Hemos olvidado o simplemente no nos damos cuenta de que perdemos libertad a medida que distintos temas salen de la esfera privada para ser regulados por aquel grupo de voluntades disímiles que habitan el congreso.
Muy pocas veces o quizá ninguna nos hemos cuestionado acerca de cómo está planteado nuestro sistema de creación de leyes por parte de una institución democrática. Como es bien sabido, actualmente los ciudadanos elegimos cada cuatro años los senadores y representantes a la cámara que a grandes rasgos, serán los encargados de crear las leyes que regirán para todos los habitantes. En teoría, la legitimidad del órgano legislativo radica en que somos los ciudadanos quienes elegimos a sus miembros, y se supone que estos nos representan. Ahora bien, a la hora de elegir los representantes, algunos votamos por quienes sentimos afinidad política, y por tanto tenemos esperanza en que van a representar nuestros intereses. De cierto modo sentimos compartir con aquellos candidatos la misma visión de sociedad a la que queremos algún día llegar y tenemos confianza en que las leyes servirán para acercarnos a ella. También existen otras personas que eligen a sus representantes, no porque sientan una afinidad política auténtica, sino por razones que se podría decir que son de “conveniencia”. Independientemente de cuáles sean las razones por las que elegimos a nuestros legisladores, suponiendo que sea electo el candidato por el que votamos, lo cual no sucede en todas las ocasiones, vale la pena indagar si realmente puede representarnos una persona con la que no solemos tener contacto ni estar de acuerdo en absolutamente todos los asuntos de los que tienen conocimiento y que incluso en muchas ocasiones no supera nuestra inteligencia.
Hoy en día, no sólo en Colombia sino en gran parte del mundo, las leyes son centrales dentro los sistemas jurídicos y hay cada vez más asuntos que se enmarcan dentro de ellas. En otras palabras, son muchas las cuestiones y los temas sobre los que conoce y legisla el congreso, y me atrevo a decir que cada día serán más. Esta no es una cuestión sobre la que deberíamos sentirnos muy tranquilos, pues la libertad individual es inversamente proporcional al número de asuntos sobre los que legisla un cuerpo legislativo. Hemos olvidado o simplemente no nos damos cuenta de que perdemos libertad a medida que distintos temas salen de la esfera privada para ser regulados por aquel grupo de voluntades disímiles que habitan el congreso. Existió un filósofo del derecho, llamado Bruno Leoni, que se preocupó por esta relación entre la ley y la libertad y en su momento escribió en el libro La libertad y la ley (1961) lo siguiente:
“Que los legisladores, al menos en el mundo occidental, se abstengan todavía de interferir en campos de actividad individual como la conversación o la elección del cónyuge para el matrimonio, o en el tipo particular de vestido o ropa a llevar, o en la manera de viajar, oculta por lo general el crudo hecho de que en realidad tienen el poder de interferir en cualquiera de estos terrenos. Otros países, que ofrecen ya una imagen totalmente diferente, revelan al mismo tiempo hasta qué punto los legisladores pueden llegar a este respecto. Por otra parte, cada vez menos gente parece comprender que, lo mismo que el lenguaje y la moda son el producto de la convergencia de acciones y decisiones espontáneas de un vasto número de individuos, también el derecho puede, teóricamente, ser un producto similar de convergencia en otros campos.”
Leoni reconoce la incompatibilidad entre la legislación y la decisión e iniciativa individual y cuestiona la falta de límites en la legislación, pues cada vez más asuntos caen dentro de su esfera. Por tanto, critica los sistemas jurídicos centrados en la legislación e influenciado por el economista austriaco Ludwig Von Mises, los asimila a economías centralizadas en las que las decisiones relevantes las toman unos directores con un conocimiento necesariamente limitado de la situación global y los deseos del pueblo. Por esta razón, este jurista, quien siente más cercanía con los sistemas de common law y derecho consuetudinario, reconocía la superioridad del derecho romano clásico, en el cual los juristas tenían la labor de descubrir el derecho antes que de promulgarlo según su voluntad. Esto hacía que el derecho tuviera más certeza y estabilidad, pues cuando se crea según el arbitrio de un parlamento o congreso, puede cambiar e impedir que los individuos persigan sus planes y proyectos gracias a la incertidumbre que se produce por el cambio intempestivo de las reglas que rigen las conductas.
Resulta necesario que al menos conozcamos y nos cuestionemos hasta qué esferas de nuestra vida puede llegar a intervenir la ley. Asimismo, es importante sentar la reflexión sobre el gran poder que se le proporciona a un órgano compuesto por unos pocos sujetos cuando se le permite crear las leyes que regirán la vida de todos los demás ciudadanos según su voluntad. Actualmente, tenemos disposiciones legales que rigen la vida matrimonial, las relaciones de familia y leyes que de alguna manera ponen límite a la libertad contractual. Creo que en reiteradas ocasiones los ciudadanos hemos sentido ira o frustración debido a las leyes que el congreso aprueba y que consideramos inconvenientes e incluso atentatorias contra nuestros intereses. Ahora bien, la cuestión quizá más importante a la que se quiere llegar es reflexionar si la voluntad de esas personas que supuestamente nos representan realmente se adecua y resulta coherente con nuestros proyectos y necesidades o por el contrario choca con ellos, y por tanto con nuestra propiedad y libertad.