Ludwig von Mises: Pensamientos y recuerdos

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MisesLibrary1[Este ensayo se publicó por primera vez en Toward Liberty (Menlo Park, CA: Institute of Humane Studies, Inc., 1971), pp. 268-273]

Toda una generación de estudiantes de la escuela de negocios de grado de la Universidad de Nueva York que asistió a los cursos de economía de Ludwig von Mises recuerda a un intelectual europeo amable, de voz agradable y baja y pelo blanco, con una mente rápida como el rayo.

Mises, que celebró su 90 cumpleaños el 29 de septiembre de 1971, es un racionalista inflexible y uno de los grandes pensadores del mundo. Ha construido su edificio filosófico sobre la libertad y la libre empresa y sobre la razón y la individualidad. Empieza con la premisa de que el concepto del hombre económico es una pura ficción, de que el hombre es un ser completo, con su pensamiento y acción fuertemente integrados en causa y efecto. Todo esto se resume bajo el título de su obra magna de 900 páginas, La acción humana, publicada por primera vez en 1949.

Mises, un completo antitotalitario y miembro distinguido de la American Economic Association, fue profesor de economía política en la Universidad de Nueva York durante un cuarto de siglo, ubicándose en 1969. Antes había sido profesor en el Instituto de Grado de Estudios Internacionales de Ginebra. Y antes de Ginebra, había sido durante mucho tiempo profesor en la Universidad de Viena, un profesorado que, comprensiblemente, terminó con la anexión de Austria por los nazis a través del “Anschluss”. Entre sus alumnos en Viena estuvieron Gottfried Haberler, Friedrich Hayek y Fritz Machlup. Los profesores Haberler, de Harvard, y Machlup, de Princeton, han sido ambos presidentes de la American Economic Association; Hayek es un investigador económico de renombre mundial.

Inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, Mises dió tres cursos en la Universidad de Nueva York: “El socialismo y el sistema de beneficios”, “El control del gobierno y el sistema de beneficios” y “Seminario sobre teoría económica”. En cada curso establecía cuidadosamente la primacía de la libertad en el mercado. Decía que el mecanismo de precios no intervenidos, siempre empujando a la oferta y la demanda hacia el equilibrio, pero nunca llegando del todo a él, era la clave para la optimización de recursos e, indirectamente, para una sociedad libre y creativa.

Mises cree en la elección. Cree que elegir determinaba todas las decisiones humanas y por tanto todo el ámbito de la acción humana, ámbito al que denomina “praxeología”. Sostiene que los tipos de economías nacionales que prevalecen en todo el mundo y a través de la historia han sido sencillamente resultado de varios medios elegidos intelectualmente, aunque no siempre apropiadamente, para alcanzar ciertos fines. Su piedra de toque es el grado de mercado; por tanto, distingue en general tres tipos de economías: capitalismo, socialismo y llamada vía intermedia (intervención pública en el mercado).

Mises cree en el gobierno, pero en un gobierno limitado y no intervencionista. Ha escrito: “La cruda realidad es que la cooperación social pacífica es imposible si no se dispone algo para la prevención y supresión violenta de la acción antisocial por parte de personas y grupos de personas refractarios. Cree que mientras que la gran mayoría de los hombres generalmente coincide en los fines, muy frecuentemente difiere sobre los medios públicos, a veces con resultados catastróficos, como en las diversas aplicaciones de socialismo extremo en el fascismo y el comunismo o de intervencionismo extremo en otros tipos de economías, “mixtas” o socialistas..

Mises explica que independientemente del tipo de economía, el problema económico universal principal para la persona, tanto en su aspecto personal como político, es siempre reconciliar fines y elegir entre medios, de una manera racional y eficaz. La elección individual libre, es decir, no coaccionada, es la clave para el desarrollo personal y social, si no para su supervivencia, argumenta, y la libertad y el desarrollo intelectuales son claves para elegir eficazmente. Ha declarado: “El hombre sólo tiene una herramienta para luchar contra el error: la razón”.

