La intelectualidad recibe un sopapo

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El sorprendente resultado de la pasada noche dejó extasiados a los seguidores de Trump y alicaídos a los seguidores de Clinton. La mayoría de los libertarios hace tiempo han perdido la esperanza de que el proceso electoral pueda proporcionar mejoras sustanciales a las políticas de EEUU. Pero hay un importante aspecto positivo en las elecciones de este año. El escepticismo público ante los medios de comunicación del establishment, think tanks, universidad y otros miembros de la intelectualidad está en su máximo histórico.

La inclinación estatista de la clase intelectual es conocida; lo que sorprendió a muchas personas, por cortesía de Wikileaks, eso lo activa y directamente que CNN, CNBC, New York Times y otros medios coordinaban su cobertura de la campaña de Clinton. Periodistas y comentaristas enviaban borradores de sus artículos al equipo de Clinton para su aprobación, daban a Clinton por adelantado las preguntas de los debates y pedían ayuda para preguntas a Trump y otros republicanos.

Más allá de estos intentos directos de favorecer a un bando, las formas más sutiles de partidismo fueron, bueno, no tan sutiles. Incluso los que simpatizaban con las opiniones de Clinton se sorprendían de lo muy abiertamente que los medios expresaban su preferencia por un bando. Como señalaba un editor del Times, con una admirable falta de autoconciencia: “Espero que la falta de honradez extrañamente desvergonzada y asimétrica del Sr. Trump haya liberado a los periodistas de las malas costumbres de las falsas equivalencias, los eufemismos y el equilibrio forzoso”. Sí, no hay peligro de eso.

La universidad está preocupada por perder su influencia, aunque confunda erróneamente el antiintelectualismo por sí mismo con la oposición a los intelectuales como clase. Como dijo el sociólogo de Wellesley, Thomas Cushman: “el resultado de estas elecciones (…) representa un fracaso de las ciencias sociales académicas, los medios, las encuestas y prácticamente cualquiera en las filas de la ‘élite cognitiva’. Y esto incluye a la izquierda y la derecha, a los demócratas y a los republicanos. Trump ha hecho añicos muchas cosas y probablemente hará añicos muchas más, pero también ha hecho añicos la clase de intelectuales y expertos y estas elecciones son el día del juicio para esa clase”.

Advirtamos que aunque los medios y los intelectuales normalmente se identifican como “izquierda” y con el Partido Demócrata, su inclinación se describiría más apropiadamente como pro-estado. Recordemos que durante la guerra de Irak, los periodistas de la corriente principal (especialmente los “incrustados” en el ejército) simplemente repetían, sin cuestionarlas, las declaraciones de la administración Bush acerca de Saddam Hussein, acerca de iraquíes recibiendo a los soldados de EEUU con los brazos abiertos, acerca de caravanas móviles de armas, etcétera. Incluso llegó a haber mea culpas y los principales infractores, como Judith Miller, se vieron obligados a dimitir. Pero posteriormente, durante la crisis financiera, se dio el mismo patrón. El presidente de la Fed, Bernanke, y el secretario del Tesoro, Paulson, dijeron que el sistema financiero estaba a punto de venirse abajo y que los rescates públicos masivos eran necesarios y los medios repitieron solemnemente estas afirmaciones como si fueran reportajes investigación. No importaba que las personas en el poder fueran republicanas o “derechistas”. Intelectuales y periodistas son atraídos hacia el poder y hacen lo que haga falta para obtener el favor de quienes tienen autoridad política.

Nadie ha explicado mejor la relación simbiótica entre los intelectuales y el estado que Murray Rothbard. En diversos libros y artículos, señaló que el estado necesita a los intelectuales y los medios de comunicación para darle legitimidad y los intelectuales y los medios de comunicación necesitan al estado para que les dé recursos e influencia. Por ejemplo, los periodistas políticos dependen del acceso (invitaciones a ruedas de prensa, contacto con fuentes anónimas, copias de documentos filtrados) y cualquier periodista que sea excesivamente crítico con personas en el poder verá revocado ese acceso. De ahí la necesidad conseguir favores, sea cual sea el partido que tenga el control en cada momento. Esta es la versión periodística del pagar para jugar, el modelo perfeccionado por Hillary Clinton.

Como explicaba Rothbard:

La élite gobernante, ya sean los monarcas del pasado p los partidos comunistas de hoy, tienen una necesidad desesperada de élites intelectuales para hacer apología del poder del estado: el estado gobierna por decreto divino; el estado asegura el bien común o el bienestar general; el estado nos protege de los bandidos de las montañas; el estado garantiza el pleno empleo; el estado activa el efecto multiplicador; el estado asegura la justicia social y así sucesivamente. (…)

Podemos ver qué consiguen los gobernantes estatales con sus alianzas con los intelectuales, pero ¿qué consiguen los intelectuales? Los intelectuales son el tipo de gente que cree que, en el mercado libre, se les paga mucho menos de lo que exige su sabiduría. Ahora el estado está dispuesto a pagarles salarios, tanto por alabar el poder estatal como, en el estado moderno, por poblar la multitud de empleos en el aparato del estado regulador y del bienestar.

En siglos pasados, las iglesias constituían las únicas clases modeladoras de opinión en la sociedad. De ahí la importancia para el estado y sus gobernantes de una iglesia establecida y la importancia para los libertarios de separar iglesia y estado, lo que realmente significa no permitir que el estado confiera a un grupo el monopolio de la función de moldeado de la opinión.

Por supuesto, en el siglo XX la iglesia ha sido remplazada en este papel de moldeadora de opinión o, en esa maravillosa expresión, de “ingeniería de consentimiento”, por una pléyade de intelectuales, académicos, sociólogos, tecnócratas, politólogos, trabajadores sociales, periodistas y medios de comunicación en general, etcétera.

Por suerte, gracias al auge del periodismo descentralizado basado en Internet, las instituciones como Anonymous y Wikileaks y la insatisfacción general del público con los medios de comunicación del establishment, la clase moldeadora de opinión está perdiendo su poder para moldear dicha opinión. ¡Algo por lo que hay que estar agradecidos!


El artículo original se encuentra aquí.

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