Ante unos votantes enfadados, las élites reprueban la democracia

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Está cada vez más claro que la “democracia” solo existe cuando los votantes eligen la opción preferida por ciertos expertos y políticos. Cuando los votantes van por otro camino, bueno, simplemente hay demasiado de esa cosa democrática por ahí.

Tras el voto del bréxit, el fenómeno Trump y el voto húngaro para restringir la inmigración, la izquierda global se ha dado cuenta de que hay que hacer algo para empezar a atacar la idea de la democracia sin restricciones, una idea que han estado promoviendo durante más de un siglo. Al darse cuenta de que los referéndums y las iniciativas populares proporcionan una vía para los votantes para eludir la voluntad de las élites, políticos y periodistas han aunado fuerzas para denunciar la misma idea de la democracia directa.

Para lanzar este nuevo ataque ideológico contra la democracia, el New York Times, este mismo mes, publicó “Por qué los referéndums no son tan democráticos como parece”. En él, los periodistas se pusieron a trabajar encontrando a numerosos “expertos” que describirían el proceso del referéndum democrático como “sin sentido” y “peligroso”.

El artículo, que ni siquiera se molesta en presentar el punto de vista a favor del referéndum, cita multitud de políticos, economistas y otras élites con una visión sombría de los votantes que votan sí a cambios políticos como el bréxit. El economista Kenneth Rogoff, que quiere aumentar enormemente el poder que tienen los banqueros centrales no elegidos sobre los ciudadanos privados, califica al proceso del referéndum como “una ruleta rusa para las repúblicas”.

Otros en el artículo del NYT describen los muchos casos en que los votantes son tontos que no entienden lo que están votando y que es probable que cambien de idea en cualquier momento basándose en caprichos triviales.

Entretanto, después de que los votantes colombianos votaran en contra de un tratado de paz negociado por el gobierno con los terroristas de las FRAC, el Christian Science Monitor declaraba que era necesario “revisar” el “dar la democracia directa al pueblo”.

Igual que los representantes de la clase política entrevistados por el Times, los expertos en contra de los referéndums insistían en que solo políticos con formación están cualificados para hacer juicios políticos. Esto es especialmente cierto, se dice, en el caso de la política exterior:

Escribiendo sobre política exterior este verano, [Matt] Qvortrup señalaba que el exsecretario de estado Henry Kissinger y el diplomático de EEUU George Kennan argumentaban que los asuntos exteriores deberían ser el reino de la “minoría profética” que entiende lo que es mejor para los ciudadanos.

El exabrupto antipopulista de los políticos cómodamente protegidos y sus consejeros no es necesariamente erróneo, por supuesto. Muchos votantes realmente son ignorantes y muchos realmente cambian de idea sin razón aparente. Parece que lo que estos críticos de los referéndums no entienden es que su arremetida contra el proceso de los referéndums se aplica igualmente bien al proceso conocido como democracia representativa. O más probablemente, sí entienden la contradicción, pero no les importa. La próxima vez que los votantes voten “correctamente”, los actuales críticos del populismo simplemente simularán que nunca criticaron a los votantes en absoluto.

Pero ahora que los populistas han dejado verdaderamente claro que piensan que los votantes son demasiado estúpidos e incompetentes como para votar por “permanecer” o “irse”, solo podemos preguntarnos qué les hace al mismo tiempo competentes para votar por “laboristas” o “conservadores”.

Si los votantes son demasiado tontos como para entender los asuntos de la inmigración, como se nos dice que son en Hungría, ¿no deberíamos suponer también que los votantes son demasiado ignorantes como para entender la diferencia entre Hillary Clinton y sus oponentes?

Y aun así, cada vez que hay elecciones, nos vemos obligados a oír a los expertos explicar lo que los votantes querían realmente o por qué el nuevo presidente tiene “un mandato”.

Sin embargo, siempre que los votantes votan a favor de algo que les gusta a los expertos del establishment, podemos esperar oír una explicación interminable de cómo “los votantes han hablado” y cómo los votantes han resuelto el asunto definitivamente.

“Democracia” es lo que ellos dicen que es

De hecho, para ver la doblez en funcionamiento, no tenemos que mirar más allá de el reciente impeachment en Brasil, donde la presidenta Dilma Rousseff fue destituida del cargo. En ese caso, un referéndum popular (esta vez sobre la presidencia de Rousseff) se consideraba sacrosanto. El intento de destituirla por parte de los representantes electos del parlamento brasileño, por el contrario, era “antidemocrático”.

