[Extraído de The Origins of the Federal Reserve]
Cualquier reforma legislativa tenía que esperar a las elecciones de 1898, pues las fuerzas del oro aún no controlaban el Congreso. En otoño, el comité ejecutivo de la Comisión Monetaria de Indianápolis movilizó sus fuerzas, llamando a no menos de 97.000 corresponsales en todo el país, a quines les había distribuido el informe preliminar. El comité ejecutivo pidió a los electores elegir un Congreso pro patrón oro; cuando las fuerzas del oro aplastaron a los “platistas” en noviembre, los resultados de la elección fueron alabados por Hanna como muy satisfactorios.
El camino estaba pues abierto para que l administración McKinley presentara su propuesta y el Congreso que se reunió en diciembre de 1899 aprobó rápidamente la medida; más tarde el Congreso aprobó el informe de la conferencia en el Acta del Patrón Oro en marzo de 1900.
Los reformadores de la moneda lo habían conseguido. Es bien conocido que el Acta del Patrón Oro dictaba un solo patrón oro, sin retención de moneda de plata salvo como moneda representativa. Menos conocidas son las cláusulas que empezaron la marcha hacia una moneda más “elástica”. Como había sugerido Lyman Gage en 1897, los bancos nacionales, previamente confinados a las grandes ciudades, eran ahora factibles con pequeñas cantidades de capital en pueblos pequeños y áreas rurales.
Y se hizo mucho más fácil emitir billetes por parte de los bancos nacionales. El objeto de estas cláusulas, como escribió un historiador, era satisfacer una “demanda mayor de dinero en tiempos de cosecha y atender las reclamaciones populares de ‘más dinero’ estimulando la creación de bancos nacionales en regiones comparativamente subdesarrolladas” (Livingston 1986, p. 123).
Los reformadores estaban exultantes con la aprobación del Acta del Patrón Oro, pero siguieron el guión de que éste era sólo el primer paso en el muy necesario camino hacia la reforma fundamental de la banca. Así, el Profesor Frank W. Taussig, de Harvard, se felicitaba por el acta y alababa la aparición de una nueva línea social e ideológica generada por la “fuerte presión de la comunidad empresarial” a través de la Convención Monetaria de Indiana. Particularmente dio l bienvenida al hecho de que el Acta del Patrón Oro “trata a los bancos nacionales, no como corporaciones avariciosas y peligrosas, sino como instituciones útiles que merecen el cuidado del legislador”.
Pero ese tierno cuidado legislativo no era suficiente: se necesitaba una reforma bancaria fundamental. Pues, según declaraba Taussig, “los cambios en la legislación bancaria no son como para hacer posible una expansión considerable del sistema nacional o permitir que preste a la comunidad el máximo servicio que puede dar”. En resumen, los cambios permitirían una mayor expansión del crédito bancario y la oferta de dinero. Por tanto Taussig (1990, p.415) concluía “Es prácticamente seguro que el Congreso acabe teniendo que considerar de nuevo remodelar más el sistema bancario nacional”.
De hecho, el Acta del Patrón Oro fue sólo el pistoletazo de salida para el movimiento de reforma bancaria. Tres amigos y periodistas financieros, dos de ellos de Chicago, iban a desempañar un papel importante en el desarrollo de ese movimiento. Charles A. Conant, nacido en Massachusetts (1861-1915), destacado historiador bancario, escribió su A History of Modern Banks of Issue en 1896, cuando aún era un corresponsal en Washington del New York Journal of Commerce y editor del Bankers Magazine. Después de su tiempo trabajando en relaciones públicas y cabildeando para la Convención de Indianápolis, Conant se mudó a Nueva York en 1902 para convertirse en tesorero de la Morton Trust Company, del bando de los Morgan.
Los dos de Chicago, ambos amigos de Lyman Gage, estaban, junto con Gage, en el entorno de Rockefeller: Frank A. Vanderlip fue elegido por Gage, como secretario asistente, y cuando Gage dejó el cargo, Vanderlip vino a Nueva York como máximo ejecutivo del banco comercial insignia de los intereses de los Rockefeller, el National Citi Bank of New York.
Entretanto, el íntimo amigo y antiguo mentor de Vanderlip en en Chicago Tribune, Joseph Frech Johnson, también se había mudado al este para convertirse en profesor de finanzas en la Wharton School de la Universidad de Pennsylvania. Pero en cuanto se aprobó el Acta del Patrón Oro Joseph Johnson hizo sonar las trompas reclamando una reforma más fundamental.
