“Si no se aprovecha toda la capacidad de las factorías productoras de hierro y acero, de las minas de cobre y de las explotaciones madereras, ello acontece porque no hay en el mercado compradores suficientes para adquirir la totalidad de su producción a precios rentables que cubran los costes”, escribía Ludwig von Mises en La acción humana.[1]
La obsesión por el acero del presidente Mao
En su primer Plan Quinquenal (1953-57) y el Gran Salto Adelante (1958-60), el presidente Mao dirigió a la China comunista hacía la producción de industria pesada. Estaba obsesionado con la producción de acero como medida de la superioridad de una nación y por tanto dirigió a la población de China a producir tanto acero como fuera posible.
De 1952 a 1957 se triplicó la producción de acero, pero
esto se consideró insuficiente y durante el GSA el acero se convirtió en una obsesión que consumía todo el tiempo disponible y se movilizó a todo el país para cumplir con este objetivo, a pesar de la retórica del “desarrollo simultáneo de la industria y la agricultura”.[2]
Durante el Gran Salto Adelante, los chinos recurrieron a pequeñas ferrerías para aumentar aún más la producción de acero, utilizando cualquier combustible sobre el que pusieran sus manos, incluyendo la madera de puertas, muebles y ataúdes. Fundieron objetos personales, como utensilios de cocina y bicicletas cuando se quedaron sin mineral de hierro. Los metales producidos por esos métodos eran malos e inútiles para la construcción. En algunas regiones el contenido metálico no era ni siquiera acero, sino hierro en bruto de baja calidad.
Las consecuencias de la obsesión de Mao por el acero fueron más allá de la simple producción de baja calidad: un coste mortal en decenas de millones de personas muertas por hambre debido a la falta de producción de comida o muertos o trabajando hasta la muerte para el estado.
Producción de acero y cálculo económico
Esas terribles consecuencias se evitan en las economías de mercado porque la producción de bienes, incluyendo los bienes de capital, está estrictamente regulada por la demanda de los consumidores. La producción de un bien solo es rentable en la medida en que los ingresos excedan los costes de producción, dependiendo ambas cosas de la demanda de consumo.
Los ingresos son evidentemente dependientes de lo que los consumidores están dispuestos a pagar por ciertas cantidades de un bien, pero los costes de producción también son totalmente dependientes de la demanda de consumo. Los precios de los factores de producción aumentan hasta su producto ingreso marginal descontado anticipado (PIMDA), es decir, el ingreso extra que el emprendedor espera ser capaz de ganar debido al empleo del factor, teniendo en cuenta la preferencia temporal. Y por supuesto este ingreso extra depende del consumidor.
Para aumentar la producción de un bien, los factores específicos de producción deben desviarse de otras líneas de producción, el precio ofrecido debe exceder el PIMDA del factor que otros emprendedores creen que es.
Forzar a todo un país a redirigir casi todos los esfuerzos y recursos productivos hacia la producción de acero significa que los costes de producción aumentarán a niveles excesivos al desviarse los factores de usos cada vez más importantes. La producción perdida de otros bienes se toma automáticamente en cuenta en la economía de mercado en la que los empresarios se basan en el cálculo económico para tomar decisiones de producción. Sin precios del mercado, como en la China de Mao, esos mecanismos economizadores están ausentes.
Trump sigue el ejemplo de Mao
La razón por la que hoy esto es importante es porque Trump ha prometido “acciones inmediatas” contra las importaciones de acero (importaciones de acero desde China, casualmente), presumiblemente para mostrar el “poder industrial” estadounidense, según este artículo. Trump también cree que actuar contra las importaciones proporcionará “una fuente de trabajos industriales bien pagados”. Mao habría estado orgulloso.
En abril, como una treta inteligente para justificar nuevas medidas proteccionistas, Trump dio instrucciones a su administración de investigar las implicaciones para la seguridad nacional de la importación de acero. Ahora mismo se espera que en cualquier momento se haga algún anuncio acerca del resultado de esta farsa.
El acero no es una gran fuente de empleo
Esto llega al mismo tiempo en que los comentaristas económicos están inquietos con respecto a que los trabajadores sean desplazados por la automatización en muchos sectores. La producción de acero no es inmune: una fábrica concreta en Austria necesita “solo 14 empleados para fabricar 500.000 toneladas de fuerte cable de acero al año”. Por supuesto, esto no incluye toda la mano de obra requerida en las primeras etapas de la producción. La tendencia en todo caso es magnífica, aunque la opinión mayoritaria sea que es algo malo.
Los que se lamentan no parecen entender que una mayor productividad en un sector libera recursos y trabajadores para otros sectores y, como una mayor productividad significa mayores salarios reales, también aumentará la demanda de bienes y servicios. Parecen tener una visión apocalíptica insensata de un futuro completamente automatizado con grandes pilas de bienes valiosos por todas partes, pero de los cuales nadie puede disfrutar porque nadie tiene un trabajo. Invito a los preocupados a conocer el sencillo análisis de oferta y demanda y la Ley de Say.
Las innovaciones tecnológicas que desplazan trabajadores son estupendas, porque puede aumentar la producción total de todos los bienes, no solo de los bienes en el sector recientemente mejorado. O, ya que también disfrutamos de tiempo de ocio, significa que nuestras jornadas laborales pueden hacerse más cortas sin sacrificar nuestras vidas. Por supuesto, todos los cambios en la economía requieren cierta de ordenación de recursos y en el caso de los trabajadores temporalmente desplazados ese puede ser un proceso difícil (especialmente si esos trabajadores tienen que superar y orientarse a través de intervenciones en el mercado laboral). Pero los efectos positivos de la mayor productividad innegablemente excluyen cualquier propuesta de detener u obstaculizar dichas mejoras mediante el poder del gobierno.
Los consumidores deberían determinar cuánto acero producir
Incluso Mao habría dado la bienvenida a la tecnología para aumentar la producción de acero, aunque significara que las pequeñas ferrerías ya no fueran necesarias para producirlo (suponiendo que pudiera conseguir mágicamente esto sin precios de mercado). Aquellos trabajadores podrían haberse dirigido a la agricultura y tal vez millones de personas no habrían muerto de hambre. Sin embargo, la tecnología nunca hará que el socialismo funcione. Sin precios de mercado, incluso sociedades altamente tecnificadas como las que se ven en Star Trek o La guerra de las galaxias solo pueden funcionar en la ficción. La tecnología solamente nos permite producir más. Decidir qué producir, en qué cantidades, usando qué recursos y toda la multitud de decisiones de producción requieren precios de mercado y cálculo económico.
Hemos retrocedido a obsesionarnos con la producción nacional de acero, usando el poderío industrial, la seguridad nacional y los empleos como justificación, pero las tres cosas con endebles con lo que pueden lograr el comercio y las economías de mercado. Ni Trump ni Mao pueden remplazar la soberanía del consumidor sobre la producción.
Los verdaderos jefes, en el sistema capitalista de la economía de mercado, son los consumidores. Estos, comprando y absteniéndose de comprar, deciden quién debería poseer el capital y dirigir las fábricas. Determinan qué debería producirse y en qué cantidad y de qué calidad. Sus actitudes generarán pérdidas o ganancias para el empresario. Hacen ricos a los pobres y pobres a los ricos. No son jefes sencillos.[3]
El artículo original se encuentra aquí.
[1] P. 683.
[2] Alfred L. Chan, Mao’s Crusade, p. 158.
[3] Ludwig von Mises, Bureaucracy, pp. 20–21. [Burocracia].