La propiedad: la gran solución para los problemas

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[Capitulo 6 del libro El mercado para la libertad]

La mayoría de los problemas sociales que dejan perplejos a los líderes nacionales podrían resolverse bastante simplemente mediante un aumento en la cantidad, y en el tipo, de propiedad que tiene dueño. Esto implicaría el igualmente importante reconocimiento general de que la propiedad es y debe ser total, y no meramente un permiso gubernamental para poseer y/o administrar  propiedad en la medida en que se cumplan ciertas normas legales y en que el “alquiler” en la forma de impuestos a la propiedad sea pagado. Cuando un hombre es obligado a “alquilarse” a sí mismo su propiedad mediante el pago al gobierno de impuestos a la propiedad, se le está prohibiendo ejercer plenamente su derecho de ser dueño. A pesar de que es dueño de la propiedad, se ve forzado a estar en la posición de un inquilino, con el gobierno como propietario. La prueba de esto es que si deja de pagar los impuestos el gobierno le quitará su propiedad  (a pesar de que es su propiedad y no la del gobierno), tal como un propietario podría desalojar a un inquilino que no paga el alquiler. Del mismo modo, si un hombre tiene que cumplir con las leyes que dictan el uso o el mantenimiento de su propiedad (o cualquier otra norma  excepto aquellas que prohíben utilizar la propiedad para iniciar la fuerza o el fraude contra otros), se le está prohibiendo ejercer plenamente su derecho de propiedad. Debido a que un hombre debe usar su tiempo -que es parte de su vida- para adquirir, utilizar y cuidar su propiedad, tiene el derecho de ser dueño de esa propiedad y de controlarla plenamente, así como tiene el derecho de ser dueño de su vida y de controlarla plenamente (siempre y cuando no la utilice para ejercer coerción contra ningún otro hombre). Cualquier forma de impuesto o regulación sobre la propiedad niega el derecho del individuo de controlar por completo su propiedad y, por lo tanto, su propia vida. Por esta razón, la existencia de impuestos y regulaciones a la propiedad siempre está mal: los impuestos son un robo y las regulaciones mediante la fuerza iniciada son esclavitud.

En una sociedad controlada por el gobierno, el disfrute irrestricto de ser dueño de propiedad no está permitido, dado que el gobierno tiene el poder de cobrar impuestos, regular, y a veces incluso confiscar (como en dominio eminente) casi todo lo que le plazca. Además, no está permitido que gran parte de la propiedad potencial tenga dueño. En una sociedad de laissez-faire todo lo que fuera valuado y racionalmente reclamado sería propiedad, y esta propiedad sería total.1

Propiedad es todo aquello que tiene dueño. Propiedad es el derecho a poseer, usar y/o disponer de cualquier cosa sobre la que uno tiene un derecho moral. La propiedad puede adquirirse produciéndose,  intercambiando con otros, como donación, o mediante el reclamo de un valor que no tiene dueño. El reclamo de valores que no tienen dueño es la manera en la que toda propiedad llegó originariamente a ser propiedad.

Un valor que no tiene dueño no puede convertirse en la propiedad de uno simplemente porque uno haga un reclamo verbal (o escrito) sobre él. Si se pudiera, usted podría decir ahora mismo;  “Reclamo el fondo de los océanos de todo el planeta y toda la superficie de la luna”, y, con tal de que fuera usted el primero en hacer el reclamo, deberían ser suyos. Obviamente, esto daría lugar a una confusión de reclamos contradictorios e inaplicables.

Además de hacer un reclamo verbal, algo debe hacerse para establecer que ese reclamo tiene una base en la realidad. En el caso de las cosas muebles no hay ningún problema. Cualquier cosa que pueda ser transportada a mano o mediante una máquina, simplemente puede ser movida por su nuevo dueño y colocada dentro de los límites de alguna otra parte de su propiedad: su maleta, su automóvil, su casa o su tierra. El nuevo objeto reclamado puede también ser demarcado de alguna manera con el objeto de aportar más evidencias de propiedad (con frecuencia se utiliza el nombre del dueño, sus iniciales, o algún tipo de número de serie o símbolo).

