El problema de la obsolescencia programada – ¿cuánto tiempo deberían durar las cosas?

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John Kenneth Galbraith, aquel moralista insoportable, escribía un extraño libro en 1958 titulado La Sociedad Opulenta, el cual ha tenido una enorme influencia sobre varias generaciones de activistas antimercado. La idea del libro era la de descaradamente cambiar los términos de debate sobre el socialismo y el capitalismo. Si antes los socialistas argumentaban que el capitalismo producía muy poco, ahora ellos habían cambiado de opinión, utilizando la nueva retórica de Galbraith, pasaron a decir que el capitalismo la verdad producía de forma excesiva cosas malas (cosas para ser consumidas) y muy poco producía las cosas correctas (bienes públicos, igualdad, etc).

Uno de los varios objetivos del libro era la llamada “Obsolescencia programada” – la práctica de los fabricantes de crear y desarrollar sus productos de modo que rápidamente se desgastasen y estropeasen en un determinado momento en el futuro, lo que obligaría a los consumidores a tener que salir a comprar un nuevo y similar producto.

Según esta teoría, para disfrazar esta obsolescencia programada, estos fabricantes expertos hacen algunos cambios estéticos en el producto para dar la impresión de que hubo alguna mejora, pero todo es un mero truco para engañar al consumidor y hacerle creer que vale la pena pagar por ese artículo remodelado, cuando en realidad él estaría siendo robado, por estar pagando dos veces por aquello que debió ser pagado apenas una vez.

El problema es que hay varias presuposiciones artificiales e insostenibles en esta premisa.

Dos presuposiciones artificiales

Primero, el modelo supone que los fabricantes son mucho más expertos que los consumidores, que son tratados como víctimas pasivas e inanimadas de los poderosos intereses de los capitalistas, de hecho, en el mundo real, son los fabricantes los que siempre están implorando para que los consumidores sean más fieles a sus marcas y menos inestables, impredecibles, meticulosos, discriminadores y exigentes. Todo lo que un fabricante quiere es que sus consumidores no abandonen su producto por otros sin ningún motivo racional u aparente.

Segundo, el modelo presupone, de forma excéntrica y normativa, que los productos deben durar el máximo de tiempo posible.  Pero la realidad es que no existe ninguna preferencia de mercado predefinida acerca de cuánto tiempo deben durar los bienes. Esta es una característica de fabricación que esta totalmente determinada por la demanda de los consumidores.

Y siempre vale recordar que cuando los fabricantes poseen algún poder para imponer sus gustos a los consumidores, es porque la economía es cerrada (importaciones se ven obstaculizadas por el gobierno), además está excesivamente regulada y burocratizada, tanto así que no hay libre entrada de competidores al mercado.

Nada dura tanto como en los viejos buenos tiempos

Estos “argumentos” galbraithianos regresaron con fuerza recientemente, pues varios comentaristas de los medios observaron que los utensilios de cocina y otros aparatos electrónicos, así como varios otros productos, simplemente parecen no durar ya tanto como duraban antes. En aquellos buenos y viejos tiempos, usted ganaba una licuadora de regalo de bodas y, de allí a varios años, su hija aún lo utilizaría siempre que regresará de la universidad. Hoy en día, tenemos suerte si una licuadora o una batidora duran algunos pocos años. Lo mismo parece ocurrir para lavadoras y secadoras, ropa y equipos electrónicos, amoladores y cortadoras de césped, e incluso casas. Nada dura lo mismo o tiene la misma resistencia que antiguamente.

¿Más sería eso un argumento en contra del mercado o sería meramente un reflejo de las preferencias de los consumidores por valores (precios bajos, tecnología de última generación y varias otras comodidades) en detrimento de la longevidad? Sugiero que es lo último. Con la acentuada innovación tecnológica que vivimos, varios procesos de producción se tornarán más eficientes y, luego, más baratos. Consecuentemente, tiene más sentido sustituir continuamente un producto que crear uno que dure para siempre. ¿Prefiere una licuadora de $200 que va durar 30 años o una licuadora de $10 que dure 5 años? Aquello que los consumidores prefieren en el largo plazo será aquello que dominará el mercado.

¿Cómo podemos estar seguros de eso? Competencia. Digamos que todos los fabricantes produzcan licuadoras que duren apenas 5 años, y que este hecho sea ampliamente despreciado por los consumidores. Un fabricante podría robar varios clientes de la competencia con solo ofertar un producto que enfatice en la longevidad sobre otros aspectos. Si los consumidores realmente valoraran la longevidad, ellos estarían dispuestos a pagar la diferencia. La misma lógica se aplica a los automóviles, computadores, aparatos electrónicos, bienes raíces y todos lo demás. Podemos saber cuál es la preferencia dominante (en un mercado libre) con simplemente mirar cual es la práctica más común en el mercado.

Imagine que un fabricante de computadoras produzca una máquina que fuese comercializada como un ordenador de duración vitalicia,  el último computador que necesitarías tener en la vida, completo con software que del mismo modo duraría para siempre. Cualquier persona con algún conocimiento sería escéptica a esta propuesta,  es fácil ver que este acuerdo es la última cosa que realmente quiere. Idealmente, el equipo debe durar todo el tiempo que usted quiere que dura hasta que esté preparado para adquirir un modelo superior. Lejos de ser una expoliación, la obsolescencia es una señal de creciente prosperidad.