Mises, muy consciente de las lecciones no aprendidas de la historia, ve por tanto un destino humano con dos posibilidades. Aunque el hombre podría destruirse a sí mismo y a su civilización, también podría ascender a alturas culturales, intelectuales y tecnológicas inimaginadas. En todo caso, el pensamiento sería decisivo. Mises cree en el mercado libre de las ideas, igual que en el de bienes y servicios, en el potencial del intelecto humano.

La naturaleza de este líder de la Escuela Austriaca de economía puede verse en un incidente durante una conferencia en la sociedad Mont Pelerin, un grupo internacional de intelectuales dedicado a los principios de una sociedad libre, que se reunía en Seelisburg, Suiza, en la década de 1950. Mises expresaba el temor a que algunos de los miembros se estuvieran infectando sin advertirlo por el virus de la intervención: salarios mínimos, seguro social, política social contracíclica, etc.

“¿Pero qué harías”, se le decía, “si estuvieras en el puesto de nuestro colega francés  Jacques Rueff?”, que estaba presente y en ese momento era responsable de la administración fiscal de Mónaco. “Supón que hubiera un amplio desempleo y por tanto hambre y descontento revolucionario en el principado. ¿Aconsejarías al  gobierno limitar sus actividades a la acción de policía para mantener el orden y proteger la propiedad privada?”

Mises era intransigente. Respondió: “Si prevalecieran las políticas de la intervención (libre comercio, libre fluctuación de los niveles salariales, ninguna forma de seguro social, etc.) no habría un desempleo agudo. La caridad privada sería suficiente para prevenir la pobreza absoluta del muy restringido núcleo duro de no empleables”.

El fracaso de socialismo, según Mises, se debe a su incapacidad inherente de conseguir un “cálculo económico” sólido. Argumentaba en su obra de 1922, Socialismo, publicada cinco años después de la Revolución Bolchevique que sacudiría al mundo, que a los economistas marxistas les faltaba un medio efectivo para el “cálculo económico”, es decir, un sustitutivo adecuado del mecanismo de precios del mercado para el  recurso crítico de la función de asignación. Así que socialismo está de por sí condenado a la ineficiencia, a ser incapaz de registrar de forma correcta las fuerzas de la oferta y la demanda y las preferencias del consumidor en el mercado.

Algunos años después, Oskar Lange, entonces en la Universidad de California y posteriormente planificador económico jefe del politburó de Polonia, reconocía el reto que suponía la crítica de Mises al cálculo económico socialista. Así que a su vez desafiaba a los socialistas para idear de alguna manera un sistema de asignación que duplicara la eficiencia de la asignación del mercado. Incluso propuso una estatua en honor de Mises para reconocer el valiosísimo servicio que había prestado supuestamente el líder de la Escuela Austriaca a la causa del socialismo al dirigir la atención hacía esta cuestión aún no resuelta en la teoría socialista. Sin embargo, a pesar de algunos pequeños movimientos de los polacos, los soviéticos y otros países europeos orientales hacia una economía más libre, aún no se ha erigido una estatua de Mises en la plaza principal de Varsovia.

Pero probablemente para Mises la amenaza económica más inmediata para Occidente no sea tanto el comunismo externo como el intervencionismo interno, el gobierno siempre menoscabando, si no directamente suplantando, al mercado. El intervencionismo, desde la producción pública de energía al apoyo a los precios agrarios, desde el impulso al alza de los salarios mínimos al forzado a la baja de tipos de interés, de expandir vigorosamente de crédito a contraer, aunque sea inadvertidamente, la formación de capital. Citando la experiencia intervencionista de Alemania en la década de 1920, con su culminación en al régimen hitleriano, y el intervencionismo británico tras la Segunda Guerra Mundial, que culminó con devaluaciones y declive económico, sostiene que las llamadas políticas de la vía intermedia antes o después llevarán a alguna forma de colectivismo, siguiendo el modelo socialista, fascista o comunista.

Mantiene que el intervencionismo económico produce necesariamente fricción, ya sea en el interior o en el exterior, como en los casos de ayuda internacional o de acuerdos internacionales sobre materias primas. Lo que en otro caso sería sencillamente la acción voluntaria de los ciudadanos privados en el mercado, se convierte en una intervención coactiva y politizada cuando se transfiere al sector público. Esa intervención estimula más intervención. La animosidad y la tensión, si no directamente la violencia, se convierten en inevitables. La propiedad y los contratos se debilitan, la violencia y la revolución se fortalecen.

