra, con todas sus limitaciones, representa de nuevo la “libertad”, la libertad de crear algo por su propia decisión, aunque las consecuencias no puedan controlarse completamente.[132] Encuentra en la economía de su vida la estructura y el significado que una buena autora descubre en la economía de su arte. Ambas economía nacen del deseo y están conformadas por la limitación. Pueden entenderse y apreciarse de formas similares. Mientras Alexandra y Carl miran sus propiedades en el ocaso, supervisando sus vidas y pensando en su próximo matrimonio, Alexandra le pregunta: “¿Recuerdas lo que dijiste una vez acerca del cementerio y la vieja historia que se escribe? Solo que la escribimos nosotros, con lo mejor que tenemos”.[133]

El comentario de Carl no había sido optimista. Había dicho que el nuevo cementerio de los pioneros ya podía mostrar “la vieja historia” empezando a “escribirse” de nuevo. Había sugerido que las historias derivan de las limitaciones y que incluso el número de historias está limitado: hay, decía, solo “dos o tres historias humanas” que “van repitiéndose tan fieramente como si no se hubieran producido nunca”.[134] Pero lo que Alexandra quiere destacar es la voluntad humana en toda historia humana: “la escribimos nosotros, con lo mejor que tenemos”. Ni Alexandra Bergson ni Willa Cather creen que las historias se escriben por sí mismas. Ambas saben que el arte, como el resto de la vida, es un proceso de tomar las mejores decisiones posibles dentro de un contexto de escasez y riesgo. Y el logro final del arte de ambas mujeres es una comprensión de la economía de las historias, una comprensión que no ignora ni la fiereza del deseo individual ni las limitaciones del entorno, ni el contexto social y material ni las decisiones que responden a este y, al responder, lo transforman y crean.

Esto es lo que quiere decir Cather cuando describe la Solemne alegría de Alexandra al descubrir el gran plan de inversión que está destinado a transformar su tierra casi sin valor:

Por primera vez, tal vez desde que esa tierra emergió de las aguas de las épocas geológicas, un rostro humano se volvió hacia ella con amor y deseo. Le pareció hermosa, rica y fuerte y gloriosa. Sus ojos bebían su amplitud, hasta que sus lágrimas la cegaron. Luego el genio de la división, el gran espíritu libre que respira a su través debe haberse sometido más de lo que nunc1 se sometió antes a una voluntad humana. La historia de todo país empieza en el corazón de un hombre o una mujer.[135]

Según una forma establecida hace mucho de leer Pioneros, la novela trata de la tierra y no de la historia que Alexandra escribe sobre su tierra con “lo mejor” que tiene.[136]Una mala lectura similar presenta la novela como una reflexión sobre los valores del Medio Oeste, como si Cather no tuviera ninguna propiedad en sus propias historias, sino que fuera simplemente alguien que errara por carreteras muy transitadas. Pero la invocación a la tierra en las últimas líneas de Pioneros tiene un énfasis distinto. “¡Afortunado país”, dice, “el que algún día reciba corazones como los de Alexandra en su seno, para entregarlos de nuevo en el trigo amarillo, en el crujiente maíz, en los brillantes ojos de la juventud!”[137]

El país espera expectante “corazones como los de Alexandra” que lo harán afortunado. Le darán lo mejor que tengan y la inversión hará del terreno un beneficio y una posesión para todas las generaciones futuras. La revuelta de Cather contra la economía del “entorno material” difícilmente podría ser más concluyente, su habilidad para entender la economía del individualismo difícilmente podría ser más completa.


Publicado originalmente el 15 de enero de 2010. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

[1] Willa Cather, “Escapism” (1936), en Stories, Poems, and Other Writings (Nueva York: Library of America, 1992), p. 972.

[2] El principal antagonista era Granville Hicks, que en el English Journal  de 1933 publicaba un ensayo encantadoramente titulado “The Case against Willa Cather”. Está reimpreso en Willa Cather and Her Critics, James Schroeter, ed. (Ithaca, N.Y.: Cornell University Press, 1967), pp. 139-147.

[3] Willa Cather, O Pioneers! en Early Novels and Stories (Nueva York: Library of America, 1987), p. 148.

