Sobre la teoría austriaca del valor y el cálculo económico

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[Este trabajo se publicó originalmente el 23 de mayo de 2005]

[El autor quiere agradecer al profesor Guido Hülsmann sus útiles y estimulantes comentarios. Las advertencias habituales son de aplicación en este caso]

Introducción

En este trabajo señalaremos una incompatibilidad entre la concepción del valor de Mises como una relación ordinal y su explicación del papel central que desempeña la acción emprendedora en el proceso de mercado. Dada la íntima relación entre emprendimiento y cálculo económico en el pensamiento de Mises y dado que la imposibilidad del cálculo económico está en el núcleo de su crítica al socialismo, trataremos de aclarar recientes discusiones (en el llamado debate de la “deshomogeneización”) con respecto a la esencia de los argumentos de Mises en relación con los problemas del conocimiento desarrollados por Hayek.[1]

Argumentaremos que aunque Mises (y sus seguidores, como Rothbard) concebía correctamente el valor como una relación ordinal, excluyendo la posibilidad de imputaciones de valor (y por tanto la imposibilidad de un cálculo del valor distinto del cálculo del precio), en muchas de sus explicaciones del proceso del mercado aporta una noción de valor como algo cardinal al explicar la tarea la que se enfrentan los actores, tanto en la economía planificada como en la no planificada (y planteando la cuestión de la posibilidad de resolver esta tarea). Esta incoherencia ha llevado a confusión tanto dentro como fuera de la Escuela Austriaca con respecto a la esencia del argumento de Mises contra el socialismo. Por tanto esperamos señalar cómo la noción austriaca de la acción calculadora puede enmarcarse explícitamente dentro de una teoría relacional del valor.

Breve visión general de la teoría austro-misesiana del valor

Dicho de manera sencilla, el valor no es una cosa: es una relación. Concebido praxeológicamente (y no psicológicamente, como en la Escuela Neoclásica y en algunos círculos austriacos) el valor es una relación ordinal, inextricablemente ligada a las decisiones reales tomadas por actores.[2] No se refiere a estados mentales, sino más bien a una comparación realizada por un actor entre dos bienes, concretamente entre bienes de dos naturalezas distintas: uno actualmente en posesión del actor y uno que actualmente no está en su posesión pero que podría estarlo tras la consumación de una decisión. (El aspecto contrafactual de la economía austriaca desarrollado por Hülsmann [1999, 2003a] se ve claramente en esta noción del valor).

No tiene sentido hablar del valor de un bien como tal, o más bien no tiene sentido hacerlo desde la perspectiva de la economía misesiana.[3] El “valor” no es algo característico de un bien concreto. Más bien es una relación entre ese bien y otro bien, hay una relación ordenadora que indica una preferencia (o una no preferencia) para ese bien en comparación con otros. Esa relación se manifiesta siempre que un actor toma una decisión, lo que ocurre con cada acción.

El valor conlleva una comparación entre cosas (bienes). No se refiere a la intensidad de los sentimientos, al grado de saciedad de los deseos, etcétera, como en la concepción neoclásica. Es una relación de preferencia (ordenadora). En la formulación neoclásica, se plantea el valor como una cosa y luego (de acuerdo con diversas limitaciones físicas y tecnológicas) se deducen decisiones con respecto a los bienes y el consumo (por ejemplo, para un problema de optimización limitada). Por contrario, los austriacos (misesianos) empiezan con la decisión (o más apropiadamente con la acción, en la que la decisión es una consecuencia/característica/aspecto necesario) como base de la ciencia económica y deducen diversas categorías económicas familiares, de las cuales el valor no es nada más que una.

La acción implica necesariamente el reemplazo por un actor de su actual estado de cosas por otro estado de cosas futuro y supuestamente preferible. (La noción de que toda acción observable viene acompañada por una contraparte no observable, pero necesariamente existente —el coste— se explica con detalle en Hülsmann [2003a]). Ese reemplazo se manifiesta en una decisión (concreta). Sin embargo, la decisión presupone una comparación o una capacidad de comparar (al menos) dos cosas/estados. Volveremos posteriormente sobre esto en la explicación del cálculo económico y la acción con los bienes de producción

Pero la decisión no afecta únicamente a dos entidades abstractas independientes de la realidad. Una decisión conlleva necesariamente una comparación entre lo que tiene actualmente y lo que podría tener (pero todavía no tiene) un actor. La decisión no implica la comparación de sentimientos o pensamientos con respecto a bienes que podría potencialmente poseer un actor, las ilusiones, etcétera, sin conexión/relación/referencia con aquellos bienes que el actor realmente posee. Los ejemplos de Rothbard (2004, Caps. 2 y 4) en su brillante explicación del intercambio directo e indirecto dejan muy claro este aspecto contrafactual de la decisión, que es que esta siempre implica comparaciones de aquello que tenemos frente a aquello que no tenemos (pero podríamos tener).[4] (Probablemente sería más apropiado decir que un actor pone en primer lugar sus fines y luego asocia diversos bienes — tanto los que tienen en su posesión como los que podrían estar en su posesión— con dichos fines).