Los bienes inmuebles, como un árbol completamente desarrollado, una represa o un terreno, presentan otro tipo de situación. Todos los bienes inmuebles deben ser considerados como si fueran tierra, ya que aun cuando no lo fueran no pueden ser separados de la tierra donde están. Puesto que un bien inmueble no puede ser llevado a otro lugar, debe ser demarcado como propiedad del nuevo dueño en el lugar donde se encuentra. Debido a que un bien inmueble ocupa siempre algún espacio de tierra, también ésta debe ser demarcada.

Toda la tierra es contigua a otra tierra (incluso las islas, como puede verse si se considera el hecho de que la tierra sumergida es pasible de ser propiedad). Esto significa que lo más importante es demarcar los límites. Esto se puede hacer mediante cercas, mediante una serie de postes señalizadores colocados a intervalos, o de cualquier otra manera que sea una evidencia clara y visible de posesión en la tierra misma. Obviamente, cuanto mejor demarcados estén los límites, menos probable será la posibilidad de tener problemas con algún otro que aparezca con un reclamo conflictivo.

Los reclamos conflictivos serían resueltos al ser llevados ante agencias de arbitraje privadas para su arbitraje vinculante. Como ninguno de ambos litigantes podría vender la tierra, ni tendría muchas posibilidades de alquilarla, ni incluso ninguna seguridad sobre su posesión mientras su demanda estuviera en disputa, ambas partes estarían impulsadas a someter la cuestión a un arbitraje. La agencia de arbitraje de libre mercado, si quisiera permanecer en el negocio, tendría que tomar la decisión más justa que le fuera posible. Ambos litigantes estarían entonces obligados a acatar la decisión del árbitro, ya que un hombre que por contrato contrajera la obligación de acatar los resultados de un arbitraje y luego infringiera dicho contrato se estaría anunciando a sí mismo como alguien no confiable, y nadie querría arriesgarse a hacer negocios con él.2

El hecho de que pueden surgir reclamos conflictivos y que tengan que resolverse ante árbitros imparciales da respuesta a la pregunta, “¿Qué tan bien debe estar demarcada una determinada propiedad para que un hombre pueda establecer un reclamo sobre ella?” Obviamente, si el nuevo propietario quiere que su propiedad esté segura, tiene que proceder a delimitarla (en el caso de la tierra) y demarcarla lo bastante claramente para establecer su reclamo ante todo posible reclamo conflictivo. Supongamos que un explorador ambicioso reclamara un kilómetro cuadrado de tierra en territorio montañoso, muy boscoso y lo demarcara erigiendo un poste indicador de dos metros de altura en cada una de las cuatro esquinas. Y que seis meses más tarde, un estudiante en busca de la privacidad de un refugio tranquilo viniera y cercara dos hectáreas, parte de las cuales se encontraran dentro del terreno reclamado por el explorador. Al descubrirse el conflicto y al ser el asunto sometido a arbitraje, los árbitros muy probablemente decidirían en favor del estudiante aunque su reclamo haya sido muy posterior en el tiempo. Es razonable considerar que no debería esperarse que el estudiante supiera de la existencia de los cuatro postes indicadores escondidos en el bosque y que, por lo tanto, la “demarcación” de su tierra hecha por el explorador hubiera sido insuficiente para establecer con claridad su reclamo. Del mismo modo, un hombre podría aterrizar en un nuevo planeta, cercar un kilómetro cuadrado, y luego reclamar que, puesto que el planeta es una esfera cerrada, él es dueño de todo el territorio fuera de lo cercado (es decir, todo el planeta, excepto el kilómetro cuadrado cercado). Sin embargo él encontraría que ningún organismo de arbitraje decidiría a favor de su ridículo reclamo si fuera impugnado por un grupo de colonizadores que aterrizaran más tarde en el otro extremo del planeta (de quienes  podía esperarse que no supieran nada sobre dicho reclamo).

Diferentes tipos de reclamos requerirían diferentes tipos y grados de delimitación y demarcación, y cada reclamo sería un caso individual a ser decidido en base a sus propios méritos. Pero el hecho de que todos los reclamos conflictivos podrían ser sometidos a arbitraje y de que la integridad del arbitraje estaría garantizada por la competencia en un mercado libre aseguraría la máxima justicia humanamente posible.