[4] Ibíd., p. 165.

[5] Ibíd., p. 151.

[6] Ibíd., p. 172.

[7] Ibíd., pp. 149, 166, 170–172, 220–221.

[8] Ibíd., p. 149.

[9] Ibíd., p. 172.

[10] Ibíd., p. 170-171.

[11] Pace Demaree Peck (“‘Possession Granted by a Different Lease’: Alexandra Bergson’s Imaginative Conquest of Cather’s Nebraska”, Modern Fiction Studies 36 [Primavera de 1990]: 7), que cree que el “trabajo duro [de los hermanos] en los campos describe la historia real de la colonización del oeste”.

[12] Pioneros, p. 197.

[13] Ludwig von Mises, Human Action: A Treatise on Economics, [La acción humana] 3ª ed., rev. (1966; rpt. Chicago: Contemporary Books, n.d.), pp. 97, 289-290. David Kelley(comunicación privada) ha sugerido que “relacional pueda ser un término mejor que “subjetiva”, porque destaca la relación entre objeto y sujeto y no implica que los valores económicos sean meramente arbitrarios o libres de contexto, algo que Mises no quiere sugerir que sean.

[14] Pioneros, p. 197.

[15] Ibíd., p. 198.

[16] Observar simplemente esto es por supuesto invitar a la desaprobación de los críticos literarios (de izquierda, derecha y centro), para quienes los productos y el consumo consiguiente son objetos tradicionales de aversión moral. Walter Benn Michaels ha comentado: “Mientras lo máximo que se haga con la cultura del consumo sea renunciar a ella, la crítica literaria estará contenta” (The Gold Standard and the Logic of Naturalism: American Literature at the Turn of the Century [Berkeley: University of California Press, 1987], p. 15).

[17] El dinero, como dice Lord Roll, “actúa como un índice de precios” y permite el intercambio de bienes a los cuales las personas asignan valores distintos (Eric Roll, A History of Economic Thought, 5ª ed., rev. [Londres: Faber and Faber, 1992], p. 357).

[18] Mises, Human Action, p. 121.

[19] Pioneros, p. 227.

[20] Ibíd., p. 219.

[21] Ibíd.

[22] Ibíd., p. 220.

[23] Ibíd.

[24] Ibíd.

[25] Ibíd., p. 221, 222.

[26] Ibíd., p. 222.

[27] Ibíd., p. 221.

[28] Ibíd., p. 181. Ver también p. 149, sobre la capacidad de Alexandra de aprender “de los errores” de sus vecinos.

[29] William Jennings Bryan, discurso en la Convención Nacional Demócrata (1896), en American Public Addresses: 1740–1952, A. Craig Baird, ed. (Nueva York: McGraw-Hill, 1956), p. 200.

[30] Pioneros, p.185.

[31] Ibíd., p. 192. Cather rio la última sobre Bryan cuando, dos décadas después de la campaña de la plata libre, Sinclair Lewis se dirigió a Nebraska para informar a sus ciudadanos de que “Willa Cather es (…) incomparablemente mayor que William Jennings Bryan”. Y los habitantes de Nebraska tuvieron que escuchar. Ver ames Woodress, Willa Cather: A Literary Life (Lincoln: University of Nebraska Press, 1987), p. 319.

[32] Ibíd., p. 192.

[33] Ibíd.

[34] Ibíd.

[35] Adam Smith, La riqueza de las naciones, libro 1, capítulo 2.

[36] Pioneros, p.222.

[37] Ibíd., pp. 218-219.

[38] Ibíd., p. 222.

[39] Ibíd., p. 172.

[40] Ibíd., p. 180.

[41] Ibíd., pp. 182, 183.

[42] Ibíd., p. 182. La joven Willa Cather había visto en Bryan una representación de “todo el Medio Oeste” con toda su “magnitud [no dice grandeza] y monotonía” (cursivas añadidas) – Cather, “The Personal Side of William Jennings Bryan,” The Library (14 de julio de 1900), en The World and the Parish: Willa Cather’s Articles and Reviews, 1893–1902, William M. Curtin, ed. (Lincoln: University of Nebraska Press, 1970), p. 789.

[43] Pioneros, p. 186.

