[Extraído de The Quarterly Journal of Austrian Economics 19, nº 3 (Otoño 2016): 267-287]
I. Introducción
Frederick Nymeyer (1897–1981) fue un empresario de Illinois con un intenso interés por la economía, particularmente por la relación entre economía y moralidad. Autodescrito como pupilo de Mises y calvinista reflexivo, Nymeyer estaba profundamente preocupado un cambio del protestantismo hacia el socialismo en el siglo XX. Al escuchar a predicadores y facultades universitarias cristianas denunciando los mercados libres y los negocios con ánimo de lucro, él creó una resistencia determinada y efectiva.[1]
Empresario en Chicago durante muchos años, Nymeyer empezó como reportero en un periódico, convirtiéndose luego en publicista para un periódico financiero. En algún momento de principios de la década de 1920 recibió formación en economía y luego se convirtió en director del Comité de Investigación Económica de la Universidad de Harvard en Chicago. Posteriormente fue empleado y directivo del presupuesto y comercial para la empaquetadora de carne Armour. Nymeyer se convirtió luego en socio general en una empresa de consultoría de gestión, después de lo cual creó su propia empresa del mismo sector. La amplia experiencia empresarial Nymeyer le dio los extensos contactos personales que posteriormente pondría a disposición de la investigación austriaca.
Jörg Guido Hülsmann (2007) ha prestado la debida atención a la defensa apasionada de Mises y la economía austriaca en general por parte de Nymeyer. Este trabajo resume algunas de esas contribuciones, que ponen a Nymeyer en lo más alto de la lista del acosado movimiento de la libertad de Estados Unidos a mediados del siglo XX. Pero Nymeyer era más un organizador que un promotor. Nymeyer dejó libros de su puño y letra, dirigidos principalmente a combatir las ideas socialistas en su propia confesión protestante, la Iglesia Reformada Cristiana (IRC). Sus contribuciones a ese debate interno son ampliamente aplicables y sus mordaces críticas al movimiento de la cristiandad hacia el socialismo a mediados del siglo XX podrían ser útiles hoy.
La Sección II de este trabajo describe la relación de Nymeyer con Mises y su apoyo a las publicaciones austriacas. La Sección III describe las objeciones éticas de Nymeyer al socialismo dentro del protestantismo y la Sección IV resume los escritos de Nymeyer sobre otros temas, incluyendo el “precio justo”, dinero y banca y educación. La Sección V sirve como conclusión.
II. La relación de Nymeyer con la Escuela Austriaca
En 1946, Nymeyer leyó La teoría del dinero y del crédito de Mises y, fascinado, empezó a mantener correspondencia con el autor, lo que le llevó a una amistad personal y un apoyo material al trabajo de este. Leyó Gobierno omnipotente y otras obras de Mises y luego pasó a otros escritos económicos austriacos, especialmente Capital e interés de Böhm-Bawerk.[2] Nymeyer tuvo la inspiración de ayudar a organizar el apoyo a Mises y para describir extensamente sobre temas libertarios y económicos él mismo. Como Henry Hazlitt, Lawrence Fertig y Leonard Read, Nymeyer apoyó la economía austriaca desde fuera de la universidad. En un momento en que la economía austriaca era prácticamente desconocida, empresarios como Nymeyer (aunque tratados con condescendencia por muchos académicos) fueron críticos para la supervivencia de estas ideas.
En 1949, Nymeyer hizo los primeros intentos para crear un “Instituto Liberal” en el área de Chicago, que estaría dirigido por Mises. La Universidad de Chicago era una opción lógica, dada su importancia y las relaciones que allí tenía Nymeyer. Aunque el plan fue abandonado cuando la universidad insistió en el control sobre el personal, Nymeyer continuó su campaña a favor de la economía austriaca. Hülsmann señala que “Nymeyer y sus amigos probablemente tuvieron cierta influencia para traer a Hayek a Chicago y a principios de la década de 1950 desempeñó un papel importante en la recaudación de fondos para las reuniones de la Sociedad Mont Pèlerin” (Hülsmann, 2007, p. 856).
En 1949, Libertarian Press, la editorial de Nymeyer (antes “Consumers Producers Economic Service”) publicaba Planificación para la libertad, de acuerdo con su intención de hacer accesible la obra de Mises a una amplia audiencia. Fue fundamental en la publicación de La mentalidad anticapitalista y el ensayo de Mises “Las políticas de la tercera vía llevan al socialismo”, que distribuyó a los ministros de la IRC. Nymeyer también promocionó a Eugen von Böhm-Bawerk.[3] Contrató a Hans Sennholz y George Huncke como traductores para reeditar parte de la obra de Böhm-Bawerk en inglés. En 1959 apareció Capital e interés, con prólogo de Hans Sennholz, y en 1962 una recopilación llamada Clásicos breves de Böhm-Bawerk. Posteriormente, Sennholz se hizo cargo de Libertarian Press.
La mayoría de los escritos del propio Nymeyer aparecieron en una revista que él mismo publicó desde 1955 a 1960. Esta revista, que tuvo primero el nombre de Progressive Calvinism y en 1959 se convirtió en First Principles in Morality and Economics, está compuesta casi completamente por ensayos del propio Nymeyer. Los ensayos se centraban en los defectos de la ética social de la IRC, con copiosas referencias a Menger, Bohm-Bawerk y Mises. También había paralelismos en estilo y esencia con The Mainspring of Human Progress (1947 [1999]), de Henry Grady Weaver, un clásico libertario que sin duda influyó en Nymeyer.