En una sociedad de laissez-faire, no habría un gobierno que se arrogara la prioridad en el campo del registro de títulos de propiedad. Como se trata de un servicio comercializable, en un mercado libre esta función estaría a cargo de empresas. Estas compañías llevarán registros de títulos de propiedad y probablemente ofrecerían el servicio adicional de seguro de títulos de propiedad (un servicio que ya ofrecen las compañías de seguros especializadas en la actualidad). El seguro de títulos de propiedad protegería al asegurado de la pérdida resultante de un defecto en el título de la propiedad que compra (como, por ejemplo, si la sobrina largo tiempo desaparecida de un ex propietario fallecido reapareciera y reclamara la propiedad por herencia). Dicho seguro reduciría sustancialmente los problemas generados por reclamos conflictivos, ya que sería improbable que las compañías aseguradoras de títulos de propiedad aseguraran un título de propiedad sin previa verificación, para así tener la seguridad de que no hay conflicto alguno. En una sociedad libre, el seguro de títulos de propiedad también podría proteger al asegurado contra la pérdida de su propiedad como consecuencia de agresiones o fraudes cometidos en su contra. En este caso, el agresor sería tratado de la misma manera que cualquier otro agresor (este tema se tratará en los capítulos 9 y 10).

Probablemente habría una pluralidad de compañías que competirían en el campo del registro y seguro de títulos de propiedad, por lo que, sin duda, considerarían de su interés mantener una lista computarizada y centralizada de títulos de propiedad, de la misma manera que otras agencias llevan actualmente extensos archivos de la calificación crediticia de los consumidores. De esta manera, estarían en la misma relación de competencia cooperativa en la que se encuentran hoy las compañías de seguros.

Debido a que tendrían competencia, las compañías aseguradoras de títulos de propiedad tendrían que ser extremadamente cuidadosas en cuanto a mantener una buena reputación empresarial. Ninguna persona honesta pondría en peligro el valor de su propiedad registrándola con una compañía que tuviera la reputación de hacer transacciones deshonestas. Si utilizara una compañía sospechosa, otros individuos o firmas tendrían dudas acerca de la validez de su título de propiedad y se mostrarían reticentes a comprar su propiedad o a prestar dinero sobre la misma. En un mercado totalmente libre, las empresas actuarían generalmente de forma honesta, ya que estaría en su propio interés hacerlo. (El tema de las compañías deshonestas será tratado en el capítulo 11).

Según una teoría muy antigua y respetada, para que un hombre tome posesión de un valor que previamente no tiene dueño, es necesario que “mezcle su trabajo con la tierra” con el fin de hacerla suya.3 Sin embargo, esta teoría se topa con dificultades cuando uno intenta explicar qué significa “mezclar su trabajo con la tierra”. ¿Cuánto trabajo se requiere y de qué clase? Si un hombre cava un gran pozo en la tierra y después vuelve a llenarlo, ¿puede decirse que ha mezclado su trabajo con la tierra? ¿O es necesario efectuar un cambio más permanente en la tierra? Si es así, ¿qué tan permanente? ¿Alcanzaría con plantar unos bulbos de tulipanes en un claro? ¿Serían tal vez más aceptables unas secoyas de larga vida? ¿O es necesario efectuar algunas mejoras en el valor económico de la tierra? Si es así, cuántas y qué tan pronto? ¿Sería suficiente plantar un pequeño jardín en medio de una parcela de 500 hectáreas, o habría que cultivar toda la tierra (o destinarla a algún otro uso económico)? ¿Perdería un hombre la titularidad de su tierra si tuviera que esperar diez meses hasta que se tendieran las líneas del ferrocarril antes de poder mejorarla? ¿Y si tuviera que esperar diez años? ¿Y si se tratara de un naturalista que quisiera conservar su tierra tal como estaba en su estado silvestre a fin de estudiar su ecología?

Por supuesto, hacer mejoras visibles en la tierra sin duda ayudaría a determinar la titularidad de un hombre sobre ella con más firmeza porque ofrecería pruebas adicionales de propiedad. También es cierto que muy poco del valor económico potencial de la mayoría de las tierras podría ser realmente evidenciado sin que algunas mejoras fueran hechas (incluso un paisaje silvestre escénico deberá tener caminos o campos de aterrizaje de helicópteros o algo que lo haga accesible a turistas antes de que cualquier  ganancia pueda ser de él obtenida). Pero mezclar el trabajo de uno con la tierra es un concepto demasiado mal definido y un requerimiento demasiado arbitrario para que sirva como criterio de propiedad.

