La economía: ¿positiva o normativa?

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Uno de los debates más hondos al interior de la ciencia económica está relacionado con el carácter positivo o normativo de la misma. La discusión empieza por decidir si la economía se apoya en hechos (lo fáctico) naturales, independientes de nuestras opiniones o pareceres, o por el contrario se apoya en nuestros juicios de valor. La discusión es importante porque de ella derivamos una posición metodológica, así: la economía es una ciencia hipotético–deductiva y su tratamiento debe seguir los delineamientos de las ciencias naturales, como la física, la química,  la biología…etc, o, por el contrario, debe mantenerse en el escenario de la normatividad en virtud del apoyo que recibe de los juicios de valor que nos acompañan. A pesar de esta clara distinción metodológica, es interesante observar cómo los seguidores de la Nueva Economía del Bienestar “intentan” establecer una economía normativa libre de juicios de valor, lo que obviamente constituye una contradicción en los términos.

La discusión se inicia con lo que es conocido como La Guillotina de Hume. David Hume (1711-1776), en su obra Tratado Sobre La Naturaleza Humana, establecía una diferencia entre dos categorías: el ser y el deber ser. Es decir, entre los hechos descriptivos que observamos en la naturaleza y los juicios de valor que emitimos. Así afirmaba: “no puede deducirse el deber ser a partir del ser”. Esto quiere decir que las proposiciones elaboradas con base en hechos observados en la naturaleza sólo pueden implicar hechos de la misma categoría y no proposiciones de carácter moral que nos obliguen a una determinada actuación o comportamiento. En términos resumidos: el ser no implica el deber ser y recíprocamente. Por ejemplo, sabemos que los leones machos asesinan a los cachorros, hijos de otros leones desplazados de la manada. De ello no se sigue que podamos deducir una proposición sobre esa actitud felina que califiquemos de buena o mala, aceptable o repugnante, o cualquier otro calificativo moral. Y recíprocamente, una ley moral no nos conduce al mundo de los hechos observables.

Como las realidades sociales son derivadas de juicios de valor entonces ellas mismas son juicios de valor, por lo tanto no pueden incluirse en la categoría de las realidades fácticas, como las encontramos en las ciencias físicas. Por ejemplo, lo que define y permite el libre mercado es una derivación de aquello que entendemos y aceptamos como libertad. Todas las restricciones, modificaciones o regulaciones que hagamos a la libertad implica eso mismo en el libre mercado. Muy por el contrario, lo fáctico no se deriva de juicio de valor alguno. Por ejemplo, la ley de la gravitación universal no se deriva de ningún juicio de valor.

Muchas personas opinan, yo entre ellas, que las disciplinas sociales, y entre ellas la economía, están confinadas a la categoría del deber ser. Esta opinión no es unánime pues encontramos a destacados economistas que quieren convencernos del carácter científico (positivo) de su disciplina. La parte más interesante de la discusión aparece cuando nos preguntamos ¿cómo podemos saber si una teoría económica es falsa o verdadera? Incluso, muchos economistas no se ponen de acuerdo con lo que debemos entender por falso o verdadero en su disciplina.

Otra vertiente del debate consiste en que muchos pensadores intentan establecer paralelos entre las disciplinas sociales y las conocidas como científicas (positivas). Karl Popper (1902-1994), filósofo austríaco, introdujo en [1] el concepto de la falsación para examinar las disciplinas científicas. Popper afirmaba que del éxito repetido de una teoría en la explicación de hechos observables no podía implicarse su veracidad. La razón que se arguye para tal afirmación es que el método inductivo no es aplicable a los hechos observables puesto que no se puede garantizar que el éxito de una teoría en la predicción de un fenómeno implique el mismo éxito en un fenómeno siguiente.  Mas sin embargo, con una única vez que un hecho observable no concuerde con la predicción de la teoría es suficiente para catalogarla de falsa. Esta visión metodológica de Popper explica muy bien la forma del avance científico. La teoría A supera a la teoría B cuando explica todo lo que B explica más aquellos hechos en los que B falla.

Como es difícil trasplantar el método popperiano de contrastación de teorías al reino de las ciencias económicas, algunos economistas recurren al método de la opinión mayoritaria cómo argumento de validación alegando que eso mismo sucede en el campo científico. Por ejemplo M. Blaug, en [2], afirma que

“[…] en último término, se dirá, una proposición fáctica y descriptiva de lo que es  se considerará verdadera porque nos hemos puesto de acuerdo para acatar ciertas reglas científicas que nos enseñan que hemos de considerar dicha proposición como cierta, aunque puede, de hecho, ser falsa.