El valor de un bien se clasifica por tanto en relación con otros bienes de entre los cuales debe elegir un actor. El valor depende necesariamente del contexto. Hülsmann (2001, 2003b) ha realizado algunas contribuciones esenciales para destacar estos aspectos del pensamiento de Mises. Merece la pena citarle con cierta extensión:

En la definición del valor de Menger (que contrasta algún con su análisis del valor) el valor era una característica de un solo bien económico. Por el contrario, Mises explicaba el valor de un bien en un contexto explícito con el valor de otro bien con el que se comparaba y destacaba que esta “comparación” se basaba en la decisión en la medida en que implicaba “acciones de valoración”. En resumen, Mises estaba de acuerdo con Schumpeter en que el valor no tenía nada que ver con la satisfacción de deseos ni con otros sentimientos y que por tanto los economistas no tenían que dedicarse al análisis psicológico. El valor era ordinal; era relativo; era una relación. Definitivamente no era una cantidad. Mises luego se dedica a definir el valor como inextricablemente relacionado con las decisiones humanas: “Toda transacción económica presupone una comparación de valores. Pero la necesidad de dicha comparación, así como su posibilidad, se deben solo a la circunstancia de que la persona afectada tiene que elegir entre diversos productos”.

Mises rechazaba la posibilidad de un cálculo de valor debido a la naturaleza de este y destacaba que “la evaluación de factores de producción solo puede realizarse como se realiza en una economía de mercado”, es decir, imputando los precios esperados del producto adicional sobre el factor que proporciona esta adición. Los antiguos austriacos[5] Habían creído que la imputación del precio no era sino un tipo particular de imputación de valor y no necesariamente una muy buena. Mises mostraba que era el único tipo de imputación en absoluto (Hülsmann, 2001).

Y continúa:

En la aproximación ortodoxa a la teoría (de la utilidad) del valor, que concebía el valor como una relación bilateral entre un ser humano y un bien económico, la psique humana era el denominador común para la importancia económica de todos los bienes. (…) Por el contrario, en la teoría del valor de Mises, que confería el valor como una relación trilateral, no existía ese denominador común. El “valor” de un bien era si se prefería o no a otros bienes sometidos a la misma decisión. (…) de acuerdo con la aproximación ortodoxa, la cantidad[6] de “utilidad” derivada de un bien podría ser distinta en situaciones distintas. Según Mises, el mismo significado[7] Del Valor de un bien era distinto cuando cambiaba el contexto económico, porque el bien se compararía (preferiría o no) entonces con bienes diferentes (Hülsmann, 2003b).[8]

Una vez indicada la teoría misesiana del valor, podemos dedicarnos ahora a otra parte esencial del pensamiento de Mises, a su concepto del emprendedor y la acción calculadora.

La acción emprendedora en el mercado y el cálculo económico

Pocas dudas pueden caber acerca de la importancia que asignaba Mises al emprendimiento en la economía de mercado y acerca de la influencia que han tenido sus ideas concretas sobre muchos miembros de la Escuela Austriaca. Consideremos:

La función emprendedora, los esfuerzos de los emprendedores en busca de beneficios, es la fuerza motriz en la economía de mercado. (…) El comportamiento de los consumidores hace que aparezcan pérdidas y ganancias y así trasladan la propiedad de los medios de producción de la manos de los menos eficientes a las de los más eficientes. (…) En ausencia de pérdidas y ganancias los empresarios no sabrían cuáles serían las necesidades más urgentes de los consumidores. (…) solo pueden obtenerse ganancias proporcionando a los consumidores aquellas cosas que quieran usar más urgentemente (Mises [1998], p. 297).

En la economía de mercado [los emprendedores] solo pueden obtener beneficios satisfaciendo de la mejor manera posible las necesidades más urgentes de los consumidores (Ibíd, p. 686).

Ahora, también está claro de pasajes como estos (y muchos en otros lugares en su obra) que Mises considera la capacidad de realizar cálculos de pérdidas y ganancias como crucial para la actividad empresarial. Está claro en la explicación en Mises (1981ª, cap. 1) que hay una distinción fundamental entre bienes de consumo y bienes de producción. Los bienes de consumo sirven directamente a los fines y por tanto no solo pueden compararse con otros bienes del mismo tipo, sino que son en cierto sentido el penúltimo foco de la actividad económica. Más en concreto, por su naturaleza estos bienes pueden asociarse con los fines a los que pueden atender y por tanto la clasificación de esos fines “imputa” una clasificación de los bienes asociados (de consumo). Para cualquier actor, la clasificación de estos bienes resulta más o menos independiente[9] de las clasificaciones de otros actores. Los bienes de producción por el contrario  solo sirven indirectamente a los fines y no pueden clasificarse frente a otros bienes: en este caso no hay asociación de fines con bienes  y por tanto ninguna “imputación de clasificación” con los bienes (de producción). Solo pueden ser objeto de la actividad económica en la medida en que pueden usarse para crear aquellos bienes que puedan evaluarse desde la perspectiva del fin de un actor, es decir, los bienes de consumo. Es decir, al contrario que la acción con un bien de consumo, cualquier acción (bajo la división del trabajo) con un bien de producción no es independiente (en sentido económico) de los juicios de valor de otros actores, porque, como argumenta Mises, la acción con éxito con un bien de producción depende de que el resultado se considere favorablemente (en algún sentido) por aquellos que lo consuman.

Nos ocuparemos posteriormente del sentido en que es posible la acción económica con un bien de producción, dada la relación indirecta con el logro de fines. Sin embargo señalaremos aquí que Mises considera claramente la capacidad de realizar cálculos de pérdidas y ganancias (y por supuesto la capacidad relativamente superior de los emprendedores, comparada con sus iguales, de anticipar condiciones futuras) como indispensable para una actividad emprendedora de éxito. (Puesto que dichos cálculos presuponen propiedad privada de esos medios, existen realmente esos precios para esos medios, por lo que resulta evidente la conexión con la actividad emprendedora y la demostración de Mises del fracaso del socialismo, en el que dicha actividad está necesariamente ausente). Sin embargo, hay otro punto que puede discernirse en los pasajes anteriores de Mises: que la acción emprendedora rentable o no está relacionada con, si no es dual para, la satisfacción/frustración de los fines de los consumidores.