Se ha objetado que tener simplemente que demarcar límites para un reclamo nuevo de propiedad  permitiría a algunas personas ambiciosas adquirir mucho más propiedad de la que podrían usar. Es difícil de entender, sin embargo, qué es lo que sería tan objetable de esta situación. Si los primero llegados fueron ambiciosos, rápidos y lo suficientemente inteligentes como para adquirir la propiedad antes que nadie, ¿por qué deben ser impedidos de obtener las recompensas de estas virtudes con el objeto de mantener la tierra abierta para algún otro? Y si una gran porción de la tierra es adquirida por un hombre que es demasiado estúpido o haragán para hacer un uso productivo de la misma, los demás hombres, que operan en el marco del libre mercado, eventualmente van a poder hacer una oferta por ella para quitársela y ponerla a trabajar para producir riqueza. Siempre que la tierra sea de propiedad privada y que el mercado sea libre, la tierra llegará a ser asignada a sus usos más productivos y sus precios bajarán hasta alcanzar el nivel del mercado.

La propiedad intangible también puede ser demarcada de diversas maneras. Por ejemplo, un hombre puede reclamar una cierta longitud de onda de radio mediante la radiodifusión de su derecho a la propiedad de esa frecuencia (siempre y cuando algún otro no se le haya adelantado). Las ideas en forma de inventos también podrían ser reclamadas mediante el registro de todos los detalles del invento en un “banco de datos” de propiedad privada. Por supuesto, cuanto más específico sea un inventor acerca de los detalles de su invento, los procesos de pensamiento que siguió mientras trabajaba en él, y las ideas sobre las que se basó,  más firmemente establecido quedaría su reclamo  y menor será la probabilidad de que algún otro lo desplace con un reclamo falso basado en datos robados. Habiendo registrado su invento para establecer su propiedad sobre la idea o ideas, el inventor podría entonces comprar un seguro (ya sea de la empresa que posee el banco de datos o de una compañía de seguros independiente) contra el robo o el uso comercial no autorizado de su invento por cualquier otra persona. La compañía de seguros le garantizará el cese del uso comercial no autorizado del invento y compensaría totalmente al inventor por las pérdidas sufridas. Estas pólizas de seguro podrían ser compradas para cubrir períodos variables: las pólizas de largo plazo serían más caras que las de corto plazo. Es probable que las pólizas que cubrieran un período indefinidamente largo (“de ahora en adelante”) no fueran económicamente viables, pero bien podría haber cláusulas que permitieran al inventor reasegurar su idea a la fecha de finalización de su póliza.

Una de las diferencias más trascendentales en una sociedad de libre mercado surgiría del hecho de que todo aquello que tuviera el potencial de ser propiedad tendría dueño. En nuestra sociedad actual hay una enorme cantidad de propiedad potencial que, en realidad, no pertenece a nadie. Esta propiedad potencial que no tiene dueño cae dentro de dos categorías: 1) las cosas que permanecen sin tener dueño porque el sistema legal no les reconoce la posibilidad de convertirse en propiedad, y 2) “la propiedad pública”.

El sistema legal de hoy, habiendo sido desarrollado en tiempos pre-científicos, reconoce que un hombre puede ser dueño de un pedazo de tierra junto a un océano, pero no reconoce que del mismo modo puede ser dueño de un pedazo de tierra bajo el océano. Sin embargo, como las compañías de perforación de petróleo en alta mar han demostrado, no hay razón para que un pedazo de tierra no pueda ser propiedad ni ser utilizado, simplemente por estar cubierto por agua. De manera similar, los fondos de lago, y, de hecho, el lago mismo, pueden ser propiedad de uno o varios individuos. Los ríos son también propiedad potencial, como lo es el espacio aéreo que está por encima y alrededor de la casa suya, y, aun más arriba, los “corredores” aéreos que utilizan las líneas aéreas para volar sus rutas regulares.

