USDA: La gente decide comer alimentos poco sanos

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La semana pasada examinaba cómo la obesidad entre familias con rentas bajas no puede explicarse simplemente afirmando que la gente con rentas bajas no tiene acceso a comida sana. Se afirma que los supermercados y otros establecimientos que venden comida están demasiado alejados de los barrios de rentas bajas como para que las familias vayan a ellos. Se supone que la gente con rentas bajas comería en su lugar comida rápida. Esto se conoce como “desierto alimentario”, un concepto que indica que a algunos lugares les faltan alternativas alimentarias.

En aquel artículo citaba fuentes que concluían que en realidad no hay realmente evidencias convincentes de que los barrios de rentas bajas tengan menos tiendas de alimentación que otros barrios.

Ahora parece que la USDA (en mayo de 2016) se ha unido a una multitud de otras fuentes y ha descubierto que “el efecto sobre la calidad dietética del acceso a las tiendas de alimentación puede ser limitado” y en muchos casos “insignificante”. Cuando el informe de la USDA dice “limitado”, quiere decir muy limitado. El estudio concluía que cuando las alternativas alimentarias se ven menos limitadas (es decir, cuando los compradores de rentas bajas experimentan un aumento de opciones en las tiendas de alimentación) “los consumidores con mayor acceso compraban un 0,42% más de frutas, un 0,55% más de verduras, un 0,61% más de productos de leche desnatada y un 0,33% menos de bebidas no dietéticas”.

El estudio sí descubría, de forma poco sorprendente, que la gente viajará más lejos a las tiendas que crean que ofrecen precios más bajos. Pero este mayor viaje no lleva a hábitos dietéticos significativamente mejorados. De hecho, dos estudios recientes demostraban que la inauguración de una nueva tienda alimentación en el barrio no hacía nada para mejorar las dietas:

En un estudio de 2015, los investigadores de la Rand Corporation y varias universidades colaboradoras entrevistaron a familias en un barrio de Pittsburgh antes y después de que abriera un supermercado en 2013 y compararon sus compras de comida y dietas ingeridas con las de familias en un barrio de Pittsburgh similar en demografía y renta, pero sin una nueva tienda. Los residentes en el barrio con la nueva tienda consumían menos calorías en general, menos azúcares añadidos y menos calorías de grasas sólidas, alcohol y azúcares añadidos que los residentes en el barrio sin tienda nueva.

Sin embargo, los cambios no estaban asociados con el uso cotidiano de la nueva tienda: los residentes que usaban habitualmente la tienda nueva tenían dietas similares a los que no. El estudio también descubría que el consumo de frutas y vegetales disminuyó ligeramente en ambos barrios.

Un estudio similar de dos barrios en Philadelphia (uno en el que se abrió un nuevo supermercado en 2009 y un barrio similar sin nueva tienda) se publicó en 2014 por parte de investigadores de la London School of Hygiene and Tropical Medicine y la Universidad de Penn State. Las percepciones de accesibilidad a la comida de los residentes con la nueva tienda mejoraron en relación con el barrio de control, pero no mejoró el consumo de frutas y verduras.

Al final del estudio, la USDA concluía: “Estos resultados sugieren que mejorar el acceso a comida más sana probablemente no tenga por sí mismo un impacto importante sobre las dietas de los consumidores ni genere grandes reducciones en enfermedades relacionadas con la dieta”.

Por supuesto, puede haber numerosas características comunes entre familias de rentas bajas que aumenten el riesgo de obesidad. Por ejemplo, los conocimientos sobre nutrición son probablemente un factor real. Sin embargo, incluso así, no podemos simplemente culpar al estatus de la renta baja. Después de todo, los inmigrantes (muchos de los cuales son de rentas muy bajas) tienden a comer más sano que la población nativa.

Es hora de deshacerse del argumento del “desierto alimentario”.

De hecho, si el “desierto alimentario” se define como un lugar en el que las clases de renta baja son incapaces de acceder físicamente a tiendas de alimentación supuestamente muy alejadas, nos queda la duda de si los desiertos alimentarios existen en absoluto. Como admite el informe de la USDA:

Los datos FoodAPS revelaron que aproximadamente 9 de cada 10 familias en la encuesta 2012-13 normalmente compraban alimentos en un supermercado o supercentro, independientemente de su participación en programas de ayuda alimentaria y de nutrición o de su estatus de seguridad alimentaria. Aproximadamente el 90% de las familias que participan en el programa de ayuda suplementaria nutricional de la USDA o en el programa de nutrición suplementaria especial para mujeres y niños realizan sus compras primarias de alimentos en un supermercado o supercentro.

Los datos FoodAPS también muestran que las familias a menudo evitan el supermercado más cercano para conseguir alimentos. La distancia indirecta media al supermercado más cercano era de 2,1 millas, pero las familias viajaban una media de 3,8 millas para llegar a la tienda en la que realizaban su compra habitual. Este comportamiento era constante en todos los medios de transporte, incluso los que andaban, iban en bicicleta y usaban transporte público viajaban, de media, más que la distancia al supermercado más cercano para hacer su compra principal de alimentos. Este estudio sugiere que la mayor parte de las familias de EEUU no están limitadas por las tiendas de alimentos en sus propios barrios.


Publicado originalmente el 13 de junio de 2016. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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