En el caso de Rousseff, la voluntad de los votantes, se nos dice, era inmodificable e indiscutible. Los votantes habían apoyado a Rousseff doa años antes y cualquier intento de anular su voto a través de la democracia representativa se consideraba ilegítimo.

En otras palabras, si votan por algo que guste a la izquierda global, entonces los sabios votantes saben exactamente qué están haciendo. Si votan por el bréxit o Donald Trump, lo mismo da, son bufones que no entienden lo que está en juego.

En el caso  de Brasil, el parlamento estaba siendo “antidemocrático” al contradecir la elección popular de Rouseff dos años antes. En el caso del bréxit es de repente obligación del legislativo contradecir a los votantes y vetar el bréxit.

Tal vez lo más absurdo de todo esto sea la comparación implícita entre votantes normales y legisladores electos. Dentro de todas las recientes condenas de los votantes normales está la afirmación implícita de que los cargos públicos oficiales tomarán decisiones basadas en un pensamiento riguroso, la lógica y las nociones del bien común. Los cargos públicos, ya sean elegidos o nombrados (es decir, jueces y administradores) son la “minoría profética” que tomará decisiones sabias y desinteresadas, mientras que el público general se limitará a perseguir la próxima cosa que brille.

No hace falta estar exactamente en contra del gobierno para darse cuenta del hecho de que esta visión de la política es una pura fantasía. Muchos cargos electos llegan al gobierno sin ninguna experiencia especial más allá del conocimiento de cómo llevar una campaña política.  No hay ninguna razón en absoluto para suponer que el parlamentario medio esté más capacitado para tomar “mejores” decisiones que el público general en asunto de economía, política exterior o cualquier otra cosa.

De hecho se han escrito verdaderas montañas de investigación  explicando cómo los cargos públicos (tanto electos como no electos) están influidos por grupos de intereses e inclinaciones personales. La “política de grupos de intereses y de presión” constituye todo un subcampo de la ciencia política. Además, como ha venido demostrando durante décadas la teoría de la elección pública, los miembros de la clase pública tienden a actuar de una forma que beneficie a esa misma clase pública. Todas las organizaciones (incluyendo el gobierno, por supuesto) tienden a actuar para conservar y expandir su poder. Los cargos electos se encuentran dentro de este mundo y puede esperarse que actúen de acuerdo con ello. Afirmar que los votantes normales son esclavos de sus inclinaciones personales (mientras que los políticos electos están “por encima de todo eso”) requiere una inmensa ingenuidad o una voluntad de engañar.

Referéndums e iniciativas no son nada nuevo

El pánico acerca de la democracia directa también deriva de la afirmación injustificada de que la democracia por referéndum e iniciativas es en buena medida una nueva evolución con pocos precedentes en la política occidental.

Por supuesto, Suiza ha empleado el proceso de iniciativa y referéndum desde la década de 1890 y la idea de la democracia plebiscitaria era un componente importante del liberalismo en la Europa del siglo XIX. Por ejemplo, Ludwig von Mises, él mismo implicado en los movimientos liberales radicales de laissez faire de la Austria anterior a la guerra, sugería en Liberalismo que los votantes en cualquier jurisdicción política, hasta el nivel de una villa, tendrían que poder independizarse de otras jurisdicciones populares a través del voto popular:

Dondequiera que los habitantes de un territorio concreto, ya sea una sola villa, todo un distrito o una serie de distritos adyacentes, hagan saber, mediante un plebiscito libremente realizado, que ya no quieren permanecer unidos al estado al que pertenecen en ese momento (…) sus deseos han de ser respetados y cumplidos.

Tampoco es un misterio por qué Mises daría por sentado este tipo de democracia directa. Menos de cinco años antes de que Mises publicara Liberalismo, la región alemana de Büsingen había votado abrumadoramente unirse a Suiza como uno de los cantones del país. Un año después, los votantes de Vorarlberg votaron independizarse de Austria y unirse a Suiza. En ambos casos, los suizos rechazaron los intentos de agrandamiento, pero la democracia directa de este tipo suponía para muchos la prerrogativa de los votantes. E indudablemente en ninguno de ambos casos es evidente en absoluto que los votantes de Büsingen o Vorarlberg estuvieran en modo alguno menos cualificados para determinar sus destinos que la “minoría profética” supuestamente más sabia e informada en Berlín o Viena.

