Apoyar el libre comercio es sencillamente cosa de no hacer nada cuando otra persona intercambia sin violencia con un tercero. Esa persona puede estar en esta misma calle o puede estar en algún otro país. No hace falta ningún “acuerdo de libre comercio” u otros papeles.
Oponerse al libre comercio, por el contrario, es apoyar la imposición de multas, penas de prisión y otras sanciones a personas que realizar intercambios no violentos.
El argumento moral
Esa última parte es normalmente ignorada por la gente normal que apoya restricciones al libre comercio por la razón que sea. Encuadran su oposición al comercio como si fuera una mera cuestión académica y como si la realidad de restringir el libre comercio fuera solo un asunto de decir “no hagas eso” y entonces todos se pusieran de acuerdo en dejar de hacerlo.
Pero, por supuesto, quien esté a favor de restricciones al libre comercio tiene que dar el siguiente paso y explicar exactamente qué multas y penas deberían imponerse a comerciantes y otros que hayan cometido el “delito” de comprar bienes de fuentes no aprobadas por el gobierno o que hayan vendido bienes a receptores no aprobados por el gobierno.
¿Las multas serán de 1.000$ o de 100.000$? ¿Los culpables estarán en prisión 90 días o 5 años? Estas son las preguntas que cualquier opositor al libre comercio debe responder. Y si la respuesta es “sí” a cualquiera de estas preguntas, determinemos luego qué agencias públicas pagadas por los contribuyentes deberán estar a cargo de atrapar a los malhechores, acusarlos y encarcelarlos o multarlos. Los agentes públicos (presumiblemente bien pagados y pensionados) no trabarán gratis. ¿Qué estructura de espionaje deberá emplearse para mantener controlados a todos los potenciales infractores?
Y por supuesto la ignorancia de la ley no sería una excusa, así que todo el que quiera importar una chuchería o artilugio de un país extranjero tendrá que conocer todas las leyes, regulaciones y sanciones que conlleva esa aventura empresarial. No saber todo esto podría significar que tu vida sea arruinada por investigadores federales.
Por ejemplo, si no sabes los detalles de la ley de EEUU conocida como Lacey Act, podrías acabar con una dura sentencia de prisión por violar leyes extranjeras o por importar pescado pacíficamente adquirido o por realizar una lista aparentemente interminable de actividades que cualquier persona con sentido común creería que son pacíficas y legales.
Igualmente, cuando la Gibson Guitar Corporation fue asaltada por un equipo SWAT por entrar en conflicto con alguna ley arcana acerca de la importación de madera, fue solo el resultado natural que cabía esperar de restringir el libre comercio. Aquellas leyes existían para proteger de las importaciones a las empresas madereras nacionales. Pero bueno, la ley está ahí para proteger a los trabajadores estadounidenses ¿no? Así que, aparentemente, está bien que esa gente de las guitarras Gibson vea sus vidas y familias arruinadas por costas legales, multas y sentencias penales.
A los que se oponen al libre comercio, como los defensores del embargo contra Cuba, por ejemplo, les gusta hablar hipócritamente acerca de defender la libertad, pero en definitiva sus políticas equivalen a nada menos que el sórdido encarcelamiento y acusación de pacíficos comerciantes y consumidores.
A la multitud contra el comercio le gusta pensar que estas leyes solo castigan a malvados mascadores de puros en rascacielos, pero las leyes no funcionan así. Como las leyes se escriben para aplicarse a empresas concretas, castigan en su lugar ciertos comportamientos. Es verdad que esas leyes pueden restringir a grandes corporaciones malvadas, pero también acaban aplicándose a pequeños emprendedores y empresarios, la mayoría de los cuales no tienen un ejército de abogados y normalmente acaban en una situación mucho peor que cualquier gran empresa. Como los propietarios de la Gibson Guitar Corporation, muchos empresarios pequeños y medianos sencillamente buscan los bienes con costes más bajos, para así poder ofrecer bienes con un precio inferior a sus clientes. Esos bienes a menudo se encuentran en países extranjeros. Pero sin un gran equipo de abogados, la mayoría de la gente normal se verá atrapada en la red de las restricciones comerciales.
