Cómo la Oficina del Censo inventó los “hispanos”

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marco rubioPara cualquiera que haya estado siguiendo las Ligas Mayores de béisbol en años recientes, es evidente que se ha pasado el aviso de que es el momento de retorcerse las manos por una falta de jugadores afroamericanos. Este mismo mes, Hank Aaron lamentaba que la MLB sea “un deporte moribundo [en lo que se refiere a] los afroamericanos”.

Pero la preocupación de Aaron solo tiene sentido si se usa el término afroamericano en el sentido más estricto posible. Es decir, para ver una disminución importante en el número de afroamericanos, se debe contar solo a los estadounidenses nativos descendientes de africanos y no contar el número importante de jugadores de las Ligas Mayores descendientes  de africanos que nacieron en lugares como Cuba y la República Dominicana.

Cualquier observador casual que vea béisbol, después de oír acerca de una supuesta escasez de afroamericanos, podría ver a Manny Ramirez, David Ortiz y Yasiel Puig y preguntarse por que se nos dice que no hay deportistas negros. Lo que la mayoría de la gente no sabe es que esos tres hombres se cuentan a menudo en los papeles públicos como “hispanos” o “latinos” en lugar de “afroamericanos” porque provienen de países hispanohablantes. Sin embargo, desde el punto de vista de las políticas raciales de izquierdas aquí no hay distinción relevante. La gente descendiente de africanos de lugares como Cuba y la República Dominicana descendían casi todos de esclavos y eran miembros de la clase socioeconómica más pobre en sus países de origen.

Persiste el hecho de que una gran cantidad de jugadores “latinos” de béisbol (que ahora son casi el 27% de todos los jugadores) son realmente latinos negros.

Sin embargo, debida a un sistema arbitrario de clasificación inventado por los responsables del censo público, los latinos negros son a menudo excluidos de ser mencionados como afroamericanos por los sumos sacerdotes de la política racial en los deportes profesionales.

Los “hispanos” no existían antes de la década de 1970

No dedico exactamente mi tiempo a preocuparme por las pintorescas y nimias preocupaciones de los comentaristas deportivos, pero esto proporciona un ejemplo de la confusión causada por la invención moderna de la Oficina del Censo de la categoría conocida como “latino” o “hispano”. El hecho de que el jugador de béisbol rubio Enrique Hernandez y Yasiel Puig estén ambos en la misma categoría de “latino” por parte de los estadísticos públicos muestra cómo pueden usarse estas categorías para manipular nuestras perspectivas de las clases socioeconómicas y supuestas divisiones raciales y étnicas.

Antes de la década de 1970, el gobierno en Estados Unidos no realizaba ninguna contabilización sistemática de hispanos. Salvo una inclusión una vez de una categoría racial “mexicana” en el formulario del censo de 1930, no hubo ninguna categoría censal para gente con raíces en países hispanohablantes hasta 1970. (“Mexicano”, por cierto, no es una categoría racial, igual que “canadiense” o “texano”).

Como señala el Pew Research Center, solo en 1970 el gobierno federal decide que es necesario empezar a seguir el “origen de una persona” con una lista de categorías limitadas a lugares latinoamericanos y caribeños, incluyendo “Puerto Rico,” “México” y otros. Solo en el censo de 1980 empieza a aparecer el término “hispano” y solo durante la década de 1990 apareció la fórmula ahora común de indicar tanto el origen hispano como la raza. En esta última fórmula, quien quiera ser identificado como hispano debe elegir “hispano” y luego se le pide que indique una raza. En 1990, la Oficina del Censo por fin se dio cuenta de que “hispano” no es una designación racial. El censo de 1990 fue el primero en introducir el término “latino”.

Sin embargo, antes de 1970, “hispano” y “latino” no eran en modo alguno términos formales sobre los que basar una política pública o cualquier tipo de empeño sociológico serio. Los estadounidenses de origen mexicano, que constituían el mayor grupo hispano en ese momento, se identificaban simplemente como “caucásicos”, lo que se usaba más comúnmente que “blanco” en ese momento. (Así que hay razones para creer que la contabilización más antigua de la población “blanca” en lugares como California y Nuevo México inflaba el número presente de blancos no hispanos).

