Los mercados son nuestra mejor esperanza para una cooperación pacífica

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hand2En mi artículo anterior, señalaba tanto la falacia de que el libertarismo sea inherentemente “atomista” como el hecho científico de que la moralidad, como regla de oro, puede aplicarse universalmente y la cooperación y empatía humana no. Estamos limitados por el “número de Dunbar”, que limita a aproximadamente 150  el número de relaciones sociales que cualquier persona puede tener en un momento determinado.

La pregunta que se nos plantea es qué disposición social se presta mejor a esa naturaleza. Karl Marx imaginaba un futuro que sería “De cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades”.  Pero como señalaba inteligentemente el biólogo E.O. Wilson sobre el comunismo, “Teoría maravillosa, especie equivocada”. Sí, lo que funciona bien para las hormigas no lo hace tanto para los seres humanos.

Violencia y poder del estado

El estado natural de la humanidad es el de pequeñas tribus que tienen poco o ningún contacto entre sí. Cuando entran en contacto, los resultados generalmente han sido sangrientos. Sería caer en la “falacia naturalista” argumentar que como este es nuestro estado natural, deberíamos vivir así. De hecho, como ha señalado  Steven Pinker, los estudios de sociedades de cazadores-recolectores demuestran que estas son extraordinariamente violentas. Cita el trabajo del arqueólogo Lawrence Keeley, que demuestra que, en ocho sociedades tribales distintas, el porcentaje de muertes de varones causados por la guerra “va del 10% a casi el 60%”.[1]

Además, algunos de los desgraciados efectos colaterales de este límite mental son el racismo y la xenofobia y, contrariamente a las muchas fantasías pseudoagrarias de muchos izquierdistas, estos son realmente más agudos en sociedades tribales. Como señalan Robin Dunbar, Louise Barrett y John Lycett,

En muchas, si no en la mayoría de esas sociedades, la palabra que se refiere a los miembros de la tribu normalmente se traduce como “hombres” o “humanos”: aquellos que pertenecen a todas las demás tribus, por extensión, se consideran como “no-hombres”.[2]

Steven Pinker cree que el crecimiento del estado era un método para atemperar esa violencia. Dejamos por ahora aparte el debate entre anarquismo y minarquismo, pero la afirmación de Pinker es muy sospechosa. Las estimaciones de R.J. Rummel del número de personas que han matado los gobiernos (sin incluir guerras) durante solo el siglo XX llegan a los ¡262 millones! Como mínimo, esto debería hacer evidente que cualquier tipo de gobierno totalitario u oligárquico no es la mejor forma de estructurar sociedades humanas.

Hay que reconocer que Steven Pinker sí apoya limitar fuertemente el poder del estado. Destaca cómo una liberalización de la política económica fue un factor importante en la reducción de la violencia mundial, particularmente la gente que pensaba más como un economista (clásicamente liberal): “Eso [les] ponía en oposición a mentalidades populistas, nacionalistas y comunistas que ven la riqueza del mundo como una suma cero e infieren que el enriquecimiento de un grupo debe venir a expensas de otro.[3]

Por supuesto, también lo atribuye a otras cosas, incluyendo, como muchos otros, a la democracia.

La democracia no puede aplicarse universalmente

Aunque la democracia es sin duda preferible al totalitarismo, cae en muchas de las mismas falacias con respecto al universalismo que la izquierda con respecto a la naturaleza humana.

De hecho, ¿qué pasaría si tuviéramos un gobierno democrático mundial que de alguna forma (por muy improbable que fuera) mantuviera instituciones democráticas fuertes a pesar de no afrontar ninguna competencia de otros estados? ¿Los votantes chinos simplemente aceptarían los caprichos de la mayoría global, si fuera contraria a los intereses de los votantes chinos? O más probablemente, dada su población, ¿los votantes de Estados Unidos aceptarían la voluntad de los votantes chinos?