En 1964, Nymeyer publicó su libro Minimal Religion en Libertarian Press. El libro continuaba tratando los temas de la revista, añadiendo una larga sección sobre teología. A principios de la década de 1970, Libertarian Press también publicó un boletín llamado Social Action, Hundred Nineteen,[4] en el que Nymeyer continuaba sus declamaciones contra los eclesiásticos que predicaban el socialismo.
Aunque él era un protestante calvinista y Mises era un judío agnóstico, Nymeyer no dudaba en hacer aplicaciones extensas del trabajo de Mises a la ética social cristiana. En 1968, Nymeyer escribía: “Mises me influyó más que cualquier otro hombre en un desarrollo intelectual. Yo era su pupilo”. Se refería a Mises como “el mayor defensor vivo de la muralla más íntima del cristianismo” (Hülsmann, 2007, p. 915). Veía en la economía misesiana una oportunidad para combatir las tandencias socialistas antiindividualistas del pensamiento social protestante de su tiempo. En una carta de 1959 a Howard Pew, Nymeyer escribía:
Si tiene que haber una nueva Reforma, tendrá que ser, en mi opinión sobre la base de lo que la praxeología y las ciencias naturales han contribuido al conocimiento humano desde los días de la Reforma original. He llegado a la conclusión de que economía del Dr. Von Mises constituye con mucho el medio más satisfactorio para modernizar la ética de la religión hebreo-cristiana. Cuando se lleva a cabo ese tipo de síntesis, resulta ser un adhesivo extraordinariamente conservador de la religión cristiana. Pero también se eliminan algunas cosas absurdas. (Hülsmann, 2007, pp. 915, 916)
Nymeyer parecía considerar la economía austriaca en su conjunto de la economía neoclásica, presentando el volumen de 1960 de First Principles in Morality and Economics escribiendo:
La economía que se enseña aquí es la de la escuela neoclásica. Esto significa que nuestra economía se basa en la obra de Adam Smith y David Ricardo, pero modificada (como se necesitaba urgentemente) de acuerdo con la obra de William Stanley Jevons, Carl Menger, Eugen von BöhmBawerk y Ludwig von Mises. Es especialmente la economía de los tres últimos, los mayores exponentes de la famosa Escuela Austriaca de economía, la que se sigue en First Principles in Morality and Economics (Nymeyer, 1960a, p. 2).
Ese mismo año, Nymeyer escribía que “la escuela neoclásica de economía (…) incluye a William Stanley Jevons, un inglés; Carl Menger, Friedrich von Wieser, Eugen von Böhm-Bawerk, Ludwig von Mises, Friedrich von Hayek, todos austriacos; Carl Wicksell, un sueco; Frank A. Fetter, de Princeton, un estadounidense ni naturalmente muchos otros”. Se refería a los austriacos como “la escuela neoclásica austriaca” (Nymeyer, 1960b, p. 70). En un tratado publicado doce años después, se refería a mises como “el manantial de muchas de las ideas perspicuas y efectivas de la economía neoclásica” y escribía que “el ‘ marco’De las ideas de Mises [era] parte de la revolucionaria nueva economía neoclásica” (Nymeyer, 1972, p. 86). Al describir El hombre, la economía y el estado de Rothbard como “basado y organizador de acuerdo con la economía neoclásica (de la rama austriaca)”, Nymeyer reaccionaba con aparente alarma ante el anarco capitalismo de Rothbard: “Debería entenderse que Rothbard está radicalmente a favor de la libertad y que usa el término libertario en ese sentido. Sin embargo, ‘libertad’ puede tener tan poco énfasis en la ‘ley’ que el experimento con menos ley podría resultar en anarquía” (Nymeyer, 1972, p. 86).
Aparte de Nymeyer y sus lectores, muchos de los calvinistas también encontraron más afinidad con la Escuela Austriaca que con otras escuelas de pensamiento y expresaron afirmaciones cualificadas de libertarismo. Uno de estos grupos, los Reconstruccionistas Cristianos, generó un considerable cuerpo de literatura sobre las relaciones entre cristianismo y economía y Nymeyer estaba familiarizado con su trabajo.[5] Rousas J. Rushdoony, un importante intelectual Reconstruccionistas y fundador de la Fundación Chalcedon, era seguidor del teólogo reformado conservador Cornelius Van Til (1895–1987), igual que Nymeyer en menor medida.[6] Nymeyer conoció a Rushdoony en 1962 y los dos hombres se visitaron y mantuvieron correspondencia periódicamente en los años siguientes. Años después de la muerte Nymeyer, Rushdoony escribía de él: “Fred era un hombre notable. Aunque no siempre estaba de acuerdo con él, siempre encontraba su pensamiento brillante, estimulante y sistemáticamente bíblico”.[7]
III. La religión mínima de Nymeyer frente al evangelio social
Un tema recurrente en los escritos de Nymeyer es la distinción entre dos sistemas éticos adoptados por los cristianos: 1) un sistema basado en la ley mosaica y en la exposición de esa ley del Nuevo Testamento y 2) un sistema basado en la interpretación amplia de “amar al prójimo”. Nymeyer argumentaba favor del primero al que llamaba “religión mínima”. Este sistema mosaico requería que las acciones de una persona hacia los demás fueran conformes a las leyes bíblicas resumidas en los Diez Mandamientos. Nymeyer afirmaba que estos mandamientos bíblicos equivalían a no coaccionar, robar o defraudar a otros. Tal y como lo desarrollaba Nymeyer, el sistema mosaico tenía mucho en común con el libertarismo.