[44] Ibíd., p. 187.

[45] Ibíd., p. 219.

[46] Ibíd., p. 221.

[47] Peck, “‘Possession Granted by a Different Lease'” (p. 7) afirma que Cather da “prioridad” a los derechos de propiedad de Alexandra sobre los de sus hermanos. No es así.

[48] Elizabeth Shepley Sergeant, Willa Cather: A Memoir (Lincoln: University of Nebraska Press, 1963), pp. 2, 124-125, 261.

[49] Woodress, Willa Cather, p. 208.

[50] En Willa Cather in Context: Progress, Race, Empire (Nueva York: St. Martin’s Press, 1996), Guy Reynolds trata de crear una Willa Cather “progresista” y a ello le ayuda mucho el “multiculturalismo” de la autora, aunque le desconcierta su supuestamente “ilógica” representación de Alexandra Bergson como una capitalista y una buena persona al mismo tiempo (pp. 16, 56).

[51] Willa Cather, “Nebraska: The End of the First Cycle”, The Nation 117 (5 de septiembre de 1923), p. 238.

[52] Ibíd.

[53] Willa Cather, A Lost Lady, en Later Novels (Nueva York: Library of America, 1990), pp. 58-59.

[54] Willa Cather, “The Sculptor’s Funeral”, en Youth and the Bright Medusa (1920), en Stories, Poems, and Other Writings, pp. 508, 507.

[55] Cather, “Nebraska”, p. 238.

[56] Ibíd. Para Guy Reynolds – “Willa Cather as Progressive: Politics and the Writer,” The Cambridge Companion to Willa Cather, Marilee Lindemann, ed. (Cambridge, U.K.: Cambridge University Press, 2005), p. 28 – hay aquí “un sentido de capitalismo de laissez faire, pero aún así cree que las declaraciones de Cather son mucho más importantes como una ataque “populista” o “progresista” a los bancos.

[57] Ibíd.

[58] Mises, Human Action, p. 95.

[59] Roll, A History of Economic Thought, pp. 361, 341. Ver también Mises, Human Action, pp. 119-127. Roll revisa de forma útil el trabajod el siglo XIX que precedió al de la “trinidad”. El término “utilidad marginal” fue introducido por primera vez por Friedrich von Wieser en 1884 (Roll, p. 369).

[60] Cather, “Sculptor’s Funeral”, p. 509.

[61] Pioneros, p. 168.

[62] El teórico literario Fredric Jameson (The Political Unconscious: Narrative as a Socially Symbolic Act [Ithaca, N.Y.: Cornell University Press, 1981], pp. 249-250) apunta en esta dirección cuando observa que el problema de la valoración económica se convirtió en un tema de la sociedad capitalista que no existía en sociedades anteriores. Menciona “la nueva subjetividad del individualismo” que implica la cpacidad de la gente de elegir entre diversas actividades y profesiones: “El ámbito de los valores se convierte en problemático”. Pero siguiendo, como él hace, la teoría del valor trabajo, asocia este fenómeno con el descubrimiento de “energía laboral equivalente” y la “comodificación de todo el trabajo”, por lo cual supongo que quiere decir el descubrimiento (tal vez no exactamente nuevo para el siglo XIX) de que el dinero puede comprar prácticamente cualquier tipo de “trabajo”. Así que no percibe varias cosas que son difíciles de obviar si tratas de operar con la teoría del valor trabajo. Entre ellas está el hecho de que la decisión y la valoración económica pueden convertirse en bastante interesantes en un periodo en el que algunos tipos de “trabajo” (por ejemplo, innovación, inversión y otros usos sagaces del cerebros) se emplean habitualmente para producir “productos” más valiosos (es decir, cosas que la gente está dispuesta a comprar) que los que pueden producir tipos de “trabajo” más tradicionales. En otras palabras, cuando Alexandra es libre para elegir cómo quiere “trabajar”, es capaz de ganar mucho más dinero que Lou y Oscar y esto es muy “problemático” para ellos.