Opino que Blaug tergiversa el método de convalidación científica. No acatamos una teoría porque mayoritariamente la aceptemos sino porque la contrastamos con los fenómenos observables. Un ejemplo muy significativo de ello es la Teoría de la Relatividad de A. Einstein (1879-1955). Inicialmente fue rechazada por un amplio número de destacados científicos quienes tuvieron que resignar sus ataques ante el triunfo de aquella teoría cuando predijo la inexistencia del eter, hecho comprobado por el famoso experimento de Michelson y Morley en 1887. Cuando Einstein fue congratulado por algunas personas sobre el triunfo de su disputa con los científicos que rechazaban su teoría, esto fue lo que dijo: No era necesario que muchos desaprobaran mi teoría para convertirla en falsa, bastaba con sólo una persona siempre y cuando tuviera la razón.

M. Blaug se equivoca al igualar el método de las disciplinas positivas con las normativas pues afirma, en [2], sin ninguna argumentación satisfactoria que […] no existe proposición empírica, descriptiva, que sea considerada cierta, que no se base sobre un consenso social definido acerca de que debemos aceptar dicha proposición sobre lo que es.  Los científicos aceptan la ley de la gravitación universal porque la pueden contrastar con los hechos experimentales, no porque haya un consenso social que la acate. O dicho de otra forma, no es lo mismo tener un consenso debido a la aprobación que tener una aprobación debido al consenso.

El lector puede estar tentado a pensar que la anterior discusión no pasa de ser una estéril controversia entre filósofos dedicados a la teoría del conocimiento. La verdad es que tiene implicaciones metodológicas y consecuencias sociales sobre la manera cómo abordamos los problemas de la economía. Por ejemplo, J.M. Keynes afirmaba que las ciencias positivas son las premisas a tener en cuenta a la hora de diseñar políticas económicas; dando a entender que el ser puede implicar el deber ser.  Así dice en [3]:

La relación de la Política económica con las ciencias físicas es entonces simplemente eso, que aquella presupone a estas, oportunamente referidas como premisas, pero nunca como conclusiones

Este error epistemológico pone a J.M. Keynes del lado de la economía positiva y lo aleja de la economía normativa. La peligrosidad de esta visión de la economía consiste en que muchos economistas que comparten esa visión keynesiana están tentados a creer que sus recomendaciones económicas están dictadas y sustentadas en hechos científicos positivos libres de cualquier juicio de valor.

También M. Friedman acepta el carácter positivo de la disciplina económica y la eleva por encima de las ciencias naturales en virtud de la complejidad que comportan. M. Friedman va mucho más lejos que J.M. Keynes cuando, en [4], afirma que

[…] En resumen, la Economía positiva es, o puede ser, una ciencia objetiva precisamente en el mismo sentido que cualquiera de las ciencias físicas. Naturalmente el hecho de que la economía trate de las interrelaciones de los seres humanos y que el investigador forme el mismo parte de la materia sujeto que se esta investigando, en un sentido más intimo que en las ciencias físicas, da origen a dificultades en la tarea de alcanzar la objetividad, al mismo tiempo que dota al científico social con una clase de datos no disponibles para el estudioso de las ciencias físicas.

El texto anterior nos indica que para M. Friedman no existen diferencias epistemológicas en la manera de encarar los problemas económicos. Todos los fenómenos sociales y científicos están amparados por la cobija del positivismo científico. Es decir, para M. Friedman, la distinción entre positivo y normativo parece ser irrelevante pues todo en economía es ciencia positiva.

Cito a  J.M. Keynes y M. Friedman como ejemplo de economistas seguidores de la economía positiva porque ellos dos están entre los más grandes pensadores de las disciplinas económicas del siglo XX. Pero es importante advertir que el positivismo económico está generalizado; es escaso encontrar hoy en día una universidad cuya escuela de economía cultive su disciplina como una ciencia moral. Opino que los esfuerzos por edificar un entramado de pensamiento positivo en economía no sólo es un error epistemológico sino que reviste un complejo de inferioridad del que intentan sacudirse. Es un error porque, primero, no es posible zafarse de los juicios de valor y segundo, para el “éxito” de su esfuerzo se introducen simplificaciones que hacen que su modelo ni siquiera se aproxime a una borrosa caricatura.

Que una teoría económica esté basada sólo en juicios morales no la hace débil o desdeñable. Muy por el contrario: primero, la ubica en el campo de las relaciones humanas; segundo, la convierte en una disciplina áltamente compleja en donde los campos de investigación son inmensos; tercero, permite contrastarla con otras teorías con base en los logros por ellas alcanzados, algo así como una teoría económica experimental de largo plazo; cuarto, la convierte en una teoría muy dinámica que se acomoda al crecimiento intelectual de las sociedades que la acogen.

Una pregunta para terminar: ¿Acaso no tenemos una sensación de encierro anaeróbico en una clase de economía matemática?

Referencias

[1] Popper. K.. La lógica de la investigación científica. Madrid: Tecnos, 1982a.

[2] Blaug. M.; The Methodology of Economics. Or how economists explain, Cambridge University Press, 1992

[3] Keynes. J.M. Scope and Method of political economy. Batoche Books. Kitchener 1999. First edition 1890

[4]  Friedman. M. Ensayos sobre economía positiva” Editorial Gredos S. A Madrid. 1967. Primera parte. La metodología de la economía positiva

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