El servicio militar normalmente se justifica con apelaciones a valores como patriotismo, servicio público y “compartir las cargas”. Eso en tiempo de paz. Por supuesto, en tiempo de guerra el estado afirma que el servicio militar es necesario para conseguir el personal necesario para la victoria militar.
Los defensores del servicio militar tienen listas todas estas afirmaciones, por si acaso. Estados Unidos, por supuesto, en realidad nunca ha abandonado el servicio militar y continúa manteniendo el Servicio Selectivo, por si acaso.
¿El servicio militar es bueno para la economía?
Pero a veces se llega a afirmar que el servicio militar es una herramienta para el desarrollo económico.
En el último intento de hacer el servicio militar más popular entre los políticos, Elizabeth Braw, del Atlantic Council, anunciaba esta semana en el Finacial Times que los beneficios del servicio militar son “económicos además de militares”.
Braw procede a argumentar que, aunque muchos jóvenes podrían “ver el servicio militar como una carga”, el estado está sin embargo justificado para obligarles a prestar el servicio militar por su propio bien. Según Braw, la servidumbre involuntaria en el ejército “ayuda a sus carreras” y como “el servicio militar desarrolla habilidades generales” estas son útiles “en cualquier sector, como adaptación gestión y habilidades sociales”.
Braw incluso llega a calificar al servicio militar como “inversión” de la manera que los políticos a favor de los impuestos han llamado a los aumentos de estos como “inversiones” en años recientes.
Este doble lenguaje de tipo orwelliano probablemente suene impresionante a algunos políticos en busca de palabras económicas que suenen a técnicas que les ayuden a justificar la reintroducción del servicio militar. Sin embargo, cuando los gobiernos obligan a la gente a prestar el servicio militar y confiscan el 100% de su trabajo durante un periodo de años, no es más que un impuesto más y una carga regulatoria más. Como señalé en un artículo titulado “Servicio militar y otros impuestos draconianos”:
“El servicio militar es esclavitud”, escribía en 1973 Murray Rothbard y, aunque el servicio militar temporal es evidentemente mucho menos malo (suponiendo que se sobreviva al plazo de servicio) que muchas otras formas de esclavitud, es sin embargo un impuesto de casi el 100% de la producción del mente y cuerpo propios. Si se trata de escapar de este confinamiento en su cárcel militar a cielo abierto, se afronta encarcelamiento o incluso ejecución en muchos casos.
El servicio militar sigue siendo popular entre los estados porque es una manera sencilla de extraer directamente recursos del pueblo. Igual que los impuestos habituales extraen ahorros, productividad y trabajo de la población general, el servicio militar extrae prácticamente todo el trabajo y esfuerzo de los reclutas. La carga recae desproporcionadamente sobre los varones jóvenes en la mayoría de los casos y estos corren el riesgo de una carga fiscal mucho mayor si mueren o quedan incapacitados permanentemente en la batalla.
Y, como todos los demás tipos de impuestos, el servicio militar, no es una “inversión” ni una oportunidad para crear riqueza. Es meramente una transferencia de riqueza, pasándola de los individuos privados a las manos de los planificadores centralizados del sector público.
Una actitud típica de “sabemos lo que te conviene”
El concepto central del argumento de Braw era que el gobierno sabe mejor que los jóvenes cuál es la mejor manera de que gasten su tiempo. ¿Hay quienes piensan que los primeros años de su segunda década se emplearían mejor en el negocio familiar o adquiriendo experiencia laboral en un campo concreto? Braw no está de acuerdo: Son jóvenes y no saben lo que les conviene.
En lugar de permitir que los jóvenes determinen por sí mismos cómo podrían contribuir mejor a sus propias carreras o ayudar a sus familias, el gobierno decidirá por ellos a qué dedicar su tiempo y su energía.
Braw disfraza esta realidad con el lenguaje del desarrollo económico. El servicio militar significa que los reclutas pueden (eventualmente) “mostrar habilidades impresionantes en sus currículos” y que “la economía también se beneficiaría”.
En otras, palabras, Braw afirma que es justificable obligar a los jóvenes a prestar un servicio militar porque “la economía” se beneficia por el tiempo y las oportunidades extraídas a los jóvenes como reclutas.
Es apropiado que Braw presente esto como un asunto de desarrollo económico, porque es el mismo argumento defectuoso que emplean los políticos cuando afirman que debería obligarse al contribuyente a pagar más en impuestos porque un ente imaginario llamado “la economía” se beneficiará con un nuevo y brillante estadio o centro de convenciones o metro ligero pagados por los contribuyentes.
En ese caso, la actitud es esta: “catetos, no sabéis cómo gastar apropiadamente vuestro dinero. Lo que este pueblo necesita es un nuevo centro de convenciones para ayudar a la economía. Vosotros os limitaríais a gastar ese dinero en vuestras familias si os dejamos guardarlo”.
Lo mismo pasa con cualquier otro tipo de planificación centralizada. Los gobiernos dirán que los contribuyentes no saben cómo gastar adecuadamente su dinero, así que los impuestos son necesarios para financiar la investigación científica o el tren de alta velocidad o una misión a Marte o un ferrocarril transcontinental.
Una pérdida neta de riqueza
El problema de todos estos planes es el mismo problema que siempre a acosado los planes de planificación centralizada. En lugar de permitir que los incontables participantes del mercado usen libremente sus tiempos y talentos (en multitud de maneras distintas), los planificadores centralizados decidirán por ellos.
Al quitar dinero a fontaneros, oficinistas y programadores informáticos (y entregarlo a un proyecto financiado públicamente), el estado está obligando a los contribuyentes a financiar un proyecto que no se habría financiado en otro caso. Es decir, se han visto obligados a gastar su dinero en un uso subóptimo de la riqueza. Si hubiese sido óptimo para los contribuyentes, habrían gastado ese dinero voluntariamente en un proyecto similar.
Por supuesto, lo mismo pasa con los reclutas. En lugar de permitir que los jóvenes se dediquen a las actividades que valoran más, el servicio militar se obliga en su lugar a servir al ejército. Esos jóvenes podrían haber querido entretanto crear una empresa o dedicarse a estudios científicos. Por el contrario, se les obliga a dedicar su tiempo y energías a proyectos y actividades que para ellos son subóptimos. Si las actividades militares hubieran sido óptimas, esa gente se habría enrolado voluntariamente en el ejército.
El resultado neto de todo esto es un gran declive en la riqueza real dentro de la sociedad afectada. Cuando a fontaneros, oficinistas y programadores informáticos se les permite quedarse con su dinero (y gastarlo en cosas que valoran) crean riqueza real. Sí, esa riqueza en buena parte resulta invisible porque los políticos no pueden señalar una brillante nueva instalación que es supuestamente buena para la economía. Puede ser que el fontanero compre una nueva furgoneta para su trabajo. O que el oficinista instale un nuevo calentador en casa.
Son cosas bastante poco atractivas, así que los planificadores centrales piensan que saben cómo gastar mejor ese dinero.
Aparentemente lo mismo pasa con Elizabeth Braw y sus ideas de ayudar a la economía obligando a los jóvenes a renunciar a años de posibles ganancias y obtención de habilidades fuera del ejército porque ella ha decidido que lo mejor es que estén en el ejército.
El artículo original se encuentra aquí.