El segundo sistema ético, al que Nymeyer llamaba “santurrón”, “altruismo” o la “ética de la incondicionalidad”, requería una extensión del amor individual incondicional (“fraternidad” o “vecindad”). El sistema de la incondicionalidad, escribía Nymeyer, era imposible de llevarse a cabo con éxito y llevaría al intervencionismo y el socialismo. La manifestación de ese socialismo en la iglesia era el movimiento del “evangelio social”. Ese movimiento, en el momento en que escribía Nymeyer, tenía cincuenta años de edad. Poco después de la fundación del Consejo Federal de Iglesias (un antecesor del actual Consejo Nacional de Iglesias de EEUU, filial del Consejo Mundial de Iglesias), un profesor de seminario llamado Walter Rauschenbusch publicó un libro llamado Christianity and the Social Crisis (1907). El libro defendía abiertamente el comunismo:
Parecería por tanto que uno de los grandes servicios que la cristiandad podría prestar a la humanidad en la agonía de la presente transición sería ayudar a aquellas fuerzas sociales que están trabajando para aumentar el comunismo. La iglesia debería ayudar a la opinión pública a entender claramente la diferencia entre las cualidades morales del principio competitivo y el comunista y recoger el entusiasmo religioso de lo que es esencialmente cristiano (Rauschenbusch, 1907; citado en Nymeyer, 1959a, p. 152).
La oposición a este movimiento del evangelio social ocupó mucha parte del trabajo de Nymeyer, particularmente porque su propia iglesia estaba sucumbiendo a sus enseñanzas. Muchos dentro de la IRC de mediados del siglo XX habían adoptado algunas de las ideas más intervencionistas de Abraham Kuyper (o Kuijper) (1837–1920), un teólogo holandés neocalvinista y primer ministro de los Países Bajos de 1901 a 1905. Kuyper, fundador del socialmente conservador Partido Antirrevolucionario (PA), se oponía al socialismo pero también al capitalismo de laissez faire y estaba a favor de algunas restricciones comerciales y de la legislación laboral pública.[8] El PA, aunque pluralista en principio, tenía lazos muy cercanos con la Iglesia Reformada en Holanda, una iglesia hermana de la IRC de Nymeyer. En el momento en que Nymeyer estaba escribiendo en Progressive Calvinism, el PA estaba en transición hacia la adopción de objetivos de justicia social y estaba a favor de un estado del bienestar más extenso.[9] Algunas facultades en instituciones estadounidenses de la misma tradición Reformada Holandesa se movían en la misma dirección, incluyendo al Calvin College, el Dordt College y el Hope College. No cabe duda de que esto estaba influido por la tendencia más general hacia el progresismo en la sociedad del siglo XX. Muchos grupos que esperaban atraer a una generación más joven descubrían a menudo que adoptar las posturas ideológicas de los jóvenes suponía un atractivo pragmático y los grupos eclesiásticos no eran una excepción.
En el primer volumen de Progressive Calvinism, Nymeyer afirmaba que el intervencionismo de Kuyper era sencillamente una forma atenuada de la misma perniciosa coacción que caracterizaba al socialismo:
El método para conseguir esa tercera vía es estar en medio de todo. Esa enmediación constaba, a su vez, de dos fases: (1) mantener la apariencia de capitalismo y (2) introducir el principio básico si no la realidad del socialismo. La palabra habitual para ese sistema es intervencionismo: el gobierno, teniendo una tubería de poder desde Dios justificando esa intervención, deja vida, libertad y búsqueda de la felicidad nominalmente a tu nombre pero lo regula, poco o mucho, como decida el gobierno en su derecho soberano, al tener leyes que interfieren y burócratas que gestionan. Hitler fue un completo intervencionista. El término alemán para un completo intervencionismo es Zwangswirtschaft (una sociedad coactiva). (Un holandés lo traduciría como Dwang maatschappij). Abraham Kuyper solo creía en el grado correcto (?) de dwang maatschappij (sociedad coactiva). Era un hitleriano moderado.
En algunas escuelas confesionales de iglesias calvinistas en Estados Unidos enseñan una doctrina idéntica. No al capitalismo; oh no; es pecaminoso o neutral. No al socialismo; oh no; es pecaminoso o neutral. Por el contrario, enseñan intervencionismo, una dwang maatschappij (sociedad coactiva).dictada por Dios, con derecho a coacción, contrario al decálogo, que viene directamente de debajo del trono de Dios. ¡Pero, naturalmente, es solo una coacción benévola y productora de bienestar! (1955b, p. 344).
Esto puede parecer algo injusto para con Kuyper, cuya idea de “soberanía de esfera” proporcionaba un marco atractivo para excluir al estado de ciertas instituciones sociales, un marco con un impacto duradero en Norteamérica y Sudáfrica. De Kuyper se llegó a decir que tenía un “miedo apocalíptico al estado”.[10] Es verdad que la crítica de Nymeyer puede haberse visto intensificada por su oposición a los intentos de la IRC (imitando algunos grupos de la reforma holandesa y el PA) de transformar a Kuyper para alcanzar objetivos izquierdistas. Sin embargo, un Nymeyer tenía objeciones importantes a la soberanía de esfera.
