Economía de libre mercado y capitalismo de compinches

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En mi post anterior, me ocupaba de la absurda acusación del columnista británico George Monbiot de que los actuales economistas de libre merado y libertarios son parte de un sistema capitalista de compinches del establishment. Un amigo mío “progresista” respondía preguntando: “¿No se ocultan los grandes negocios bajo el manto de los mercados libres? Si es así, ¿no son exponentes de mercados libres apoyando el capitalismo de compinches? ¿No son por tanto responsables de las prácticas de capitalismo de compinches que hoy nos rodea?”

La respuesta corta a esta pregunta es que los economistas de libre merado y libertarios no son más responsables de la distorsión y mal uso voluntarios de sus doctrinas de lo responsables que sea Jesús por las sangrientas guerras de religión en la Europa de los siglos XVI y XVII. Adam Smith señalaba hace doscientos cincuenta años que los dueños de negocios, especialmente los dueños de grandes negocios, por lo general no apoyan los mercados libres, afirmen lo que afirmen.  Encuentran su disciplina demasiado onerosa: tratan de escapar a través de un medio u otro y subvertir al gobierno a través de técnicas de capitalismo de compinches es forma real en que tratan de hacerlo y lo consiguen.

Tampoco es correcto pensar que el capitalismo de compinches es un fenómeno particular de nuestros días. Sí, ha aumentado desmesuradamente en décadas recientes, gracias a la amplia financiación proporcionada por los bancos centrales del mundo. Pero siempre ha estado entre nosotros.

Como señalé a mi amigo, el capitalismo de compinches es tan antiguo como la raza humana. Está incluido en el tribalismo y como tal ha sido el sistema dominante  en toda la historia humana. A lo largo de los tiempos, los compinches poderosos se acoplan a las filosofías políticas y económicas y las distorsionan entretanto, pero es solo un escaparate.

El primer intento real de revisar y desafiar el sistema tribal de capitalismo de compinches provino de los pensadores liberales clásicos. El laissez faire, la filosofía económica propia del liberalismo clásico, no fue, como han dicho la mayoría de los progresistas, una racionalización para oprimir a los trabajadores, sino más bien un movimiento de reforma que trataba de evitar que los comerciantes de clase media se vieran estrangulados por los compinches económicos en los tribunales.

La reformas de laissez faire hicieron posible la revolución industrial en Reino Unidos y EEUU. Por ejemplo, cuando apareció el algodón por primera vez en la Europa del siglo XVII, compinches ricos de la lana, el lino y la seda convencieron a la monarquía francesa para que lo prohibiera para proteger sus propios negocios. Decenas de miles de personas fueron condenadas a agaleras o ejecutadas por importar o vender o incluso vestir prendas de algodón en Francia. El mismo intento de prohibir el algodón casi tuvo éxito en la corte de los Tudor en Inglaterra, pero no llegó a conseguirlo. Las telas de algodón británicas se convirtieron luego en la base de la revolución industrial.

El laissez faire modificó el sistema de compinches en Reino Unidos y EEUU, pero no empezó a erradicarlo. Como todos sabemos, la siguiente ola de “reformas”, el progresismo, tomó el rumbo contrario de aumentar el control público de la economía. Esto llevó a lo que yo llamaba en mi post anterior la paradoja progresista: a medida que el gobierno toma cada vez más control sobre la economía, supuestamente para arreglar problemas, lleva a los intereses especiales a hacer cada vez más intentos para apropiarse del gobierno. Normalmente tienen éxito, porque el gobierno no ofrece mucha resistencia. De hecho, el gobierno, diga lo que diga, a menudo inicia y normalmente agradece el proceso.

Desde la década de 1930, el rostro del progresismo en economía ha sido keynesiano. A pesar de sus errores intelectuales y defectos de carácter, Keynes nunca fue personalmente un corrupto. Estaría asombrado de lo que se hace ahora en su nombre. Unos pocos ejemplos: cuando el presidente Obama finalmente consiguió su aumento de impuestos a los ricos, en la misma propuesta de ley incluyo enormes desembolsos federales a las industrias favorecidas que le hicieron donaciones. Los desembolsos superaron cualquier ganancia de ingresos para el tesoro de los aumentos de impuestos. La ley de estímulo, también presentada como keynesiana, dirigía mucho de su dinero a gobiernos estatales y locales amistosos y donantes de intereses privados amistosos. Una sorprendente proporción de concesionarios de energías verdes que se beneficiaban de esa ley eran también donantes políticos amigos. A pesar de estos y de otros clamorosos ejemplos, el New York Times sigue diciéndonos que la administración Obama ha estado libre de escándalos.

Ni el comportamiento ni las excusas son las que habrían imaginado los progresistas. Se suponía que protegerían a la clase baja y media frente a los poderosos. Ha hecho lo contrario.

Mont Pelerin no se creó en 1947, como pensaba mi amigo progresista,  para proporcionar cobertura intelectual para prácticas de capitalistas compinches. Es una completa invención y manipulación de la verdad. Sus miembros estaban simplemente aplicando lógica básica al problema correspondiente: si el capitalismo de compinches representa una alianza ilícita del gobierno y los intereses privados en la economía, la única forma segura de combatirlo es separar economía y estado, igual que nuestra constitución separa iglesia y estado.

¿Significa esto que volveremos a permitir el trabajo infantil? Por supuesto que no. Igual que las iglesias funcionan dentro de un marco moral básico, parte del cual se refleja en la ley, la economía, liberada del control público, haría lo mismo. No hay disciplina más severa que la disciplina del mercado y por eso las empresas tratan de escapare de ella con ayuda del gobierno. Las limitaciones legales junto con los mercados libres, en los que los productores deben justificar todo lo que hacen a los consumidores, proporcionarían macha más protección a los niños que las leyes por sí solas, especialmente cuando puede comprarse a los aplicadores públicos de la ley.

Cuando pensamos en lo que es lícito hacer o no por el gobierno en la economía, la prueba clave son los precios. Si el gobierno está controlando o manipulando o tratando de influir de cualquier manera en los precios libres, podemos estar seguros de que se ha llegado a un trato de capitalismo de compinches tras las bambalinas.

UN paso a través de la historia en solo unos pocos párrafos no puede esperarse que ilustre demasiado. Pero en un mundo en el que George Monbiot proclama enérgicamente que los economistas de libre mercado y libertarios están apoyando de alguna manera el capitalismo de compinches y es aplaudido por sus compañeros progresistas, es importante dar un pasa atrás por un momento y reafirmar la verdad. La simple verdad, reflejada tanto en los hechos como en la lógica de que la economía de libre mercado y el libertarismo son la única solución posible para la antigua plaga del capitalismo de compinches.


El artículo original se encuentra aquí.

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