Con el tiempo, los conflictos internos inevitables podrían “externalizarse” como guerras. Mises escribía: “A largo plazo, la guerra y la conservación de la economía de mercado son incompatibles. El capitalismo es esencialmente un esquema para naciones pacíficas. (…) Derrotar a los agresores no basta para hacer duradera la paz. Lo principal es descartar la ideología que genera la guerra”.

¿Pero qué pasa si una nación pacífica se ve sin embargo involucrada en una guerra inductora de inflación? Indudablemente, debería tomar medidas drásticas sobre salarios, precios y otros controles de asignación de producción. No, dice el principal defensor de la economía de mercado no intervenida: si el intervencionismo es absurdo en tiempo de paz, es doblemente absurdo en tiempo de guerra, cuando está en juego la misma supervivencia de la nación. Lo que tiene que hacer el gobierno es recaudar todos los fondos necesarios para hacer la guerra, gravando a los ciudadanos y tomando prestado exclusivamente de ellos, no de los bancos centrales o comerciales. Como la oferta monetaria no se hincharía y todos tendrían que recortar su consumo drásticamente, la inflación no sería un gran problema. El consumo público, a través de un flujo enormemente aumentado de ingresos fiscales y fondos prestados, aumentaría, mientras que el consumo privado caería. El resultado sería la ausencia de inflación.

Por la misma razón, Mises no aguanta la idea de que una nación pueda sencillamente prosperar gastando en déficit, como defienden muchos de los seguidores de Keynes. Sostiene que ese pensamiento económico se basa engañosamente en una “política contracíclica” gubernamental. Esta política defiende superávits presupuestarios en los buenos tiempos y déficits presupuestarios en los malos tiempos, para mantener la “demanda efectiva” y por tanto el “pleno empleo”.

Pero mises considera a la “G” de la fórmula de “pleno empleo” de Keynes de Y = C + I + G (Renta Nacional = Gasto de Consumo + Gasto de Inversión + Gasto de Gobierno) como la fórmula equilibrio más inestable, influida por la política y anticientífica que podrían usar los directores económicos. Para empezar, la fórmula ignora la propensión política al gasto, sean buenos o malos tiempos. Y para seguir, ignora las relaciones de coste-precio que afectan al mercado y especialmente la proclividad de los sindicatos y los salarios mínimos a poner precios al trabajo fuera de los mercados, es decir, al desempleo.

Así que sostiene que la teoría keynesiana actúa a través de expansión fiscal y monetaria y lleva a inflación, controles y, en último término al estancamiento. Además, la “G” usada así significa generalmente la hinchazón secular del sector público y el encogimiento del sector privado, una tendencia que significa peligro para la libertad humana. En cierto modo, anticipó y rebatió la tesis keynesiana un cuarto de siglo antes de Keynes en su obra de 1912, La teoría del dinero y del crédito, en la que Mises sostenía que los salarios antieconómicos y la expansión del crédito forzada por decreto y no el capitalismo por sí mismo lleva en sí las semillas del auge y el declive.

Es verdad que muchos economistas y empresarios han pensado desde hace mucho tiempo que Mises es demasiado firme, demasiado inflexible. Si eso es un defecto, sin duda es culpable. Pero Ludwig von Mises, la antítesis de la adulación y el interés propio, el descendiente intelectual del Renacimiento, no cree sino en estar al día con lo que considera los errores del momento. Lleva mucho tiempo buscado las verdades eternas. Cree en la dignidad del individuo, en la soberanía del consumidor, en la limitación del estado. Se opone a la sociedad planificada, en cualquiera de sus manifestaciones. Sostiene que una sociedad libre y un mercado libre son inseparables. Alaba el potencial de la razón y el hombre. En resumen, defiende los principios de la mejor tradición de la civilización occidental. Y este titán de nuestro tiempo nunca se ha apartado de ese firme principio, a lo largo de una vida larga y fructífera.


El artículo original se encuentra aquí.

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