[Publicado originalmente en The Libertarian Forum, octubre de 1982]
Todas las otras noticias, todas las otras preocupaciones, se vuelven insignificantes comparadas al terrible horror de la masacre en Beirut. La humanidad entera está enfurecida ante la carnicería deliberada de cientos de hombres (en su mayoría ancianos), mujeres y niños en los campos de refugiados palestinos de Sabra y Chatila. Los días de la masacre –del 16 al 18 de septiembre- vivirán por siempre en la infamia. Hay un solo rayo de esperanza en este baño de sangre: la indignación del mundo entero demuestra que las sensibilidades de la humanidad no se han, como algunos temían, mitigado por las carnicerías del siglo veinte o por ver matanzas reiteradamente en televisión. La humanidad todavía es capaz de reaccionar ante las atrocidades evidentes que se cometen contra otros seres humanos: ya sea los que están a miles de kilómetros de distancia o miembros de religiones, culturas o grupos étnicos diferentes o extranjeros. Cuando cientos de personas claramente inocentes son masacradas brutal y sistemáticamente, todos los que todavía somos humanos lloramos en señal de profunda protesta.
La furia y la protesta deben estar compuestas por varios elementos. En primer lugar, por supuesto, debemos hacer un duelo por los pobres pisoteados del Líbano, sobre todo los palestinos, que fueron forzados en 1948 a exiliarse de sus hogares y su tierra. Debemos llorar por los masacrados y las familias que sobrevivieron. Y por los cientos de miles en el Líbano y Beirut que fueron asesinados, lastimados, que fueron víctimas de bombas y que terminaron sin hogar, errantes, por la agresión del Estado de Israel.
Pero el luto y la compasión no son suficientes. Como sucede con cualquier asesinato en masa, se deben determinar la responsabilidad y la culpa del crimen. Por el bien de la justicia y para intentar asegurarnos de que ese holocausto -porque no se puede negar que fue un holocausto- no vuelva a ocurrir.
Entonces, ¿quién es culpable? Por supuesto que a nivel más inmediato y directo, los matones uniformados que perpetuaron la matanza. Están compuestos por dos grupos de cristianos libaneses que obran su voluntad sobre los musulmanes inocentes: las Fuerzas Cristianas Libanesas del comandante Saad Haddad, y la Falange Cristiana, encabezada por la familia Gemayel, ahora instalada en la presidencia del Líbano.
Pero igualmente responsables, igualmente culpables, son los que ayudan y son cómplices, los organizadores, las autoridades de Beirut Oeste donde tuvo lugar la masacre: el Estado de Israel. Cuando la OLP fue evacuada de Beirut Oeste, para la fanfarria de un acuerdo internacional y una supervisión internacional de las fuerzas armadas, el Estado de Israel vio el camino despejado para conquistar la parte musulmana de Beirut Oeste. Al no estar presentes sus protectores ni las fuerzas internacionales, los pobres amuchados de Beirut Oeste tuvieron que soportar la conquista de los agresores israelíes que marcharon el 16 de septiembre. Fue una decisión deliberada por parte del gobierno de Israel instigar a la Falange y a las fuerzas libanesas a entrar en los campos y, en palabras de Israel, “purificarlos” y liberarlos de los miembros de la OLP que anduvieran merodeando por allí, haciéndose pasar por bebés y niños. Los tanques israelíes escoltaban el perímetro de Sabra y Chatila para permitir a los cristianos tener un control ilimitado de los campos, y había puestos de observación del ejército israelí en los techos que supervisaban la escena a menos de 100 metros de la masacre.
El viernes, en la escena, el corresponsal de Reuters Paul Eedle habló con un coronel israelí que le explicó la operación: fue diseñada para “purificar” el área sin la participación directa del ejército israelí. Sin dudas, esa política evoca la política nazi en la frontera occidental, cuando los soldados alemanes se cruzaron de brazos y permitieron benévolamente que los ucranianos y otros soldados no alemanes de la SS masacraran a los judíos y a otros nativos de Rusia.
