La mentira de la ‘tercera vía’

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[Del número de julio-agosto de The Austrian]

Los autores de American Amnesia, famosos politólogos de Yale y Berkeley, argumentan que los defensores el mercado libre han olvidado una verdad fundamental. Los defensores del mercado momento señalan el “gran hecho”, como lo califica la distinguida historiadora económica Deirdre McCloskey, que es el asombroso aumento en el bienestar humano y la riqueza que empezaron hace aproximadamente doscientos años, cuando comercio y la producción en diversos lugares de Europa y América se hicieron más libres que nunca. ¿No pone esto de manifiesto las virtudes del mercado libre? Nuestros autores no piensan así. Es la “economía mixta” de gobierno y empresas la que ha logrado el milagro económico real.

Explican de esta manera lo que tienen en mente: “El economista político Charles Lindblom escribió una vez a los mercados como algo similar a los dedos: ágiles y diestros. Los gobiernos, con su capacidad de ejercer autoridad, son como los dedos gordos puntos poderosos pero sin sutileza ni flexibilidad. (…) Por supuesto, nadie querría que todos los dedos fueran gordos. Pero tampoco querría no tenerlos. Los dedos gordos proporcionan un poder compensador, limitaciones y ajustes para conseguir lo mejor de esos de los ágiles”. (Lindblom, por cierto, fue hace mucho tiempo, en 1951, un objetivo del libro de William Buckley, God and Man at Yale: Lindblom usaba algunos de los mismos argumentos contra el mercado que exponen aquí nuestros autores).

Esta es su tesis: ¿cuáles son sus evidencias? “Un estadounidense nacido a principios del siglo XIX tenía una esperanza de vida en torno a los cuarenta y cinco años, con una gran porción de ellos que no pasaba de su primer cumpleaños. Luego ocurrió algo notable. En países en la frontera del desarrollo económico, la salud humana empezó a mejorar rápidamente, los niveles de la educación se dispararon y los niveles de vida empezaron a crecer cada vez más. (…) Con Estados Unidos en la vanguardia, el mundo rico cruzó una gran división: una división que separaba siglos de crecimiento lento, mala salud y progreso técnico anémico de uno hasta entonces inimaginado y comodidad material y potencial económico aparentemente ilimitado. (…) Las inversiones en ciencia, educación superior y defensa abrieron la vía a descubrimientos en medicina, transportes, infraestructura y tecnología”.

El argumento de los autores se ha movido demasiado deprisa. Del hecho de que el gobierno creará algo, no se deduce que el mercado no intervenido no podría haber logrado lo mismo y tal vez también mejor. Un “argumento” paralelo dejaría claro el problema de la tesis de la “economía mixta”. Mucho del auge de EEUU hacia la supremacía industrial se produjo durante periodos de altos aranceles proteccionistas. ¿No demuestra esto el mercado libre tendría que combinarse con la protección de la industria estadounidense?

De hecho, algunos, como Edward Luttwak en The Endangered American Dream y Martin Sieff en That Should Still Be Us, han argumentado precisamente así, pero la gran mayoría de los economistas piensan otra cosa. La teoría económica demuestra los beneficios del libre comercio. Si Estados Unidos y otros países se convirtieron en prósperos con aranceles altos, hay razones excelentes para pensar que el progreso económico habría sido aún mayor sin ellos. Lo que decía Sir Arthur Eddington sobre la física es aplicable a nuestro caso: “Es (…) una buena regla no poner demasiada confianza en los resultados observacionales que se presentan hasta que sean confirmados por la teoría”.

¿Y no hay razones excelentes desde la teoría económica que demuestran que el mercado libre funcionar mejor que el estado? Como señaló una y otra vez Ludwig von Mises, el capitalismo su sistema de producción masiva para las masas. Los negocios prosperan en la medida en la que atienden los deseos de los consumidores; quienes no pueden hacerlo dejan de existir y sus recursos pasan a las manos de otros. Por el contrario, no hay mecanismo para eliminar las empresas controladas por el estado que quiebran: el estado puede sostenerlas continuamente mediante impuestos.

Hacker y Pierson podrían responder que he ignorado una parte importante de su argumentación. Sí tienen un argumento teórico a favor de la inversión pública en sanidad, ciencia y educación. El mercado no puede tratar adecuadamente sin ayuda las externalidades de los bienes públicos y esto se produce en los tipos de inversión pública que apoyan. “Muchos bienes importantes en una sociedad son ‘bienes públicos’: deben proporcionarse a todos o a ninguno. (…) En el caso de los bienes públicos, es difícil crear un mercado efectivo. El segundo gran caso de fracaso (que es realmente grande) afecta a los mercados que producen grandes efectos sobre personas que no son compradores y vendedores. Los economistas llaman a esto (…) ‘externalidades’”.

