La edición 2016 del día del trabajo siguió una tradición bien establecida: los sindicatos atribuyéndose los beneficios de todos los trabajadores. Entre sus afirmaciones más comunes, a menudo incorporadas a la atribución de las tendencias negativas en los salarios a la erosión del poder sindical, estuvo la de que los sindicatos aumentan los salarios de todos los trabajadores. Por desgracia, los sindicatos retrasan en lugar de aumentar la posibilidad real de otros de ganar más.
Los sindicatos se apoyan en los poderes especiales concedidos por el gobierno (por ejemplo, excepciones únicas ante las leyes antitrust), permitiendo a los empleados actuales impedir la competencia de otros dispuestos a hacer el mismo trabajo por menos dinero. Esta es una forma de colusión que, realizada por cualquier empresa, sería perseguida legalmente.
A los mayores salarios sindicales que se generan se atribuye por tanto el aumento de los salarios de todos los trabajadores, porque supuestamente empujan al alza los salarios de otros empresarios para evitar que sus trabajadores huyan en busca de esas alternativas mejor pagadas. Sin embargo, su afirmación no puede ser verdad sin violar la ley de la demanda.
Salarios más altos, menos empleo
Los salarios más altos derivados del poder de monopolio impuesto por el gobierno solo impulsarían al alza los salarios de los demás si aumentaran el número de esos empleos bien pagados. La razón es que los empresarios sólo necesitan para mantener a los empleados ofrecer más que las opciones reales de estos. Pero al forzar artificialmente al alza del costo de contratar a sus trabajadores, los sindicatos reducen en lugar de aumentar el número de dichos empleos ofrecidos por empresarios, haciendo que la producción reducida haga que los consumidores compren con los costes y precios más altos que genera eso. En lugar de mejorar las alternativas disponibles para los trabajadores no sindicalizados, se empeoran, ya que los trabajadores desplazados se ven obligados a competir con otros por trabajos no sindicalizados.
Esos trabajadores desplazados aumentan la oferta laboral para los empleos no sindicalizados. Eso impulsa a la baja los salarios de todos los trabajadores en esos empleos, no al alza. Consecuentemente, las primas de los salarios sindicales no benefician a todos los trabajadores: los beneficios vienen principalmente de los bolsillos de otros trabajadores.
Con solo aproximadamente el 7% de la fuerza laboral del sector privado estadounidense sindicalizada, el poder de los sindicatos disminuye por tanto las rentas reales de 13 de cada 14 trabajadores. Y como los sindicatos también aumentan directamente los costes de servicio público, e indirectamente a través de otras políticas que aumentan los costes (por ejemplo, la Ley Davis-Bacon y los Acuerdos Laborales de Proyectos) y que han impulsado los grandes sindicatos, todos los demás trabajadores también se ven dañados como contribuyentes.
La oposición sindical al comercio internacional
Y los sindicatos también han usado la misma técnica de la “gran mentira” de repetir constantemente lo contrario de la verdad como un hecho en otras áreas. Por ejemplo, conscientes de que su poder de monopolio para excluir los trabajadores de la competencia termina en las fronteras, los sindicatos han sido desde hace mucho tiempo el principal respaldo del proteccionismo. Centran su atención en aquellos que consiguen una protección especial y luego afirman que sus beneficios también se extenderían por toda la economía para beneficiar a otros. Pero ignoran los daños mucho mayores del proteccionismo: para todos los demás trabajadores que habrían ganado con más exportaciones, para todos los demás trabajadores que, como consumidores, tienen restringido su acceso a importaciones superiores y de menor coste (y obligan a la producción nacional a competir con ellas) y a todos los demás trabajadores perjudicados por la reducción de riqueza y renta real producida por el proteccionismo nacional y las respuestas proteccionistas extranjeras inducidas.
Dado que el día del trabajo ha sido considerado el inicio tradicional de la campaña “seria” de las presidenciales, es un momento apropiado para recordar lo dañina que es la estrategia de la “gran mentira” de los sindicatos. Su giro ilógico puede impedir una comprensión adecuada del daño que imponen los sindicatos a casi todos los estadounidenses, ofreciendo un recuerdo aleccionador de que “No es la ignorancia la que hace más daño: es saber muy bien que las cosas no son así”. Después de todo, cuando la gente sabe que ignora variables importantes que afectan a sus decisiones, normalmente no se juegan hasta la camisa por ellas, sino que cuando piensan que saben lo que es verdad lo que es mentira, pierde la camisa. Y un montón de hogares estadounidenses estarán en juego este noviembre.
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