Por supuesto, deberían idearse nuevas normas que rijan los derechos de, por ejemplo, el propietario de una sección de río en relación con los propietarios de porciones de ese mismo río aguas arriba y aguas abajo de él; más aun, si un hombre puede ser dueño de algo tan inmaterial como los derechos de autor de una canción ¡seguro que puede ser dueño de un río! El problema no es que esas cosas, por su propia naturaleza no puedan ser propiedad, sino que el sistema legal, atrapado en su propia rigidez arcaica, prohíbe que lo sean. En una sociedad libre, un hombre capaz de ejercer la minería en una sección del fondo del océano podría reclamar la misma y utilizarla sin tener que esperar un poder legislativo que apruebe una ley que diga que la misma puede ser propiedad. Esto eliminaría una tremenda barrera al progreso y a la producción de riqueza.

El otro tipo de propiedad potencial que no tiene dueño es lo que habitualmente se conoce como “propiedad pública”.  El concepto de “propiedad pública”  proviene de los días en que el rey, o el señor feudal local, era dueño de las tierras, y todos aquellos bajo su jurisdicción estaban meramente autorizados a tener partes de la misma “en feudo”. Gradualmente, a medida que el feudalismo y la monarquía dieron paso a la democracia, dicha propiedad real pasó a ser considerada como perteneciente al público en su conjunto, y a ser administrada para el público por el gobierno.

Propiedad implica necesariamente el derecho de uso y disposición de la forma que el dueño crea conveniente salvo la coerción contra otros. Puesto que el rey era un individuo, en realidad podía ejercer control sobre las propiedades reales usando y disponiendo de ellas de acuerdo a sus deseos. En cambio, “el público” no es un individuo, no es más que la suma de todos los individuos que casualmente viven en un área determinada en un momento determinado. Como tal, “el público” no tiene mente ni voluntad ni deseos propios. No puede tomar decisiones, por lo que no puede decidir cómo usar o disponer de una propiedad. La “propiedad pública” es, en realidad, una ficción.

Tampoco puede el gobierno moralmente afirmar ser dueño de “la propiedad pública”. El gobierno no produce nada. Todo lo que tiene, lo tiene como resultado de la expropiación. Decir que la riqueza expropiada, en posesión del gobierno, es “su propiedad”, es tan incorrecto como decir que un ladrón es dueño legítimo del botín que ha robado. Pero si la “propiedad pública” no pertenece ni al público ni al gobierno, en realidad no pertenece a nadie, y está en la misma categoría que todos los demás valores que no tienen dueño. Entre los ítems incluidos en esta clasificación están las calles y rutas, las escuelas, las bibliotecas, todos los edificios del gobierno, y las millones de hectáreas de tierras estatales que constituyen la mayor parte de muchos Estados del oeste de los Estados Unidos.4

En una sociedad de laissez-faire, toda la propiedad que antes “pertenecía” al gobierno pasaría a ser propiedad de individuos privados y sería destinada a usos productivos. El siguiente ejemplo puede ilustrar el auge económico que esto representaría: recientemente, varias empresas han intentado desarrollar fuentes de energía abundantes y de bajo costo mediante perforaciones para capturar la energía del agua caliente subterránea (la misma que da origen a lo géiseres y a las aguas termales). Existen varias fuentes prometedoras de esta energía geotérmica, pero la mayoría se encuentra en tierras del gobierno y los empresarios fueron detenidos en sus intentos dado que ¡no hay leyes que les permitan desarrollar tales actividades en “propiedad pública”!

A medida que la sociedad de laissez-faire fuera madurando, eventualmente llegaría a alcanzar un estado en el que toda propiedad potencial sería realmente propiedad (tendría dueño). En el proceso de reclamar la propiedad potencial que no tiene dueño y la “propiedad” del gobierno, aquellos miembros de nuestra población que ahora son pobres y desposeídos tendrían muchas oportunidades de “apropiación” en tierras rurales y en edificios urbanos que antes “pertenecían” a diversos organismos del gobierno. Esto les daría por primera vez un interés propietario sobre algo y les enseñaría, como ninguna otra cosa podría hacerlo, a respetar el producto de su propio trabajo y del trabajo de otros, lo cual significaría  respetarse a sí mismos y respetar a otros hombres.