¿Cuál es la base de este supuesto (común en muchos trabajos austriacos) de que los emprendedores más rentables (exitosos) satisfacen fines más valorados (de consumo) y que los empresarios menos rentables satisfacen fines menos valorados? ¿Cuál es la justificación implícita para esta asociación? Supuestamente, se apela a una teoría sólida del valor.[10] Supongamos que dos bienes, A y B, pueden crearse con ciertos factores de producción. La afirmación es que si los consumidores están dispuestos a pagar 10$ por el bien A, pero solo 8$ por el bien B, podemos decir que A está más valorado que B. Esto solo puede ser verdad si se supone que el valor es una cosa, de manera que podemos decir que A se prefiere a 10$ y 10$ se prefiere a B, de manera que, por la naturaleza de las entidades cardinales, A se prefiere a B. Desde este punto de vista, el cálculo del precio es simplemente una representación para el cálculo en términos de valor (aunque hay que reconocer que cosas como los problemas del conocimiento pueden hacer del cálculo de precios una representación superior).

Sin embargo, si adoptamos una teoría relacional (misesiana) del valor, no se llega a esa conclusión, porque el valor de un fin solo tiene sentido en el contexto de una decisión a tomar entre ese fin y algún otro fin. En este caso, el hecho de que un consumidor elija A antes que 10$, pero elige 10$ antes que B no nos dice nada acerca de si hubiera elegido A antes que B, porque esta no es la alternativa a la que se enfrentaba realmente. Como hemos visto, el valor es ahora una relación ordinal, una clasificación de bienes de entre los que debe elegir un actor. Un actor se enfrenta a una decisión entre dinero y bienes, no entre diferentes bienes, así que no se deben sacar conclusiones acerca de cómo elegiría entre los bienes basándonos en cómo elige entre dinero y bienes. El cálculo de precios no es sencillamente y un sustitutivo del cálculo del valor, sino algo completamente distinto y no en pequeña parte porque un cálculo del valor sea ahora imposible. Los cálculos de pérdidas y ganancias no son una “señal” que valora la mayor o menor menos intensidad de los fines que se atienden, sino más bien un marco que hace posible una decisión entre bienes de producción que de otra manera no podrían clasificarse como precursores de una decisión real.

Si un emprendedor A compra algunos factores por 100$ y vende la producción (llamémosla GA) para estos factores por 150$ y un emprendedor B y compra otros[11] factores por 100$ y vende la producción (llamémosla GB) para estos factores por 120$, ¿en qué sentido ha servido mejor A a los consumidores que B? Los consumidores prefieren GA a 150$, que prefieren a GB (ya que solo están dispuestos a pagar 120$ por ella).  ¿Se deduce sin embargo que prefieren GA a GB? No se deduce, porque no se enfrentan a esta decisión. Solo se enfrentan a la decisión monetaria y todo lo que puede concluirse es que los emprendedores buscan maximizar los fines monetarios de los consumidores, no los fines de los consumidores como tales.

Podemos por tanto plantear la pregunta de si Mises mezcla la satisfacción de fines monetarios con la satisfacción de fines como tales. La explicación misesia del proceso del mercado destaca claramente en papel indispensable que desempeñan los cálculos de pérdidas y ganancias, pero hay un fuerte trasfondo de énfasis en un asunto bastante distinto, que es la cuestión de la satisfacción del consumidor. Un emprendedor compra factores de producción previendo que obtendrá un beneficio vendiendo la producción de estos factores y además que la línea concreta de producción hacia la que dirige esos factores es más rentable que cualquier otra línea. Por supuesto, solo puede obtener un beneficio si los compradores de dicha producción (los consumidores) están dispuestos a pagar la suma necesaria de dinero. Es decir, deben preferir los productos del emprendedor a cierta cantidad de dinero, lo que es una cuestión diferente de si sus fines más importantes están satisfechos en algún sentido psicológico. Indudablemente, los empresarios de más éxito son los que obtienen más dinero de los consumidores. Pero esto sencillamente significa se han previsto correctamente los fines más importantes de los consumidores clasificados frente al dinero, no clasificados frente a otros bienes de entre los cuales los consumidores podrían haber elegido en un sentido hipotético. La primera alternativa es muy concreta y en todo caso es la decisión a la que se enfrentan realmente los consumidores. La cuestión de cómo clasificarían los consumidores la lista de posibles bienes que podrían resultar tecnológicamente de las diversas líneas de producción que un empresario podría establecer potencialmente resulta irrelevante. A los consumidores no se les pide que elijan de esta lista (en definitiva abstracta): se les pide que comparen lo que tienen actualmente con lo que podría producirse. Lo que ellos tienen, sin embargo, no son bienes como tales sino específicamente dinero. La mayoría de las explicaciones austriacas de la maquinaria del mercado empresarial parecen mezclar estos dos sentidos muy diferentes de los fines de los consumidores. Solo uno (el relativo a la decisión monetaria) es importante para la acción real en el mercado.

