La Unión Europea es antieuropea

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European Union¿Qué es Europa? Parece que no puede darse ninguna respuesta rigurosa. Europa no es exactamente un continente. No es una entidad política. No es un pueblo unido. La mejor definición, de hecho, puede ser que Europa es el resultado de un largo proceso histórico que engendró instituciones únicas y una visión única de lo que tendrían que ser los hombres. La idea de que los hombres tendrían que estar libres de interferencia pública violenta. Europa no tiene padres fundadores. Su nacimiento no fue orquestado, sino que fue completamente espontáneo. Su desarrollo no fue impuesto por ejércitos ni gobiernos, sino que fue el producto voluntario de clérigos, mercaderes, siervos e intelectuales que buscaban interactuar libremente entre sí. Los europeos estaban unidos por sus libertades y divididos por sus gobiernos. En otras palabras, Europa se construyó contra los estados y sus restricciones arbitrarias, no por ellos.

A la caída del Imperio Romano le siguió un periodo de anarquía política en el que ciudades, aristócratas, reyes y la iglesia competían todos entre sí. Por tanto, como señalaba Ralph Raico en su artículo “El milagro europeo”:

Aunque los factores geográficos desempeñaron un papel, la clave para el desarrollo occidental ha de encontrarse en el hecho de que, aunque Europa constituía una sola civilización (la cristiandad latina) estaba al mismo tiempo radicalmente descentralizada. Frente a otras culturas (especialmente China, India y el mundo islámico), Europa comprendía un sistema de jurisdicciones y poderes divididos y, por tanto, en competencia.

En otras palabras, a lo largo de los siglos una larga evolución de las instituciones dio nacimiento a la libertad personal. Aunque las aristocracias y estado europeos estuvieran restringiendo la libertad, se vieron obligados a conceder más autonomía a sus súbditos, pues, si no lo hacían, la gente se excluía emigrando o usando mercados negros. Como decía Leonard Liggio, después del año 1000:

Mientras las cadenas de la Paz y la Tregua de Dios impedían saquear al pueblo, los incontables señoríos y baronías significaban incontables jurisdicciones en competencia muy próximas entre sí. (…) Este sistema policéntrico creaba un control sobre los políticos: el artesano o mercader podía tomar el camino hacia otra jurisdicción si se fijaban impuestos o regulaciones.

Europa estaba donde empezaba el camino a la libertad. Fue en Europa donde los valores del individualismo, el liberalismo y la autonomía nacieron de la historia y dieron a la humanidad un sentido de progreso que ninguna civilización había experimentado nunca ni con tanta extensión antes. Por desgracia, los valores e instituciones que hicieron grande a Europa se desvanecieron bajo la presión de la centralización política, el nacionalismo, el estatismo, el socialismo y el fascismo en los siglos XIX y XX. Sin embargo hoy un nuevo peligro se cierne sobre Europa: la Unión Europea.

Las instituciones europeas contra el mercado libre

Contrariamente a lo que se dice habitualmente, la Unión Europea no tiene nada que ver con paz, libertad, libre mercado, libre movimiento de capital y emigración, cooperación o estabilidad. Todo esto se podría proporcionar muy bien en un sistema descentralizado. La Unión Europea no es más que un cártel de gobiernos que trata de obtener poder armonizando la legislación fiscal y regulatoria en todo estado miembro. El artículo 99 del Tratado de Roma (1957) indica claramente que los impuestos indirectos “pueden armonizarse en interés del Mercado Común” por la Comisión Europea. Respecto del artículo 101 del mismo tratado, este restringe explícitamente la competencia regulatoria “donde la Comisión considere que una disparidad entre las disposiciones legislativas y administrativas de los estados miembros distorsione la condiciones de competencia del Mercado Común”.