Las esferas eran simplemente agrupaciones de personas que, en opinión de Kuyper, obtenían la soberanía directamente de Dios. Estas incluían al estado como una esfera importante y poderosa, pero también incontables otras, como la familia, la iglesia, los sindicatos, las escuelas y las organizaciones empresariales. En opinión de Nymeyer, el error de Kuyper a la hora de argumentar a favor de un estado fuerte, con autoridad concedida divinamente, necesitaba de las esferas colectivistas de Kuyper como barreras a la intrusión estatal en el resto de la sociedad. “Al haber creado un gobierno demasiado grande (demasiado soberano y demasiado irresponsable) se veía obligado a desarrollar algunos contrapesos” (Nymeyer, 1955a, p. 267). Nymeyer afirmaba que la visión de Kuyper ignoraba al individuo:
Según Kuyper, la soberanía del estado y la soberanía de las esferas vienen directamente de Dios, citando Romanos 13. En ambos casos, se elimina la idea de que la soberanía del estado y la soberanía de un grupo derivan de personas normales deseando obedecer los Diez Mandamientos; en ambos casos el individuo está fuera de consideración. El individuo es insignificante. Kuyper establece su sistema sin dar demasiada importancia a obtener el “justo consentimiento de los gobernados” del cual hablaban los padres fundadores de Estados Unidos en la Declaración de Independencia. Para Kuyper, la soberanía viene directamente desde Dios, como a través de una tubería. Todas las tuberías del poder vienen para Kuyper desde Dios al grupo gigantesco, el estado, o a grupos más pequeños, cualquier esfera. (…) El individuo es el hombre olvidado en este esquema de cosas” (Nymeyer, 1955a, pp. 268, 269).
Los dos tipos de amor y la “religión mínima”
Las objeciones de Nymeyer a los calvinistas socialistas e intervencionistas iban más allá de sus aplicaciones de la obra de Kuyper. Sus críticas de la “ética de la incondicionalidad” eran generalizadas en sus escritos. La diferencia entre el sistema mosaico y el de incondicionalidad, escribía, era una diferencia de la definición del amor. El sistema mosaico permitía a una persona seguir su propio interés, mientras no se dañara a su vecino “con violencia, adulterio, robo, falsedad o codicia” (Nymeyer, 1957b, p. 150). El sexto mandamiento, “No matarás”, era por tanto un resumen de un mandamiento más amplio, que podría describirse como “No coaccionarás”. Para Nymeyer, no supone ninguna diferencia si la coacción es consentida o llevada a cabo por el estado.
La coacción puede legalizarse un medio de un parlamento o un juez, pero el mero hecho de que sea coacción pública no exonera a dichos actos de la prohibición de emplear coacción contra otro.
Si por tanto el Sexto Mandamiento prohíbe toda coacción (excepto emplear coacción para protegerse uno mismo de la coacción) lo que está limitándonos a cada uno de nosotros esta prohibición negativa no hace sino permitir libertad a los demás para seguir sus inclinaciones (sean las que sean, salvo cuando violan la libertad y derechos recíprocos de otros). Si no puedo coaccionar a nadie ni nadie puede coaccionarme a mí, ¿qué es esto salvo legislar que todos los hombres deberían ser libres?
Cuando la antigua ley de Moisés con una dura simplicidad legisla en contra del asesinato, la violencia y la coacción no solo tiene el mérito de prohibir esos males, sino que tiene la magnífica virtud positiva de legislar libertad (Nymeyer, 1959b, pp. 193–194).
El amor incondicional, para Nymeyer, requería obedecer estas leyes. En estas leyes a los cristianos se les obligaba a evitar causar daño, a mostrar “paciencia y perdón”, a ejercer la caridad y a proclamar el evangelio (Nymeyer, 1957a, p. 6; 1959g, p. 345). Cualquier definición de amor incondicional más amplia que esta sería santurronería “básicamente tomada de Karl Marx” (Nymeyer, 1955c, p. 357).
La “religión mínima” de la cual Nymeyer escribió tan extensamente es realmente la cristiandad completada con la idea de libertad cristiana, una doctrina que dice esencialmente que si una acción no está prohibida por un mandamiento bíblico, está permitida.[11] Nymeyer destacaba la naturaleza negativa de la ley bíblica (por ejemplo, se puede hacer cualquier cosa excepto esto o eso), frente a las órdenes positivas de los intervencionistas:
La libertad (…) es una enseñanza básica de la Escritura; todo lo que prohíbe Moisés con respecto a esta vida es “la libertad hacer el mal”; solamente especificaba que con respecto a las relaciones humanas la violencia, el adulterio, el robo, el fraude y la codicia son tabúes; todo lo demás queda libre. Moisés no dijo que solo podamos hacer esto y esto y esto, como dicen todos los gobiernos intervencionistas y socialistas; no, dijo: puedes hacer todo salvo que no puedes explotar a tus semejantes. Nadie usó nunca un método mejor de legislar a favor de la libertad que Moisés: todo lo que hizo fue especificar unas pocas cosas que no se pueden hacer. Pablo enseñó una doctrina idéntica en el Nuevo Testamento (Romanos 13:10a) cuando escribió: “El amor no hacer mal al prójimo”. El intervencionismo y el socialismo especifican qué puedes hacer; el resto está prohibido. ¿Por qué? ¡El gobierno tiene ese “poder propio peculiar” que viene del trono de Dios para decirte con detalle qué puedes o no puedes hacer! (Van Mouwerik y Nymeyer, 1955, p. 365).
Caridad frente a cooperación del mercado
Nymeyer argumentaba que ninguna sociedad podría basarse en el principio de caridad. La razón principal para esto o es el conocimiento insuficiente que tenemos de las necesidades de nuestro prójimo. Aquí la influencia de Mises y Hayek sobre Nymeyer es evidente. Nymeyer escribió:
Si todas las decisiones [de un hombre] se basaran en la “caridad”, es decir, se basaran en lo que imagina que son las necesidades de otros frente a su conocimiento seguro de sus propias necesidades, entonces estaría (…) tomando decisiones en las que su información es muy inferior y en muchos casos sin valor (Nymeyer, 1957a, p. 7).
