El crecimiento del empleo no significa que seamos más ricos

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Mises DailyEn respuesta a recientes afirmaciones de la administración Obama y otros de que se han creado recientemente “millones de trabajos”, he examinado los datos aquí en mises.org para ver si son verdad. Resulta que el crecimiento del empleo desde la recesión de 2008 ha sido en realidad bastante débil y difícilmente algo de lo que alardear.

Sin embargo, nuestras conclusiones a partir de estos análisis tienden a basarse en la idea de que el crecimiento del empleo es sinónimo de ganancias en riqueza y prosperidad económica.

¿Pero es esa una buena suposición?

En un mercado no intervenido, la respuesta sería que no, por varias razones.

Para empezar, al aumentar la productividad del trabajador, este necesitaría trabajar menos horas para mantener su nivel de vida.

Segundo, al hacerse los bienes menos caros (como consecuencia de la creciente productividad) también sería necesario trabajar menos horas para mantener el mismo nivel de vida.

Esta necesidad de menos horas-hombre podría traducirse en semanas laborales y jornadas más cortas, pero también podría manifestarse a nivel familiar en forma de cambios en familias de dos ingresos a familias de un solo ingreso. O la gente puede jubilarse antes, abandonando así el mercado laboral.

En otras palabras, en una economía que funcione bien, a lo largo del tiempo hará falta menos trabajo humano para mantener los niveles de vida, en igualdad de condiciones. (Si los consumidores quieren aumentar constantemente sus niveles de vida, por supuesto elegirán trabajar más a tener más ocio para así poder consumir más).

Tendencias históricas en las jornadas laborales

Incluso en nuestra economía intervenida y no libre podemos seguir viendo esta tendencia básica en funcionamiento. El número de horas necesarias para mantener el nivel de vida de nuestros abuelos, por ejemplo, es menor hoy que en 1950.

Si los consumidores de clase media se contentaran con una residencia de dos dormitorios en un barrio vulgar, un coche, una sola línea telefónica, sin aire acondicionado y sin acceso a Internet, muchos necesitarían muchas menos horas de las necesarias para mantener un nivel de vida común actual.

Por ejemplo, en la década de 1950, mi madre compartía dormitorio con tres hermanos en una casa de dos habitaciones en el centro de Los Ángeles. Iba a una escuela católica privada donde había 50 alumnos en una clase. Para su familia, indudablemente no había vacaciones en Europa o viajes en avión a centros vacacionales en la costa.

Y aun así, nadie habría descrito su estilo de vida como “pobre” o de “clase baja”. Era un estilo de vida de clase media, pero este estilo de vida solo podía mantenerse con más de 40 horas de trabajo en el negocio familiar cada semana, donde trabajaban habitualmente ambos padres.

Esta experiencia no era anormal.

A pesar de los aumentos en el nivel de vida desde entonces, las horas laborables en realidad han disminuido. De hecho, de acuerdo con Robert Fogel en The Fourth Great Awakening and the Future of Egalitarianism, from 1880 to 1995, el número de horas dedicadas al trabajo en un día norma para un varón cabeza de familia disminuyeron de 8,5 horas a 4,7 horas. Al mismo tiempo, el tiempo de ocio aumentó de 1,8 horas a 5,8.

En un estudio independiente de Thomas Juster y Frank Stafford, se descubría que desde 1965 hasta 1981 en Estados Unidos, las horas de “trabajo del mercado” por semana cayeron de 51,6 horas a 44 para los hombres. Para las mujeres, el trabajo del mercado aumentó de 18,9 horas a 23,9. Esperaríamos un aumento para la mujeres en este periodo, ya que las mujeres empezaron a tomar “trabajo del mercado” en porcentajes mayores que antes. Sin embargo, esto solo vale para el trabajo asalariado y si incluyéramos el “trabajo en casa”, descubriríamos que el “trabajo total” para las mujeres en este periodo bajó de 60,9 horas a 54,4. Las mujeres cambiaron algo de trabajo en casa por trabajo del mercado a lo largo de este periodo, pero, en general, las horas laborales disminuyeron. El trabajo total de los hombres también disminuyó, de 63,1 horas a 57,8. (El trabajo en casa para los hombres aumentó en este periodo).

En otro estudio más de Mary Coleman y John Pencavel, las horas semanales medias trabajadas bajaron para los hombres blancos de 44,1 horas en 1940 a 42,9 horas en 1988. Bajaron para las mujeres blancas de 40,6 a 35,5 a lo largo del mismo periodo.

El nivel de vida estándar aumentó en esos periodos, al tiempo que aumentaban los metros cuadrados de las viviendas, los automóviles se hacían más comunes y comodidades como teléfonos, lavadoras, computadoras personales y climatizadores se hacían más comunes. El propio trabajo se hizo menos penoso durante este periodo.

La invención de la “jubilación”

A pesar de que las horas de trabajo estén disminuyendo, la productividad estuvo aumentando lo suficiente como para permitir a grandes cifras de trabajadores dejar el trabajo pronto en forma de un concepto novedoso conocido como “jubilación”. Como explicaba W. Andrew Achenbaum en The Wilson Quarterly, trabajar en los años ahora llamados de jubilación era común en el siglo XIX y antes. Los granjeros prósperos que poseían terrenos podían permitirse recortar de forma importante las horas al irse haciendo viejos, pero os trabajadores comunes generalmente necesitaban trabajar mientras pudieran o soportar penurias.