El Profesor Johnson decía claramente que el sistema existente de papel bancario era débil y no “respondía a las necesidades del mercado del dinero”, es decir, no proporcionaba una cantidad suficiente de dinero. Como el sistema bancario nacional era incapaz de atender esas necesidades, opinaba Johnson, no hacía razón para seguir con él. Johnson consideraba al sistema bancario de EEUU como el peor del mundo y señalaba el magnífico sistema de banca central que existía en Gran Bretaña y Francia.[1]
Pero no existía aún un sistema así de banca centralizada en Estados Unidos: “En Estados Unidos, sin embargo, no hay ninguna institución de negocio y ni grupo de grandes instituciones, en el que el propio interés, la responsabilidad y el poder se unan y conspiren naturalmente para la protección del sistema monetario frente a complicaciones”.
En resumen, había demasiada libertad y descentralización en el sistema. En consecuencia, nuestro masivo sistema de créditos de depósitos “tiembla siempre que los cimientos se ven alterados”, es decir, siempre que los pollos de la expansión inflacionista del crédito vienen a casa a posarse con demandas de efectivo u oro. El resultado de la inelasticidad del dinero y de la imposibilidad de la cooperación interbancaria, opinaba Johnson, era que estábamos en peligro de perder oro en el exterior, justo cuando se necesitaba el oro para sostener la confianza en el sistema bancario nacional (Johnson 1900, pp. 497f).
Después de 1900, la comunidad bancaria se dividió en la cuestión de la reforma, prefiriendo el estatus quo los banqueros pequeños y rurales. Pero los grandes banqueros estaban encabezados por A. Barton Hepburn del Chase National Banl, de Morgan, que redactó una propuesta como jefe de una comisión de la American Bankers Association y la presentó a finales de 1901 al representante de New Jersey Charles N. Fowler, presidente del Comité de Banca y Moneda de la Cámara, que había presentado una de las propuestas que había llevado al Acta del Patrón Oro. La propuesta de Hepburn fue aprobada en el comité en abril de 1902 como Propuesta Fowler (Kolko 1983, pp. 149-150).
La Propuesta Fowler contenía tres cláusulas básicas. La primera permitía una mayor expansión de los billetes de banco nacionales basándose en activos más amplios que los bonos públicos.
La segunda, favorita de los grandes bancos, era permitir que los bancos nacionales establecieran sucursales en el interior y el exterior, un paso ilegal bajo el sistema existente debido a la feroz oposición de los pequeños banqueros nacionales. Aunque la banca de sucursales es consecuente con un libre mercado y ofrece un sistema sensato y eficiente de pedir auxilio a otros bancos, a los grandes bancos les interesaba poco esta banca de sucursales si no iba acompañada de la centralización del sistema bancario.
Tercero, la propuesta Fowler proponía crear un consejo de control de tres miembros dentro del Departamento del Tesoro para supervisar la creación de los nuevos billetes bancarios y establecer cámaras de compensación en asociación bajo su égida. Esta propuesta estaba pensada como el primer paso hacia el establecimiento de un banco central real (Livingston 1986, pp. 150-154).
Aunque no podían controlar la American Bankers Association, la multitud de banqueros rurales, levantada en armas contra la propuesta de competencia de los grandes bancos en forma de sucursales, hizo una enorme presión en el Congreso y se las arregló para acabar con la Propuesta Fowler en la Cámara durante 1902, a pesar de los manejos del comité ejecutivo y el personal de la Convención Monetaria de Indianápolis.
Con la derrota de la Propuesta Fowler, los grandes banqueros decidieron establecerse objetivos más modestos por el momento. El Senador Nelson W. Aldrich, de Rhode Island, líder perenne de los republicanos del Senado de EEUU y hombre de Rockefeller en el Congreso, [2] remitió la Propuesta Aldrich al año siguiente, que permitiría a los grandes bancos nacionales de Nueva York emitir “moneda de emergencia” basada en bonos municipales y de ferrocarriles. Pero incluso esta propuesta fue derrotada.
En los escaños traseros del Congreso, los banqueros decidieron reagruparse y dirigirse temporalmente al ejecutivo. Anunciando una colaboración posterior más compleja, dos poderosos representantes de los intereses bancarios de Morgan y Rockefeller se reunieron con el Superintendente Bancario William B. Ridgley en enero de 1903, para tratar de persuadirle de que restringiera, mediante orden administrativa, el volumen de los préstamos de los bancos rurales en el mercado monetario de Nueva York.