La cooperación social basada en los mercados es mucho más práctica que la caridad como base para una economía, argumentaba Nymeyer. En realidad, la cooperación basada en el mercado es mucho más coherente con el principio cristiano de la humildad, ya que reconoce nuestra enorme ignorancia de los objetivos de otros y de los medios alternativos para alcanzar esos objetivos.
Además, a Nymeyer señalaba que cuando el estado transfiere por la fuerza riqueza de una persona a otra en nombre de la caridad, está violando varios de los Diez Mandamientos. La caridad obligatoria es una perversión moral, declaraba Nymeyer.
Nymeyer no estaba defendiendo la abolición de la caridad. “Ninguna persona en sus cabales, cristiana o no cristiana, puede ser indiferente u hostil ante la caridad”, escribía. “Una sociedad sin caridad (sin la capacidad de ayudar a otros a superar circunstancias verdaderamente adversas) no puede ser realmente una buena sociedad” (1957, p. 171). Sin embargo, como Adam Smith, afirmaba que “la beneficencia (…) es el adorno que embellece, no el cimiento que soporta el edificio. (…) La justicia, por el contrario, es el principal pilar que sostiene todo el edificio” (Smith, 1759 [1853], p. 125).
El individualismo y el interés propio en Nymeyer
El movimiento del evangelio social creó una distinción entre moralidad para el individuo y moralidad para el estado. Nymeyer señalaba este defecto en Moral Man and Immoral Society (1932 [2001]), de Reinhold Niebuhr. Niebuhr escribía:
La tesis que se desarrolla en estas páginas es que debe establecerse una clara distinción entre el comportamiento moral y social de personas y grupos sociales, nacionales, raciales y económicos; y que esta distinción justifica y requiere políticas que una ética puramente individualista debe encontrar siempre incómodas (Niebuhr, citado en Nymeyer, 1957, p. 41).
Nymeyer señalaba el problema: si la ley para las personas se basa el los Diez Mandamientos y la ley para la sociedad no, ¿no es moralmente indefendible el comportamiento para los “grupos sociales”?
Nymeyer dedicaba a un espacio considerable en sus revistas a la defensa del interés propio. Los preocupados por la ética y la economía han evitado a veces esta cuestión argumentando que este pecaminoso interés propio al menos produce resultados satisfactorios en un sistema de mercado. Si somos egoístas por naturaleza, también podríamos aprovecharlo al máximo. Nymeyer sigue un aproximación más directa. Actuar por el interés propio, decía Nymeyer, no es solo bueno moralmente, sino que es esencial para el funcionamiento de la sociedad. Actuar exclusivamente en interés de otros nos obligaría a actuar en una completa ignorancia. Evitar completamente el interés propio desperdicia los cursos escasos y perjudica a la sociedad.[12] Como pasa con muchas de sus argumentaciones, Nymeyer se preocupa mucho por exponer cuidadosamente su alegato. En un artículo sobre el tema, preguntaba si el lector consideraba una decisión empresarial mantener a un trabajador no rentable en la nómina. ¿La decisión de despedir a este trabajador es un ejemplo de egoísmo pecaminoso? La respuesta de Nymeyer merece la pena citarse por extenso:
Los negocios, en una economía competitiva (lo que significa que los clientes son libres para acudir a un negocio u otro), deben ser eficientes. Si no lo son, entonces la empresa queda “fuera del negocio”; quiebra; quiebra precisamente porque los clientes ya no compran a esa empresa. (…)
En realidad puede ser sensato declarar que es pecado tolerar la ineficiencia. Hay una escasez universal de bienestar: los medios para atender todas las necesidades de la gente no igualan a todas las necesidades. Hay escasez de medios de producción. La escasez incluye trabajo y materiales. Puede afirmarse que ningún hombre tiene un derecho moral a mantener un negocio que no maneje eficientemente trabajo y materiales, es decir, con un coste tan bajo como el que cualquier otro pueda manejar trabajo y materiales (1957; pp. 172, 173).
Nymeyer continúa señalando que el egoísmo a veces se cree que significa “mala educación o falta de concienciación”, pero para el grupo antimercado del evangelio social significa algo más grave que la inconsciencia. Su definición de egoísmo debe significar no inclinarse ante los deseos y juicios de otros. Sin embargo debe ser apropiado algún tipo de amor propio, pues, como señala Nymeyer, la ley mosaica nos ordena “amar al prójimo como a nosotros mismos”. Así, “no tiene sentido decir que un hombre debería amar a su prójimo como a sí mismo si peca cuando se ama a sí mismo”.
Según el razonamiento de Nymeyer, el amor propio significa la búsqueda de nuestros propios valores, que pueden ser admirables. Puede incluir el descubrimiento de la cura de una enfermedad o proclamar el evangelio cristiano o inventar alguna máquina para ahorrar trabajo. “El amor propio, por lo tanto, no es solo propio, sino valores personales o subjetivos, es decir, la persona valora lo que tiene cada hombre y lo que desea conseguir en libertad y que puede ser tanto para otros como para sí mismo” (1957, p. 178).
Los accionistas son distintos de los defensores del mercado, escribe Nymeyer, en el sentido de que “desean establecer ‘valores’ subjetivos para todos”. Es antiindividualista. Nymeyer concluye:
Solo hay una filosofía social que pueda ser conforme de las enseñanzas de las Escrituras, que es la filosofía social conocida como individualismo. Es una filosofía humilde. Deja que cada hombre tenga sus propios valores subjetivos, pero no puede perseguirlos a costa de su prójimo. El individualismo establece las mismas demandas sobre los hombres que aplica la ética cristiana (1957, p. 179).