También ese viernes, resulta particularmente edificante saber que los falangistas llegaron a las posiciones israelíes en el perímetro de los campos para relajarse, comer y beber, leer y escuchar música, y en general “descansar” antes de volver a masacrar a los que todavía quedaban. Un oficial falangista, con un crucifijo de oro colgando del cuello, luego le contó a un periodista que no había cesado el fuego en los campos aún, “de otro modo, ¿qué estaría haciendo yo aquí?”.
El periodista Thomas L. Friedman escribía horrorizado para el New York Times desde la escena del crimen (el 20 de septiembre) que desde los puestos de observación israelíes: “no habría sido difícil confirmar la matanza, no solo por lo que se veía, si no por los sonidos de disparos y los gritos que venían del campo. Además de aprovisionar a los militares cristianos, los israelíes tenían tanques ubicados en lo alto de las colinas, aparentemente para cubrirlos en caso de que los militares encontraran una resistencia más difícil de la que habían anticipado”. Ahora sabemos que el jueves por la noche el ejército israelí y el gobierno tenían conocimiento de la masacre, y que sin embargo no hicieron absolutamente nada durante 36 horas hasta que el sábado a la mañana, cuando se terminó el baño de sangre, saludaron gentilmente a los cristianos asesinos y dejaron los campos. Ya estaba todo seguro.
Como final espeluznante al crimen sangriento israelí, incluso después de que el mundo entero se indignara, el ejército israelí le entregó una enorme cantidad de armas secuestradas a las Fuerzas Libanesas: el ejército de Haddad, al que Israel entrenó y proveyó armas durante siente años, que ocupó y mantuvo cautiva la frontera libanesa del sur durante muchos meses en nombre de Israel y que, como dijo el New York Times, “está virtualmente integrado al ejército israelí y opera cien por ciento bajo su mando”.
Uno de los aspectos más alentadores de la respuesta a la masacre fue la tormenta de protestas que se dio en Israel, incluso desde la prensa que habitualmente apoya a Begin. Así, Eitan Haber, el corresponsal militar de uno de los diarios que apoya a Begin, Yediot Ahronot, escribió sorprendido:
“Los ministros de gobierno y los altos comandantes ya sabían que durante las horas del jueves por la noche y el viernes por la mañana se estaba cometiendo una terrible masacre en los campos de Sabra y Chatila y, a pesar de saber que eso era cierto, no levantaron un dedo y no hicieron nada para evitar la masacre hasta el sábado por la mañana. Durante unas 36 horas más, los falangistas siguieron causando estragos en los campos de refugiados y matando a cualquiera que se interpusiera en su camino”. Un editor del diario matutino pro Begin Maariv, que apareció en el programa de televisión Nightlite de la cadena ABC, estaba evidentemente conmocionado y le atribuyó completamente la responsabilidad del holocausto al gobierno de Begin, y pidió su renuncia.
Desafortunadamente, la respuesta de los judíos estadounidenses no estuvo ni cerca de ser tan indignante como la de Israel. Se sabe que el apoyo incondicional de los judíos estadounidenses hacia todos los actos del Estado de Israel raramente se repite en Israel. Pero incluso aquí los rangos se rompieron, o por lo menos se han confundido. Incluso William Safire, defensor acérrimo de Israel, criticó su “metedura de pata”, un término fuerte viniendo de Safire. Solo los “judíos profesionales”, jefes de las principales organizaciones judías en Estados Unidos, siguieron dando pretextos y excusas. Durante unos días, todos se escondieron detrás del “no podemos juzgar hasta que sepamos cómo fueron los hechos”, pero incluso esa coartada endeble se cayó cuando Begin se negó arrogantemente a una investigación judicial imparcial e impuso su punto de vista en el Knesset. Entre los líderes judíos estadounidenses, solo el rabino Balfour Brickner y el muy inteligente profesor Arthur Hertzberg, que nunca han temido decir lo que piensan, atribuyeron la responsabilidad al Estado de Israel.
