[The Austrian 3, nº 4 (Julio-Agosto 2017)]
Hace más de 20 años que se fue Murray Rothbard. Su brillantez, agudeza e irremplazables ideas nos abandonaron demasiado pronto. En su casa en la ciudad de Nueva York, durante unas vacaciones de navidad en sus tareas de enseñanza en la Universidad de Nevada, Rothbard acompañaba a su querida esposa Joey a su cita con el optometrista en un día muy frío. Pocos momentos después, el 7 de enero de 1995, se había ido por culpa de un ataque al corazón con 68 años.
No solo dejaba atrás una viuda afligida, incontables amigos y colegas y seguidores de su obra en todo el mundo. También dejaba un legado de trabajos académicos y populares prácticamente sin comparación por su enorme magnitud, debido a la profundidad y amplitud de su conocimiento, experiencia e intereses. Murray no era solo un economista y un investigador libertario, sino también filósofo, historiador, científico político, teórico legal, ético, sociólogo, mentor y periodista (además de su pluriempleo como analista aficionado de deportes, conocedor de las elecciones y crítico de cine).
Es este legado, su inmensa obra, el que cimenta su posición como pensador libertario preeminente del siglo XX. Es lo que le hace hoy relevante y le hará seguir siendo relevante en las próximas décadas. En el mundo actual lleno de ruido blanco y diletantes, la importancia de su trabajo le hace distinguirse.
Una obra inmensa
La carrera de Rothbard se extiende durante más de cuatro décadas, durante las cuales escribió más de 30 libros completos. El hombre, la economía y el estado, su extenso texto económico se considera uno de los cuatro tratados esenciales de la Escuela Austriaca. Su obra académica en áreas como dinero, monopolios, teoría de precios y cálculo económico representa grandes avances para la Escuela Austriaca. Avanzó enormemente en nuestra comprensión de los ciclos económicos y disfrutó especialmente al corregir mitos persistentes acerca de la banca en ¿Qué ha hecho el gobierno de nuestro dinero?, A History of Money and Banking in the United States y Economic Depressions: Their Cause and Cure.
Pero mucha de su gran erudición se encontraba fuera del campo de la economía pura. Demolía los argumentos a favor del gobierno como un mal necesario mientras ofrecía un manifiesto libertario completo en Anatomía del estado. Presentaba el novedoso argumento normativo a favor del laissez-faire en La ética de la libertad, rompiendo valientemente (y aun así polémicamente) con las tradiciones utilitarista y liberal clásica de sus mentores. Acababa con los argumentos antiliberales y antinaturales para una igualdad obligada por el estado en El igualitarismo como una revuelta contra la naturaleza. Y nos ofrecía si colosal tratado en 4 tomos sobre la historia colonial estadounidense en la completa y revisionista Conceived in Liberty.
Pero aunque estos grandes libros representarían una carrera sólida de publicaciones para un académico ordinario, solo representan una fracción de su obra escrita increíblemente variada. ¡Una bibliografía completa de sus obras publicadas requeriría 62 páginas! Murray contribuyó con más de 100 capítulos a libros editados por otros y escribió más de 1.000 artículos académicos y populares. Imaginad si hubiera vivido otros 10 o 20 años, aunque le entorpeciera la edad o la semijubilación.
El Dr. David Gordon, viejo amigo de Murray, cree que la obra de Rothbard está al nivel de cualquier intelectual del siglo XX en volumen y amplitud. El profesor Guido Hülsmann explica que mientras que es posible leer todo lo que escribió Ludwig von Mises, esto es imposible en el caso de Rothbard. Y el Instituto Mises continúa publicando “nuevo” material de Rothbard, en forma de sus ensayos previamente inéditos (el instituto tiene la suerte de albergar todos sus archivos, ficheros, papeles y notas). El pasado otoño se produjo la publicación de Never a Dull Moment: A Libertarian Look at the Sixties y posteriormente este año desvelaremos su divertida postura sobre la Era Progresista. Y hay incluso un quinto tomo escrito a mano de Conceived in Liberty que puede publicarse en el futuro.