Esta situación de apropiación (adueñamiento) total de propiedad resolvería automáticamente muchos de los problemas que acosan a nuestra actual sociedad. Por ejemplo, los elementos haraganes de la población, que no hayan adquirido ninguna propiedad y no estuvieran dispuestos a trabajar con el fin de ganar suficiente dinero para alquilar viviendas, serían literalmente expulsados hacia los márgenes geográficos de la sociedad. No se puede dormir en el banco de una plaza si el propietario privado de la plaza no permite la presencia de vagabundos en su propiedad, no se puede buscar basura en los callejones si se está invadiendo callejones  que pertenecen a una empresa, nadie puede vagabundear por la playa si todas las playas son propiedad privada. Sin propiedad pública y sin limosna pública, tales indeseables rápidamente “se reformarían o  se irían”.

De igual forma la apropiación (adueñamiento) total de propiedad también reduciría los índices de criminalidad. Una empresa privada propietaria de calles haría una política de mantener las calles libres de borrachos, matones, y de cualquier otra amenaza molesta, mediante la contratación de guardias privados si fuera necesario. Incluso podría anunciar:”Las calles de Thru-Way Corporation tienen seguridad garantizada a cualquier hora del día o de la noche. Las mujeres pueden caminar solas por ellas con total confianza”. A un criminal al que le fuera prohibido el uso de cualquier calle de la ciudad debido a que todas las empresas de calles sabrían de su mala reputación le costaría muchísimo encontrar un lugar donde cometer un crimen. Por otra parte, las compañías privadas propietarias de calles no tendrían ningún interés en regular el modo de vestir, “la moral”, los hábitos o el estilo de vida de las personas que usaran sus calles. Por ejemplo, no querrían alejar a los clientes arrestando o acosando a los hippies, o a las chicas con blusas transparentes o trajes de baño topless o cualquier otra desviación no agresiva de los estándares de valor de la mayoría. Lo único que pedirían es que cada cliente pague sus diez centavos por día y se abstenga de iniciar la fuerza, de obstruir el tráfico, o de ahuyentar a otros clientes. Fuera de eso, ni su estilo de vida ni su código moral serían de ningún interés para ellas, lo tratarían con cortesía y le solicitarían mantener su relación como cliente.

Otro aspecto de la apropiación (adueñamiento) total de propiedad es que haría innecesarias y carentes de sentido las leyes de inmigración. Si toda la propiedad potencial fuera realmente propiedad, cualquier “inmigrante” tendría que contar con dinero suficiente como para mantenerse, o con alguna habilidad comercializable que le permitiera conseguir rápidamente un trabajo, o con alguien que lo ayudara hasta que comenzara a trabajar. No podría simplemente meterse en la zona libre y vagar por ahí porque de esa forma estaría invadiendo. Los que fueran hábiles y ambiciosos vendrían, los haraganes no se atreverían. Esto es mucho más justo y eficaz que el actual sistema “national quota” *.

También el problema de la contaminación estaría en camino a ser resuelto. Si yo soy dueño del espacio aéreo alrededor de mi casa, es obvio que usted no tiene derecho a arrojar contaminantes en él como no tiene derecho a tirar basura en mi jardín. De la misma forma, usted no tiene derecho a arrojar aguas servidas en mi río a menos que tengamos un contrato que especifica que usted puede alquilar el uso de mi río para tales propósitos (y ese contrato debería también incluir el consentimiento de todos aquellos individuos que poseen secciones del río aguas abajo de la mía). Dado que la contaminación es ya un problema en muchas áreas, debería entenderse que cualquiera que compra una propiedad, por el acto de comprarla presta su consentimiento respecto del nivel de contaminación promedio al momento de la compra, pero tiene el derecho de exigir que otros la mantengan libre de cualquier contaminación adicional. Inicialmente, esto significaría que las empresas ya establecidas no pueden aumentar su nivel de contaminación, ni pueden nuevas empresas comenzar a contaminar. Pero como los métodos y los dispositivos de control de la contaminación se han hecho comunes y relativamente baratos, las compañías establecidas buscarían reducir e incluso eliminar la contaminación con el fin de evitar que sus empleados se vayan a trabajar a nuevas industrias que operan en áreas libres de contaminación. Los problemas de contaminación no podrían seguir existiendo en un entorno de libre mercado competitivo de laissez-faire, un entorno que los gobiernos destruyen.