Hubo una escena iluminadora en el programa Nightline de ABC, cuando les preguntaron al rabino Schindler y a Howard Squadron, dos judíos estadounidenses “profesionales” muy talentosos, qué opinaban sobre la acción israelí. Fue el festival de los retorcijones. Nightline hizo una pregunta particularmente punzante: ¿Cómo puede ser que la protesta de los judíos estadounidenses haya sido tan débil en relación a la que se hizo en Israel? La respuesta del rabino Schindler fue de libro. En síntesis, dijo: “Dentro de Israel hay partidos políticos que pueden ser críticos de las acciones del gobierno. Pero nuestro papel como judíos estadounidenses es apoyar al Estado de Israel sin importar sus acciones específicas”. ¡Vaya declaración escalofriante!
Y así los líderes judíos estadounidenses consideran que su papel es apoyar al Estado de Israel así en el infierno como en el diluvio. ¿Cuántas muertes va a suponer eso? ¿Cuántos asesinatos? ¿Cuántas muertes de inocentes? ¿Existen actos concebibles que pudieran torcer el curso del liderazgo de los judíos estadounidenses, que pudiera lograr que esas personas dejen de justificar eternamente al Estado de Israel? ¿Acaso existe algún acto?
Luego dejar en claro cuál era su papel, el periodista algo sorprendido de Nightline le preguntó al rabino Schindler, “pero, ¿qué pasaría si apoyáramos el bien y el mal? ¿No cuenta eso?” Casi al borde del precipicio y tal vez habiendo revelado un poco de más, el rabino Schindler repuntó y murmuró algo como “por supuesto que nos interesa el bien y el mal, pero solo podemos juzgar cuando se conocen los hechos”. Desde que Begin vetó la junta de investigación de hechos, ese argumento fracasó rotundamente.
En la política estadounidense, la atracción mágica del Estado de Israel finalmente perdió una parte de su poder. Incluso Scoop Jackson y el senador Alan Cranson (D., Calif.) se han vuelto críticos de Israel. El mayor partidario de Israel en el gabinete de Reagan –Al Haig- fue despedido, tal vez en parte por ese tema. Pero esos son unos pocos pasos discontinuos hacia la desisraelización de la política externa de los Estados Unidos.
Un aspecto extraño de este asunto fue la percepción estadounidense –por lo menos hasta que ocurrió la masacre- de la familia Gemayel y su Falange. Se descubrió que los servicios de inteligencia israelíes –gente notoriamente capaz- le habían advertido a Begin y al Ministro de Defensa Sharon con anticipación que cabía la posibilidad de que los falangistas cometieran una masacre si les entregaban los campos. Decir que Begin y Sharon & Co. “soslayaron” esas amenazas es decirlo muy, muy amablemente. Entonces, ¿cómo son los Gemayel y los Falangistas? Tal vez lo mejor sea contrastar la realidad con los comentarios a lo Alicia en el País de las Maravillas del gobierno de Reagan sobre el asesinato del líder falangista y casi presidente del Líbano Bashir Gemayel el 15 de septiembre. “Es una tragedia para la democracia libanesa”, opinó el gobierno de Reagan, mientras Ronnie mismo describía a Bashir como un político democrático y brillante, con una gran carrera por delante. Los Estados Unidos e Israel manifestaron su esperanza de que Bashir pudiera imponer un “gobierno fuerte, centralizado” para unificar al Líbano anarquista.
Desde la masacre, deberíamos tener una mejor idea del tipo de “unidad” que proponen los Gemayel en el Líbano: la “unidad” del mortuorio y el cementerio. Tal vez el nombre de la organización política y militar conocida como Falange debería dar una pista. Porque el padre de Bashir, Pierre, fundó la Falange luego de hacer una visita muy entusiasta a la Alemania nazi. La Falange (en honor a la Falange de Franco) está compuesta por fascistas, lisa y llanamente, en sus objetivos y en su método.
Pero concentrémonos en el surgimiento del joven político y veamos si debemos derramar lágrimas por Bashir. Bashir se distingue de otros líderes políticos libaneses porque él es un asesino en masa. Quiero decir personalmente. Los Gemayel tenían dos grupos de rivales poderosos en la comunidad fascista de cristianos maronitas. “Pro-Occidente” y “Pro-Israel”, un poco menos fanáticos que los miembros de la Falange; esos eran los seguidores de los ex presidentes Camille Chamoun y Suleiman Franjieh.