La democracia puede ser una herramienta valiosa, pero su mejor aplicación es a nivel local, en donde el voto individual realmente significa algo. Por desgracia, muchos defensores de la democracia, la ven como algo que está claro que no es: un método de cooperación universal. Dado que la investigación ha demostrado claramente que esa cooperación universalizable es una fantasía utópica, ¿dónde deja eso la democracia?

¿Violencia o intercambio voluntario?

La cooperación es algo grande, pero solo ha demostrado funcionar en grupos pequeños. Todo lo que queda con respecto a interacciones de grupos grandes es la fuerza o el intercambio. Así que la democracia, a gran escala, es simplemente gente votando sobre si, cuándo y cómo usar la fuerza contra otros.

Es por esta razón que fracasaría el llamado anarcosindicalismo o anarcocomunismo. Como señalaba Murray Rothbard:

Todos los anarquistas de izquierdas han estado de acuerdo en que la fuerza es necesaria contra los recalcitrantes. Pero entonces la primera posibilidad significa nada más y nada menos que el comunismo, mientras que la segunda lleva a un caos real de comunismos diversos y enfrentados, que probablemente lleve al final a algún comunismo centralizado después de un periodo de guerra social. Así que el anarquismo de izquierdas debe en la práctica significar o un comunismo normal o un verdadero caos de síndicos comunistas. En ambos casos, el resultado real debe ser que se restablezca el estado bajo otro nombre. La trágica paradoja del anarquismo de izquierdas es que, a pesar de las esperanzas de sus defensores, no es realmente anarquismo en absoluto. Es o comunismo o caos.

No debería sorprender que cualquiera de esos ejemplos durara poco, normalmente existiera en un tiempo de guerra en el que un claro oponente podía aunara al pueblo y no fuera ni de cerca tan agradable como muchos de sus defensores parecen creer. La Comuna de París ejecutó a cientos de sacerdotes y clérigos y, como dice Bryan Caplan, los anarquistas españoles de la década de 1930 llevaron a cabo “asesinatos a gran escala de personas que se suponían defensores de los nacionales”.

Por supuesto, la lista de pecados de los gobiernos oficiales es muchísimo más larga (el gobierno francés mató a mucha más gente que la Comuna durante ese conflicto). Pero lo pocos ejemplos ayudan a demostrar la regla de las defectos propios del anarcosindicalismo. Debería notarse además que se intentaron muchos experimentos similares en Estados Unidos en el siglo XIX con poco éxito, incluso a una escala relativamente pequeña. He aquí la descripción de Jonathan Haidt del trabajo sobre el tema del antropólogo Richard Sosis:

[Sosis] examinó la historia de doscientas comunas fundadas en Estados Unidos en el siglo XIX. Las comunas son experimentos naturales de cooperación sin parentesco. Las comunas solo pueden sobrevivir en la medida en que puedan aunar un grupo, suprimir el interés propio y resolver el problema de los gorrones. (…) Para muchas comunas del siglo XIX, los principios eran religiosos; para otras, eran seculares, en su mayoría socialistas (…) solo el 6% de las comunas seculares seguían funcionando veinte años después de fundarse.[4]

A las comunas religiosas les fue mejor, con el 39% todavía funcionando veinte años después. Pero esto sigue dejando mucho que desear. Y recordemos que eran comunas de pequeña escala integradas por personas de cultura similar que se reunieron voluntariamente, no grandes estados con millones de personas de distintas culturas desperdigadas por una gran región geográfica.

Aunque no haya ninguna objeción libertaria a esas comunas, sencillamente no representan un sistema universalizable a emular. A gran escala, sencillamente nos quedan las tres alternativas que apunto tan correctamente Frederic Bastiat:

  1. Los pocos saquean a los muchos.
  2. Todos saquean a todos.
  3. Nadie saquea a nadie.[5]

No importa cómo se organice la sociedad, la gente se dispondrá en grupos pequeños cambiantes, aunque relativamente estables. Familias y parientes generalmente se preocuparán más entre sí que con extraños y así sucesivamente. Aunque el “extrañamiento” de cualquier tipo es una preocupación evidente cuando se llega a la conclusión de que los seres humanos forman naturalmente grupos pequeños y ven a los demás como algo externo, no puedo ver una manera mejor de suavizar estas relaciones que dedicándose al comercio mutuamente beneficioso. No sería utópico, pero indudablemente es mejor que usar la fuerza (ya sea mediante tiranía o democracia) alinear a otras personas y grupos con nuestros propios deseos.

