Una nación, dos sistemas: El modelo dona

0

Una nación libre: persuadiendo a los estatistas

La idea de formar una nueva nación libertaria es atractiva por dos razones: primero, porque es una alternativa a la persuasión; segundo, como una herramienta de persuasión.

Comencemos por considerar la nueva nación como una alternativa a la persuasión. Como libertarios, hemos tratado de persuadir a nuestros vecinos y conciudadanos de que elijan la libertad durante los últimos 350 años. (Tomo como referencia del inicio del movimiento libertario a los Levellers (Niveladores) ingleses en la década de 1640). Sin embargo, parece que a nuestros vecinos no les gusta la idea de libertad que les ofrecemos. Defendemos la responsabilidad personal –sólo para que la derecha acabe llamándonos nihilistas morales. Atacamos el privilegio corporativo –sólo para que la izquierda nos llame apologistas del Gran Capital. Rechazamos el inicio de la fuerza -y ambas partes nos llaman extremistas militantes.

Frustrados y tristes, muchos libertarios se sienten predispuestos a decir: “Ya basta. Nos rendimos. Ustedes ganan. Hermanos y hermanas, hemos luchado por su libertad por muchos años, y a cambio sólo hemos recibido insultos, incomprensión e indiferencia. Está bien. Sea como ustedes quieren. Si no quieren libertad, si insisten en hundirse cada vez más rápido en los pantanos del estatismo, los dejaremos en paz de una vez por todas. Son libres de caminar alegremente hacia su propia esclavitud sin que los molestemos. Pero no nos arrastren con ustedes. Vayan por su camino y dejen que nosotros vayamos por el nuestro. Sólo déjennos una miserable porción de tierra, en el pantano o el desierto, en la selva o en la tundra, donde podamos vivir en la libertad que nosotros, al menos, sí valoramos. Hagan con sus vidas lo que les dé su gana. Cambien sus derechos de nacimiento por cadenas, si ésa es su voluntad. Besen la bota de los militares e inclínense ante las coronas de oro. Pero dejen ir a nuestra gente”.

Lo atractivo de una “patria libertaria” es que ofrecería un lugar seguro y pacífico a quienes se han cansado de tratar de persuadir a sus conciudadanos de aceptar el ideal libertario. Para muchos libertarios, las probabilidades de convencer al gobierno de algún país tercermundista de arrendar una porción de su territorio a un consorcio de constructores de la nación libertaria, aunque pocas, parecen ser más que las probabilidades de convencer al 51% del electorado de sus naciones para que voten por los libertarios (o comenzar una desobediencia civil masiva, o lo que sea necesario para hacer realidad el nuevo régimen libertario). Para aquellos libertarios que han perdido la esperanza en la persuasión, el movimiento de la nación libre ofrece una nueva esperanza.

Pero, ¿qué hay de los libertarios que no han perdido la esperanza en la persuasión? ¿Tienen alguna razón para participar en el movimiento pro nación libre? Después de todo, pocos libertarios estarían contentos de conseguir la libertad sólo para ellos, a sabiendas de que el resto de la raza humana se condena a sí misma a la penuria y servidumbre. ¿No es muy pronto para abandonar la esperanza de ganar mediante la persuasión, de alcanzar libertad, seguridad y prosperidad, no sólo para los libertarios, sino para nuestros conciudadanos también?

Como libertarios, todos hemos sentido de vez en cuando la frustración expresada en el “Ya basta” que mencioné antes. Todavía insistimos en la tarea de persuasión. Por ejemplo, los escritores y voceros de la Free Nation Fundation, a pesar de su compromiso con la idea de un nuevo país, también se involucran en un activismo libertario más tradicional, a través de la educación, la política electoral o ambas. La mayoría no hemos abandonado el sueño de la libertad para todos.

Pero, si no hemos abandonado el proyecto de libertad en nuestros propios países, ¿por qué perseguir lo que algunos llaman la idea “zionista-libertaria” de una nueva nación?

Una respuesta, como dice Rich Hammer, es que no debemos poner todos los huevos en la canasta de la persuasión:

Pareciera que estamos empleando quizá un 80% de nuestra energía tratando de convencer a la mayoría de nuestros vecinos de que rechacen el estatismo. Y me parece que vamos perdiendo. Muchos libertarios responden a esta amenaza con una estrategia obvia: aumentar la energía invertida en la batalla hasta un 90 ó 99%. ¿Pero qué va a pasar si incluso este incremento no logra contener la avalancha estatista? … ¿Es sabio emplear el último 20% de nuestra energía en eso? …Tal vez deberíamos invertir una fracción en construir un refugio. (Richard Hammer, “Let the Wookiee Win,” Formulations, Vol. I, No. 2, invierno 1993-94)

En otras palabras, aunque persistamos en el esfuerzo de liberar a nuestros vecinos, hay que aceptar la posibilidad del fracaso. Necesitamos una póliza de seguro. Y tenemos la responsabilidad –para nosotros, nuestras familias y nuestros compañeros libertarios –de asegurar que quienes sí valoramos la libertad podamos vivirla ahora, durante nuestras vidas, sin tener que esperar a que los demás vean la luz.

