En un mercado libre, ningún beneficio es “excesivo”

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[Publicado originalmente en Planificación para la libertad]

Los beneficios nunca son normales. Solo aparecen cuando hay un desajuste, una divergencia entre la producción real y la producción que debería haber para utilizar el material y los recursos mentales disponibles para la mejor satisfacción posible de los deseos del público. Son premios para quienes eliminan estos desajustes y desaparecen tan pronto como se eliminan completamente dichos desajustes. En la construcción imaginaria de una economía de rotación constante no hay beneficios. En esta, la suma de los precios de los factores complementarios de producción, debido a la asignación realizada por la preferencia temporal, coincide con el precio del producto.

Cuanto mayores sean los desajustes precedentes, mayor será el beneficio ganado con su eliminación. Los desajustes pueden calificarse a veces como excesivos. Pero es inapropiado aplicar el calificativo “excesivo” a los beneficios.

La gente llega a la idea de los beneficios excesivos comparando el beneficio obtenido con el capital empleado en la empresa y midiendo dicho beneficio como porcentaje del capital. Este método lo sugiere el procedimiento habitual aplicado en sociedades y corporaciones para la asignación de cuotas del beneficio total a socios y accionistas individuales. Estos hombres han contribuido en un grado distinto a la realización del proyecto y comparten los beneficios y pérdidas de acuerdo con el grado de su contribución.

Pero no es el capital empleado el que crea pérdidas y ganancias. El capital no “engendra beneficio”, como pensaba Marx. Los bienes de capital como tales son cosas inertes que por sí mismas no consiguen nada. Si se utilizan un para una buena idea, se generan beneficios. Si se utilizan de acuerdo con una idea errónea, no se genera ningún beneficio ni pérdida. Es la decisión empresarial la que genera beneficio o pérdida. Es de los actos mentales, de la mente del empresario, de donde se acaba originando el beneficio. El beneficio un producto de la mente, del éxito en prever el estado futuro del mercado. Es un fenómeno espiritual e intelectual.

Lo absurdo de condenar cualquier beneficio como excesivo puede demostrarse fácilmente. Una empresa con un capital por la cantidad c produce una cantidad concreta de p que se vende a precios que producen una plusvalía de ingresos por encima de los costes de s y consiguientemente un beneficio del n%. Si un empresario hubiera sido menos capaz, habría necesitado un capital de 2c para la producción de la misma cantidad de p. Para facilitar la documentación podemos incluso olvidar el hecho de que esto habría aumentado necesariamente los costes de producción ya que habría doblado el interés sobre capital empleado y podemos suponer que s hubiera permanecido sin cambios. Pero en todo caso s se habría comparado con 2c en lugar de c y por tanto el beneficio habría sido sólo del n/2% del capital empleado. El beneficio “excesivo” se habría reducido a un nivel “justo”. ¿Por qué? Porque el empresario buen menos eficiente y porque su falta de eficiencia vivo a sus conciudadanos de todas las ventajas que podrían haber contenido si se hubiera dejado disponible una cantidad c de bienes de capital para la producción de otras mercancías.

Al calificar los beneficios como excesivos y penalizar a los empresarios eficientes con impuestos discriminatorios, la gente se daña a sí misma. Gravar los beneficios es equivalente a gravar el éxito en atender mejor al público. El único objetivo de todas las actividades de producción es emplear los factores de producción de tal manera que generen el mayor rendimiento posible. Cuanto menor sea la entrada requerida para la producción montículo, más factores escasos de producción quedarán para la producción de otros artículos. Pero cuanto más éxito tiene un empresario este respecto, más es atacado y más es saqueado por los impuestos. Aumentar los costos por unidad de producción, es decir, desperdiciar, se alaba como una virtud.

La manifestación más asombrosa de esta completa incapacidad de entender la tarea de la producción y la naturaleza y funciones de las pérdidas y ganancias se muestra en la superstición popular de que el beneficio es un añadido a los costes de producción, cuyo tamaño depende únicamente de la discreción del vendedor. Es esta creencia la que ha empujado a los gobiernos a controlar los precios. Es la misma creencia que impulsado amuchos gobiernos a llegar a acuerdos con sus contratistas de acuerdo con los cuales el precio pagado por un artículo entregado es igual a los costos de producción gastados por el vendedor más un porcentaje definido. El efecto fue que el proveedor obtenía una mayor plusvalía cuanto menos éxito tuviera al minimizar costes superfluos. Los contratos de este tipo aumentaron considerablemente las sumas que Estados Unidos tuvo que gastar en las dos guerras mundiales. Pero los burócratas, sobre todo los profesores de economía que trabajaban en diversas agencias bélicas, presumían de su inteligente manejo de la situación.

Todas las personas, empresarios y no empresarios, ven con recelo cualquier beneficio obtenido por otra gente. La envidia es una debilidad común del hombre. Las personas se resisten a reconocer el hecho de que ellas mismas podrían haber obtenido ganancias si hubieran mostrado la misma previsión y juicio que los empresarios de éxito. Su resentimiento es más evidente cuanto más conscientes sean de este hecho en su subconsciente.

No habría ningún beneficio si no fuera por el deseo del público de adquirir la mercancía ofrecida a la venta por el empresario de éxito. Pero la misma gente que sale en desbandada en busca de estos artículos denigra al empresario y califica su beneficio como injusto.

La expresión semántica de esta envidia es la distinción entre renta ganada y no ganada. Aparece en los libros de texto, el lenguaje del derecho y el procedimiento administrativo. Así como por ejemplo, el formulario oficial 201 de la declaración de la renta del estado de Nueva York llama “ganancias” solo a la retribución recibida por empleados y por tanto todas las demás rentas, también las que resultan del ejercicio de una profesión, son rentas no ganadas. Esa es la terminología de un estado cuyo gobernador es un republicano y cuya asamblea estatal tiene una mayoría republicana.

La opinión pública sólo perdona el beneficio en la medida en que no exceda el salario pagado a un empleado. Todo lo que exceda se rechaza como injusto. El objetivo de los impuestos, bajo el principio de la capacidad de pago, es confiscar este exceso.

Pero una de las funciones principales del beneficio es trasladar el control del capital a aquellos que saben cómo emplearlo de la mejor manera para la satisfacción del público. Cuantos más beneficios gane una persona, mayor se hace consecuentemente su riqueza y más influyente se convierte en la dirección de los negocios. Pérdidas y ganancias son los instrumentos por medio de los cuales los consumidores trasladan la dirección de las actividades de producción a las manos de aquellos mejor dotados para atenderles. Todo lo que se realice para limitar o confiscar beneficios perjudica esta función. El resultado de esas medidas es rebajar el control que tienen los consumidores sobre la producción. La máquina económica, desde el punto de vista de la gente, se hace menos eficiente y responde peor.

La envidia del hombre común ve los beneficios de los empresarios como si se usaran únicamente para el consumo. Por supuesto, una parte de ellos se consumen. Pero sólo obtienen riqueza e influencia en el mundo de los negocios aquellos empresarios que consumen solo una fracción de sus ingresos y reinvierte en la mayor parte en sus empresas. Lo que hace que las pequeñas empresas se conviertan en grandes empresas no es el gasto, sino el ahorro y la acumulación de capital.


El artículo original se encuentra aquí.

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