IV. Nymeyer sobre otros temas
Determinación de precios
Uno de los economistas favoritos de Nymeyer era Eugen von Böhm-Bawerk y fue a partir del famoso ejemplo del mercado de caballos de Böhm-Bawerk de donde Nymeyer tomó sus ideas al escribir sobre determinación de precios. Nymeyer modificó nominalmente el ejemplo de Böhm-Bawerk usando un mercado de bicicletas, pero en todos los demás aspectos su análisis estaba claramente tomado del anterior economista austriaco. Por el camino, Nymeyer argumentaba que el precio justo es un concepto incoherente: “ningún gobierno puede establecer un precio justo: un precio justo no tiene ningún sentido si no está determinado por la libre competencia tanto en el lado del que compra como del que vende” (1964, pp. 149, 150). Las evaluaciones subjetivas determinan los precios y no los costes históricos (1964, p. 155).
En Minimal Religion, Nymeyer dedicaba algún atención a la ética de la negociación y el descubrimiento de precios. Una buena ética, concluía Nymeyer, no obliga a un potencial comparado a revelar su precio máximo (reserva) hubo un potencial vendedor a revelar su precio mínimo. El vendedor tiene que intentar descubrir el precio máximo que puede tener por la cosa y empezar con una puja falta de precio en es la única manera de hacerlo. Lo mismo es cierto para el comprador. Mientras no haya coacción, las partes están éticamente sobre terreno firme (1964, pp. 143, 144).
Ventaja comparativa
Nymeyer repitió a través de varios de sus trabajos las observaciones de Ricardo sobre ventaja comparativa, llamándola Ley de Ricardo de la Cooperación o Ley de la Asociación. Nymeyer señalaba los beneficios de la “desigualdad desigual” y proporciona una explicación de larga, a veces tediosa, de los beneficios del comercio. Nymeyer explicaba entonces que perjudicar al comercio mutuamente beneficioso es un pecado mortal: “Es la frustración de la Ley de Ricardo lo que constituye una mayor parte (la más grande) de lo que la ética hebreo-cristiana llama (…) pecado” (1964; p. 100).
Sindicatos
Nymeyer se oponía inquebrantablemente a los sindicatos, calificándolos como coactivos y por tanto una violación del Sexto Mandamiento. Esto puede haber contribuido a su animosidad contra Abraham Kuyper antes citada, ya que este fue un defensor de los sindicatos como una “esfera” de soberanía. Nymeyer escribía:
Dos de los mayores males en Estados Unidos hoy son: (1) los sindicatos, tal y como operan y (2) los bancos, tal y como operan; o mejor dicho, dos de los mayores males en Estados Unidos son las leyes que dan privilegios especiales a sindicatos y bancos.
Malas leyes permiten a los miembros de los sindicatos hacer lo que una persona privada normal sería procesada por hacer o por lo que podría ir a la cárcel. Esto se agrava por una aplicación laxa del derecho en aquellos casos en los que la ley sigue protegiendo parcialmente contra el sindicalismo. La consecuencia es que el sindicalismo está lleno de gansterismo, de un tipo suave o virulento. El sindicalismo por sí mismo no hace malos a los hombres: son las malas leyes que dan privilegios especiales a los sindicatos las que hacen malos hombres de los líderes y miembro sindicales (1959d, p. 259).
Dinero, banca y ciclo económico
Más que en cualquier otra área, Nymeyer era un absoluto seguidor de la Escuela Austriaca en lo que se refería a dinero, banca y ciclo económico. A partir de Menger, Nymeyer explicaba que el dinero se origina en el mercado, no en el gobierno. Nymeyer escribió explicaciones detalladas de sistemas de banca de reserva fraccionaria y explicó (siguiendo a Mises) cómo la inflación causa recesiones. Lo que añadió Nymeyer a la teoría austriaca estándar del ciclo económico fue su aplicación de principios morales de la Biblia. La banca de reserva fraccionaria, argumentaba, era como la malversación (1959e, p. 268) o la falsificación (1959c, p. 255, 1959g, p. 313; 1964, p. 248) y la inflación era equivalente al robo (1959c, p. 254). Nymeyer sugería que al término de Mises “crédito de circulación” le faltaba que “no indica la bajeza moral del crédito de circulación” (1959c, p. 255). Nymeyer sugería la expresión “crédito falsificado” como sustitutivo.
Usura
Nymeyer trataba la prohibición medieval sobre la usura señalando que era un añadido no justificado a la ley bíblica real sobre el interés. Interés y usura, escribe, no son idénticos en la Biblia. La prohibición bíblica real era mucho más limitada que la de los oponentes modernos al interés. Se aplicaba solo a préstamos caritativos entre creyentes y no se aplicaba a los préstamos empresariales ni a los préstamos fuera de la fe. La extensa explicación del interés de Nymeyer en uno de los números de Progressive Calvinism incluía un útil resumen de las opiniones liberales de Juan Calvino sobre el interés (1957, pp. 55 y ss.) y una reseña favorable de Böhm-Bawerk sobre el tema en Capital e interés. No hay mucho de nuevo aquí en la teoría ni en la práctica, pero Nymeyer relataba los problemas relacionados con la prohibición del interés para los defensores contemporáneos de dichas políticas dentro de la IRC.