Desde su mismo inicio, con la creación de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA) en 1951, las instituciones europeas fueron más agencias de planificación que cualquier otra cosa. De hecho, las industrias del carbón y el acero en ese momento eran las más nacionalizadas y el objetivo de la CECA era coordinar las actividades de los gobiernos en estos dos sectores, no liberalizar la actividad. El hecho de que la CECA no fuera un asunto de libre comercio, sino de planificación pública era sabido por todos en ese momento. Fue Robert Schuman, el ministro francés de asuntos exteriores, el que propuso en su declaración del 9 de mayo de 1950 que la producción franco-alemana de carbón y acero se pusiera bajo una Alta Autoridad común, dentro del marco de una organización en la que pudieran participar otros países europeos. Asimismo, la CECA creó por primera vez una legislación antitrust europea, que, como saben los austriacos, no es sino planificación pública en nombre de una visión errónea de lo que es la competencia. Incluso el Tratado de Roma (1957), la base de la UE tal y como la conocemos, en lugar de promulgar el libre movimiento de bienes, capitales y personas, sigue siendo un tratado altamente estatista. De hecho, se olvida a menudo que, entre otras cosas, el Tratado de Roma creó el “Banco Europeo de Inversión”, un “Fondo Social Europeo”, la muy proteccionista “política agraria común”, la “política común de transportes” y reforzó la legislación europea antitrust. Por tanto, si a corto y medio plazo el Tratado de Roma, al romper el cuello del proteccionismo, fue bueno para la economía europea, creó instituciones que podían expandir fácilmente su poder regulatorio en el futuro, y eso es exactamente lo que hicieron.

Muchos librecambistas apoyan la Unión Europea bajo la justificación de que aunque sus regulaciones fueran malas, siguen siendo mucho mejores que las producidas por nuestros muy prolíficos gobiernos. Sin embargo, esa línea de argumentación, a menudo usada en países más socialistas como Francia, es un completo sinsentido. Es el equivalente a decir: “No me importa que me roben dos veces porque el segundo ladrón será mucho más amable conmigo”. La cuestión no es cómo hacer regulaciones “mejores”, sino cómo expandir el libre comercio.

Europeísmo: Verdadero y falso

En 1946, F.A. Hayek escribía un artículo innovador llamado “Individualismo: Verdadero y falso”, en el que distinguía dos tipos de tradiciones intelectuales individualista. Una, como la llama Hayek, es el “individualismo verdadero”, basado en el evolucionismo, la idea de que las instituciones y los comportamiento individuales no se planean conscientemente, sino que son más bien el resultado de un proceso espontáneo. El individualismo verdadero sigue la tradición de la ilustración escocesa. El individualismo falso, por el contrario, se basa en la idea de que sociedad, libertad y mercados pueden y deben ser planificados. Este individualismo falso es el heredero de 1789 y (aún más claramente) de los revolucionarios franceses de 1793.

Estos dos tipos de individualismo están hoy en la raíz de dos tipos distintos de europeísmo. El europeísmo verdadero admite que la mayoría de lo que creó Europa no estuvo planeado, sino que fue más bien espontáneo. Las implicaciones son que tendríamos que tener tanta descentralización como sea posible para que Europa continúe prosperando y salvaguardar las libertades individuales. Por otro lado, el europeísmo falso piensa que Europa solo puede convertirse realmente en Europa si existe un una planificación por parte de instituciones políticas comunes. Los falsos europeístas creen que la única alternativa es entre estados-nación y Unión Europea. Su defensa de una entidad política europea centralizada se basa en idea errónea de que la centralización política está ligada positivamente al proceso de civilización porque sociedad, derecho, mercados, prosperidad y “espíritu europeo” tendrían que ser diseñados por los gobernantes. A Europa, durante la Edad Media, dicen esos pensadores, le faltaba integración porque le faltaba unificación política. De esto se deduce que debemos agradecer hoy la existencia de la Unión Europea. En su explicación, el progreso económico tuvo lugar solo cuando “Europa” empezó lentamente a desarrollar nuevas alianzas comerciales que combinaban algunos aspectos de protección militar con algo similar a un área de libre comercio. Pero esta versión de la historia está muy lejos de la verdad. Por ejemplo, en la Edad Media la lex mercatoria, la ley de los mercaderes, era puramente privada. Además, los aranceles proteccionistas eran en buena parte ignorados en todo caso por los europeos. El contrabando estaba tan extendido que en realidad la Inglaterra en la Edad Media debería considerarse como una nación de contrabandistas en lugar de una nación de mercaderes. Como señalaba Murray Rothbard en  Conceived in Liberty:

Demasiados historiadores han caído bajo el embrujo de la interpretación de los historiadores económicos alemanes de finales del siglo XIX (por ejemplo, Schmoller, Bucher, Ehrenberg): que el desarrollo de un estado-nación fuertemente centralizado era un requisito para el desarrollo del capitalismo en el periodo moderno temprano. Esta tesis no solo se refuta por el florecimiento del capitalismo comercial en la Edad Media en las ciudades no centralizadas del norte de Italia, la Liga Hanseática y las ferias de la Champaña. (…) También se refuta por el extraordinario crecimiento de la economía capitalista en las libres y localizadas Amberes y Holanda en los siglos XVI y XVII. Así los holandeses llegaron a superar al resto de Europa mientras mantenían la autonomía local medieval y evitaban la creación de estado, el mercantilismo y la participación del gobierno en los negocios, y la guerra agresiva.

Así que la idea de que una autoridad centralizada, en nuestro caso la Unión Europea, es necesaria para el libre comercio es una pura fantasía. Es un europeísmo falso. Su aproximación colectivista ha prevalecido en las instituciones europeas desde el principio. Por ejemplo, uno de los objetivos indicados por el Tratado de Roma era “crear mercados” a través de una legislación antitrust europea unificada. Igualmente, la justificación oficial de la Política Agrícola Común presentada en 1962 era crear un mercado agrícola unificado. Pero los mercados no necesitan estados ni tratados para existir e indudablemente no necesitan a la Unión Europea.

El paralelismo entre el falso europeísmo y el falso individualismo es también relevante en relación con sus respectivas tendencias imperialistas. Mientras que los revolucionarios franceses querían invadir Europa para imponer sus “valores universales” mediante la fuerza, la Unión Europea no tolera, en nombre de Europa, estados independientes que no quieran someterse a Bruselas. Suiza, por ejemplo, se ve obligada por la Unión Europea a adoptar multitud de regulaciones con respecto a la seguridad alimentaria y la posesión de armas de fuego. Si la confederación suiza  no cumple con muchas disposiciones de la ley europea, la Unión Europea les amenaza con cortar el acceso de Suiza al mercado único.

El éxito político más increíble de los fanáticos de la Unión Europea es su constante desprecio hacia quienes rechazan someterse al superestado hegemónico europeo. Pero debemos entender que solo los llamados “euroescépticos” pueden realmente estar a favor de Europa. Solo los “euroescépticos” pueden ser leales a la historia y los valores liberales de su continente. En otras palabras, la Unión Europea es una institución altamente antieuropea.

Necesitamos descentralización

El 28 de junio de 2016 los británicos votarán si quieren mantenerse en la UE o no. Si gana el NO, podría ser el final de la Unión Europea como la conocemos. Históricamente, Gran Bretaña desempeñó un papel protagonista en el mantenimiento de un orden europeo bastante descentralizado. Ya fuera la Francia napoleónica o el II Reich alemán o la Alemania nazi, siempre ha sido Gran Bretaña la que al final ayudó a quebrar los esfuerzos hegemónicos de imperios en la Europa continental. La pregunta por tanto es ¿desempeñará Gran Bretaña su papel histórico este verano contra la imperialista Unión Europea? Deberíamos considerar cualquier intento de establecer un sistema más descentralizado con más competencia entre estados como algo bueno para Europa y los europeos. Es verdad que los estados-nación deben ser desmantelados, pero no si esto significa la creación de un leviatán europeo aún más grande. Por el contrario, hay que apoyar los movimientos regionalistas y de independencia, ya sea en Escocia, Cataluña o Córcega. El milagro europeo puede revivirse solo mediante un descentralización política extrema. Lo que nos enseña la historia es que Europa es más grande que los individuos que la componen en lo que respecta a la libertad. Mientras esté controlada o dirigida por una autoridad política monolítica o centralizada o por estados-nación belicosos, Europa estará limitada por la incapacidad de los europeos para escapar de las restricciones arbitrarias de sus gobiernos.


Publicado originalmente el 4 de abril de 2016. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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