[Extraído de The Austrian (Enero –Febrero 2017)]
[The Curse of Cash · Kenneth S. Rogoff · Princeton University Press, 2016 · x + 283 páginas]Kenneth Rogoff estaría muy en desacuerdo con Peale, un personaje de la comedia de 1915 It Pays to Advertise, que decía que la palabra más bella en idioma inglés es “efectivo”. Para Rogoff, un ilustre economista monetarista (y gran maestro de ajedrez) que enseña en Harvard, el efectivo, especialmente en grandes cantidades, tendría que eliminarse.
Rogoff tiene dos argumentos principales para su propuesta, pero antes de examinarlos veamos exactamente qué quiere hacer. En su plan sugerido, que “puede adaptarse y ajustarse en muchas direcciones”, “Todo el papel moneda se eliminaría gradualmente, empezando con todos los billetes de 50$ o más (o su equivalente extranjero) luego el billete de 20$, dejando billetes solo de 1$, 5$ y (tal vez) de 10$. (…) El gobierno proporcionaría a todas las personas la opción de acceder a cuentas gratuitas con funciones básicas en tarjetas de débito o móviles, ya sea a través de los bancos o de una opción pública. (…) El marco regulatorio y legal se dirigiría a desanimar otros medios de pago a gran escala que puedan ocultarse completamente al gobierno. (…) El gobierno ayudaría a facilitar (…) la liquidación en tiempo real de la mayoría de las transacciones”.
Una palabra resuena a lo largo de su propuesta: “gobierno”. Para Rogoff, el gobierno debe combatir a personajes nefastos de la “economía informal”, por no mencionar fraudes fiscales, que realizar negocios en papel moneda. ¡Pensad en todos los ingresos que ha perdido gobierno, debido al egoísmo de estos malhechores!
Los problemas planteados por la economía informal, nos dice Rogoff, son de amplio alcance. Hay una gran cantidad de efectivo “perdido”, sobre todo en grandes denominaciones. “La mayoría del efectivo en circulación en EEUU no puede contabilizarse en las encuestas de consumo. Obviamente, si los consumidores están guardando solo una pequeña fracción del efectivo existente, no es posible que tengan más que una pequeña fracción de los billetes de 100$ en circulación, ya que los billetes de 100$ suponen casi el 80% del valor de la divisa de EEUU”.
¿Dónde están los billetes de 100$ perdidos? Muchos de ellos se usan en actividades ilegales, como el tráfico de drogas. “El tráfico de drogas se sabe que es un negocio intensivo en efectivo a todos los niveles. (…) La Corporación RAND ha estimado el tamaño combinado del mercado para las cuatro grandes drogas ilegales en Estados Unidos en más de 100.000 millones de dólares en 2010. (…) Eliminar el efectivo difícilmente eliminaría los cárteles de drogas. Sin embargo sería un golpe importante a su modelo de negocio a muchos niveles”.
¿Pero no podríamos tratar este problema acabando la guerra contra las drogas? En un mercado legal, ¿podrían sobrevivir los cárteles de las drogas? Rogoff ha adelantado en parte esta respuesta, pero la rechaza sumariamente. “Evidentemente hay otras maneras de reducir el delito relacionado con las drogas. Una sencilla sería legalizar la marihuana (…) [pero] las drogas duras seguiría siendo problemáticas”. La idea de que la guerra contra las drogas debería acabar completamente no ha entrado en su cabeza.
Podría replicar de esta manera: “Aunque vosotros, locos libertarios, hicieseis legales todas las drogas, seguiríais teniendo que reconocer que algunas actividades que deberían ser ilegales, como el tráfico de blancas, dependen de tratos con efectivo. Este hecho por sí mismo bastaría para justificar mi propuesta”.
Y esto no es todo lo que preocupa a Rogoff. Las transacciones en efectivo permiten a la gente evitar pagar impuestos. “La mayor tenencia y uso de efectivo en la economía informal nacional probablemente derive de residentes de todo tipo (…) que se dedican en general a actividades legales, pero que evitan impuestos, regulaciones o restricciones al empleo (…) el agujero fiscal es tan enorme que si se eliminara el efectivo podría disminuir hasta en tan poco como, digamos, un 10%, así que las ganancias en ingresos serían bastante sustanciales (…) las ganancias serían del orden de 50.000 millones de dólares solo en impuestos federales y tal vez otros 20.000 millones en impuestos estatales y locales”. Rogoff reconoce que mucha gente no quiere que las regulaciones fiscales se “apliquen rígidamente” pero responde que la evasión de impuestos crea un problema de “equidad horizontal”: si evades impuestos, otros que no lo hagan tendrán que pagar más. Pero tampoco se le ocurre la respuesta libertaria: los impuestos son exacciones injustas que violan los derechos de las personas.