[63] No se encuentra nunca el obras de interpretación y teoría literaria y habitualmente no aparece en trabajos de historia. El admirable libro de William Cronon acerca del desarrollo económico de Chicago, Nature’s Metropolis: Chicago and the Great West (Nueva York: Norton, 1991), explica con un detalle fascinante las formas en que la innovación capitalista y la inversión desarrollaron gigantescas nuevas fuentes de valor. Pero Crono mantiene que todo esto ejemplifica de alguna manera la teoría del valor trabajo, simplemente porque están implicados trabajo humano y “relaciones sociales”. Luego califica la teoría del trabajo, pero solo para insistir en el “valor” que supuestamente llegaba a los mercados de Chicago “directamente” de la naturaleza, en definitiva de al “luz del sol almacenada” que es la vida de las plantas y “la riqueza de la naturaleza” (pp. 149-150). Cronon no se pregunta acerca del “valor” de todas esas unidades de luz solar que estuvieron almacenadas en esta tierra durante millones de años antes de que, en palabras de Cather, “un rostro humano se dirigiera hacia ella con amor y deseo” (p. 17º, ver más adelante). Está imaginando el mundo como un historiador o ecologista, pero no como un economista.

[64] Cather, “Personal Side of William Jennings Bryan,” p. 783.

[65] Harry Scherman, The Promises Men Live by:Aa New Approach to Economics (Nueva York: Random House, 1938), pp. xii–xiii.

[66] Woodress, Willa Cather, p. 445, sugiere que “Two Friends” es “la exhibición única en el canon de la ficción de Cather en la que la política proporciona una trama, una declaración que tiene que calificarse, especialmente a la vista de las decisiones políticas que aparecen en episodios cruciales de Pioneros y otras obras, por ejemplo One of Ours(1922), Death Comes for the Archbishop (1927), Sapphira and the Slave Girl (1940).

[67] Willa Cather, “Two Friends” (1932) en Stories, Poems, and Other Writings, p. 686.

[68] Ibíd., pp. 687, 686.

[69] Ibíd., pp. 686-687.

[70] Ibíd., pp. 684.

[71] Robert W. Cherny, “Willa Cather and the Populists” Great Plains Quarterly 3 (Otoño de 1983): 206-218, una contribución muy valiosa, muestra lo importante que eran los grandes movimientos populistas para los vecinos de Cather y esboza sus reacciones desfavorables hacia ellos al principio y el final de su carrera.

[72] Hicks, “The Case against Willa Cather”, p. 146.

[73] Ibíd.

[74] Mises, Human Action, p. 97.

[75] Willa Cather, “On the Art of Fiction” (1920), en Stories, Poems, and Other Writings, p. 939.

[76] Sharon O’Brien, en Cather, Early Novels and Stories, p. 1310.

[77] Cather, “On the Art of Fiction,” pp. 939-940.

[78] Willa Cather, My Mortal Enemy, en Stories, Poems, and Other Writings, p. 538.

[79] Ibíd., p. 577.

[80] Ibíd.

[81] Woodress, Willa Cather, p. 384.

[82] Ibíd. En correspondencia enviada mucho más tarde, añadía una complicación al explicar el problema en términos de la visión de Oswald por parte de Myra: Myra llega a sentir que él era el enemigo porque originalmente le había admirado demasiado (ibíd.,  pp. 384-385).

[83]  Ibíd., p. 388, citando a Louis Kronenberger, New York Times Book Review (24 de octubre de 1926), p. 2.

[84] Ibíd., p. 386.

[85] My Mortal Enemy, pp. 567-568.

[86] Woodress, Willa Cather, p. 385.

[87] Willa Cather, Nebraska State Journal (11 de febrero de 1894), en The World and the Parish, p. 50.

[88] Woodress, Willa Cather, pp. 451-452.

[89] Ibíd.,  p. 304.

[90] Ibíd.,  p. 305.

[91] Willa Cather, The Song of the Lark (Boston: Houghton Mifflin, 1943), pp. 557, 514. Esta edición contiene revisiones de Cather del texto de 1915, que es el reimpreso en la edición de la Library of America de Early Novels and Stories (ver nota 3 anterior). Ninguna de las revisiones afecta significativamente los pasajes citados en este ensayo.

[92] Mises, Human Action, p. 97.

[93] The Song of the Lark, pp. 559, 557.