Deberíamos señalar aquí dos importantes artículos recientes que hablan de algunos de estos puntos. En un soberbio artículo, Costea (2003) ofrece una crítica relacionada de la teoría de Mises de los precios de monopolio. En concreto, Costea señala que “Mises habla frecuentemente acerca del hecho de que los emprendedores, al buscar los beneficios netos más altos, responden a los deseos más importantes de los consumidores”. Luego continúa demostrando que, al hacerlo, Mises “adopta el método no científico de la comparación interpersonal de utilidad para apoyar su afirmación de que los ‘precios de monopolio’ tendrían un impacto negativo en el bienestar de los consumidores”. Es decir, Mises apela lícitamente a una teoría sólida del valor, y esto destaca otra área en la que la práctica de Mises es incompatible con su teoría (del valor ordinal).[12]

En otro excelente artículo, Gertchev (2004) señala la evolución de la concepción del dinero de Mises entre La teoría y del dinero y del crédito, en la que ve el valor del dinero como una entidad derivada del valor de los bienes con los que se intercambian, y La acción humana, en donde la demanda de dinero, es decir en relación con otros bienes, es la parte esencial de su explicación del dinero. Dos citas (entre muchas) proporcionan a Gertchev un ejemplo adecuado de esta afirmación. De la primera obra:

El valor subjetivo del dinero siempre depende del valor subjetivo de los otros bienes económicos que pueden obtenerse a cambio de este. Su valor subjetivo es de hecho un concepto derivado.[13]

Y de la segunda obra:

Pero eso no altera el hecho de que la evaluación[14] del dinero ha de explicarse de la misma manera que la valoración de todos los demás bienes: por su demanda por parte de quienes desean adquirir una cantidad definida de este.[15]

El dinero es dinero porque es el único bien que puede clasificarse frente a todos los demás bienes.[16] Aquí no se trata la evolución del pensamiento de Mises como tal, sino solo de destacar que existió esa evolución. Está claro que hay ejemplos de incoherencia en el pensamiento  de Mises donde aplica erróneamente, hasta cierto punto, su propia teoría correcta del valor, aunque posteriormente la aplicara correctamente (de manera implícita).[17]

Paralelismos entre planificación capitalista y socialista

Antes de ocuparnos de la cuestión de la naturaleza del argumento de Mises contra la planificación socialista, merece la pena comparar algunos temas comunes en su comprensión de de los sistemas de mercado frente a los antimercado:

En el sistema capitalista de organización económica de la sociedad los emprendedores determinan el curso de la producción. Al realizar esta función están sometidos incondicional y totalmente a la soberanía del público comprador, los consumidores. Si no producen de la manera más barata y mejor posible aquellos productos que los consumidores están pidiendo más urgentemente, sufren pérdidas y son eliminados finalmente de su puesto emprendedor. Les reemplazarán otros hombres que sepan servir mejor a los consumidores. (Mises [1980], p. 108, cursivas añadidas).

Y:

[El director]  debe actuar. Debe elegir entre una infinita variedad de proyectos de tal manera que ningún deseo que él mismo considere más urgente quede insatisfecho porque los factores de producción requeridos para su satisfacción se empleen para la satisfacción de deseos que considere menos urgentes. (Mises [1998], p. 692).

ES interesante señalar el sabor casi neoclásico de estos pasajes, al menos a la vista de la teoría del valor del propio Mises. El problema principal que afrontan ambos emprendedores (descentralizados) y planificadores centralizados tiene poco que ver con el marco de la acción, que requiere que todo actor clasifique las alternativas antes de tomar una decisión. Sin embargo, las diversas alternativas siempre incluyen aquellos bienes ya en posesión de un actor. La pregunta que debe responder cualquier planificador, ya sea capitalista o socialista, es  esta: ¿dónde pone en su clasificación de bienes (fines) sus factores de producción (medios)? El planificador puede preferir automóviles rojos antes que motocicletas azules (o puede creer que quienes van a consumir estas cosas comparten esa preferencia), pero ahora mismo posee factores de producción. Estos factores de producción deben igualmente clasificarse  entre las alternativas concebidas por el planificador, pero como por su naturaleza no satisfacen directamente ningún fin, ¿cómo se comparan frente a bienes que sí satisfacen directamente fines? Está claro que no se trata simplemente de conocimiento.

Pero si el valor fuera una cosa, como sostendría la Escuela Neoclásica, entonces el planificador podría mantener la esperanza en que el valor de los fines podría de alguna manera imputarse de vuelta a los factores usados para producirlos, a partir de lo cual se podrían deducir sus decisiones (acciones) relevantes con respecto a esos factores. Sin embargo no es así. Desde la perspectiva austriaca, la acción y el hecho de la decisión son las bases de la ciencia económica y la acción con respecto a algunos bienes requiere que se compare con acciones alternativas y sus medios/bienes asociados. No hay imputación de valor de productos futuros a factores presentes, porque el valor de estos factores depende del contexto de decisión afrontado por un actor ahora mismo. Así que la pregunta relevante desde un punto de vista austriaco no es cómo afecta el “valor” de los productos finales a la selección de los factores utilizados en la producción, sino más bien una preocupación por cómo es posible ordenar/clasificar esos factores como requisito previo para una acción con dichos factores.