Por supuesto, su historial no puede nunca expresar la medida completa de su impacto. No puede explicar los innumerables intelectuales de los que fue mentor, los innumerables discursos que escribió y dio, las innumerables conferencias, simposios y debates en los que participó, ni las innumerables conversaciones que tuvo durante las noches en que jóvenes ansiosos por aprender todo lo que pudieran de este hombre infatigable.
Su inquebrantable optimismo y convicción
Más que cualquier otra cosa, su currículum no puede medir su optimismo y su inflexible tenacidad con la que acudía a la batalla intelectual. Esta combinación de alegría y constancia daba a Murray una ventaja casi tan grande como su intelecto: la convicción de que su causa no solo era justa, sino de que acabaría prevaleciendo sin que importara lo antiliberal que pudiera parecer la época actual.
Consideremos el sentido alegre de optimismo demostrado en esta cita de un capítulo sobre estrategia en Por una nueva libertad:
La defensa del optimismo libertario puede hacerse mediante una serie de lo que podrían llamarse círculos concéntricos, empezando con las consideraciones más amplia y a más largo plazo y pasando al enfoque en las tendencias a corto plazo. En su sentido más amplio y al plazo más largo, el libertarismo acabará triunfando por este y solo este es compatible con la naturaleza del hombre y del mundo. Solo la libertad puede lograr la prosperidad, la plenitud y la felicidad del hombre. En resumen, el libertarismo triunfará porque es verdad, porque es la política correcta para la humanidad y la verdad acabará venciendo.
Advirtamos el tono de seguridad en sí mismo, su firme creencia en que la evidente superioridad de una sociedad libre se haría evidente a largo plazo. ¿Tenía un exceso de confianza acerca de nuestras perspectivas libertarias, visto lo visto y echando la vista atrás a principios de la década de 1970, cuando se escribió el pasaje? Tal vez. Pero una lectura más completa de la obra de Rothbard sobre estrategia revela una y otra vez sus razones pragmáticas para este optimismo:
El reloj no puede volver atrás a una época preindustrial. No es solo que las masas no permitirían una inversión tan drástica de sus expectativas de un nivel creciente de vida, sino que una vuelta a un mundo agrario significaría el hambre y la muerte de un gran porcentaje de la población actual. Estamos atrapados en la era industrial, nos guste o no. (…) Pero si esto es verdad, entonces la causa de la libertad está asegurada. Pues la ciencia económica ha demostrado, como hemos explicado parcialmente en este libro, que solo la libertad y el mercado libre pueden dirigir una economía industrial. En resumen, mientras que una economía libre y una sociedad libre serían deseables y justas en un mundo preindustrial, en un mundo industrial son asimismo necesidades vitales. Pues, como han demostrado Ludwig von Mises y otros economistas, en una economía industrial el estatismo sencillamente no funciona. Por tanto, dado un compromiso universal con un mundo industrial, pronto acabará (y mucho antes de la simple aparición de la verdad) quedando claro que el mundo tendrá que adoptar la libertad y el libre mercado como requisito para que la industria sobreviva y florezca.
Este pasaje, de nuevo de Por una nueva libertad, revela la fuente de la confianza de Murray, es decir, los fracasos manifiestos de la planificación estatal. Contrariamente a las ilusiones progresistas del siglo XX, ninguna forma avanzada de gobierno era inevitable o siquiera deseable. Era la libertad la que no podía detenerse. El que pudiera persuadirse de esto a los colectivistas era otra cosa: tenían que vivir en el mundo material, como el resto de nosotros. Solo el laissez-faire puede hacer posible ese mundo.