El argumento económico
Hasta aquí, todo esto ignora los argumentos económicos contra la restricción del libre comercio. Los que no nos dedicamos a la importación directa de bienes también sufriremos cuando se restrinjan los bienes. Las restricciones comerciales a medicamentos, repuestos de automóviles, alimentos o cualquier otra cosa hacen que esos bienes sean más caros. Y por supuesto no todos esos bienes son bienes de consumo. Los empresarios usan esos bienes para crear nuevos bienes y por tanto deben también cobrar precios más altos a sus clientes. Un limpiador que deba pagar precios más altos por una furgoneta o una aspiradora debido a restricciones comerciales deberá pasar una porción de ese coste al cliente. Y con precios más altos, tendrá menos clientes y menos beneficios. Los tenderos a su vez deben tener a su vez más sucios sus locales, porque pueden permitirse menos servicios de limpieza.
Sí, una diminuta porción de la población que se dedique a la fabricación nacional de aspiradoras y furgonetas se beneficiará. Pero son los limpiadores y sus clientes (los dueños de la peluquería y la bocadillería) los que están pagando el precio de subvencionar a los trabajadores de las fábricas.
Estos temas no son parte de un ejercicio intelectual. El problema del comercio restringido es muy real para la gente real.
Pero no necesitáis que os explique el problema económico de la restricción del comercio. Adam Smith, Ludwig von Mises y todos los economistas liberales y de laissez faire están de acuerdo en esto.
El argumento nacionalista
El programa nacionalista de usar el proteccionismo para defender a los trabajadores estadounidenses frente a la competencia se basa en la idea de que el comercio con extranjeros daña a la economía local.
Por ejemplo, se nos dice por los nacionalistas que daña a los trabajadores californianos que los ciudadanos de California compren bienes del vecino México, pero aparentemente está bien que compren bienes de Illinois o Nueva York, siendo ambas economías distantes que probablemente contribuyan muchos menos al bienestar de los californianos que la economía del norte de México.
Murray Rothbard se burlaba de estas ideas en el contexto de la inmigración cuando se preguntaba por qué no es un problema cuando alguien se muda de Massachusetts para empezar a trabajar en Michigan. En ese caso, la respuesta es no quejarse nunca de que la gente de Massachusetts está robando los empleos de la gente de Michigan. No, el argumento solo se aplica si alguien cruza una frontera internacional para hacer lo mismo.
Así que igual en el comercio es ridículo argumentar que los bienes importados de Virginia a California son perfectamente tolerables (e incluso beneficiosos) mientras que las importaciones de la vecina Tijuana son por alguna razón dañinas.
Rothbard advertía que la idea se convierte en más absurda cuanto más local la hagas. La justificación económica propuesta para “Compre americano” no es distinta de la demanda “Compre de Dakota del norte” o “Compre de la calle 55”. Aunque hay indudablemente grupos que promueven comprar solo bienes del estado propio (por ejemplo la campaña “ABC — Always Buy Colorado”), esos intentos raramente pasan de ser un truco de mercadotecnia y prácticamente nadie apoyo restricciones comerciales entre estados.
Así que, por sus acciones, la preferencia demostrada de los estadounidenses es aprovechar los beneficios de comprar y usar bienes fabricados a miles de kilómetros por personas a las que nunca conocerán. Es decir, aceptan claramente los beneficios del comercio con una economía muy lejana (como en el caso del comercio entre San Francisco y San Luis) pero luego se dan la vuelta y rechazan la misma realidad cuando se trata del comercio internacional).
En el núcleo de estas ideas hay un misticismo puro, por supuesto, ya que requiere que alguien crea que una persona en Brownsville, Texas, tiene los mismos intereses económicos que una persona en Portland, Maine, pero completamente distintos de una persona en la cercana Monterrey, México. Hace falta creer en algún tipo de diferencia metafísica o quizá físicamente objetiva entre los humanos de Monterrey y los humanos en Portland.
Incluso los poderes más básicos de observación deberían desengañar sobre esa extraña noción, y aun así las explicaciones estadounidenses sobre el comercio aceptan la idea como dada.
Por supuesto, permitiendo su propio comercio pacífico, esas ideas se evaporarían rápidamente al buscar la gente relaciones económicas mutuamente beneficiosas a través de fronteras y barreras de todo tipo.
Sin embargo hoy debemos continuar tratando con gente que acepta una ideología anticomercio que prefiere la violencia a la paz y la coacción a la libertad. Por desgracia, los gobiernos están perfectamente contentos de complacerles.
Publicado originalmente el 18 de marzo de 2016. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.