En una época de masivas y frecuentes mejoras tecnológicas, sería un enorme desperdicio si los fabricantes encausan recursos caros y escasos para la manufactura de productos que durasen mucho  más de su utilidad. En el caso de los computadores, por ejemplo, hacer que todos ellos durasen más de 6 años sería un gran error en el ambiente actual. Eso sería costoso y rápidamente obsoleto. Lo mismo, inclusive, puede ser dicho sobre las casas, todos sabemos que las casas antiguas pueden ser hermosas, pero también son extremadamente difíciles de ser manejadas en términos de calefacción, refrigeración, plomería, cableado y todas las otras comodidades. En determinados casos, la solución más eficiente puede ser simplemente derribar una casa antigua y construir una nueva en vez de intentar implementar varias mejoras a la antigua.

Existen desperdicios cuando se fuerza la longevidad en detrimento de la mejora tecnológica. Un consumidor es libre para querer eso y buscar productos que tengan esa característica, pero no hay ninguna base para declarar que tal preferencia es la mejor y, por eso, debiera ser ajustada e inmutable para todos. No vivimos, y no queremos vivir, en un mundo estático, donde el desarrollo jamás ocurre, donde lo que existe siempre existió y siempre existirá.

Piense en términos de vestuario, muebles y otros bienes. A medida que los ingresos disponibles de las personas van aumentando, ellas quieren ser capaces de sustituir lo que usan de acuerdo con sus cambiantes gustos. Una sociedad en que la ropa fuese siempre remendada (los aparatos electrónicos fuesen siempre reparados, y todos los productos sufriesen los famosos “remiendos” para que pudiesen ser perdurables lo máximo de tiempo posible) no sería una sociedad rica. Poder desechar lo que esta desgastado y quebrado es una señal de creciente riqueza y prosperidad.

A menudo las personas buscan una puerta hueca o una simple mesa de madera contrachapada y dicen “¡Que cosa más barata y de mala calidad!, ¡antiguamente los carpinteros y artesanos se preocupaban con la calidad en que se hacía! ¡Hoy nadie se preocupa por nada y acabamos rodeados por cosas de baja calidad! Bueno, la verdad es que aquello que llamábamos de “alta calidad del pasado” no estaba disponible para las masas con la misma facilidad que lo esta hoy. Automóviles, casas y algunos otros utensilios podían ser más duraderos en el pasado, pero estos eran mucho más caros (en términos reales). Hoy, un mismo producto esta disponible para todas las clases sociales, sus calidades variaron exactamente de acuerdo con su precio. Nada es más inclusivo que eso.

En una economía de mercado, aquello que es llamado de “calidad” es algo que siempre esta sujeto a cambios de acuerdo con las preferencias del público consumidor. Si los productos deben ser vitalicios (como los anillos de boda) o deben durar apenas un día (pan fresco) es algo que no puede ser determinado fuera del marco de una economía de mercado. Ningún planificador central puede decirlo con certeza y exactitud. Es algo constantemente sujeto a cambios.

Si el libro se despedaza, si su ropa se rompe con facilidad o si la lavadora repentinamente para de funcionar, resista la tentación de denunciar la decadencia de la civilización. Recuerde que se pueden sustituir todos estos objetos a una fracción de precio que su madre o su abuela tuvieron que pagar por ellos. Y hacer eso rápidamente, con un mínimo de molestia e inconvenientes. Puede incluso comprar por el internet, sin tener que salir de casa. Y es bastante probable que las nuevas versiones del producto que compra tengan más utilidades y comodidades que las antiguas.

Puede llamar a eso obsolescencia programada si quiere. Esa es la programación de los fabricantes porque los consumidores prefieren la mejora a la permanencia, la accesibilidad a la longevidad, la sustituibilidad a la reparabildidad, el progreso y el cambio a la durabilidad. No se trata de desperdicio justamente porque están siendo utilizados los procesos de producción de menor costo posible. Además, no hay un proceso eterno e inmutable por medio del cual podemos medir y evaluar la lógica económica detrás del uso de recursos en la sociedad. Eso es algo que puede ser determinado y juzgado solamente por individuos utilizando recursos escasos en un arreglo de mercado.

Es claro que una persona debe ser libre para morar en una gélida cueva de piedra, para oír música en una vitrola, para lavar ropas sobre una tabla con un fregadero, para marcar las horas con un reloj de sol o con un reloj de arena, y para hacer su propia ropa con sacos de harina. Hoy en día, todo eso es posible. Una persona debe ser libre para ser completamente obsoleta. Más, por favor, no igualemos este comportamiento a riqueza, y no aspiremos a vivir en una sociedad en la cual todos son obligados a preferir cosas permanentes en detrimento de mejores cosas.


Tomado del Instituto Mises Colombia, traducción del portugués por John Alejandro Bermeo, el artículo original se encuentra aquí.

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