Lo que parece preocupar a Mises es esto: dados los fines de los consumidores, es decir, el grado en que valoran diversos bienes, ¿cómo se producen mejor estos bienes? Él y la mayoría de los demás austriacos creen que la habilidad, presciencia, etc. de los empresarios con ánimo de lucro es la clave, si no la única solución viable. (Podría considerarse esta postura como una especie de doctrina misesiana de la “mano invisible”, en la que una acción de una naturaleza [la búsqueda de beneficio monetario] tiene ramificaciones en una acción de una naturaleza completamente diferente [satisfacción de fines que puede entenderse sin referencia a dinero]). En otras palabras, dejemos que los consumidores “anuncien” (a través de su voluntad de comprar o dejar de comprar) sus preferencias y dejemos luego que los empresarios “descubran” (a través de su búsqueda de beneficio y superioridad relativa a la hora de prever condiciones futuras). La capacidad de los planificadores centrales bajo el socialismo para realizar esto de forma similar es imposible debido a la imposibilidad de cálculo económico en ausencia de relaciones de propiedad privada, de ahí la “imposibilidad” de la organización económica socialista.

Repito, no está realmente claro cómo esta formulación es tan distinta de la postura neoclásica, que vería el problema como uno de maximización de utilidad sometido a ciertas limitaciones físicas y tecnológicas. Estos economistas preguntan: dados los fines de los consumidores, ¿cuál es la mejor manera de satisfacerlos con bienes de orden superior? Tal vez una pregunta mejor sería: ¿cuál es la naturaleza de esos fines que pueden satisfacerse con bienes de orden superior? Aquí nos referimos a la distinción entre fines monetarios y no monetarios explicada antes. Merece la pena investigar la cuestión de la naturaleza del socialismo a la luz de la teoría del valor de Mises.

El cálculo económico y los problemas de socialismo

El problema que afronta la planificación centralizada se explica habitualmente como uno de satisfacción de los fines más valorados (por el consumidor), sin impedir que se alcancen fines todavía más valorados. Ya hemos considerado algunas de las declaraciones de Mises sobre el asunto y declaraciones casi idénticas pueden encontrarse en muchísimos trabajos austriacos.[18] Horwitz (1998) aporta un ejemplo representativo: “la propiedad social de los medios de producción impedía que cualquier agencia planificadora fuera capaz de asignar recursos racionalmente, es decir, de satisfacer los deseos del consumidor utilizando los recursos menos valiosos posibles”. (Advirtamos que el problema no se expresa esencialmente en términos de acción con los bienes de producción —es decir, de medios dirigidos hacia algún fin con una relación entre los dos—, sino más técnicamente en términos de un criterio de eficiencia con respecto a dicho uso).[19][20] Asimismo: “los precios del mercado son representantes socialmente accesibles de las imperfectas evaluaciones subjetivas tanto de consumidores como de productores” (Cursivas añadidas).

O consideremos a Kirzner (1996, p. 150): “Ser incapaces de calcular si merece la pena una posible acción a realizar en la sociedad de mercado, es, después de todo, no conocer la importancia para otros de los bienes y servicios que uno compromete con esa acción y la importancia para otros de los bienes que uno obtendrá de esa acción” (Cursivas originales). Pero si con “importancia”, Kirzner quiere sencillamente referirse a los demás bienes afectados en un intercambio (es decir, se está refiriendo a una clasificación), entonces esta declaración no es terriblemente objetable. Sin embargo, dado el enorme énfasis que ha dado Kirzner a los problemas hayekianos del conocimiento en el curso de su ilustre carrera, parece que tiene alguna otra cosa en mente, que sería que esta “importancia” se relaciona de alguna manera con la importancia psicológica que un actor atribuye a los bienes y a la capacidad del proceso competitivo del mercado de comunicar esa importancia.[21]

Entendiendo el valor de manera misesiana, el problema del cálculo socialista puede verse como el de cómo pueden compararse los resultados de diversas acciones (decisiones), haciendo así posible la realización de ciertas acciones (aquellas que afectan a bienes de orden superior [de producción]). El problema no es el de satisfacer los fines como tales, que no existen aisladamente, sino en comparación con otros fines. Cualquier fin determinado tiene como contraparte necesaria un grupo de otros fines que pueden categorizarse de dos maneras en términos de su realización: aquellos que son considerados menos importantes que el fin en cuestión y aquellos que son considerados más importantes. La pregunta económica principal que afronta un actor es por tanto cómo hacer esta categorización con respecto tanto los bienes de consumo como a los de producción. En resumen, un actor debe necesariamente (si no conscientemente) clasificar bienes en términos de preferencia en el curso de cualquier acción.

Esas clasificaciones concretas son la condición previa necesaria de cualquier acción. (O más bien, entendemos que las acciones reales conllevan esas comparaciones). Pero la comparación de cosas distintas no siempre es posible (en un sentido económico), en cuyo caso el rango de posibles acciones disponibles para un actor podría estar bastante limitado. No podemos hablar del “valor” de una cosa concreta sin hacer referencia a las cosas que hay entre los diversos medios asociados con el marco de fines de un actor, así que cualquier noción de valor extraída del contexto real de la decisión no puede servir como base para una toma económica de decisiones. Así que la pregunta es esta: ¿qué tipo de cosas permiten de por sí (por ejemplo, sin referencia a instituciones) ese tipo de clasificación en todo tiempo y lugar? Está claro que la lista de cosas posibles es bastante limitada: principalmente bienes de consumo y tal vez un número relativamente pequeño de bienes de producción de orden inferior, cuyo lugar apropiado la estructura de producción puede entenderse fácilmente.

Un actor siempre tiene a su disposición varios bienes (su propiedad) que puede emplear al servicio sus fines. Algunos (si no la mayoría) de estos bienes pueden usarse no solo en el logro directo de múltiples fines, sino que también pueden usarse para producir nuevos bienes, que a su vez pueden atender fines directamente. Es decir, muchos de los bienes que poseer un actor pueden adoptar la forma de bienes de consumo o de producción, dependiendo de la manera en que los emplee el actor.

