[Extraído de Liberty and Property (1958)]
El principio distintivo de la filosofía social occidental es el individualismo. Se dirige a la creación de un esfera en la que el individuo es libre para pensar, para elegir y para actuar sin verse limitado por la interferencia del aparato social de coacción y opresión, el Estado. Todos los logros espirituales y materiales de la civilización occidental fueron el resultado del funcionamiento de esta idea de libertad.
Esta doctrina y las políticas del individualismo y del capitalismo, su aplicación a asuntos económicos, no necesitan ningún defensor o propagandista. Sus logros hablan por sí mismos.
La defensa del capitalismo y la propiedad privada se basa, aparte de otras consideraciones, también en la incomparable eficiencia de su funcionamiento productivo. Es esta eficiencia la que hace posible que las empresas capitalistas apoyen a una población que crece rápidamente con un nivel de vida que está mejorando continuamente. La prosperidad progresiva resultante de las masas crea un entorno social en el que las personas con cualidades excepcionales tienen libertad para dar a sus conciudadanos todo lo que son capaces de dar. El sistema social de propiedad privada y gobierno limitado es el único sistema que tiende a desbarbarizar a todos aquellos que tienen la capacidad innata de adquirir cultura personal.
Es un pasatiempo gratuito minusvalorar los logros materiales del capitalismo señalando que hay cosas que son más esenciales para la humanidad que automóviles más grandes y rápidos y viviendas equipadas con calefacción central, aire acondicionado, neveras, lavaplatos y televisores. Indudablemente existen esos empeños más altos y nobles. Pero son más altos y más nobles precisamente porque no se puede aspirar a ellos mediante ningún esfuerzo externo, sino que requieren de la determinación personal individual y el ejercicio de esta. Quienes plantean este reproche contra el capitalismo muestran una visión bastante cruda y materialista al suponer que la cultura moral y espiritual podría ser creada por el gobierno o por las actividades de la organización de producción. Todos lo que pueden conseguir estos factores externos a este respecto es crear un entorno y una competencia que ofrezcan las personas la oportunidad de trabajar para su propia perfección y edificación personal. No es culpa del capitalismo que las masas prefieran un combate de boxeo a un representación de la Antígona de Sófocles, la música de jazz a las sinfonías de Beethoven y los cómics a la poesía. Pero es seguro que aunque las condiciones capitalistas que prevalecen en buena parte del mundo hacen que estas cosas buenas todavía sean accesibles solo a una pequeña minoría de la gente, el capitalismo da a muchos una oportunidad favorable de tratar de conseguirlas.
Desde cualquier ángulo del que se pueda mirar al capitalismo, no hay razón para lamentar la pérdida de los supuestamente buenos viejos tiempos. Está aún menos justificado echar de menos las utopías totalitarias, ya sean del tipo nazi o del soviético.
Esta noche inauguramos la novena reunión de la sociedad Mont Pelerin. Es apropiado recordar en esta ocasión que reuniones de este tipo en las que opiniones opuestas a las de la mayoría de nuestros contemporáneos y las de sus gobiernos se llevan a cabo y son posibles solo en el ambiente de libertad que es la señal más preciosa de la civilización occidental. Esperemos que este derecho a disentir nunca desaparezca.
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