Por diversas razones políticas (incluyendo el potencial para expandir la generosidad del gobierno), las instituciones públicas inventaron la nueva categoría y empezaron a forzar la entrada en ella de diversos grupos culturales y nacionales. Si se quiere aprender algo de las realidades socioeconómicas, sería absurdo incluir a una familia étnicamente italiana de Buenos Aires y alguien de una villa india de Chiapas en el mismo grupo. Pero eso es lo que la Oficina del Censo en su infinita sabiduría ha decidió que es la forma correcta de categorizar a la gente. Además, en el contexto de los grupos estadounidenses de interés, colocar a los cubanoestadounidenses y a los mexicanoestadounidenses como un solo grupo que debe compartir intereses comunes es más que inútil y equívoco.

De hecho, todo el ejercicio ilustra la propia arbitrariedad y naturaleza motivada políticamente de los intentos del gobierno de separar, clasificar y organizar a los seres humanos en nociones estatales preconcebidas de identidad de grupo.

Sin embargo, como todos los empeños estadísticos impuestos por el gobierno, las categorías impuestas por el estado han moldeado y reforzado nuestras visiones de la realidad.

Antes de la invención de los informes públicos de las tendencias económicas, por ejemplo, no existía el concepto de “la economía” como algo que podía observarse. Contarse y (lo que es más importante) manipularse con políticas públicas. Sin embargo, desde la década de 1930, se ha modelado un torrente incontenible de estadísticas públicas sobre “la economía” y esto ha revolucionado nuestras nociones más básicas de crecimiento económico, empleo y política nacional.

Con la categorización demográfica, se mantiene la misma situación. Si podemos clasificar a las personas, contarlas y ponerlas en grupos especiales, podemos usar esos datos para justificar los intentos del gobierno de manipular esos grupos ya sea mediante programas sociales especiales o regulación pública.

Los datos del gobierno moldean nuestras visiones del conflicto étnico

No es una invención moderna, por supuesto. Los gobiernos estatales en el siglo XIX buscaban habitualmente crear categorías raciales que identificarían a los potenciales esclavos dentro de la población y posteriormente se esforzarían por regular los matrimonios de forma que se prohibieran los matrimonios interraciales. De hecho, la raíz de la regulación pública del matrimonio derive n buena parte de estos intentos de categorización racial.

Además, no es coincidencia que una categoría racial para “mexicano” apareciera en el censo de 1930 como una especie de aberración. Las décadas de 1920 y 1930 fueron un periodo propicio para la eugenesia en Estados Unidos y hubo numerosos esfuerzos e clasificar a la gente siguiendo líneas raciales para microgestionar a través de instituciones públicas.

Un vistazo a la historia administrativa detrás de estos intentos lleva  a sorprenderse por la arbitrariedad de todo, aunque, como herramienta política, estos intentos han sido bastante resistentes. Como señala Jamell Bouie en Slate:

Las categorías raciales estadounidenses están lejos de ser fijas y quién se considera blanco es algo extremadamente impreciso. “Hace cien años”, escribe Ian Haney López en Dog Whistle Politics, “firmes líneas raciales elevaban a los anglosajones por encima de las razas supuestamente degeneradas de la Europa del sur y del este”. Durante una gran parte del siglo XIX (y buena parte del XX), le energía intelectual de Estados Unidos se dedicó a patrullar las fronteras de la “blancura”. Algunos científicos, como William Z. Ripley, midieron cráneos humanos y examinaron patrones vivientes para delinear las “razas” de Europa, ligando la forma de la cabeza a supuestas cualidades raciales, como belleza e inteligencia. Otros usaron estos factores supuestamente objetivos para excluir una variedad de grupos distintos (irlandeses, italianos, europeos del este) de la categoría racional estadounidense, considerada como una persona blanca del tipo británico o alemán. “La taxonomía de la raza blanca”, escribe Nell Irvin Painter en The History of White People, “fue evolucionando hacia ideas de restricción a la inmigración y eugenesia”.

Esto nos lleva a un interesante experimento mental que destaca las implicaciones de las categorías públicas especiales como “hispano”.

Por ejemplo, si los italianos fueron separados hace solo unas pocas décadas como raza, ¿cómo es posible que en 2015 italoamericanos como Antonin Scalia (un descendiente de un inmigrante siciliano) fuer a considerado como un miembro de la clase opresora blanca oficial?

