En 1966, Milton Friedman escribía un editorial para Newsweek, titulado “Minimum Wage Rates”. En él argumentaba “que la ley del salario mínimo es la ley más anti-negros de toda nuestra legislación”. Por supuesto, se refería a su época, después de que ya se hubiera acabado en Estados Unidos con las leyes racistas mucho más explícitas de las épocas de la esclavitud y la segregación. Pero esta observación acerca de los efectos racistas de las leyes de salario mínimo puede remontarse al siglo XIX y continúan teniendo un efecto desproporcionadamente deletéreo sobre los afroamericanos en la actualidad.
Las primeras de dichas leyes fueron las regulaciones aprobadas con respecto al sector ferroviario. Al final del siglo XIX, como señala el Dr. Walter Williams, “En algunos ferrocarriles (sobre todo en el sur) los negros eran el 85-90% de los fogoneros, el 27% de los guardafrenos y el 12% de los guardagujas”.[1]
La Fraternidad de Fogoneros de Locomotoras, incapaz de impedir que las empresas ferroviarias contrataran a trabajadores negros no sindicalizados, reclamaba regulaciones que impedían el empleo de negros. En 1909, se ofreció una solución de compromiso: un salario mínimo, que tenía imponerse por igual a todas las razas.
Para el defensor del salario mínimo, esto puede parecer superficialmente como una política antirracista. En ese tiempo, con el racismo todavía en auge en Estados Unidos, los negros solo eran capaces de disfrutar de esos altos niveles de empleo aceptando salarios menores que los de sus iguales blancos. Estas diferencias salariales del momento eran realmente el producto de un sentimiento racista.
Pero, por supuesto, esto no eliminaba el racismo de los empresarios del siglo XIX. En su lugar, desplazaba su racismo a costa de los trabajadores negros. Un sindicalista de esos tiempos celebraba la nueva norma por eliminar “el incentivo para emplear al negro”.[2]
En la década de 1930, las opiniones raciales apenas mejoraron, si es que lo hicieron. A pesar de esto, la tasa de desempleo entre los negros era marginalmente menor que la de los blancos.[3] Como los trabajadores ferroviarios, se debía a su voluntad de aceptar salarios menores que los de los blancos. Pero por muy indignante que fuera el racismo en ese momento, las leyes de salarios de la década de 1930 debían incitar más indignación.
En 1931 el Congreso aprobó la Ley Davis-Bacon, que obligaba a salarios uniformes para cualquier trabajador empleado en proyectos de obras con financiación pública federal. En 1933, se aprobó la Ley de Recuperación de la Industria Nacional, ordenando salarios concretos en la industria en toda la economía. En 1938 se puso en vigor la Ley de Estándares Laborales Justos (la única de las tres que permanece en los códigos), imponiendo inicialmente un salario mínimo federal para cualquier trabajador dedicado al comercio interestatal.
Todas estas leyes sirvieron para sacar del mercado laboral a los afroamericanos. En lugar de obligar a los empresarios a pagar salarios no racistas, sencillamente obligaba a los negros a pasar de sufrir salarios motivados por la raza a sufrir desempleo motivado por la raza.
Los sectores que no estaban regulados por las leyes de salario mínimo demuestran la propensión del mercado a aumentar la renta relativa de la gente discriminada. Por ejemplo, en la década de 1920 los intérpretes negros populares trabajaban en Broadway junto a los blancos. En la década de 1940, Jackie Robinson rompió la barrera racial en las Ligas Mayores de Béisbol, a pesar del racismo de los deportes profesionales. Entretanto, los negros en empleos civiles y públicos estaban siendo expulsados de sus sectores por los mínimos salariales.
En la década de 1960, muchos afroamericanos estaban contratados como trabajadores agrícolas (en parte debido a que era uno de los pocos sectores laborales que no estaban todavía sometidos a regulaciones salariales. Esto cambió en 1967 cuando el gobierno extendió las leyes de salario mínimo a los granjeros estadounidenses como parte de la “Guerra contra la Pobreza”. A los trabajadores agrícolas negros que estaban acostumbrados a ganar unos modestos 3,50$ diarios se les obligaba legalmente a recibir 1,00$ la hora, un enorme aumento en los salarios.
El efecto de esta ley fue inmediato e innegable. Se estima que 25.000 trabajadores del campo se quedaron sin empleo solo en la región del delta del Mississippi.[4] Los trabajadores negros del campo eran conscientes de la causa y efecto que habían tenido lugar. “Un dólar por hora no daba nada”, decía la esposa de temporero. “Habría sido mejor que hubieran sido 50 centavos diario al día si trabajas todos los días”.[5] Por supuesto, 50 centavos diarios era un salario menor que el que su marido habría estado ganando antes de la ley. Está claro lo que quería decir: el salario mínimo federal destruyó su capacidad de ganarse la vida.
Sean cuales sean tus sentimientos sobre la situación del racismo hoy en Estados Unidos, es difícil argumentar que actualmente seamos más racistas que durante la época de Jim Crow. En este periodo, el país ha pasado de hacer que los afroamericanos beban de una fuente distinta a elegir al primer presidente negro. Aun así, a pesar de esta evidente mejora, la tasa de desempleo de los jóvenes negros es aproximadamente el doble de la de los blancos. En 1948, por el contrario, la tasa de desempleo entre los jóvenes era la misma entre las razas.[6] A pesar de extendido racismo que quedaba en el país después de la emancipación de los esclavos, el auge de la clase media negra empezó a aparecer rápidamente y continuó durante décadas. Pero gracias a leyes entrometidas aprobadas por burócratas probablemente bienintencionados, el gobierno no ha hecho más que perjudicar su trayectoria ascendente.
El artículo original se encuentra aquí.
[1] Walter E. Williams, South Africa’s War Against Capitalism (Nueva York: Praeger, 1989), p. 74.
[2] Sterling D. Spero y Abram Harris, The Black Worker (Nueva York: Kennikat Press, 1931), p. 291.
[3] Thomas Sowell, Basic Economics: A Common Sense Guide to the Economy, 3ª ed. (Nueva York: Basic Books, 2007), p. 250.
[4] James C. Cobb, “Somebody Done Nailed Us on the Cross: Federal Farm and Welfare Policy and the Civil Rights Movement in the Mississippi Delta”, The Journal of American History (Diciembre de 1990): 912-936.
[5] Des Moines Register, 27 de febrero de 1968, p. 2.
[6] Sowell, Basic Economics, p. 251.