Supongamos, sin embargo, que concedemos a Rogoff que los impuestos son legítimos y también que un acceso sencillo al efectivo hace más fácil cometer algunos delitos. ¿Ha defendido con éxito la abolición del efectivo? Como él mismo reconoce, las ventajas de su propuesta deben compararse con las preocupaciones acerca de la privacidad: “Es importante diferenciar la protección ante la supervisión pública y la protección ante parientes, amigos, empresas u otras entidades privadas. Por supuesto, la gente siempre querrá mantener secretos algunos gastos o rentas ante cónyuges, parientes y amigos. El gobierno puede perfectamente permitir esas transacciones mientras no conlleven grandes gastos recurrentes ni los ingresos se oculten completamente al gobierno”.
Increíblemente no entiende que muchos de nosotros no queremos que el gobierno vigile lo que estamos haciendo. Mientras nuestros vecinos no puedan cotillear sobre nosotros, todo está bien. En lo que respecta a la libertad, Rogoff sencillamente no lo “entiende”. Señala que un crítico a sus propuestas citaba contra él el comentario de Dostoievski: “El dinero es libertad acuñada” pero señala que el comentario de Recuerdos de la casa de los muertos describe su vida en prisión. “Hacer una analogía entre la vida en una prisión zarista y la vida en el moderno estado liberal como defensa de los billetes grandes bordea lo absurdo”. El moderno estado liberal es nuestro amigo; ¿por qué preocuparse?
Lo que hemos explicado hasta ahora es solo el primer argumento de Rogoff para la abolición del efectivo: hay otro más. Si la economía está en una recesión, las autoridades monetarias pueden necesitar “poner el turbo” a la economía impulsando a la baja los tipos de interés. Al hacerlo, esperan estimular la producción y aumentar la demanda agregada. Pero actualmente un obstáculo bloquea estos planes. La tasa de interés del dinero ya ha caído a cero. Mayores reducciones requieren tipos negativos. Pero si se impusieran, los depositantes retirarían sus fondos. ¿Por qué mantener dinero en el banco si parte de este será confiscado?
Rogoff describe así el problema de la “limitación del límite cero”: “el papel moneda puede entenderse como un bono con tipo de interés cero. (…) Mientras la gente tenga la alternativa del papel moneda, no va a estar dispuesta a aceptar un tipo de interés insignificante mente inferior a cualquier clase de bono (…) el bono cero esencialmente ha afectado a la política monetaria en todo el mundo desarrollado durante buena parte de los pasados ocho años desde la crisis financiera de 2008. Si fuera posible una política de tipos negativos sin limitaciones (…) los bancos centrales nunca se quedarían ‘sin balas’ (Es decir, sin espacio para seguir recortando los tipos de interés)” (p. 5).
Si se eliminara el papel moneda, los depositantes ya no serían capaces de retirar su dinero. ¿Qué podría ser más sencillo?
Es decepcionante que Rogoff no mencione los argumentos austriacos de que el estímulo de la demanda agregada a través de la expansión monetaria no es una respuesta apropiada para la recesión. Ha leído a Rothbard y le cita con respecto al papel moneda en el periodo colonial (p. 235, nota 26). Pero la teoría austriaca del ciclo económico no queda dentro de su rango de visión.
Sin embargo, sí trata un argumento de Milton Friedman que es muy relevante para la política de estabilización. “Friedman entendía perfectamente que la política monetaria podría ser una herramienta potente para la estabilización económica, pero argumentaba que los bancos centrales eran tan incompetentes y tan propensos a la financiación inflacionista que la vida sería más simple y mejor si sencillamente se olvidara todo el concepto de política monetaria activista keynesiana” (p. 188).
Replica que la alternativa de Friedman de expansión monetaria limitada de acuerdo con una regla fija no ha funcionado. Friedman pensaba que había una relación fija entre la cantidad de dinero y los precios, pero no siempre ha resultado ser así. Rogoff puede que tenga razón, pero no ha respondido al argumento de Friedman contra la discrecionalidad del banco central. El hecho, si es que ha sido así, de que una alternativa concreta a la política discrecional fracase es irrelevante. Si alguien argumenta que la política A fracasará, afirmar que la alternativa B no es mejor difícilmente es una respuesta.
Independientemente de si la forma de tratar la limitación del límite cero de Rogoff es económicamente sensata, ¿no es de por sí injusta? Si depositas tu dinero en un banco, ¿por qué debería estar sometido en parte a confiscación? Rogoff responde que quienes presentan esta objeción son víctimas de una “ilusión monetaria”: “Mucha gente probablemente considere los tipos negativos de interés como una violación de la confianza que ponen los ciudadanos en su gobierno. (…) Ver los tipos negativos nominales de interés como una inflación nefasta aunque sea moderada es tan malo como sufrir lo que los economistas llaman ‘ilusión monetaria’”. ¿Pero por qué no considerar esto como un argumento contra la inflación ordenada por el gobierno en lugar de, como desea Rogoff, una defensa de los tipos negativos de interés? Rogoff se queja de la “limitación del límite cero”, pero el mismo está limitado por suposiciones estatistas.
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