Uno de los argumentos más persistentes (y falsos) contra la postura libertaria o de laissez faire es que el libertarismo en una filosofía “atomista” y “egoísta” que niega la verdad evidente de que los seres humanos son una “especie social” que ansía un fuerte sentimiento de comunidad.
Tal vez la bronca semicoherente de David Masciotra sea la que ilustre mejor esta línea de pensamiento del libertarismo como programa político que “elimina la empatía” y “niega el colectivo. Esto se hace en “Oposición a cualquier concepción del interés público y el bien común y el consiguiente rechazo de cualquier posibilidad de organizar comunidades en interés de la solidaridad” y esto no es sino un “rechazo de todas las normas y regulaciones y la creencia de que todos deberían poder hacer lo que quieran”. Para resumir, “Es una ingenuidad infantil”.
Las relaciones voluntarias son extremadamente valiosas
La mayoría de los buenos hombres de paja son tan evidentemente ciertos como relevantes. Aunque pueda ser verdad que algunos libertarios quieran tanto que les dejen en paz que preferirían que les dejara en paz no solo el gobierno, sino, bueno, todos, la gran mayoría de la gente (incluyendo a los libertarios) entienden bastante bien que los seres humanos son una especie social y comunitaria. Los libertarios simplemente creen que los seres humanos se pueden organizar a sí mismos y que debería dejarse al individuo a qué comunidades unirse y en qué términos.
Aunque una argumentación deontológica podría muy bien acabar ahí, los críticos de nuevo señalarán el hecho científico de que los seres humanos son animales sociales y que un sistema “egoísta” de valores esté en contra de nuestra naturaleza es una fantasía utópica (o tal vez distópica).
Aunque los libertarios se centran en la primacía del individuo, este enfoque no necesita del atomismo en modo alguno. La multitud de reuniones y encuentros libertarios debería demostrar esto por sí mismo. Tampoco esto infiera egoísmo (aunque Ayn Rand, que denunciaba explícitamente el libertarismo pero se le asocia a menudo con él, podría discutir este punto). El egoísmo y el atruismo no son mutuamente exclusivos. Como describe el psicólogo Robert Wright: “El amor (…) nos hace querer la felicidad de otros, nos hace renunciar un poco para que otros (los amados) puedan tener mucho. Más que eso: el amor hace que este sacrificio siente bien”.[1] El famoso gurú de la autoayuda, Dale Carnegie, hacía la misma observación:
Todo acto que hayas realizado desde el día en que naciste fu realizado porque querías algo. ¿Qué pasó la vez que diste una gran donación a la Cruz Roja? Sí, eso no es una excepción a la regla. Diste esa donación a la Cruz Roja porque querías echar una mano, querías realizar una acción bonita, altruista, divina.[2]
Es verdad que la gente puede ser altruista, pero lo es de una forma egoísta.
No todas las relaciones humanas son iguales
Esto va sin embargo más allá de una simple incomprensión de la teoría libertaria. Estos críticos, normalmente de la izquierda, han confundido la ciencia de la empatía y el altruismo humanos. De hecho, el libertarismo es probablemente el único marco filosófico que puede rectificar la naturaleza humana con el mundo moderno de una forma pacífica. El error deriva de los intentos de universalizar los instintos sociales naturales humanos. Esto puede ilustrarse con una entrevista que explica Steven Pinker entre Zach De La Rocha y Noam Chomsky:
[De La Rocha]: Otra idea incuestionable es que la gente es naturalmente competitiva y que, por tanto, el capitalismo es la única forma apropiada de organizar la sociedad. ¿Está de acuerdo?
