Marx y Engels coincidían en que, fruto de su colapso por la sobreproducción de bienes y la concentración de capital en pocas manos, el capitalismo estaba destinado a ser el gran antecesor del socialismo. En tanto Lenin sostenía la tesis de que el estadio supremo del capitalismo no derivaría en ningún socialismo como sostenía Marx, sino en un imperialismo, y por lo tanto el desarrollo del capitalismo debía ser interrumpido abruptamente por una revolución.
Pero ambos, tanto los teóricos marxistas como los leninistas, coincidían en que el estadio previo a la consolidación del comunismo, era el socialismo. Este último, por ser una etapa transitoria y no definitiva, conservaría elementos de su antecesor, (el capitalismo), y de su sucesor (el comunismo), algo así como una vía intermedia. El socialismo sería entonces un periodo de grandes transformaciones donde la progresividad en su implementación juega un papel clave.
En el caso venezolano da cuenta de esta progresividad, el mecanismo por el cual se fueron derogando nuestros antiguos códigos civiles, penales y de comercio, y algunas leyes como la ley de la moneda de 1919, para dar paso a las llamadas leyes especiales. Las características de estas leyes es que dejan sin vigencia a sus predecesoras, a la vez que amplían la esfera de acción del estado; pero si a esto le sumamos el progresismo, también llamado discriminación positiva, tenderemos en la mano una fórmula infalible para llegar al pretendido fin: la instauración del socialismo.
La esfera de acción del Estado siempre estará limitada al concierto que los ciudadanos tengan en cuanto a las áreas de competencia en donde este debe actuar, y si cada vez los ciudadanos concuerdan en que el Estado debe asumir competencias que no le son propias como: hacer una distribución más equitativa de la renta nacional, fijar precios a los salarios, productos y servicios, gravar con impuestos draconianos, y sobrereglamentaciones la actividad económica; bien pronto nos encontraremos con la sorpresa de que el Estado tiene injerencias en áreas muy poco deseables, un estado invasivo, que lejos de promover el cacareado bienestar social, jugará a entorpecer las actividades de los ciudadanos en su afán de lograr dicho bienestar por sus propios medios.
Desde los tiempos del General López Contreras, pasando por los gobiernos de Medina Angarita, Rómulo Betancourt, Leoni, Caldera, Carlos Andrés Pérez (en su primer mandato), Luis Herrera Campins, Jaime Lusinchi, Hugo Chávez, y Maduro en el presente, ha sido una constante el intervencionismo en materia económica, lo único que ha variado es el acento que le han dado; alpargatas, mecates, cervezas, velas, carnes, medicinas, arepas, servicios de transporte, alquileres, salarios, impuestos a la herencia, reformas agrarias, socialización de la medicina, la educación y la seguridad social, nacionalización de la banca central, hierro y petróleo, derogación del patrón oro; en sí, nada ha escapado de la mano del Estado.
Las consecuencias de estas nefastas políticas llevaron a que, en los márgenes de las principales ciudades del país se desarrollara un anillo de pobreza; a la vez que las calles, avenidas y bulevares, se inundaban de personas que se lanzaban al comercio informal, para poder sobrevivir en un ambiente hostil a la empresarialidad, el comercio y el emprendimiento, incluido por supuesto la buhonería.
Lo único que tuvo que hacer Chávez en 1998 para llegar al poder, fue dirigirse a esas masas empobrecidas producto de ese socialismo moderado, Chávez no trajo el socialismo; lo repotenció, el socialismo estaba fraguándose de a poco desde 1939 hasta la fecha de su llegada al poder, él fue el culmen del intervencionismo en Venezuela, en ese sentido cabe decir que el socialismo del siglo XXI no llegó de golpe.
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