[94] Cather, citado en Sergeant, Willa Cather: A Memoir, p. 63.

[95] The Song of the Lark, p. 515.

[96] Joan Acocella, Willa Cather and the Politics of Criticism (Lincoln: University of Nebraska Press, 2000), p. 1. El libro de Acocella es una evaluación  vivaz y juiciosa de los logros de Cather y de los intentos de otros críticos por entenderlos.

[97] The Song of the Lark, p. 578.

[98] Ibíd, p. 571.

[99] Ibíd, p. 554.

[100] Ibíd, p. 408.

[101] Willa Cather, “The Novel Démeublé” (1922), en Not Under Forty (1936), en Stories, Poems, and Other Writings, pp. 837, 834-835.

[102] The Song of the Lark, p. 380.

[103] Willa Cather, “Neighbour Rosicky” (1930), en Stories, Poems, and Other Writings, pp. 71, 15, 24–25.

[104] Woodress, Willa Cather, p. 438.

[105] Como destaca Cherny (“Willa Cather,” pp. 213-215), que sigue el desarrollo del tema de Cather a lo largo de las diversas situaciones en las que los personajes de las novelas, aunque influidos o limitados por las circunstancias, se ve que no retienen su poder de elegir.

[106] Cather, My Ántonia, en Early Novels and Stories, p. 712. En su acortamiento del prólogo de 1926 (pp. 1332-1334), Cather eliminaba las simpatías concretamente izquierdistas de la esposa, tal vez porque eran anticuadas, pero mantenía la “disposición romántica que (…) ha sido uno de los elementos más importantes del éxito” de Jim.

[107] Ibíd., pp. 888, 896, 878, 931-932.

[108] Ibíd, p. 933.

[109] Ibíd, p. 920.

[110] Ibíd, p. 933.

[111] Susan Rosowski, “Willa Cather’s Women”, Studies in American Fiction (Otoño de 1981): 265-268 y Woodress, Willa Cather (p. 300) hacen observaciones similares a esta.

[112] Woodress, Willa Cather, pp. 296-297.

[113] My Ántonia, p. 918.

[114] Ibíd., p. 926.

[115] Sergeant, Willa Cather: A Memoir, pp. 261, 143.

[116] Willa Cather, One of Ours, en Early Novels and Stories, p. 1239; Song of the Lark, p. 99.

[117] A Lost Lady, pp. 57-58.

[118] Ibíd., p. 58.

[119] Pioneros, p. 192.

[120] Ibíd., p. 209,270.

[121] Ibíd., p. 267.

[122] Ibíd., p. 210.

[123] Ibíd, p, 207.

[124] Alexander Pope, “Epistle to Dr. Arbuthnot”, versos 175-178.

[125] Pioneros, p. 270.

[126] Ibíd.

[127] Cather, “The Novel Démeublé”, p. 837.

[128] Mises, Human Action, pp. 235-236.

[129] The Song of the Lark, p. 557.

[130] Pioneros p. 250.

[131] Ibíd., p. 288.

[132] Ibíd., p. 289.

[133] Ibíd.

[134] Ibíd., p. 196.

[135] Ibíd., p. 170.

[136] Incluso en explicaciones sensatas de relaciones “dialécticas” entre la naturaleza y la creatividad de Alexandra, puede perderse el equilibrio, como pienso que pasa en el énfasis de Susan J. Rosowski en el aprendizaje de Alexandra de las “leyes” de la naturaleza (“Willa Cather’s Ecology of Place”, Western American Literature 30 [Primavera de 1995]: 44). Warren Motley ayuda a corregir el equilibro destacando el papel del “agudo sentido empresarial” de Alexandra (aunque crea que su ejercicio con éxito la deja “agotada psicológicamente” (“The Unfinished Self: Willa Cather’s O Pioneers! and the Psychic Cost of a Woman’s Success”, Women’s Studies 12 [1986]: 149-165). Peck, “‘Possession Granted by a Different Lease'” (pp. 5-22) llega al extremo en una dirección opuesta cuando explica la posesión espiritual del paisaje de Alexandra (algo interesante a discutir) mientras ignora sus especulaciones inmobiliarias.

[137] Pioneros, p. 290.

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