Es bastante posible que los europeos del este y el sur pasaran tan rápidamente de “morenos inferiores” a “blancos opresores” porque sus grupos étnicos nunca se codificaron en una categoría especial por las instituciones públicas.

Imaginemos, por ejemplo, que el Censo y otras agencias hubieran creado una categoría especial para “eslavos”, que se definiera como descendientes de gente de Europa oriental. Esto agruparía a rusos, polacos, húngaros, checos y otros. El grupo incluiría hoy tal vez 20 millones de estadounidenses, con concentraciones en ciertas ciudades y estados. ¿Estaríamos hoy discutiendo acerca del “voto de los europeos del este”? ¿Qué pasaría si, en lugar del término “hispano”, la Oficina del Censo hubiera creado una categoría más inclusiva conocida como “latino” que incluiría a descendientes de italianos y portugueses? ¿Seguirían viéndose a los italianos con algún tipo de minoría diferente, en lugar de cómo “blancos” normales? ¿Reclamaríamos que el puesto de Scalia siguiera siendo el “puesto italiano” en el tribunal para atender así a esta minoría perseguida?

Mucha de nuestra perspectiva actual de políticas de identidad está guiada, no por cómo las personas deciden organizarse ellas mismas, sino por categoría inventadas por el gobierno.

El papel de los medios de comunicación

Los medios de comunicación de masas simplifican aún más cuando colocan habitualmente a los hispanos como un grupo con intereses opuestos a los de los blancos. La simplificación tal vez se ejemplifique mejor con cómo los medios ignoran habitualmente que el 53% de los hispanos se autoidentifican como “blancos”. Recordad que los hispanos pueden ser de cualquier raza). Tiene poco sentido hablar interminablemente del conflicto balncos-hispanos cuando la mitad de la población hispana e stambién blanca. Las implicaciones de esto se extienden incluso más allá en todas las discusiones acerca del futuro de Estados Unidos como un país “mayoritariamente de minorías”. Por ejemplo, Pew reporta: “En 2014, los latinos sobrepasarán a los blancos como el mayor grupo racial/étnico en California”. Pew normalmente presta más atención al detalle que esto, pero, al menos en este caso, está usando la definición del hombre perezoso de latino como necesariamente algo distinto de blanco.

Sin embargo, toda esta explicación sobre blancos convirtiéndose en una minoría se hace mucho menos interesante cuando se considera que la mitad del mayor grupo minoritario piensa en sí mismo como blanco. Bouie advertía las implicaciones obvias:

Pasando adelante, ¿se verán los hispanos blancos como parte de una raza diferente (de piel clara, pero distintos de los blancos) o se verán como otro tipo de blanco? ¿Les tratará el gobierno como blancos en sus formularios y encuestas y los llamados estadounidenses blancos tradicionales los considerarán como tales? ¿Qué pasa con los hijos de los matrimonios mixtos? Como señala Pew, vivimos en una época de intermatrimonio. Más del 15% de los nuevos matrimonios son entre parejas de distintas razas y la gran mayoría de ellos son hispánicos y asiáticos casándose con blancos. ¿Mantendrán estos hijos una identidad racial o se unirán al enorme tapiz de la blancura estadounidense?

Son preguntas críticas, ya que, en un país en el que los hispanos son solo blancos y los asiáticos se intercasan a un ritmo rápido, la población de Estados Unidos podría permanecer constante o crecer en realidad. (Cursivas añadidas)

Si el gobierno federal no hubiera inventado la categoría “hispano”, es improbable que hubiéramos tenido esta conversación en absoluto. Si recordamos que, históricamente, una gran cantidad de gente de descendencia latinoamericana se identificaba simplemente como caucásica o americana, los blancos probablemente seguirían contando para los estadísticos del gobierno como (con mucho) el mayor grupo étnico y racial. Incluso en California.

Por otro lado, si fuera así, el estado habría perdido multitud de oportunidades para categorizar gente en grupos de intereses especiales mientras avivaba en conflicto étnico, lo que resulta justificar convenientemente multitud de intervenciones públicas en las vidas cotidianas de las familias, empresas y personas.


Publicado originalmente el 26 de mayo de 2016. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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