Libertad de asociación
Nymeyer se oponía rotundamente a la tendencia de su tiempo de negar la libertad de asociación. Esta libertad básica, un concepto esencial de libertarismo, era para Nymeyer una aplicación lógica de su ética minimalista. Rechazar asociarse o renunciar a una asociación previa no es necesariamente una violación de ningún principio bíblico. Las motivaciones de las personas que deciden no asociarse son privadas y solamente del individuo y ningún tercero tiene capacidad para juzgar esas motivaciones, y mucho menos para obligar a una asociación:
El aparato legal de la sociedad difícilmente puede emplearse nunca de manera segura para coaccionar a un comprador, un empresario o un vecino, aunque pueda haber sospechas de que las motivaciones sean dañar a otros en lugar de protegerse a sí mismo. La religión cristiana puede ir un poco más allá y condenaron moralmente “en principio” lo que se hace para dañar a otros (…) pero también le falta un conocimiento seguro de las motivaciones subjetivas y, por tanto, no puede hacer parte de su “disciplina” obligar a un hombre a continuar comprando o a continuar empleando o a asociarse (1964, p. 165).
Por supuesto, una polémica del periodo en el que escribía Nymeyer se refería a la desegregación escolar y Nymeyer aplicaba aquí su principio de libertad de asociación. Aunque no consideraba la posibilidad de separar completamente escuela y estado, Nymeyer si prefería la educación privada.
Cualquier ley buena que regule las escuelas legislará a favor de la máxima libertad en el establecimiento y administración de escuelas. La educación es principalmente en la función de los padres y solo secundariamente del Estado y la Iglesia. Los Padres deberían preferentemente fundar y poseer escuelas. Así pueden controlar por sí mismos el profesorado, las instalaciones y la asistencia, es decir, tener la máxima libertad para mejorar a sus hijos mediante una buena educación (1964, p. 188).
Nymeyer estaba a favor de una especie de sistema de cheques escolares en 1960:
Si el estado se dedica a recaudar impuestos para fines educativos, tendría que estar dispuesto a pagar con esos impuestos a grupos de padres que quieran escolarizar a sus hijos. Supongamos que el estado recauda 400$ al año para fines educativos por niño. Supongamos que hay un grupo de padres que tiene 50 niños en edad escolar. Supongamos también que son gente peculiar que quiere que sus hijos se eduquen de una manera peculiar. Tendrían que tener derecho a una subvención para su escolarización por la cantidad de 50 alumnos por 400$ o 20.000$ (1960, pp. 29, 30).
Nymeyer nunca se ocupó de una objeción más esencial para las escuelas públicas que ahora sería de rigor para los libertarios. ¿Por qué debería gravarse a la población para subvencionar la educación de un subgrupo de dicha población? Sin embargo, tal vez debería pedirse clemencia para Nymeyer en este punto. En el momento en que escribía estas palabras, la escolarización privada seguía siendo poco común fuera de las escuelas católicas y la escolarización en casa era prácticamente desconocida y en la mayoría de los lugares ilegal en la práctica.
En las escuelas públicas, Nymeyer quería que los padres tuvieran algunas alternativas limitadas de escolarización de sus hijos. Nymeyer quería que el gobierno ofreciera tres tipos de escuela: todos blancos, todos negros e integrados. Parecía no tener en cuenta la posibilidad de que los padres podrían tener otras preferencias en educación aparte de la composición racial de las escuelas. Una aplicación coherente de la propuesta de Nymeyer llevaría a la absurda multiplicación de escuelas o programas dentro de las escuelas para satisfacer todas las preferencias: en programas deportivos, ofertas de idioma, cualificaciones de profesores, enseñanza de creación/evolución, oración en las escuelas oficiales y múltiples otros asuntos. Las visiones esencialmente libertarias de Nymeyer no le llevaron a un mercado completamente libre de educación y le hicieron luchar con las limitaciones inevitables de las escuelas controladas por el estado.
V. Conclusión
Hoy, los argumentos más populares y más eficaces contra el mercado no son los que cuestionan la capacidad del mercado libre para proporcionar una gran cantidad de los bienes y servicios que quiere la gente. Esa parte del alegato de los anticapitalistas se ha perdido en buena medida. El socialismo sigue a la defensiva en ese escenario, con reductos obstinadamente persistentes de argumentos de los bienes públicos. Entre las amenazas restantes para el éxito de las ideas del mercado libre están los argumentos de moralistas y éticos contra el capitalismo. Está muy bien que el capitalismo produzca estos maravillosos bienes y servicios, dicen, pero si lo hace de una manera tan inmoral deben protestar. El heroísmo de Nymeyer a la hora de tratar algunos de estos argumentos morales contra el capitalismo merece destacarse.
La base de Nymeyer era aparentemente la razón humana, pero tenían una muy alta opinión de los Diez Mandamientos y el resto de la Biblia.[13] Argumentaba a favor de la revelación, junto con la razón, como base para tomar decisiones, pero no era severo con el utilitarismo de Mises (como en Teoría e historia [1957, p. 349]). En lo que se refería aplicar principios bíblicos básicos a la economía, Nymeyerle encontraba las ideas de la Escuela Austriaca como las más coherentes con el cristianismo. “La teoría [austriaca] es la única rigurosamente racional y la única irreconciliable con la ética hebreo-cristiana” (1964, p. 265).
En la obra de Nymeyer, nos costaría encontrar una contribución a la teoría económica como tal. Sin embargo, debería recordarse que el propósito principal de Nymeyer era combatir el progreso del evangelio social dentro de la iglesia de su tiempo. Muchos eclesiásticos que nunca habrían leído a Böhm-Bawerk o Mises habrían encontrado accesibles las publicaciones de Nymeyer. Es la comunicación persistente y meticulosa de Nymeyer de principios económicos sólidos para una nueva audiencia y la aplicación a problemas éticos la que merece atención.