Ésa es, pues, parte de la respuesta. Pero creo que aún hay otra respuesta. No debemos ver el esfuerzo de persuasión y el esfuerzo de construir una nueva nación como metas que compiten entre sí y que nos llevan a direcciones opuestas, como si el tiempo que se dedica a una se le debe restar a la otra. En lugar de eso, se deben ver como metas complementarias.

Toda contribución al esfuerzo de persuasión también ayuda al movimiento de construcción de una nación libre. ¿Por qué? Porque a medida que aumenta el número de libertarios, también lo hace el número de participantes potenciales en el movimiento de construcción. El éxito en la persuasión hará que más gente invierta dinero en el esfuerzo por una nación libre, contribuya con ideas para diseñar una constitución, establezca la nueva nación y, de ser necesario, tome las armas en su defensa.

Pero lo contrario también es cierto: toda contribución para el movimiento pro nación libre también sirve, a largo plazo, para el propósito de la persuasión. Ésa es la razón por la que dije al comienzo que el esfuerzo de una nación libre es no sólo una alternativa a la persuasión, sino también una posible herramienta de persuasión.

¿Cómo es eso? Considere esto: por lo general, cuando le decimos a los no-libertarios cómo funcionaría una sociedad libertaria, no nos creen. Están convencidos de que los ricos gobernarían, los pobres estarían hambrientos, el crimen y la contaminación estarían fuera de control. En respuesta, aludimos teorías económicas, políticas y sociológicas que, a nuestro juicio, sustentan la posición libertaria. Pero nuestros opositores tienen sus propias teorías estatistas, las cuales, gracias al exitoso adoctrinamiento gubernamental, les parecen más plausibles.

Así que no es suficiente con la teoría. Ellos no la creen. Necesitamos demostrarles que el libertarismo funciona en la vida real, no sólo en teoría. Para ello, generalmente mencionamos ejemplos históricos de sociedades con políticas e instituciones libertarias exitosas.

El problema de este enfoque es que ninguna de esas sociedades era puramente libertaria. Cada una era una mezcla de elementos libertarios y no-libertarios. Y eso abre la posibilidad de que los opositores del libertarismo aleguen que los aspectos positivos de esas sociedades se debían a los elementos no libertarios en lugar de a los libertarios; por otra parte, culpan a los elementos libertarios por los aspectos negativos. Por supuesto que nosotros respondemos que están viendo las cosas al revés: por ejemplo, en discusiones sobre la situación de Estados Unidos en el siglo XIX, nuestros opositores culpan al capitalismo sin restricciones por las depredaciones de los capitalistas sin escrúpulos, mientras que dan a la intervención gubernamental en favor de los trabajadores el crédito por los aumentos en los salarios –por otra parte, nosotros, armados con nuestros libros polvorientos y nuestras aburridas tablas, insistimos en que los aumentos de salarios fueron gracias al capitalismo sin restricciones, mientras que las depredaciones de los capitalistas sin escrúpulos se debieron a la intervención del gobierno en favor de las grandes empresas.[1]

¡Sabemos que tenemos la razón! Pero la única base que podemos darles para que acepten nuestra interpretación de la historia y no la de ellos es, una vez más, una teoría –la misma teoría que ellos rechazan.

De nuevo, lo que debilita nuestro argumento empírico ante ellos es el hecho de que las sociedades que alabamos por sus elementos libertarios también tenían elementos estatistas, lo cual les da la oportunidad de sostener que estos últimos fueron necesarios para el éxito de la sociedad. Y su interpretación de la historia les parece plausible, porque encaja muy bien en sus teorías económicas, políticas y sociológicas –de la misma manera en que nuestro fondo teórico nos hace ver nuestras interpretaciones de la historia como naturales y evidentes.

Sin embargo, si hubiera un país libertario exitoso al que pudiéramos señalar, uno del que los elementos estatistas hayan sido eliminados por completo, los estatistas ya no podrían recurrir a esa táctica. Y por fin tendríamos una prueba en el mundo real para la teoría libertaria en su totalidad, y no sólo piezas y pedacitos esparcidos en distintas sociedades y épocas. Un país real, completamente libertario, que fuera social y ambientalmente responsable, seguro, próspero y humano, sería la mejor herramienta de persuasión posible que podríamos tener.