Así es como el joven demócrata, Begin y el hombre de Reagan en Beirut, lidiaron con los disidentes dentro de la comunidad maronita. Hace cinco años, en aquel entonces Bashir Gemayel de 29 años dirigió una operación comando en el fuerte de Franjieh en la montaña, en el norte del Líbano. Bashir obligo al hijo mayor de Franjieh, Tony, a observar mientras él y su cuadrilla torturaban y asesinaban a la esposa de Tony y a su hija de dos años. Bashir luego asesinó a Tony y a 29 seguidores, y llamó a la masacre una “revuelta social contra el feudalismo”. Dos años después, en un ataque relámpago, asesinó a 450 seguidores de Chamoun en un hotel turístico cerca de la ciudad de Junei. Casi 250 fueron asesinados en la playa o mientras nadaban. La esposa y la hija del hijo de Camille Chamoun, Dany, fueron violadas. Menos de un mes después, Bashir y sus hombres invadieron los cuarteles de Chamoun en el este de Beirut y mataron salvajemente a más de 500 seguidores y espectadores. Muchas de las víctimas fueron castradas por los matones de Bashir, y un seguidor de Chamoun que había sido capturado fue volado en pedazos con una barra de dinamita que le hicieron tragar.
¿Quién asesinó a Bashir? Pudo haber sido cualquiera en el Líbano.
El salvajismo fascista y la voluntad de ser la marioneta de Israel en parte se pueden explicar por factores demográficos. El régimen político libanés está basado en un sistema de cuotas, en el que la dominación –incluyendo la presidencia- la asegura la comunidad de cristianos maronitas. Desafortunadamente, el censo en el que se basan las cuotas es de principios de 1930, cuando los cristianos eran mayoría en el Líbano. Todavía impera el censo de principios de 1930, a pesar de que ahora todos están de acuerdo en que los musulmanes representan el 55% de la población libanesa, mientras que los cristianos representan el 45%. Eso implica que congelar un régimen cristiano maronita sobre una mayoría musulmana –la solución de Begin y Reagan al problema libanés- además de ser profundamente inmoral, a la larga no va a prosperar. Los musulmanes sobrepasarán a los cristianos en las poblaciones futuras, sin importar la cantidad de bebés musulmanes que los falangistas se propongan matar. Desafortunadamente, a pesar de la angustia y la protesta en Israel, hay pocas esperanzas de que la oposición israelí pueda lograr corregir el problema fundamental. Porque mientras que se levantan voces individuales para protestar por la masacre, a nivel políticoprácticamente no existe oposición al axioma sionista fundamental dentro de Israel. El principal Partido Laborista de la oposición, los Padres y Madres Fundacionales de Israel, allanaron el camino para Begin en su compromiso hacia el ideal sionista y a la consiguiente expulsión de un millón de palestinos árabes de sus hogares y tierras. Solo unos pocos partidos minoritarios en Israel, como los de Uri Davis y Shulamith Aloni, han roto con el paradigma sionista, y están en la periferia de la política israelí.
El problema fundamental, el paradigma sionista, es el siguiente: la creación del Estado de Israel se logró expropiando de los palestinos la enorme cantidad de tierra de la Israel “original” de 1948. Cerca de un millón de palestinos árabes cruzaron las fronteras de Israel, y los árabes que quedaron han sido sistemáticamente tratados como ciudadanos de segunda, retenidos por el hecho de que solo los judíos tienen derecho a ser dueños de la tierra de Israel cuando cae en manos judías. (Y es algo que sucede cada vez más.) En 1967, Israel agredió y conquistó Cisjordania, Gaza y los Altos del Golán en Siria, que está en proceso de anexar. Los palestinos árabes en los territorios ocupados también son tratados como ciudadanos de segunda, y se crean asentamientos sionistas en ellos.