La apropiación (adueñamiento) total de propiedad, contrariamente a la creencia popular actual, es la única forma viable de conservar los recursos naturales. La conservación de los recursos es un tema gravemente empañado por concepciones erróneas y pensamientos poco claros. Por ejemplo, se afirma que el mercado desperdicia recursos escasos, robándoles así su uso a las futuras generaciones. Pero ¿qué criterio usa el crítico para decidir cuales empleos de recursos son admisibles y cuáles son simplemente desperdicio? Si está mal utilizar recursos para producir ciertas cosas que los consumidores valoran, ¿cómo puede estar bien utilizarlos para producir cualquier otra cosa? Y si los recursos naturales deben ser ahorrados para futuras generaciones, ¿cómo pueden siquiera utilizarse? Dado que cada futura generación tiene aun un número teóricamente infinito de otras futuras generaciones que vendrán después de ella, ¿para cuál de ellas debe ahorrarse? La única respuesta al problema de los recursos escasos es dejarla en manos de hombres libres que comercian en un mercado libre. Esto asegurará que los recursos se usen de la manera en que produzcan  el mayor valor posible y en la medida  que los consumidores deseen. Aparte, la tecnología estimulada por un mercado libre utiliza continuamente los recursos naturales para descubrir nuevos recursos naturales. Esto significa mucho más que el descubrimiento de nuevos yacimientos de recursos previamente valiosos tales como nuevos y vastos yacimientos de petróleo.  También incluye el descubrimiento de cómo usar recursos anteriormente considerados sin valor a menudo para reemplazar un recurso más escaso en algún área de su utilización, lo cual permite conservarlo. Un ejemplo de esto son los numerosos nuevos usos del vidrio y del plástico, algunos de los cuales pueden reemplazar al acero y a otros metales derivados de recursos escasos.

Hay un concepto erróneo y curioso que es que para evitar el desperdicio al por mayor de recursos naturales es necesario quitar el control sobre ellos de las manos de los “capitalistas codiciosos” y otorgárselo a “funcionarios del gobierno animados por el espíritu del bien público”. La ridícula falacia de esta postura se hace evidente cuando uno considera la naturaleza del control ejercido por un funcionario del gobierno.

En la medida en que tiene control sobre un recurso natural (o cualquier otra cosa), un funcionario del gobierno tiene una cuasi-propiedad sobre el mismo. Pero esta cuasi-propiedad finaliza con el final de su mandato. Si ha de aprovechar alguna ventaja de la  misma, debe asegurarse de “cosechar” mientras su sol político brilla. Por lo tanto, los funcionarios del gobierno van a tender apresuradamente a “exprimir” toda ventaja de cualquier cosa que ellos controlan, agotándola tan rápidamente como les sea posible (o hasta el punto en que puedan salirse con la suya con impunidad). Los propietarios privados, dado que pueden conservar su propiedad todo el tiempo que les plazca o venderla en cualquier momento al precio de mercado, suelen ser muy cuidadosos en conservar tanto su valor presente como su valor futuro. Obviamente, la mejor persona posible para conservar recursos escasos es el dueño de esos recursos, ya que tiene un interés egoísta en proteger su inversión. El peor guardián de recursos escasos es un funcionario del gobierno: él no tiene interés alguno en protegerlos, sino que probablemente tenga un gran interés en saquearlos.

Entre los recursos que serían mejor conservados en un sistema de apropiación (adueñamiento) total de propiedad están las áreas recreacionales de vida silvestre y  paisajes escénicos. La demanda del consumidor por los parques, campings, santuarios de vida silvestre, tierras de caza, paisajes naturales, etc., resulta evidente a partir de un estudio de los patrones de recreación. En una sociedad de libre mercado se destinaría a estos propósitos tantas tierras como la demanda de los consumidores justifique.