Referencias
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El artículo original se encuentra aquí.
[1] Ver Terrell (2004).
[2] Ver Hülsmann, 2007, p. 855.
[3] Nymeyer escribía con entusiasmo al filósofo Mortimer Adler: “Böhm-Bawerk ha ido mucho más allá de Adam Smith como Calvino fue más allá de Lutero”. Carta fechada el 14 de febrero de 1948, Grove City Archives: fichero Nymeyer. En Hülsmann (2012, p. 35).
[4] El nombre tiene su origen en el salmo 119, un salmo que elogiaba los Diez Mandamientos, del que Nymeyer decía “es incondicional y singularmente adecuado como ‘cimientos’ para toda organización social” (Nymeyer, 1971, p. 8).
[5] Gary North, un eminente reconstruccionista y defensor de la economía austriaca, dedicó a Nymeyer su Introduction to Christian Economics, de 1973. Pan del salón de la relación entre los reconstruccionistas y la Escuela Austriaca, ver Terrell y Moots (2006).
[6] Van Til, nacido en Holanda, estudió en el Calvin College de la IRC en Grand Rapids, Michigan, y consiguió un grado en teología y doctorado en filosofía en Princeton. Van Til se unió luego al éxodo de J. Gresham Machen desde Princeton para fundar el más conservador Seminario Teológico Westminster en Philadelphia. Van Til atrajo la atención de Nymeyer debido a su oposición a Karl Barth y otros teólogos neoortodoxos.
[7] Carta de Rushdoony a Ed Van Drunen fechada el día 10 de febrero de 1987. Cortesía de Ed Van Drunen.
[8] Ver Bratt (2002).
[9] Escribiendo el atractivo hacia un “joven” Kuyper por parte de quienes querían desplazar el PA hacia la izquierda, Kennedy (2002) señala: “Lo que parecieron descubrir estos antirrevolucionarios y muchos miembros más jóvenes del PA fue que la tradición antirrevolucionario había sido, o tendría que haber sido, un partido progresista, profundamente suspicaz ante el capitalismo, hostil a los privilegios económicos y dispuestos a sacrificar la noción de antítesis por la solidaridad humana y la justicia social” (p. 51).
[10] Atribuido a A.A. van Ruler. Ver Kennedy (2002, p. 46).
[11] Esta doctrina está desarrollada hasta cierto punto en La institución de la religión cristiana, de Calvino, cap. 19 (1559 [1960], p. 838-839) y puede encontrarse también en las declaraciones de la Asamblea de Westminster de 1646 (Williamson, 1964 [2004], p. 194). La explicación más reciente del teólogo presbiteriano del siglo XIX Charles Hodge (1872 [1997], p. 265) también es útil.
[12] Ver, por ejemplo, Nymeyer (1959h [1960]).
[13] Nymeyer estaba dispuesta a criticar la Biblia en ciertos puntos basándose en su razonamiento. Aunque consideraba el Decálogo y las manifestaciones de Jesucristo como absolutamente ciertos, oponía el desarrollo de Moisés de los Diez Mandamientos al sermón de la montaña de Cristo.
Moisés aparentemente no entendió completamente el Decálogo, de lo que probablemente sea una evidencia circunstancial de que el Decálogo fue inspirado. Si Moisés hubiera confeccionado por sí mismo todo el Decálogo y lo hubiera entendido completamente, probablemente no habría legislado en ambiguamente en otro lugar “ojo por ojo y diente por diente”.
Cuando Moisés estableció en su parroquial ley israelita “ojo por ojo y diente por diente” abrió su legislación a la interpretación (sencillamente errónea) de que existe algo llamado venganza o “justicia primitiva”, que es permisible. (…)
Esa respuesta al daño anula en la práctica el Sexto Mandamiento (1964, p. 122).
Aun así, Nymeyer afirmaba seguir la doctrina de la inerrancia bíblica. En una carta a R.J. Rushdoony fechada el 10 de abril de 1970, Nymeyer escribía: “Reitero lo que probablemente te haya contado antes de que considero inerrante la palabra de Dios, pero no sostengo que todas las interpretaciones pasadas y presentes de la Escritura sean inerrantes. Esas ‘interpretaciones’ son algo distinto de la propia Escritura” (carta fechada el 10 de abril de 1970, cortesía de Ed Van Drunen).
Nymeyer defendía el derecho natural en otras partes de su obra e indicaba en algún lugar que el éxito histórico (empírico) de los Diez Mandamientos debería llevar a su aprobación y aceptación sin ninguna duda. Pero en otro lugar parecía considerar los Diez Mandamientos como autoritativos, porque son revelación:
Consideremos la Segunda Tabla de los Diez Mandamientos. Esos mandamientos pueden considerarse como definitivos porque Dios los dio. Pero pueden estimarse definitivos porque un razonamiento o juicio perspicaz también demostrará que son definitivos dos había formulado Dios en palabras uno. En ese sentido, revelación y razón pueden estar de acuerdo. Para Mises solo cuenta la razón. Es básicamente escéptico ante cualquier cosa que se base supuestamente en alguna autoridad. A nosotros no nos molesta el énfasis de Mises sobre la razón. Creemos que sería imposible para una genuina razón y una genuina revelación estar en desacuerdo. No vemos ningún conflicto (1957, pp. 349, 350).
Así que persiste la pregunta: ¿cómo se puede discernir la razón genuina? ¿Es la revelación la prueba de la razón? ¿O es la razón la prueba de la revelación? Nymeyer parecía seguir más coherentemente este último principio.