Ya ha funcionado antes. En los siglos 17 y 18 era común sostener que una república constitucional, con sufragio generalizado, elecciones periódicas, un estricto balance de poderes y ningún elemento hereditario, era un sueño inalcanzable. Quienes decían eso no pensaban que esa república constitucional se convertiría, con el tiempo, en un estado burocrático, benefactor y proclive a la guerra, como realmente sucedió, sino que tenían la idea, bastante miope, de que colapsaría en el transcurso de una década y caería en la oclocracia, la anarquía o una dictadura. Como dije antes, este argumento era frecuente antes de 1776. Ya no se escucha, desde entonces. Los partidarios de la república constitucional ganaron la disputa –y crearon el sistema que pretendían, demostrando al mundo su viabilidad. Las repúblicas constitucionales están por toda Europa hoy en día, en gran medida porque esos pueblos se inspiraron en el modelo estadounidense para hacer cambios en sus propios países. Este es el tipo de precedente que una nación libertaria debería tratar de emular.

Dos naciones libres en una: persuadiendo a los libertarios

He hablado del papel de la persuasión en las disputas entre libertarios y estatistas. Pero el propio campo libertario está dividido por la disputa entre anarquistas y minarquistas. Aunque mis preferencias están del lado anarquista, a lo largo de mi trabajo para la Free Nation Foundation he promovido la idea de que el movimiento pro nación libre no debe enfocarse en una nación estrictamente anarquista o estrictamente minarquista, sino en algún tipo de compromiso entre ambos bandos.

Tengo dos razones para pensar así. Primero, no es necesario posponer la fundación de una nación libre hasta que los anarquistas hayan convencido a los minarquistas, o viceversa. Esa disputa tardará mucho tiempo en resolverse. De establecerse una nación libre, el trabajo debe ser hecho por el movimiento libertario tal como está hoy, formado tanto por anarquistas como por minarquistas. Sin embargo, los anarquistas pueden mostrarse renuentes a sacrificar tiempo y esfuerzo para fundar una nación minarquista, del mismo modo en que los minarquistas pueden mostrarse renuentes a fundar una nación anarquista. Después de todo, cada bando cree que sistema político en el que cree el otro es inestable y poco factible. El joven movimiento pro nación libre no puede darse el lujo de rechazar los servicios de ninguno de sus partidarios, sean anarquistas o minarquistas; requiere una meta atractiva para ambos bandos –concretamente, una estructura constitucional que combine elementos minarquistas y anarquistas.

Mi segunda razón para favorecer tal compromiso entre anarquistas y minarquistas es la siguiente. Como anarquista, creo que es probable que las instituciones anarquistas tengan más éxito que las minarquistas; de ahí mi deseo de ver elementos anarquistas en la estructura política de la nación libre. Sin embargo, siendo políticamente realista, veo que es más probable que las otras naciones reconozcan antes la legitimidad de una nación minarquista que la de una anarquista, y un país libertario que apenas empieza no puede permitirse darle al resto del mundo ninguna excusa para invadirlo a fin de “restablecer el orden” (y además, si la nación libre se hace de su territorio vía un contrato de arrendamiento a largo plazo con otro país, deberá existir alguna agencia que represente al país libre y que pueda fungir como arrendatario); de ahí la necesidad de tener también elementos minarquistas.

Así, hasta hace poco veía este compromiso entre el anarquismo y el minarquismo como si fuera cuestión de combinar “elementos” anarquistas con “elementos” minarquistas en una sola constitución. Ésta era la motivación detrás de mi Constitución de Cantones Virtuales (ver mi serie “Imagineering Freedom: A Constitution of Liberty”, en Formulations I. 4, II. 2, II. 3, y II. 4), que combina un gobierno nacional centralizado, con territorio y división de poderes (la interfase de la política exterior de la nación libre), con asociaciones “locales”, no geográficas, y que compitan entre sí (los cantones virtuales).

Aún creo en mi sistema de cantones virtuales. Pero ahora veo una manera diferente, quizá complementaria, en la que las aspiraciones anarquistas y minarquistas pueden estar en armonía. Los minarquistas desean un lugar en el cual puedan poner en práctica sus ideas; y los anarquistas, lo mismo. ¿Por qué no dividir la nación libre en dos, de manera que los minarquistas se queden con una mitad y los anarquistas con la otra?