Israel y sus apologistas estadounidenses están acostumbrados a echarle la culpa al ogro espantoso, la OLP, y a justificar los crímenes de Israel de ser necesarios para defender la seguridad del Estado israelí ante el “terrorismo” de la OLP. Y sin embrago, se olvidan por conveniencia de que la OLP no existió hasta después de la vergüenza de la guerra de 1967, cuando los palestinos se dieron cuenta de que debían dejar de confiar en los Estados árabes infieles y que solo podían intentar por sí mismos recuperar sus hogares y posesiones. Puesto que no hubo un “terror de la OLP” hasta 1968, ¿cómo puede ser que Israel arremetiera agresivamente y atormentara a los palestinos árabes durante dos décadas previamente?
La respuesta la encontramos en el paradigma sionista. El sionismo fue una creación europea de judíos en siglo diecinueve (node Medio Oriente), y fue vendida a Gran Bretaña como un Estado colonial consciente, un aliado joven del imperialismo británico en Medio Oriente. Después de la Primera Guerra Mundial, cuando Gran Bretaña y Francia desmantelaron el Imperio otomano, rompieron su promesa de dar a los árabes su independencia, y establecieron regímenes o Estados marioneta en todo Medio Oriente. Hoy en día seguimos viviendo el legado de ese último afloramiento de imperialismo británico.
¿Cómo lograron vender los primeros sionistas su esquema a la opinión pública de Occidente? El lema preferido de los sionistas en aquel entonces resulta particularmente vacío hoy en día: “Una tierra sin pueblo (Palestina) para un pueblo sin tierra (los judíos)”. Una tierra sin pueblo; no hay palestinos árabes, aseguraron los sionistas, y así un millón y medio de personas, muchos de ellos agrícolas productivos, productores de cítricos, empresarios, -personas que “explotaron el desierto” primero- fueron desplazados, borrados del mapa. Y antes de que la OLP lanzara su contraataque, los líderes israelíes se empecinaban en negar la realidad: Golda Meir afirmaba continuamente “no hay Palestinos”. Basta repetirlo algunas veces y tal vez se vayan. Tal vez.
Los libertarios se oponen a cualquier Estado. Pero el Estado de Israel es único en su nivel de daño, porque su existencia depende, y lo sigue haciendo, de la expropiación masiva de propiedades y la expulsión de propietarios de su tierra. Los libertarios en los Estados Unidos a veces se quejan de la adherencia radical libertaria a la “reforma de la tierra”, es decir, la reforma que procura devolver la tierra robada a las víctimas. En el caso de las expropiaciones de siglos atrás, decidir quién recibe qué a veces se vuelve un poco complicado, y los libertarios conservadores tienen un punto importante a favor. Pero en el caso de Palestina, las víctimas y sus niños – los verdaderos dueños de la tierra- están allí, detrás de las fronteras, en campos de refugiados, en pocilgas, soñando con volver a su tierra. No hay nada de complicado en ese asunto. Solo se hará justicia y habrá paz en esa área devastada cuando ocurra un milagro e Israel permita a los palestinos volver y ser dueños nuevamente de su legítima propiedad. Hasta entonces, mientras los palestinos sigan existiendo y sin importar cuánto los empujen, siempre estarán allí, y seguirán peleando por su deseo de justicia. Sin importar cuántos kilómetros cuadrados y cuántas ciudades conquiste Israel (¿será Damasco la próxima?), los palestinos estarán ahí, sumados a todos los otros refugiados árabes creados recientemente por la política de sangre y hierro de Israel. Pero permitir que se haga justicia, permitir que vuelvan los expatriados, implicaría que Israel tenga que abandonar su ideal sionista exclusivista. Porque reconocer a los palestinos como seres humanos libres de ejercer plenamente sus derechos humanos es la negación del sionismo: es el reconocimiento de que la tierra nunca estuvo “vacía”.
Un Estado israelí justo (en la medida en que cualquier Estado pueda ser justo), entonces, debería ser un Estado des-sionizado, y no existe ningún partido político israelí en el futuro cercano que tenga intenciones de llegar a ese punto. Y así continuarán la matanza y el horror.