Los impuestos, como su propia etimología así lo sugiere, significan una imposición desde el poder político y no una voluntad deliberada por parte de los ciudadanos. Así pues, San Mateo quien en la época romana tenía la tarea de recaudar, antes de volcar su vida de lleno al evangelio era temido y rechazado: sólo podía ejercer su autoridad con la bayoneta y la espada, esto es, mediante la violencia y las armas. Para la mayoría de los chilenos, quienes ven con cierta lejanía el fenómeno de ser despojados mediante impuestos –o, tributos– esta realidad les es ajena: su percepción sobre la función que ejerce la autoridad en sentido vertical y coercitivo es casi nula. Los chilenos sienten que pagan poco o nada. Al menos así lo demuestra la encuesta que realizó UC-Adimark en el 2014: mientras un 28% de los encuestados declaró no pagar impuestos, un 55% cree que paga “algo”, “muy poco”, o simplemente cree “que no paga nada”. La realidad de las cosas es un tanto más lejana. Al revisar la estructura tributaria podemos sostener fácilmente que el IVA (Impuesto al Valor Agregado) asciende a un 19%, y que recordemos, grava también la venta de libros. El impuesto a la renta personal hasta hace un año llegaba a un insoportable 40%. Asimismo, el impuesto específico es elevadísimo. El impuesto corporativo a las empresas tampoco escapa a la voracidad estatal, teniendo que enfrentar un no menor 27%, y que en un comienzo pretendía llegar a un 35% contemplando un aumento desde un 20% a un 25%, más la retención del 10%, que lo llevaba a 35%, realidad contraria al porvenir de países abiertos al cambio global como lo son Inglaterra y Canadá, quienes pretenden reducir este mismo a un 18% para el período 2017-2018. Milton Friedman, Premio Nobel en Economía (1976) y quien diluyera transitoriamente planteamientos keynesianos, luego de cuatro décadas operando en las principales economías del mundo, nos sugeriría que hiciéramos lo que los países ricos hicieron para hacerse ricos, y no lo que hacen ahora que ya son ricos.El profundo odio a la libertad –libertad económica, política e individual– por parte de la doctrina igualitarista que pregona el actual gobierno de Chile, es lo que se pretende restituir, pues “seguir la tarea de Chávez” y “el legado de Allende” es una de sus prioridades. Siempre es un ínfimo número de activistas que, luego de una larga militancia juvenil y adoctrinamiento en las llamadas “bases”, al momento que consiguen con efervescencia puestos en el gobierno, deciden hablar en nombre del pueblo; así por ejemplo, Editora Política de la Habana (1988) en una obra llamada “El Hombre y la Economía en el pensamiento del Che”, inspirada en el discurso pronunciado por el dictador Fidel Castro con motivo del XX aniversario de la caída en combate de Ernesto Guevara, página 12, sostiene: “Nosotros hemos tomado el poder político, hemos iniciado nuestra lucha por la liberación con este poder firme en manos del pueblo. ‘El pueblo no puede soñar si quiera con la soberanía si no existe un poder que responda a sus intereses y a sus aspiraciones’”. En síntesis, los impuestos deben reducirse en todo orden, circunstancia y latitud, por dos razones. La primera, dice relación con una cuestión fundamentalmente ética: la ética de la autoposesión, el individuo tiene el pleno derecho a los frutos derivados de su trabajo y a la posesión sobre sí mismo y a elementos externos. La segunda razón es eminentemente práctica, pues el aumento de imposiciones económicas (desde el poder que supuestamente responde a sus intereses y aspiraciones) desencadena siempre carestía material y vacas flacas. Es la inversión aquello que propicia nuevos puestos de empleo, competitividad, y escenarios amigables para el desarrollo de todos, no solamente para los grupos de interés que pretenden vivir a costa del Estado, o mejor dicho, vivir a costa de todos nosotros: los contribuyentes.
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