Lo primero que me vino a la mente fue partir el territorio de la nación libre justo por el medio, como en la Figura A. Sin embargo, eso dejaría la sección anarquista expuesta al mundo exterior, lo cual como ya hemos visto es extremadamente arriesgado, al menos en los primeros años de la nación, cuando estaría luchando por ser reconocida internacionalmente. Mi sugerencia, pues, es colocar la región anarquista completamente enclavada en el territorio de la región minarquista, de manera que se forme una barrera, una especie de dona [doughnut] política, como en la Figura B – una nación lista para, digamos, comerse con chocolate caliente [dunking].

f34_01

Bajo la constitución de Zimiamvia Exterior, Zimiamvia Interior sería considerada una anarquía independiente que no estaría bajo la jurisdicción de Zimiamvia Exterior. Pero, para el resto del mundo, Zimiamvia Interior sería simplemente una provincia interna de Zimiamvia Exterior, y no una región sin estado pidiendo a gritos que la invadieran. Una situación análoga podría ser la de las repúblicas internas enclavadas en el territorio de Sudáfrica, las cuales son consideradas por todos como parte del territorio sudafricano, excepto por la misma Sudáfrica. El enclave dentro de Zimiamvia Exterior permitiría a Zimiamvia Interior tener una defensa nacional que sería provista por Zimiamvia Exterior, lo cual liberaría a la joven anarquía de la carga de tener que resolver el problema de la defensa nacional de manera inmediata, antes de que el mercado provea alternativas para la defensa.

Así, el modelo-dona, al igual que el modelo de cantones virtuales, permite que la nación libre tenga un rostro gubernamental ante las otras naciones. Además, el modelo-dona funciona mejor al satisfacer tanto al bando anarquista como al minarquista. El sistema de cantones virtuales podría ser demasiado anarquista ante los ojos de los minarquistas, y, al mismo tiempo, no lo suficientemente anarquista como para satisfacer a todos los anarquistas; el modelo-dona, en contraste, da a minarquistas y anarquistas todo lo que cada bando quiere. Es más, aquéllos que temen que uno de los sistemas pudiera ser inestable podrían animarse por la proximidad del otro sistema en el que confían más, un sistema que en principio, podría intervenir en caso de emergencia para prevenir el deterioro de su sistema hermano.

Con una minarquía y una anarquía, una al lado de la otra, cada una podría servir como salvavidas contra cualquier tendencia no libertaria que la otra pudiera tener.

Por supuesto, el modelo-dona no es necesariamente una alternativa a mi modelo anterior de cantones virtuales. Zimiamvia Exterior podría fácilmente tener una constitución similar a la que propuse; por supuesto que es por lo que yo abogaría. Pero si los minarquistas se sienten incómodos con algunas de las provisiones anarquistas en mi Constitución de Cantones Virtuales –como mi prohibición de un monopolio para el cumplimiento de los derechos – entonces pueden eliminar tales provisiones sin inconformar a los anarquistas, siempre y cuando no se afecte a Zimiamvia Interior.

Pero el modelo-dona ofrece un beneficio más; y con esto retorno a mi argumento original sobre la persuasión. Una razón por la que los minarquistas y los anarquistas no podemos convencernos los unos a los otros, es porque no creemos en las teorías del otro. Los anarquistas temen que un estado minarquista evolucionaría gradualmente hasta convertirse en un Leviatán. Los minarquistas temen que un régimen anarco capitalista degeneraría y se convertiría en una guerra de mafias privadas, hasta que los más ricos y los más fuertes dominen. Ni el minarquismo ni el anarcocapitalismo han sido puestos a prueba jamás, en su totalidad, en el mundo real (aunque han existido elementos anarquista y elementos minarquistas en diferentes momentos de la historia). El modelo-dona ofrece la mejor posibilidad para recolectar la evidencia empírica que pudiera resolver esta disputa.

Por todas estas razones, pues, creo que hay un argumento fuerte para diseñar nuestra nación libre (una vez que tengamos una) siguiendo las pautas del modelo dona, permitiendo al anarquismo de mercado dar sus primeros pasos dentro del círculo protector de un estado mínimo.


Nota

1. Esta dialéctica ha existido desde siempre. Por años, los estatistas usaban el Viejo Oeste como evidencia de que la ausencia de controles de armas conduce al caos social. Ahora que las investigaciones históricas han establecido que el Viejo Oeste era de hecho relativamente pacífico, y que los tiroteos y linchamientos son sólo una invención de Hollywood, algunos estatistas comienzan a adoptar una nueva postura según la cual, si el Viejo Oeste fue pacífico, se debió a que, después de todo, sí había control de armas –citan la campaña de desarme de Wyatt Earp (aunque no hacen ningún intento por comparar las estadísticas de violencia en las regiones en que había control de armas y las numerosas regiones en las que los ciudadanos armados eran la manera de controlar el crimen; además, ignoran la evidencia de que el Earp real, a diferencia de sus personificaciones en el cine, era un matón de instintos asesinos, presumiblemente más peligroso que los mismos criminales de los que él supuestamente defendía a la gente)


Traducido por William Gilmore, el articulo original en Free Nation Foundation.

Print Friendly, PDF & Email