El estado suplanta la cooperación de base local

También debería advertirse que hay una gran ironía en el gobierno por ser calificado como una institución para producir la tan “atomista” a la que se oponen los libertarios. A principios del siglo XX, enormes cantidades de trabajadores pertenecían a diversas mutualidades que proporcionaban asistencia cuando se necesitaba, médicos y otros servicios, así como una sensación de camaradería. Las mutualidades, igual que todo tipo de empresas, iglesias, organizaciones de caridad y grupos sociales, representan un ejemplo más de la capacidad de los seres humanos para autoorganizarse.

Sin embargo, las mutualidades duraron poco. La gran expansión del estado del bienestar en la década de 1960 no hizo sino suplantar estas instituciones voluntarias por las burocracias frías e impersonales que ninguna persona racional podría describir como comunales.

¿Qué pasa con la familia? Es indudablemente la mínima institución atomista que existe. Bueno, después de que el gobierno implantara el estado del bienestar y suplantara el papel tradicional del padre, la formación de familias, el divorcio y la ilegitimidad se dispararon. En 1960, los nacimientos fuera del matrimonio suponían en torno al 6% del total. Hoy están por encima del 40%.

Y la presión sobre familias y comunidades militares cuando el gobierno decide ir a la guerra debería ser evidente.

La mejor forma de evaluar la fortaleza de las comunidades son diversas herramientas para medir lo que se llama capital social (básicamente redes sociales respaldadas por confianza, reciprocidad y cooperación). Robert Putnam ha descubierto que la mayoría de las formas de capital social empiezan a decaer de forma precipitada después de la implantación de los programas de la Gran Sociedad de la década de 1960. Por ejemplo, descubre que la membresía en asociaciones voluntarias “tuvo su máximo a principios de la década de 1960 y empezó el periodo de constante declive hacia 1969”.[6]

Aunque Putnam cree que estado del bienestar realmente mejoró la caída del capital social, la cadencia parece improbable. Charles Murray, otro sociólogo, ha defendido que la felicidad y el capital social se construyen sobre cuatro virtudes: industriosidad, honradez, matrimonio y religión. Y el gobierno interfiere en todas en diversos grados. Por ejemplo, la dependencia del estado del bienestar reduce la industriosidad e incentiva la quiebra familiar y una falta de formación de familias. Este argumento sin duda se ajusta mejor a la cronología y a lo que sabemos de la naturaleza humana.

Esto es especialmente cierto dado que la fuerza no es un buen medio para construir una sociedad cooperativa y el gobierno usa poco más que fuerza.

No, el gobierno destruye una sensación de comunidad y lanza a unos grupos de personas contra otras. Las sociedades humanas se organizan naturalmente mediante medios voluntarios, como predijeron los libertarios. Y además una economía de mercado basada en el comercio mutuamente beneficioso es la única forma encontrada hasta ahora para que múltiples grupos de “tribus” o grupos dispares y sobrepuestos  de “números de Dunbar” vivan pacífica y prósperamente en una gran sociedad moderna interconectada y compleja.


Publicado originalmente el 23 de marzo de 2016. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

[1] The Blank Slate, p. 57. [La tabla rasa]

[2] Evolutionary Psychology, p. 199.

[3] The Better Angels of Our Nature, p. 664. [Los ángeles que llevamos dentro]

[4] The Righteous Mind, p. 298.

[5] The Law, p. 19. [La ley]

[6] Bowling Alone, p. 55.

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