Un sistema de apropiación (adueñamiento) total de propiedad estaría basado en el requerimiento moral de la vida del hombre como ser racional,5 ya que la supervivencia del hombre es sub-humana en la medida de que el derecho de ser dueño de propiedad (que comienza con la propiedad de uno mismo) no es entendido ni respetado. (En realidad, la vida misma no sería posible si no hubiera derecho a poseer propiedad). Un sistema de apropiación (adueñamiento) total de propiedad en una sociedad libre, es decir, en una sociedad en la que el derecho de ser dueño de propiedad es generalmente entendido y respetado, produciría un ambiente pacífico en el que la justicia sería la regla, no la excepción (como lo es hoy). Un medio en el que impere la justicia se basa en el principio moral de “valor por valor”, lo que significa que ningún hombre puede justificadamente esperar recibir valores de otros sin dar valores a cambio (y esto incluye los valores espirituales como el amor y admiración, así como los valores económicos). Algunas personas se sienten impactadas e incluso horrorizadas ante la idea de tener que hacer algún tipo de pago por cada valor que reciben. Parecen preferir, por ejemplo, pagar por el uso de las rutas a través de los impuestos (a pesar de que este método es demostrablemente más caro) con el fin de fingir ante sí mismos que en realidad están recibiendo el servicio gratis. Al ser examinadas, estas personas suelen llegar a sufrir de una deficiencia de autoestima por carecer de un sentido de eficacia y mérito personal, sienten una duda oculta y no admitida sobre su capacidad para sobrevivir en un mundo en el que nunca se les proveerá lo que no se hayan ganado. Pero sus problemas psicológicos no alteran la naturaleza de la realidad. Sigue siendo un hecho que la única forma moral de los hombres de tratar unos con otros es dando valor por valor, y que el hombre que busca lo que no se ha ganado es un parásito. El hombre que tiene autoestima se da cuenta de esto y se enorgullece de su capacidad de pagar por los valores que recibe.

A partir del examen de los temas tratados en este capítulo y en el anterior, es evidente que por su propia naturaleza, una sociedad no gubernamental de libre mercado, fomentaría la responsabilidad, la honestidad, y la productividad en los individuos que vivieran en ella. Esto causaría una mejora sustancial en la pauta moral de la cultura en su conjunto, y una abrupta caída en la tasa de criminalidad. No obstante, puesto que los seres humanos son criaturas con una conciencia volitiva y por tanto son libres de actuar irracionalmente si así lo deciden, no puede haber tal cosa como una utopía. Una sociedad de libre mercado aún tendría que disponer de medios para el arbitraje de las disputas, la protección y defensa de la vida y la propiedad, y la rectificación de la injusticia. En la ausencia de un gobierno, las instituciones que puedan proveer estos servicios surgirían naturalmente del mercado. Los siguientes capítulos examinarán estas instituciones y su funcionamiento en un entorno de libre mercado.


1 En el caso de una propiedad conjunta, cada dueño tendría la propiedad total de una parte del todo, y su parte estaría especificada en el acuerdo voluntario con el otro dueño o dueños.

2 En el capítulo siguiente se analizará en profundidad la naturaleza y función de las agencias de arbitraje, así como las fuerzas de mercado que impulsan a los litigantes a someter sus demandas al arbitraje y a acatar las decisiones de los árbitros.

3 En esta cita, la palabra “tierra” no se usa en la acepción común de bien inmueble, sino en el sentido económico de cualquier factor original de producción dado por la naturaleza.

4 De acuerdo con el Resumen Estadístico de los Estados Unidos de 1969 (Statistical Abstract of the United States of 1969), en junio de 1968 el gobierno federal “era dueño” del 86,4% de las tierras del estado de Nevada.

5 El hecho de que el hombre es un animal racional significa, simplemente, que es capaz de pensamiento y conducta racionales; no significa que automáticamente pensará y actuará de manera racional, dado que para ello tiene que elegir hacerlo. Puesto que su conciencia es volitiva, tiene la libertad de 1) no elegir y 2) elegir no pensar, así como es libre de elegir pensar. El hombre, para sobrevivir, debe pensar; la elección de hacerlo así debe ser tomada por cada persona, en forma individual e independiente, y sólo por ella. La elección de pensar o no pensar puede únicamente ser hecha por individuos; la sociedad no tiene un cerebro con el cual pensar.

* La Fórmula “Orígenes Nacionales” (National Origins Formula), también conocida como “national quota”, era un sistema estadounidense de cuotas de inmigración que restringía la inmigración sobre la base de las proporciones ya existentes en la población. El objetivo era mantener la composición étnica existente de los Estados Unidos.


Traducido por Jorge Trucco. El libro puede adquirirlo aquí.

 

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