Los llamados “incentivos” son reconocidos como medios por los cuales se impulsa a un individuo y consecuencia a su sociedad al avance y progreso. Así como las empresas tienen incentivos para arriesgar capital, los individuos también requieren incentivos claros que los motiven a buscar ganancias a través de la cooperación social, mejor conocida como “el comercio”. Pero es importante tener claro que existe un punto de quiebre que se ubica en donde la toma de ganancias motiva más que el hecho de producir y es donde a partir de esto, las sociedades entran en decadencia.
Nos podemos hacer varias preguntas, ¿En qué punto las sociedades tienen altos niveles de ganancia y al mismo tiempo crecientes niveles de producción? ¿Qué determina los incentivos tanto de los individuos como los de las empresas? ¿Cuándo ya no es proporcional el creciente aumento de ganancia al creciente aumento en la producción y quien se apropia de estas ganancias?
Podemos entender que el comercio es logrado mediante la negociación coesiana que nos indica que para que exista el comercio, los costes de transacción tienen que estar a niveles que permitan la obtención de ganancias conjuntas. El poder ejercido por los seres humanos rara vez se aplica por motivos sencillos, lo que indica que intrínsecamente debe haber algún tipo de motivación. Esto puede entenderse como un comportamiento egoísta por parte del individuo. Para entender esto podemos analizar el comportamiento criminal donde a este individuo por lógicas razones le iría mejor bien en una sociedad rica que en una pobre. Sin embargo, al existir la presencia de este, esta sociedad debe invertir en seguridad por lo que su riqueza es menor a lo que sería sin la existencia del criminal. Hemos de tomar en cuenta que existen niveles altísimos de incentivos para el ladrón dado que no produce sino obtiene ganancias mediante el uso de la fuerza coercitiva. El ladrón ignora el daño que sus actos ocasionan en la sociedad. Si ahora, los niveles de robo empiezan a disminuir la riqueza de esta sociedad pues no habrá tanto que robar y los incentivos para este ladrón empezaran a disminuir por lo que le convendría más potenciar la rentabilidad de los negocios cobrando por dar seguridad a la zona. A medida que crezcan los mismos, los ingresos del criminal también aumentaran. Según Coase, en este caso las ganancias estarían a un nivel que de igual forma vale la pena seguir produciendo. Se podría interpretar como un “todos ganan”. Ahora si la historia trata sobre quien brinda protección, esta protección será un incentivo para la sociedad en pagarla siempre y cuando su protección proporcione una ganancia mayor al hecho de que no la tuviera. Pero esto tiene un punto de inflexión cuando esta protección dada mediante el cobro de impuestos llega a un grado en que otro ladrón podría dar a la sociedad una mejor oferta de protección que el primero. Se conoce este zenit como curva de Laffer: “Cuando los impuestos llegan a niveles confiscatorios, las sociedades tienen a emigrar a lugares en los que el pago de impuestos y el costo de vida sean posibles.” A esto también podemos llamarlo “tasa optima de robo impositivo”. Este monopolio del robo mediante el cobro de impuestos, genera al ladrón extraordinarios incentivos siempre y cuando se mantenga en los márgenes posibles para el pueblo que protege. A este bandido le conviene que su sociedad tenga la motivación suficiente para aumentar su producción ya que sus impuestos obtenidos son una parte de la ganancia de producción por lo que se vería enteramente beneficiado. Las sociedades preferirán esta situación a que esporádicamente los roben bandidos diferentes.
Otro punto interesante es cuando el bandido aparte de ofrecer la protección, incentiva a la sociedad mediante la reinversión de sus ingresos obtenidos en la creación de bienes públicos. Mejorando la calidad de vida de su sociedad entiende que aumentara la producción. Aunque esta autocracia trae beneficios tanto para la sociedad como para el individuo que la ejerce, no existe un acuerdo de contrato social ni la transacción es voluntaria. Sin embargo, el aumento de la producción en una sociedad podría deberse al orden autocrático que aporta el monopolista del poder. El incentivo que lleva al individuo a reinvertir en la sociedad y así verse beneficiado nunca formo parte del interés inicial del mismo. La amplia redistribución de los ingresos públicos termina siendo en favor del autócrata. El consumo principesco no se justifica en pensar que este es trivial en comparación a la pequeña parte de la recaudación fiscal que el mismo representa. Habría que decírselo a los autócratas que hicieron el Taj Mahal o el Palacio de Versalles y dudamos aun que puedan entenderlo.
Podríamos afirmar entonces que la democracia es mejor que la autocracia. Pero lo que no se reconoce es que es muy seguro que los incentivos que tenga el político en manejar el poder sean los mismos al del bandido inicial. Se podría creer que este ya no aplica el poder coercitivo y afirmar en que esa sería la base de su legitimidad, mas sin embargo, este bien podría comprar los votos o prometer en base a la necesidad de la sociedad, lo que devela aún más que su interés sigue siendo propio. La lógica indica también que de una u otra forma la sociedad aceptara el pillaje dado que supone que su producción aumentara dada la redistribución de los ingresos obtenidos por razón de impuestos y consecuencia aumentara su ganancia… Así como la ganancia del bandido.
Algo asombroso es que a veces las mayorías y especialmente las supermemorias, tratan a las minorías como si de sus intereses propios se tratara. Aquí, el interés inclusivo se logra mediante el pleno acuerdo de todas las partes. Los interés al fin y al cabo parecen ser -dada la dirección en que estos vengan- que todos son benevolentes. Los intereses de los individuos apuntaran hacia un horizonte infinito de planificación.