Chomsky: Mire a su alrededor. En su familia, por ejemplo, ¿si los padres tienen hambre roban la comida a sus hijos? Lo harían si fueran competitivos. En la mayoría de las agrupaciones sociales que sean incluso medio cuerdas, la gente se apoya entre sí y simpatiza y ayuda y atiende a otra gente y todo eso. Son emociones humanas normales. Hace falta mucho trabajo para eliminar esos sentimientos de las mentes de las personas y aparecen por todas partes.[3]
El error de Chomsky es tan evidentemente ridículo que casi reclama ser creído. Está en la práctica haciendo equivaler los niños de alguien a algún tipo que esa persona no ha conocido en la otra parte del planeta. ¿Hace falta realmente “mucho trabajo” para que alguien se preocupe más de sus propios hijos que de los extraños? Como señala Steven Pinker:
Salvo que la gente trate a otros miembros de la sociedad en la forma en que tratan a sus propios hijos, la respuesta es un non-sequitur: la gente podría preocuparse profundamente por los hijos pero sentir algo distinto por lo millones de otras personas que constituyen la sociedad. El mismo encuadre de la pregunta y la respuesta supone que los humanos son competitivos o simpáticos en todos los casos, en lugar de tener distintas emociones hacia la gente con la que tienen distintas relaciones genéticas.[4]
De hecho, Adam Smith advertía esto mismo ya en el siglo XVIII, cuando escribía:
Supongamos que el gran imperio de China, con toda su multitud de habitantes, se viera de repente tragado por un terremoto y consideremos cómo un hombre con humanidad en Europa, que no tenga ningún tipo de relación con esa parte del mundo, se vería afectado tras recibir la noticia de esta terrible tragedia. Imagino que, ante todo, expresaría con mucha convicción su pésame por la desgracia de ese pueblo infeliz, haría muchas reflexiones melancólicas sobre la precariedad de la vida humana y la vanidad de todos los trabajos humanos, que podían así verse aniquilados en un instante. Tal vez también, si es un hombre especulativo, haría muchos razonamientos con respecto a los efectos que este desastre podría producir sobre el comercio de Europa y el comercio y los negocios del mundo en general. Y cuando terminara con esta buena filosofía, cuando todos los sentimientos humanos se hubieran expresado justamente de una vez, seguiría con sus negocios, reposaría o se divertiría con la misma facilidad y tranquilidad, como si no se hubiera producido ese accidente. El desastre más nimio que podría recaer sobre él le ocasionaría una perturbación más real. Si fuera a perder su meñique mañana, no dormiría esta noche, pero, dado que nunca los vio, roncará con la seguridad más profunda sobra la ruina de millones de sus hermanos y la destrucción de esa inmensa multitud le parece sencillamente un objeto menos interesante que esta insignificante desgracia propia.[5]
Aunque todos nos vimos sacudidos y entristecidos por el tsunami en Indonesia en 2004, el terremoto en Haití en 2010, el tsunami y la posterior crisis nuclear en Japón en 2011 así como todas las demás tragedias, ¿cuánta gente conocéis que realmente haya perdido el sueño por ello?
Los científicos explican esta empatía selectiva o bien mediante una selección de parentesco para la familia (comparten nuestros genes) o bien mediante un altruismo recíproco, que desarrolla amistades; faltando ambos para extraños e incluso la mayoría de los conocidos. Así que, mientras que la tragedia en el extranjero resulta para la mayoría una curiosidad desgraciada, todos hemos visto y probablemente conozcamos a personas asumiendo riesgos extremos o haciendo enormes sacrificios para ayudar a gente que conocen, quieren y atienden. Los hermanos se donarán riñones o parte de su hígado, los padres asumirán riesgos absurdos para salvar a sus hijos y cosas similares. Sí, los extraños pueden también hacer esto algunas veces. Ocasionalmente incluso se hará una donación anónima de un riñón por un donante anónimo, pero es bastante raro. De hecho, el activismo habitual expresado ante el sufrimiento de extraños es pulsar el botón de retuiteo o unirse a algún grupo de refuerce su propia identidad.
Los límites de las relaciones humanas
Esto explicaría además por qué las estrellas del pop y del cine están tan consideradas en las sociedades tecnológicas. No es que la estrella media del pop tenga miles de veces más talento que los que “no llegaron”. De hecho, exactamente la misma canción que llega a lo más alto de las listas normalmente se pierde en la oscuridad si la publica un artista “sin nombre”. Y sabemos estos sin ninguna duda porque las mismas personas que escriben canciones pop lo hacen para muchas estrellas del pop diferentes, Lo que pasa es que las personas no pueden seguir a tanta gente a la vez y por tanto eligen solo a unos pocos artistas seleccionados de los que ocuparse. La gente asocia la música o el cine que le gustan con esa celebridad y a pesar de no conocerla personalmente, esta básicamente se convierte en una especie de “amigo” de una sola dirección.
Mucho de esto puede parecer bastante evidente, pero subyace en el hecho de que los seres humanos no son ni puramente competitivos ni puramente cooperativos. Incluso dentro de instituciones competitivas hay una cantidad sustancial de cooperación. Salvo en los sectores basados en comisiones, prácticamente todas las empresas se basan principalmente en la cooperación interna para alcanzar un objetivo competitivo. La empresas incluso tienen que colaborar entre sí, por ejemplo, cuando se trata de vendedores y suministradores externos. Incluso se ha acuñado el término “coopetencia” para describir este fenómeno.