Emplear cualquier bien al servicio de fines requiere dos cosas: que el bien pueda asociarse con algún fin al que pueda servir y que consecuentemente pueda compararse con otros bienes a la vista de esos fines. De esta manera, un actor puede comparar el empleo del bien en cuestión con su no empleo (es decir, el empleo de otros bienes). Entendemos que la acción conlleva una parte observable y una no observable, pero necesariamente existente (ver Hülsmann [1999]).

Las acciones con los bienes de consumo manifiestan abiertamente este aspecto contrafactual de la acción. Esos bienes pueden asociarse directamente con fines y por tanto compararse entre sí en términos de empleo y no empleo. Las acciones con los bienes de producción son esencialmente diferentes. Esos bienes no pueden ni asociarse directamente con los fines ni compararse con otros bienes en términos del logro de fines. El empleo de un bien de producción requiere que el actor evalúe las consecuencias de su no empleo. Pero este no empleo solo puede significar que un actor emplea un bien de consumo u otro bien de producción en su lugar. En cualquier caso, estos cursos alternativos de acción no permiten la comparación ni la consiguiente clasificación frente al bien original de producción. La razón no está en las deficiencias del conocimiento. Más bien la imposibilidad de comparación se debe a la esencia de los bienes de producción: los bienes de producción producen otros bienes y toda esa producción debe emplearse al menos en una acción más por parte del actor para satisfacer algún fin concreto. Los bienes de consumo por el contrario no requieren nada más que una acción para lograr algún fin.

En esencia, los bienes de producción no permiten la “encapsulación” de acciones como hacen los bienes de consumo, de ahí la incapacidad de clasificar los bienes de producción en órdenes muy alejados de la etapa final de consumo. Cualquier acción presupone la capacidad de comparar dos cosas: la acción a realizar y las acciones que podrían realizarse en su lugar. En la media en que cualquier acción con un bien de producción compromete, por decirlo así, a un actor para acciones subsiguientes, las acciones con los bienes de producción no son comparables con acciones, o con otros bienes de producción, o incluso con bienes de consumo. La razón, repetimos, es que cualquier empleo concreto de un bien de producción conlleva o implica una serie de acciones heterogéneas y solo pueden compararse acciones homogéneas (como aquellas que satisfacen directamente algún fin). Las acciones con bienes de producción requieren por tanto algún tipo de representación en términos de bienes de consumo, de forma que sean posibles estas comparaciones homogéneas. El sistema de precios, basado en los derechos de propiedad privada de todos los bienes y el consiguiente intercambio de dichos bienes, permite precisamente esa representación.

Así podemos ver la distinción entre un cálculo del precio que permite acciones con bienes de orden superior (de producción) y un cálculo de valor (neoclásicos). Un concepto es altamente dependiente de una institución (es decir, no puede existir sin la institución de la propiedad privada), mientras que el otro no lo es (es principalmente un asunto de limitaciones de psicología y conocimiento). (Decir que el conocimiento necesario para determinar algo solo puede existir bajo ciertas instituciones equivale a decir que estas instituciones son un medio para adquirir ese conocimiento, no un determinante o actualizador de la cosa en cuestión, una diferencia importante). Como puede verse de los pasajes aquí citados, esta distinción crítica no siempre se deja clara en mucho del trabajo austriaco.

Así que probablemente no resulta sorprendente que en el llamado debate[22] de la “deshomogeneización” con respecto al grado de afinidad entre las opiniones de Mises y Hayek sobre el proceso del mercado (y los defectos del socialismo), el bando hayekiano parezca verdaderamente perplejo por que deba haber algún debate en absoluto, a pesar del amplio reconocimiento de que Mises y Hayek eran pensadores muy distintos sobre diversos otros temas. Parece razonable suponer, en el bando misesiano, una comprensión y énfasis en la distinción entre un cálculo del valor y un cálculo del precio (y la dependencia de este último de un sistema de propiedad privada en los bienes de orden superior) se haya visto oscurecido por una apelación a las afirmaciones de Mises sobre el cálculo que no dejan adecuadamente claros estos puntos. Por tanto, es razonable que los hayekianos, apelando a esas mismas afirmaciones al tiempo que compartiendo un concepto wieseriano del valor (que heredó Hayek; ver Salerno [2003]), objeten que no hay ninguna tensión entre ambos.[23]

Una reformulación

Desde el punto de vista de la economía misesiana, una formulación más apropiada sería la siguiente: un bien puede ser el objeto de alguna acción solo si puede compararse de alguna manera frente a los bienes que un actor ya tenga en su posesión, de manera que pueda establecerse una relación de preferencia (ordenación). La acción implica decisión, o más bien se manifiesta a través de la decisión. Sin embargo, la decisión presupone una comparación de alternativas o la capacidad de comparar.