Observando las iniciativas de votantes limitadas a solo los votantes suizos, encontramos que entre 1893 y 2014, 22 de 192 iniciativas fueron aprobadas. La reticencia con la que se han recibido estas iniciativas indica prudencia por parte de los votantes y difícilmente algo que se asemeje a la insensatez que es habitualmente proclamada por los opositores a las iniciativas populares. Mientras Europa se hundía en el fascismo y el autoritarismo a lo largo de las décadas de 1920 y 1930, Suiza, con toda su democracia directa, permaneció notablemente estable.

Además, numerosos estados de EEUU (sobre todo, estados occidentales) emplean procesos de iniciativa y referéndum en sus propias legislaciones. Dado que los estados occidentales en EEUU tienden a estar al menos igual que el país en general en términos de esperanza de vida, delincuencia y “salud fiscal” (con la excepción de California), no hay ninguna evidencia de que la jurisdicciones que emplean democracia directa sean algo que se parezca a la “ruleta rusa” que imagina Rogoff.

Por supuesto, es imposible concluir que la estabilidad política de Suiza o las bajas tasas de delincuencia de Oregón sean causadas por la presencia de democracia directa en esas jurisdicciones. Pero igualmente no podemos concluir que tampoco la democracia directa es especialmente problemática en esas áreas. Por extensión, tampoco hay ninguna razón para creer que la democracia representativa sea especialmente maravillosa comparada con el tipo más directo de democracia.

De hecho, igual que la democracia representativa, la democracia directa ha sido un surtido. Los votantes votarán a menudo a favor de leyes de salario mínimo u otras regulaciones públicas que no podrían haberse aprobado sin un voto directo. Estas iniciativas empobrecerán y limitarán las economías de esas jurisdicciones. Por otro lado, los votantes a menudo han rechazado aumentos de impuestos y otras regulaciones públicas onerosas, como la recientemente propuesta “renta básica mínima” rechazada en Suiza.

¿Es más fácil de manipular la democracia directa?

Tampoco los votantes se limitan a votar cualquier nuevo tema electoral que se interponga en su camino. Los opositores a la democracia directa hace mucho que afirman que iniciativas y referéndums pueden ser manipulados por intereses especiales, aunque no está claro por qué serían más propensos a la manipulación que los legisladores en sus escaños que raramente han mostrado una independencia infalible frente a los propios grupos de intereses especiales.

Como señalaba el científico político chileno David Altman, los votantes en Latinoamérica rechazan referéndums e iniciativas bastante frecuentemente:

En los últimos 40 años, se realizaron 109 votaciones populares por parte de la autoridades en Latinoamérica en forma de plebiscitos o referéndums vinculantes. De estos, 64 (un 58%) recibieron el apoyo de la población, mientras que 45 fueron rechazados. Pero los votos propuestos por el público en general (como iniciativas populares o referéndums contra leyes existentes) tampoco fueron aceptados automáticamente. De las 18 votaciones populares que tuvieron lugar, nueve fueron aceptadas por el público general.

Altman concluye que “los instrumentos de democracia directa están menos abiertos a manipulación de lo que se supone habitualmente”.

La democracia tiene muchos defectos y no pueden desaparecer con bromas ligeras como “la democracia es el peor de los sistemas, salvo todos los demás”. Sin embargo, una vez empezamos a mirar de cerca los sistemas democráticos, no está claro que la democracia directa lleve a resultados demostrablemente peores que la democracia representativa. Sin embargo, en la historia reciente, muchos votantes han estado votando de maneras que se han demostrado preocupantes para las élites globales que están acostumbradas a tener elecciones que sigan sus pasos. Ante los votantes enfadados, el New York Times y sus amigos han empezado a trabajar diciéndonos cómo los votantes son simplemente demasiado ignorantes como para confiarles las cuestiones grandes e importantes.

La democracia directa no es perfecta, pero, dados los enemigos que ha estado haciendo últimamente, tal vez no sea tan mala como podríamos haber pensado.


El artículo original se encuentra aquí.

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