[Extraído de Liberty & Property]
Los socialistas han realizado de revolución semántica al convertir el significado de los términos en su opuesto.
En el vocabulario de su “neolengua”, como la llamaba George Orwell, hay un término, “el principio de partido único”. Etimológicamente, partido deriva de la palabra parte. La parte sin otras ya no es diferente de su antónimo, el todo: es idéntica. Un partido sin otros no es un partido y el principio de partido único es en realidad un principio de no partidos. Es una supresión de cualquier tipo de oposición. La libertad implica el derecho a elegir entre asentir y disentir. Pero en neolengua significa el deber de asentir incondicionalmente y una prohibición estricta del disenso. Esta inversión de la connotación tradicional de todas las palabras la terminología política no es simplemente una peculiaridad del lenguaje de los comunistas rusos y de sus discípulos fascistas y nazis. El orden social que, al abolir la propiedad privada, priva a los consumidores de su autonomía e independencia y por tanto somete a todos los hombres a la discreción arbitraria del consejo planificador central, no podría obtener el apoyo de las masas si no fuera con el camuflaje de su carácter principal. Los socialistas nunca habrían engañado a los votantes si les hubieran dicho abiertamente que su fin último es someterlos a esclavitud. Para su uso exotérico se vieron obligados a aceptar de boquilla el aprecio tradicional por la libertad.
Fue distinto en las discusiones esotéricas entre los círculos interiores de la gran conspiración. Hay los iniciados no ocultaban sus intenciones con respecto a la libertad. La libertad, en su opinión, era sin duda una buena característica en el pasado del marco de la sociedad burguesa, porque les proporcionaba la oportunidad de lanzarse a sus planes. Pero una vez el socialismo ha triunfado, ya no hay ninguna necesidad del libre pensamiento ni acción autónoma por parte de los individuos. Cualquier otro cambio sólo puede ser una desviación del estado perfecto que la humanidad ha logrado al alcanzar la dicha del socialismo. Bajo esas condiciones, sería sencillamente una locura tolerar el disenso.
La libertad, dicen los bolcheviques, es un prejuicio burgués. El hombre común no tiene ideas propias, no escribe libros, no incubada herejías y no inventa nuevos métodos de producción. Simplemente disfruta de la vida. No tiene utilidad para los intereses de clase de los intelectuales, que se gana la vida como disidentes e innovadores profesionales.
Este es evidentemente el desdén más arrogante del ciudadano medio nunca ha ideado. No hay necesidad de aumentar este punto. Pues la cuestión no es si el hombre común puede o no aprovecharse de la libertad de pensar, hablar y escribir libros. La cuestión es si el vago rutinario se beneficia o no de la libertad concedida a aquellos que le eclipsan en inteligencia y podrá voluntad. El hombre común puede ver con indiferencia e incluso desprecio los tratos de personas mejores. Pero está encantado de disfrutar de todos los beneficios que las empresas de los innovadores ponen a su disposición. No comprende lo que a sus ojos son simplemente sutilezas inútiles. Pero tan pronto como estos pensamientos y teorías se utilizan por empresarios emprendedores para satisfacer algunos de sus deseos latentes, se apresura a adquirir los nuevos productos. El hombre común es sin duda el principal beneficiario de todos los logros de la ciencia y la tecnología modernas.
Es verdad, un hombre con capacidades intelectuales medias no tiene la posibilidad de llegar a ser un líder del sector. Pero la soberanía que el mercado le asigna en asuntos económicos estimula a los tecnólogos y promotores a convertir a su uso todos los logros de la investigación científica. Solo la gente cuyo horizonte intelectual no se extiende más allá de la organización interna de la fábrica y que no se dan cuenta de lo que hace que actúan los empresarios deja de advertir este hecho.
Los admiradores del sistema soviético nos dicen una y otra vez que la libertad no es el bien supremo. “No merece la pena” si implica pobreza. Sacrificarla para obtener riqueza para las masas está en su opinión completamente justificado. Pero salvo unos pocos individualistas rebeldes que no pueden adaptarse a las maneras de las personas normales, toda la gente en Rusia es completamente feliz. Podemos dejar sin resolver si está felicidad fue también compartida por los millones de campesinos ucranianos que murieron de hambre, por los reclusos en los campos de trabajos forzados y por los líderes marxistas que fueron purgados. Pero no podemos dejar pasar el hecho de que el nivel de vida era incomparablemente mayor en los países libres de Occidente que en el este comunista. Al renunciar a la libertad como precio a pagar para la adquisición de prosperidad, los rusos hicieron un mal negocio. Ahora no tienen ni la una ni la otra.
Publicado originalmente el 2 de junio de 2016. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.