En medio de toda la histeria que rodea a Donald Trump, han sido pocos y dispersos los análisis claros y serenos de quién es y qué cabe esperar de él.
Ya he visto numerosos progresistas advirtiendo que Trump pretende eliminar prestaciones sociales. Es como si los hechos nunca entraran en la cabeza de los progresistas. Sus oponentes son una masa indiscriminada y sostienen lo que los progresistas consideran genéricamente posturas de derecha.
Solo esta aproximación robótica a la política puede explicar por qué los progresistas parecen pensar que Donald Trump, con mucho el nominado del Partido Republicano más a favor del movimiento LGBT de la historia, pretende dañar a los homosexuales o que, a pesar de sus repetidas afirmaciones de que no quiere nada más que sostener las prestaciones sociales, pretende recortarlas enormemente.
Como sabe cualquiera que no esté ciego con respecto a la política estadounidense, nadie en la vida pública está a favor de recortar las prestaciones sociales. De lo que tiene que preocuparse la izquierda no es de que los republicanos recorten el presupuesto. Es de no convertirse en unos completos idiotas con predicciones histéricas que alguien sensato sabe que nunca serán verdad.
Para empezar, pensar que el objetivo de Trump es acabar con las prestaciones sociales es no entender en absoluto el fenómeno Trump.
Durante la campaña presidencial, algunos conservadores, tratando de entender el fenómeno Trump, descubrieron repentinamente la obra de Sam Francis, un autor y articulista de hace 25 años. Francis escribió acerca de lo que llamaba los radicales medios estadounidenses (MAR, por sus siglas en inglés).
Los MAR consideran la corrección política exactamente con el mismo desdén que Hollywood, los medios de comunicación y la clase política tienen por ellos. No son rígidamente ideológicos, ni siquiera ideológicos en absoluto. Aunque en general apoyan la propiedad privada y la Constitución de EEUU, no se oponen filosóficamente a la regulación de los negocios, creen que el libre comercio les ha perjudicado y no tienen ningún interés en absoluto en recortar ls Seguridad Social ni el medicare. Y son antiglobalistas.
En el momento en que Francis escribía acerca de ellos, su análisis parecía incorrecto: si esa gente existía en los números que sugería, ¿cómo es que gente como Bob Dole conseguía la nominación del Partido Republicano?
Las elecciones de 2016, por fin, hicieron justicia al análisis de Francis. Los MAR aparecieron a raudales, a pesar de los mayores ataques que puedan recordarse sobre su candidato por parte de los medios y la élite cultural.
En este entorno no libertario, ¿qué podría esperar razonablemente un libertario, por supuesto además de los horrores habituales? Principalmente esto: (1) rebajar la tensión con Rusia; (2) menores impuestos a las empresas; (3) alivio regulatorio.
En un discurso hace solo unos pocos días Trump resumía su política exterior. Sigue queriendo luchar contra el ISIS. Pero continuaba diciendo: “Seguiremos una nueva política exterior que aprenda por fin de los errores del pasado. Dejaremos de derrocar regímenes y eliminar gobiernos, amigos”.
Podríais pensar que un discurso tan poco en consonancia con el último medio siglo de intervencionismo bipartidista tendría alguna atención en los medios y sería discutido durante días.
Pensaríais eso si no tuvierais conocimiento previo de los medios estadounidenses. Ese aspecto del discurso fue resaltado por los medios alternativos y nada más.
Más que eso, la elección de Trump destruyó dos familias criminales estadounidenses solo golpe: los Clinton y los Bush. Si no os gusta esto, debería hacerlo
También el fenómeno Trump puso más claramente a la vista que nunca el partidismo de los medios. Hay personas que piensan que la segunda y tercera generaciones de estadounidenses de origen mexicano van a ser deportadas o que temen realmente el confinamiento de negros y homosexuales en campos de concentración. No lo deducen de nada que haya dicho Trump. Es completamente obra de los medios y los guerreros de la justicia social.
Hablando en estos últimos, la locura en las universidades está en YouTube para que la vea la gente normal. Los guerreros de la justicia social están tratando de mostrarse como víctimas de los autoritarios seguidores de Trump. ¿Pero cuántos de sus profesores han visto interrumpida sus clases?
¿Cuántos mítines de Bernie o Hillary han tenido que cancelarse por motivos de seguridad?
¿Cuánta gente ha sido golpeada por llevar sombrero de Hillary? (Vale, eso no fue justo: nadie ha llevado nunca un sombrero de Hillary).
¿Cuándo fue la última vez que un evento de los guerreros de la justicia social fue interrumpido por libertarios o conservadores?
Los maestros (incluso sindicatos entre maestros) han distribuido currículos en contra de Trump para su uso en las escuelas públicas. ¿Cuándo fue la última vez que se propusieron currículos contra los demócratas para su uso en escuelas públicas?
Y dejadme recordar: ¿qué candidato estaba en ese partido que fue grabado describiendo su práctica de contratar provocadores para tratar de provocar violencia?
El comportamiento violento, no los seguidores de Trump (siendo la supuesta ola de delitos del odio inspirada por Trump un invento imaginada por los medios), sino de los opositores a Trump, es completamente visible.
En otras palabras, encontramos en la izquierda todas las características que esta afirma encontrar en los seguidores de Trump: intolerancia, ocio a las personas distintas de ellos, autoritarismo, cerrazón mental y deseo de violencia.
Y todo esto se ha demostrado más claramente que nunca para que lo vea el público general.
Para llegar a donde queremos ir, la clase política estadounidense tiene que recibir palos y los medios y las universidades tienen que mostrarse como las fábricas de propaganda que son.
¿Ha alcanzado Trump este objetivo completa y perfectamente? Evidentemente no. Como demuestran sus nombramientos, él mismo sigue estando demasiado ligado al establishment contra el que parece estar actuando. Y aparte de unas pocas opiniones notables, su aproximación al gobierno es, después de todo, bastante convencional, aunque los medios y las universidades no se atrevan a admitirlo.
Es así porque, como hemos dicho siempre, Trump evidentemente no es un libertario. Tampoco lo son la mayoría de los estadounidenses.
Así que, sin duda, los años de Trump incluirán su parte de idiotez y furia estatistas. Eso ha pasado en con todas las administraciones presidenciales que podamos recordar los que vivimos hoy.
Pero no es razonable esperar que los cambios que ansiamos se produzcan de acuerdo con un reglamento limpio. Probablemente todos supongamos que antes de que podamos llegar al objetivo libertario por el que trabajamos, las grandes instituciones que han envenenado la mente pública contra la libertad se habrán visto sacudidas y el pueblo conocerá su verdadera naturaleza, de una manera u otra.
Ese proceso se ha completado al menos parcialmente y está bien. Eso no hace de Trump un libertario. Pero si hace que celebremos la incomodidad y el horror de las élites.
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