Con respecto a los bienes de consumo, las acciones son siempre posibles porque dichos bienes sirven directamente a fines y por tanto pueden compararse entre sí. En particular, un actor siempre puede comparar los bienes de consumo que tiene con aquellos bienes de consumo que no tiene pero podría tener si intercambiara un tipo por el otro. Ese curso de acción es imposible con respecto a los bienes de producción, ya que dichos bienes solo sirven indirectamente a fines (a través de los bienes de consumo que podrían crearse mediante su uso) y por tanto no pueden clasificarse entre sí.[24] Por tanto no serían posibles las acciones con respecto a dichos bienes, salvo que haya alguna disposición institucional que permitiera que dichos bienes se representaran como bienes que pudieran compararse. La institución de la propiedad privada es precisamente esa institución que permite una representación de todos los bienes en términos de una unidad homogénea (dinero), de manera que todos los bienes puedan compararse coherentemente en términos de cálculos de pérdidas y ganancias proyectadas/evaluadas a través de sistema de precios. En la medida en que la institución de la propiedad privada es la esencia de los sistemas de mercado y está por naturaleza ausente de los sistemas socialistas, la viabilidad de acciones con respecto a cualquier bien se considera presente en el primer sistema y ausente en el segundo.

Por otra parte, como la acción emprendedora se dirige a la satisfacción de los mayores fines monetarios de los consumidores y no a fines en un sentido psicológico y como el sistema de precios del mercado es un todo integrado que abarca tanto bienes de consumo como de producción, de esto se deduce que los sistemas de “socialismo de mercado” están igualmente condenados al fracaso. Los precios de los bienes de consumo no existen en un vacío de precios para bienes de producción: todos los participantes en el mercado interpretan un doble papel en sus compras de bienes de consumo y sus compras de diversos valores, incluyendo préstamos a empresarios. Esas compras afianzan el sistema de precios en todos los bienes y por tanto no permiten la separación estricta de precios de bienes de consumo y precios de bienes de producción. Así que tiene poco sentido hablar de un mercado “libre” para los bienes de consumo y de propiedad “pública” para bienes de producción. Tiene todavía menos sentido hablar de lograr los mayores fines monetarios de los consumidores en un régimen así, que es justamente lo que los planificadores están presuntamente tratando de hacer bajo un sistema socialista de mercado.

Conclusiones

En la economía misesiana, el valor no es una cosa o entidad, sino una relación ordenadora entre aquellos bienes que son los objetos una decisión real. Como tal, el valor no puede ser imputado de un bien a otro, ni siquiera si hay una relación causal en términos de posibilidades de producción entre los dos bienes. Es por esta razón por la que la imputación de precios es necesaria para acciones con ciertos bienes, que son los bienes de producción, con los que no se pueden asociar directamente los fines. Este entendimiento del valor está en conflicto con las explicaciones austriacas comunes (realizadas por el propio Mises) del proceso de mercado, a través del cual los actores con beneficios satisfacen los bienes más altamente valorados (del consumidor) y los actores con pérdidas satisfacen fines menos valorados. Este trabajo ha tratado de señalar este conflicto y defender que la distinción entre un cálculo neoclásico del valor y un cálculo austromisesiano de precios sea más aguda en las defensas austriacas del mercado y sus críticas al socialismo.

Referencias

Boettke, Peter J., 1998, “Economic Calculation: The Austrian Contribution to Political Economy”, Advances in Austrian Economics, 5.

Bostaph, Samuel, 2003, “Wieser on Economic Calculation under Socialism”, Quarterly Journal of Austrian Economics, 6, 2.

Costea, Diana, 2003, “A Critique of Mises’s Theory of Monopoly Prices”, Quarterly Journal of Austrian Economics, 6, 3.

Gertchev, Nikolay, 2004, “Dehomogenizing Mises’ Monetary Thought”, Journal of Libertarian Studies, 18, 3.

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El artículo original se encuentra aquí.

[1] No nos ocuparemos aquí del hecho de que, para muchos seguidores de Hayek, Hayek y Mises no solo están diciendo esencialmente lo mismo (acerca de los problemas a los que se enfrenta el socialismo y más en general acerca de la esencia del sistema de mercado), sino que deben estar de acuerdo. Ese proyecto sería una contribución interesante (e importante) a la sociología de la Escuela Austriaca.

[2] Frente a la teoría relacional austriaca del valor, podemos referirnos a la concepción neoclásica como una teoría sustancial del valor, ya que en este marco el valor es una cosa, extendida desde un ser humano hacia la cosa a valorar.

[3] Salerno (2004) ofrece una buena cita: “Como ha señalado Guido Hülsmann, es imposible que una persona ‘valore’ un solo objeto, ya que todos los valores son relativos”.

[4] La explicación posterior de Rothbard (2004, Cap. 6) de un asunto importante posterior (la naturaleza de la imputación de los precios y su centralidad para ciertas acciones) es igualmente indispensable.

[5] Como Wieser (ver la ilustradora explicación en Salerno [2003], y también en Bostaph [2003]).

[6] Cursivas añadidas.

[7] Cursivas añadidas.

[8] Expresado heurísticamente, el valor de un bien no es, por ejemplo, “dos”, sino más bien segundo, es decir, se juzga como inferior a algún bien pero superior a todos los demás. Lo que pasa es que hablar de valor conlleva necesariamente hablar de un orden y ninguna representación de utilidad como las que se usan en el neoclasicismo puede alterar este hecho. Para una crítica de la teoría neoclásica de la utilidad como algo que no puede ir más allá de lo que implican sus premisas, ver Mahoney (2000). En la misma línea, podríamos decir que lo que distingue a los misesianos de los neoclasicistas es algo gramatical: estos últimos ven al “valor” como un nombre (por ejemplo, cuál es el valor de este bien), mientras que los primeros lo ven como un verbo (por ejemplo, un actor valora esté bien en relación con otros bienes).