Fue solo a finales del siglo XIX, al acelerarse rápidamente la productividad laboral, cuando los trabajadores pudieron abandonar el mercado laboral a un ritmo creciente. Sin embargo, muchos se convirtieron en obsoletos aunque no les gustara. Achenbaum escribe:

La obsolescencia del trabajador viejo es una razón por la que el periodo en torno a 1890 marca el inicio de la tendencia a largo plazo hacia el abandono del mercado laboral de los viejos. En ese año, en torno a dos tercios de los hombres de 65 años o más seguían en el mercado laboral, aproximadamente la misma proporción que se encuentra hoy en países en desarrollo como Brasil o México. En 1920 esa cifra había caído al 56% y en 1940 había bajado al 42%. Hoy es del 27%.

En los malos tiempos de los salarios de subsistencia, los trabajadores podían trabajar durante décadas sin muchas oportunidades para acumular capital y por tanto “jubilación” era solo otra palabra para la pobreza. Sin embargo, al aumentar la productividad del trabajador y la acumulación de capital, las empresas privadas pudieron permitirse crear algo nuevo llamado “fondo de pensiones”, que aceleró la tendencia a la jubilación.

La llegada de las pensiones públicas aceleró también la tendencia, con grandes transferencias de riqueza de los trabajadores actuales a los pasados. El hecho de que estas transferencias de riqueza no redujeran a los trabajadores actuales a niveles de subsistencia se debió también a las ganancias de productividad del nuevo entorno de trabajo, industrializado y mecanizado. Esencialmente, los trabajadores están ahora mismo sosteniendo tanto a sí mismos como a los pensionistas actuales, mientras siguen experimentando aumentos perceptibles en el nivel de vida. Esa situación nunca habría sido políticamente viable en una era anterior en la que los trabajadores probablemente se hubieran alzado contra un nuevo impuesto que les hubiera empobrecido a favor de trabajadores jubilados. Este nuevo mundo en que los trabajadores podían sostener a sus familias, además de algunos extraños a los que no conocen, fue un triunfo de los mercados que paradójicamente permitió a los gobiernos fijar impuestos más altos.

¿Es entonces un progreso el aumento del empleo?

Hubo un tiempo en que medíamos el progreso económico en términos de la capacidad de las familias para alimentarse y dormir en una cama caliente. Seguimos haciendo esto en el mundo subdesarrollado en el que la “pobreza extrema” es un problema real.

Sin embargo, en el mundo industrializado, la “pobreza extrema” no existe y el 78% de “los pobres” tiene aire acondicionado y la mayoría tiene teléfonos celulares. El estilo de vida disfrutado por mi madre en la década de 1940 hoy sería considerado como de “sobrepoblación” y “de calidad inferior” por las instituciones federales. Pero, como señaló una vez Ludwig von Mises, “el lujo de hoy es la necesidad de mañana”.

Aparentemente, si fuésemos a medir el trabajo necesario en términos de la necesidad de financiar comida y alojamiento básicos, el número de horas de trabajo que se necesitan hoy difícilmente constituiría una jornada laboral a tiempo completo.

Por eso a lo largo de décadas descubrimos que a cantidad de trabajo realizada por seres humanos ha disminuido con el tiempo. Las máquinas hacen ahora el trabajo que antes hacían personas y de forma más económica.

Por eso en EEUU hoy tiene más producción industrial que en el pasado, aunque haya menos personas empleadas en las manufacturas. Por eso nuestros abuelos trabajaban más horas que nuestros padres, aunque los niveles de vida son ahora más altos que los que había en la década de 1960.

Así que, a largo plazo, no podemos decir que más empleos equivalgan a más prosperidad. De hecho, se podría argumentar casi igual de fácilmente que menos trabajos, menos horas de trabajo y menos trabajadores ilustra mejoras en prosperidad. Por ejemplo, los niños trabajadores ya no son esenciales para mantener el nivel de vida de una familia. Todos esos trabajos hace tiempo que desaparecieron.

¿Cómo responderíamos entonces cuando los políticos afirmen que han “creado millones de empleos”? ¿Deberíamos suponer que es una medición de mejora económica?

A corto plazo, puede seguir siendo una buena métrica. Debemos preguntarnos si la economía cambió esencialmente a lo largo de los últimos diez años de forma que haya llevado a mucha menos gente a necesitar empleo. Más importante es que debemos considerar si el precio de bienes y servicios ha disminuidos significativamente. ¿Hay más gente eligiendo voluntariamente adoptar un nivel inferior de vida para tener más ocio o un trabajo que no sea del mercado?

Estas son todas preguntas que deberían considerarse cuando hablamos de empleos y mejoras económicas. Realmente, la única medición que importa son los salarios y riqueza familiares y lo que puede adquirirse con ellos. Todo lo demás es tantear respuestas con datos tangenciales y tomo ese empeño ilustra los límites de los datos económicos agregados.

En todo caso, no hay nada malo en dejar escépticamente de lado afirmaciones económicas acerca de éxitos económicos, especialmente cuando hacen que Washington se vea mal.


Publicado originalmente el 25 de marzo de 2016. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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