Cómo no estudiar el estado

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Mi experiencia más memorable en el instituto se produjo en el primer día de mi último año. Estaba sentado en una clase avanzada sobre el gobierno de EEUU cuando el maestro planteó una pregunta sencilla a los estudiantes. Era una pregunta que pretendía poner en marcha el curso y hacernos pensar como nuevos investigadores del arte de gobernar.

La pregunta era: “¿Qué es el gobierno?”

Yo ya tenía la mano levantada antes de que acabara la pregunta. (Había preparado una respuesta antes del curso). Sacando de mi pistolera llena de conocimiento obtenido de mis orgullosamente autodescritas meditaciones de Internet “intelectualmente vanguardistas”, dije: “Los gobiernos (es decir, los estados en este caso) son esas organizaciones que han monopolizado el uso de la fuerza en cualquier región geográfica”.

Luego sentí vergüenza ya que mi apasionada respuesta fue recibida con carcajadas en la clase. Mi profesor miró al suelo, sin saber cómo responder. Evidentemente nunca había oído antes esa respuesta y se recobró para volver a su forma usual de pensamiento y dando la respuesta que había esperado recibir: “Los gobiernos”, dijo, “son simplemente aquellas instituciones que hacen normas”.

No recuerdo qué dijo después. Aunque sí recuerdo lo que yo estaba pensando o, más bien, lo que estaba sintiendo.

Y me estaba sintiendo frustrado e insatisfecho.

Mi maestro se equivocaba, la clase se equivocaba. En realidad yo creía que mi respuesta era más que apropiada o, al menos, más apropiada que la respuesta “correcta” (según el maestro) que era sencillamente: “El gobierno hace normas”. Esto no respondía a la pregunta subyacente acerca de la naturaleza del gobierno, sino que especificaba una función del gobierno. De hecho, mi maestro no seguía las indicaciones tradicionales de los educadores cívicos creíbles en todo el mundo. Mi definición no se había extrapolado de algún recóndito rincón de Internet, sino del libro del famoso sociólogo Max Weber, La política como vocación. En el libro, Weber explicaba el concepto de que los estados no son distintos de las organizaciones normales: gente que se aúna con un objetivo común. Pero lo que diferencia a los estados es un “monopolio sobre la violencia”.

No está claro si ese incidente en el aula fue un fallo por parte del maestro o del propio curso. Sin embargo, después de examinar el programa del curso (así como el de la clase hermana “Política comparativa avanzada”) en el sitio web de la escuela resultaba evidente que no se hacía mención a la “definición del gobierno”

En realidad, el programa avanzado estaba pensado para dar a los alumnos de instituto una posibilidad de conseguir créditos universitarios y por tanto estaba pensado como un curso universitario de educadores universitarios. Por tanto es probable que es te problema se extienda a los cursos cívicos universitarios a nivel inicial. Adicionalmente, la mayoría de los alumnos de instituto nunca realizarán un curso avanzado sobre gobierno, ni tampoco ningún curso de ciencia política. Estos factores contribuyen a una población que ignora la naturaleza de los estados y su relación con toda persona que está sometida al poder monopolístico del estado.

Así que las discusiones acerca de los fundamentos de los gobiernos en buena parte no existen. Cuando el tema acaba apareciendo entre estudiantes que tienen una opinión crítica, sus opiniones se ven estigmatizadas (calificadas como “pensamiento desviado”). Si realmente queremos permitir que nuestros alumnos piensen críticamente acerca de quienes tienen autoridad sobre ellos, la aproximación intelectualmente indolente que se está teniendo actualmente en las clases sobre gobierno debe acabar ahora mismo.


El artículo original se encuentra aquí.

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