Los dos hombres de Morgan en la reunión eran el propio J. P. Morgan y George F. Baker, el mejor amigo de Morgan y socio en el negocio bancario.[3] Los dos hombres de Rockefeller fueron Frank Vanderlip y James Stillman, desde hacía tiempo presidente del consejo del National City Bank.[4] La íntima alianza Rockefeller-Stillman se cimentó con el matrimonio de las dos hijas de Stillman con los dos hijos de William Rockefeller, hermano de John D. Rockefeller y miembro por mucho tiempo del National City Bank (Burch 1981, pp. 134-135).
La reunión con el superintendente no dio fruto, pero sin embargo pasó el relevo al propio secretario del tesoro, Leslie Shaw, anterior ejecutivo presidencial en la segunda Convención Monetaria de Indianápolis, a quien el Presidente Roosevelt había nombrado para sustituir a Lyman Gage. El inesperado y repentino cambio de McKinley por Roosevelt en la presidencia significó mucho más que un cambio de personas: significó un cambio fundamental de una administración dominada por los Rockefeller a una dominada por los Morgan. El cambio de Shaw por Gage fue uno de los muchos reemplazos de Morgan por Rockefeller.
Sin embargo, en materia bancaria, los Rockefeller y los Morgan eran del mismo bando. El Secretario Shaw intentó continuar y extender los experimentos de Gage al tratar de hacer que el Tesoro funcionara como un banco central, particularmente al realizar compras de mercado abierto en recesiones y al usar depósitos del Tesoro para estimular a los bancos y expandir la oferta monetaria.
Shwa violaba la institución reglamentaria de un Tesoro independiente, que había tratado de limitar sus propios fondos a los ingresos y gastos del gobierno. En su lugar, extendió la práctica de depositar fondos del tesoro en grandes bancos nacionales favorecidos por él. De hecho, incluso los reformistas bancarios denunciaron el depósito de fondos del Tesoro en bancos favorecidos por rebajar artificialmente los tipos de interés y llevar a una expansión artificial del crédito. Además, cualquier déficit público llevaría evidentemente al caos a un sistema dependiente de la captación de nuevos ingresos públicos.
En general, los reformistas estaban de acuerdo con el veredicto del economista Alexander Purves, de que “la incertidumbre referida al poder de Secretario de controlar los bancos con decisiones y órdenes arbitrarias, y el hecho de que en algún momento futuro el país pueda tener una desgracia como funcionario jefe del Tesoro (…) ha llevado a muchos a dudar de que sea inteligente” utilizar el Tesoro como una especie de banco central (Livingston 1986, 156; Burch 1981, pp. 161-162).
En su último informe anual de 1906, el Secretario Shaw reclamaba que se le diera poder total para regular todos los bancos de la nación. Pero el juego había terminado y para entonces estaba claro para los reformadores que las manipulaciones de Shaw, como las de Gage, como protobanco central había fracasado. Era el momento de emprender una lucha para una revisión legislativa esencial del sistema bancario estadounidense, para ponerlo bajo el control de una banca central.[5]
[1] Joseph French Johnson (1900, pp. 482–507). Sin embargo Johnson lamentaba el único defecto en el ungüento del Banco de Inglaterra: el remanente del Acta de Peel de moneda fuerte de 1844 que ponía restricciones a la cantidad de papel bancario emitido (ibid., p. 496).
[2] Nelson W. Aldrich, que entró en el Senado como mayorista moderadamente rico y lo abandonó años después multimillonario, era el suegro de John D. Rockefeller, Jr. Su nieto y tocayo, Nelson Aldrich Rockefeller, fue posteriormente vicepresidente de Estados Unidos y cabeza de la rama “liberal corporativa” del Partido Republicano.
[3] Baker encabezaba el First National Bank of New York, dominado por Morgan y fue director en prácticamente todas las empresas importantes de Morgan, incluyendo: Chase National Bank, Guaranty Trust Company, Morton Trust Company, Mutual Life Insurance Company, AT&T, Consolidated Gas Company of New York, Erie Railroad, New York Central Railroad, Pullman Company y United States Steel. Ver Burch (1981, pp. 190, 229).
[4] Sobre la reunión, ver Livingston (1986, p. 155).
[5] Sobre las manipulaciones de Gage y Shaw, ver Rothbard (1984, pp. 94–96) y Friedman y Schwartz (1963, pp. 148–156).