El paso de las granjas a las fábricas industriales había creado una sociedad demasiado rica, demasiado compleja y demasiado interconectada para ser gobernada por planificadores centralizados. Y aunque Rothbard vivió para ver las primeras etapas de la revolución digital, su comprensión de la economía industrial presagió el auge del neoliberalismo, con su reticente admiración por los mercados y su papel esencial para la creación de prosperidad.
El optimismo de Rothbard solo rivalizaba con su insistencia en que el seguimiento estricto de los principios libertarios era la aproximación más sensata a largo plazo. Por consiguiente, nunca rehuyó la polémica y nunca sucumbió a millones de pequeñas renuncias que le habrían asegurado el prestigio y las sinecuras académicas que merecía sobradamente. Recordemos que tenía un doctorado en economía en Columbia y poseía una inteligencia y una ética laboral muy superior a otros intelectuales públicos y sus colegas en la universidad.
En este sentido, la vida de Rothbard se asemeja a la de su mentor, Ludwig von Mises. Mises también tenía una vena estricta y era conocido por su inflexible tendencia a poner la búsqueda de la verdad por delante de las ventajas personales o académicas.
En un ejemplo famoso de mediados de la década de 1950, Mises salía de una reunión de la Sociedad Mont Pelerin, preocupado por que la joven organización que había ayudado a crear estuviera cayendo bajo la influencia de la Escuela de Chicago y corrompiendo su defensa de un inflexible laissez-faire. Un testigo de este hecho fue la estrella en alza de Chicago, Milton Friedman, quien años después recordaba la historia como prueba de la intransigencia de Mises. La persistencia de Mises en los principios era un error estratégico en opinión de Friedman, algo que costaría a Mises influencia y dinero.
Pero Mises, como Murray Rothbard, veía las cosas de otra manera:
Algunas veces me han reprochado que haya expuesto mis ideas demasiado abierta e intransigentemente y se me ha dicho que podía haber logrado más si hubiera mostrado más voluntad de transigir. Creo que la crítica no está justificada: solo puedo ser eficaz su presento la situación como la veo realmente.
La influencia duradera de Rothbard
Hoy está claro que mucha de la fama e influencia de Rothbard se debe a la misma intransigencia que todavía le hace objeto de críticas. Indudablemente, podría haber reprimido sus opiniones más polémicas y en particular guardar silencio sobre los temas de la política exterior y el anarquismo (al menos hasta que obtener un puesto cómodo en una universidad). Indudablemente podía haberse limitado a escribir solo en revistas académicas. Indudablemente podía haber tenido una carrera mucho más cómoda y con más recompensas económicas.
Pero si lo hubiera hecho, ¿le alabaríamos hoy? ¿Cuánta gente recuerda a los expresidentes de los departamentos economía de las grandes universidades o incluso los nombres de anteriores gobernadores de la Reserva Federal? Innumerables economistas, historiadores y filósofos políticos de los tiempos de Rothbard ya se han olvidado, mientras que un creciente número de personas de todo tipo y en todos los rincones del planeta leen, disfrutan y aprenden de Murray.
Lo que para unos es inflexibilidad para otros es fidelidad a los principios. El que la intransigencia sea una virtud o un defecto depende de si uno se atiene a los principios o a las ceremonias. Para Murray Rothbard, el principio era siempre lo esencial. Ego, popularidad y ganancia personal no tienen nada que ver con ello. Defender la libertad y atacar el estado siempre mereció la pena por muchas piedras y flechas que pudiera tener que soportar.
No tenemos que santificar a Murray Rothbard, ni considerar sus pronunciamientos como infalibles. Muchos de sus escritos mejores y más provocativos siguen evocando hoy debates y desacuerdos estridentes incluso entre fervientes austrolibertarios. Sin embargo, debemos insistir en reconocer sus méritos como uno de los mayores pensadores libertarios de la era moderna. El mundo tiene una deuda con este gran hombre que todavía no se ha liquidado.
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