Como señalaba antes, el error que comete la izquierda cuando critica el libertarismo es considerar equivocadamente los instintos cooperativos humanos como universales. Hay algo llamado el número de Dunbar que señala que los seres humanos solo pueden mantener cómodamente 150 relaciones estables aproximadamente. Ha habido algunas disputas entre diversos psicólogos acerca de si el número es realmente 100 o 250 o algo así, pero hay una unanimidad básica en que la tesis general es verdadera.
Malcolm Gladwell describía en su libro The Tipping Point que la empresa W.L. Gore and Associates descubrió por prueba y error que los problemas sociales empezaban a producirse en cualquier edificio que alojara más de 150 personas, así que se reorganizó para evitar esos problemas. Muchas otras empresas han empezado a hacer lo mismo. De hecho, la mayoría de los grupos, de los clubes sociales a las unidades militares y similares tienden a agruparse en torno a este número o incluso menor. Incluso estudios sobre las redes sociales han concluido que el número de Dunbar es real. Sí, puedes tener más de 150 amigos de Facebook, ¿pero cuántos de ellos son realmente verdaderos amigos?
Un estudio de Nature veía como jugaba la gente al dilema del prisionero (un juego que recompensa la cooperación, pero solo si cooperan todas las partes). Como describe Christopher Allen, crearon
100 simulaciones independientes con grupos que iban de 2 a 512 y luego [ejecutaron] cada simulación de 1.000 a 2.000 veces. A cada generación de los “jugadores” se le permitía desarrollar distintas estrategias de cooperación frente a traición, siendo la estrategia de éxito el clásico toma y daca. Luego evaluarían el porcentaje de jugadores que llevarían a cabo estrategias cooperativas.
Si se eliminaba el castigo a las traiciones, descubrieron que por encima de las 1.000 generaciones de la simulación la tasa de cooperación rápidamente se viene abajo, de forma que en el grupo de tamaño 8 se desarrolla poco más que un 50% de cooperación y para grupos más grandes de 16 nadie coopera.
En esencia, la evidencia demuestra que los humanos o evolucionaron o fueron creados como una especie tribal. Y este hecho se ve en los tamaños habituales de los grupos en las sociedades de cazadores-recolectores que todavía existen hoy. Como señala Maria Konnikova: “El tamaño medio del grupo entre la sociedades modernas de cazadores-recolectores (donde había datos fiables del censo) era de 148,4 personas”.
De hecho, las evidencias incluso indican que este fenómeno general también vale entre todos los primates. Como señalan Robin Dunbar, Louise Barrett y John Lycett:
Una serie de estudios (…) demostraban que el volumen relativo del neocórtex se relaciona con diversas mediciones de la complejidad social entre primates (…) Los humanos se ajustan sorprendentemente bien a esta relación de los primates entre tamaño del grupo y tamaño del neocórtex.[6]
Para la mayoría de monos y simios, su “número de Dunbar” para tamaño de grupos cae entre cinco y 50.
Así que aunque los seres humanos no sean naturalmente atomistas, la cohesión de grupo y la cooperación no son universalizables como creen (o al menos quieren creer) muchos en la izquierda. Por supuesto deberíamos tratar a todos los que conozcamos, sean familia, amigos o extraños, como decencia y respeto. Pero si los grupos humanos naturalmente cohesivos son pequeños, como demuestran claramente las evidencias científicas, entonces ¿qué tipo de disposición societaria sería la mejor para nuestra especie en el mundo complejo y moderno para el cual está claro que nuestras mentes no están diseñadas? ¿Uno gobernado por un enorme aparato estatal o uno de comunidades federadas más localizado?
Publicado originalmente el 9 de marzo de 2016. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.
[1] The Moral Animal, p. 341.
[2] How to Win Friends and Influence People, p. 43. [Cómo ganar amigos e influir sobre las personas
Cómo ganar amigos e influir sobre las personas].
[3] Citado en The Blank Slate, p. 246.
[4] The Blank Slate, p. 247.
[5] The Theory of Moral Sentiments, pp. 126-127. [La teoría de los sentimientos morales].
[6] Evolutionary Psychology, pp. 114-116.