No propongo aquí explicar los problemas de la teoría estándar de los bienes públicos. Sobre ellos, “Hacia una reconstrucción de la economía de la utilidad y del bienestar”, de Murray Rothbard, es una guía indispensable. Por el contrario, aceptemos por un momento la teoría estándar y veamos qué pasa. Según nuestros autores: “El mercado no producirá bienes públicos puros en absoluto. La mayoría de los productos que generen externalidades positivas pueden sostener mercados privados (por ejemplo, mercados puramente privados de educación), pero estos mercados generalmente serán mucho menores de lo que querríamos que fueran”.

Esta es una explicación distorsionada de la teoría estándar. Es verdad en esta teoría que, cuando están presentes externalidades positivas, el mercado no produce la cantidad “óptima” del bien o servicio. Pero no es una consecuencia de la visión estándar que el mercado produzca una cantidad “mucho menor” que el óptimo. Demostrar eso requeriría una investigación detallada del grado de las externalidades: no basta con limitarse a musitar la palabra “externalidades” para justificar la defensa de la intervención. Además, ¿por qué suponer que el estado produciría la cantidad “óptima”? ¿Qué razones hay para pensar que el estado podría calcular las externalidades relevantes o que, aunque pudiera, sus actividades se mantendrían dentro de sus límites?

Cuando los autores nos cuentan que un faro es el “ejemplo clásico” de un bien público que el mercado no puede proporcionar, los lectores familiarizados con la literatura relevante serán incapaces de reprimir una sonrisa. Más en general, no se ha demostrado que exista ningún “bien público puro”. Estos autores también piensan injustificadamente que el libre mercado no puede responder adecuadamente a externalidades negativas. “Hace cien años, individuos y empresas podían arrojar libremente desperdicios en los suministros municipales de agua: hicieron falta los poderes coactivos del gobierno para detener esa práctica letal”. Indudablemente aquí los problemas derivan de la definición inadecuada los derechos de propiedad, no de un “fallo” del mercado.

La teoría no apoya la defensa de la economía mixta de los autores, y tampoco los hechos. Según Hacker y Pierson, la investigación científica y las invenciones reciben un amplio apoyo público, es ignorar las evidencias contrarias. Murray Rothbard señala en Science, Technology, and Government: “Ha surgido el mito de que la investigación pública resulta necesaria debido a nuestra época tecnológica, porque solo la investigación ‘en equipo’ planificada, dirigida y a gran escala puede producir invenciones importantes o desarrollarlas adecuadamente. Se supone que pasaron los tiempos del inventor individual o a pequeña escala. Y la consecuencia importante sería que el gobierno, al ser potencialmente el operador de ‘mayor tamaño’, debe desempeñar un papel principal, incluso de la investigación científica no militar. Este mito común ha sido completamente rebatido por las investigaciones de John Jewkes, David Sawers y Richard Stillerman en su muy importante obra reciente”.

El alegato es todavía peor en Hacker y Pierson con respecto a la educación pública. Afirman que hay externalidades positivas implicadas en la educación, pero no mencionan la existencia de externalidades negativas en esta área. Por ejemplo, alguien con un grado avanzado puede verse dañado por el hecho de que muchos otros tengan también esos grados. Esto puede hacerle más difícil conseguir un trabajo. Milton Friedman pensó una vez que los “efectos vecindario” (el término que usaba para las externalidades) positivos justificaban una subvención pública a la educación, pero pensar en las externalidades negativas le hizo cambiar de opinión. Nuestros autores parecen ser dichosamente inconscientes de todo esto.

Buena parte del libro consiste en un ataque contra quienes se atreven a oponerse a los programas públicos como el Obamacare. Estos temibles obstruccionistas pueden ser randianos radicales o no radicales que se atreven a poner sus deseos de egoístas de ganancias materiales por encima del bien común. Ellos y otros son los amnésicos que “nunca han querido reconocer el papel necesario del gobierno para apoyar tanto la libertad como la prosperidad”.

Por desgracia para nuestros autores, no se explican estas ideas acerca de los obstruccionistas, aunque se acepte la opinión de que es necesaria una economía mixta. A partir del “hecho”, en mi opinión contrario a la verdad, de que es necesaria la provisión pública de ciertos servicios, no se deduce que tenga que estarse a favor de la extensión de las actividades del gobierno. ¿Cuántos de los republicanos a quienes atacan nuestros autores, se pregunta uno, quieren acabar completamente con la economía mixta? El hecho de que la mayoría de ellos voten a favor de asignar miles de millones de dólares a programas públicos, aunque sea con cantidades menores de las que les gustaría los “progresistas”, sugiere que también apoyan una economía mixta. En mi opinión, es un hecho desgraciado, pero no deja de ser un hecho.

Así que los autores no han conseguido construir un alegato a favor de la economía mixta ni han conseguido demostrar que grandes cantidades de personas hayan olvidado este alegato. A pesar del prestigio de los autores y sus cincuenta y nueve páginas de notas del libro, American Amnesia es una obra de propaganda, no una investigación académica.


Publicado originalmente el 14 de agosto de 2016. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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