[9] En un sentido económico relativamente estrecho, no en uno sociológico más amplio. Esta afirmación económica no es estrictamente cierta en una economía que use dinero, porque en la medida en que el precio de cualquier bien depende de las valoraciones de todos los participantes del mercado, la clasificación por un actor de un bien de consumo depende necesariamente de las valoraciones de esos otros actores. (Debo este apunte al profesor Guido Hülsmann).

[10] Ver nota al pie número 2.

[11] “Otros” en el sentido de físicamente distintos, pero idénticos en el sentido de que podrían producir tanto el bien A como el B.

[12] Estoy en deuda con el profesor Guido Hülsmann por dirigir mi atención a este ensayo.

[13] Mises (1981b), p. 119, citado en Gertchev (2004; cursivas añadidas).

[14] Es decir, una comparación: un juicio de valor en relación con otros bienes.

[15] Mises (1998), p. 400, citado en Gertchev (2004; cursivas añadidas).

[16] Dejamos aparte de la cuestión de qué es lo que distingue exactamente a un medio (general) de intercambio del dinero. Es decir, no investigamos si el hecho de que solo el dinero pueda ser clasificado frente a todos los demás bienes deriva realmente, como sostenía Menger, del hecho de facilitar el intercambio. Una concepción alternativa sería que el cálculo, el lugar de ser un subproducto del dinero existente, es en realidad el impulso real para la aparición del dinero como algo distinto de un medio de intercambio. Ver Mahoney (2005).

[17] Para aquellos lectores a los que les gusten las discusiones en los blogs, se ha afirmado recientemente que hay ambigüedades en la traducción del artículo original de Mises de 1920 sobre el socialismo, entre concepciones ordinales y cardinales de valor. Ver “Mistake in Translation of Mises’ Economic Calculation”, de Mateusz Machaj, en http://blog.mises.org/blog/. Es interesante señalar que algunas de las contrarréplicas a estas afirmaciones ven en su subjetividad la esencia del valor, no en su estatus como una clasificación frente a una entidad.

[18] Deberíamos señalar asimismo que, en un contexto ligeramente distinto pero relacionado, la importante contribución de Hülsmann (2002) señala que la explicación austriaca estándar del interés mezcla dos conceptos distintos: la preferencia temporal como una relación (de valor) entre la materialización de objetivos en diferentes momentos en el tiempo y las diferencias monetarias entre factores y productos, un error similar en naturaleza a la asociación de fines mejor clasificados con líneas más rentables de producción.

[19] Consideremos el comentario de Lange sobre el argumento de Mises: “[Precio] puede significar precio en sentido ordinario, es decir, la tasa de intercambio de los productos en un mercado, o puede tener el sentido generalizado de ‘términos en los que se ofrecen alternativas’. Solo son precios en el sentido generalizado de que son indispensables para resolver el problema de la asignación de recursos (…) Pero el profesor Mises parece haber confundido los precios en el sentido más estrecho (…) con los precios en el sentido más amplio de ‘términos en los que se ofrecen alternativas’”. (Citado en Horwitz, 1998). Parece claro que Lange apela a la posibilidad de un cálculo de valor para salvar al socialismo, de forma que el problema no es realmente de teoría del equilibrio general, como afirma Horwitz.

[20] En varios ensayos importantes, Salerno hace una distinción contundente entre el cálculo misesiano de precios y el cálculo neoclasicista del valor con su concepto e evaluación. Sin embargo, incluso en estos trabajos se pueden encontrar declaraciones que parecen considerar los dos asuntos como una relación de representación, sirviendo el primero como un sustitutivo superior para el segundo. Consideremos: “[la demostración misesiana de la imposibilidad lógica del socialismo] se refiere a la falta de procesos de mercado genuinamente competitivos y sociales en los que todos y cada uno de los tipos de recursos escasos reciben una valoración objetiva y cuantitativa de precios en términos de un común denominador reflejando su importancia relativa para atender preferencias (previstas) del consumidor” (Salerno [1994], cursivas añadidas).

[21] Puede plantearse una objeción similar contra Boettke (1998), que habla de “precios monetarios reflejando la escasez relativa de bienes de capital” en el curso de una defensa de la inherente compatibilidad del cálculo misesiano y los problemas hayekianos del conocimiento. (Cursivas añadidas).

[22] A Salerno (1990, 1993) se le atribuye principalmente el inicio de este debate; ver también el importante artículo de investigación de Rothbard (1997). De hecho parece que el trabajo de Salerno sobre este tema (bien conocido para Rothbard en 1992) tuvo el efecto bastante impresionante de impulsar la Rothbard a identificar la esencia de la escuela austriaca en la aproximación praxeológica de Mises, un enfoque que siguió Rothbard en buena parte de su obra posterior. (Comunicación privada con el profesor Joseph Salerno, facilitada por el profesor Guido Hülsmann).

Este debate ha generado una enorme literatura en los círculos austriacos. Ver las referencias en Hülsmann (1997), uno de los mejores ensayos sobre el tema. Ver también la magnífica explicación en Kinsella (1999) sobre la cuestionable relevancia que tienen los problemas del conocimiento para un problema esencial de la ética: los conflictos que aparecen debido a la escasez y su resolución a través del establecimiento y reconocimiento de derechos de propiedad.

[23] Es menos razonable que a muchos eminentes hayekianos se parezca preocuparles el hecho de que haya un debate en absoluto con respecto a la cuestión de la tensión.

[24] Al menos no comparados como bienes de producción. Un bien concreto que pueda usarse tanto como bien de producción como como bien de consumo podría compararse, pero sólo eliminando su naturaleza como bien de producción.

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