La aproximación austriaca a la historia económica

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Podemos suponer que la mayoría de los lectores de Mises UK no son admiradores de la escuela historiográfica marxista y los defectos e impropiedades de las reconstrucciones marxistas del pasado son ahora bien conocidos, incluso a pesar de que una gran parte de la academia en las humanidades insiste en perpetuar los mitos marxistas y en usar vocabulario marxista en libros de texto y lecciones. Aun así, con todos los defectos de la escuela marxista, es importante apreciar que la narrativa que propone tiene una fuerte relación con la teoría económica. Tal vez no sea casualidad que después de la crisis del marxismo la relación entre teoría económica e historia económica se haya convertido en bastante tormentosa.

El problema ahora no es sencillamente que las dos disciplinas de la historia y la economía no se hablen entre sí. Más bien parece que muchos historiadores económicos, en principio, no aceptan la necesidad un análisis teórico cuando miran al pasado. En realidad, algunos de ellos parecen creer que lo apropiado es distanciarse de cualquier teoría económica. El problema se produce cuando, para decir algo con sentido, acaban teniendo que decir algo acerca de las causas del desarrollo económico o la estructura económica de cierta sociedad. Pero como ha advertido Sudha Shenoy, “Esas acciones que los historiadores encuentran en realidad en los contextos que estudian, pueden agruparse en ‘complejos sociales’ solo si los historiadores hacen uso de los ‘esquemas de relaciones estructurales’ que proporciona la teoría. Sin esas teorías desarrolladas, los historiadores pueden usar implícitamente razonamientos contradictorios e insostenibles en sus relatos”.

Por eso, por ejemplo, en un libro reciente sobre la historia de Japón, se lee que el crecimiento de ciertas industrias locales y los inicios de la especialización en el periodo Tokugawa se produjeron supuestamente gracias a la intervención de poderes políticos regionales. Pero correlación no es causa y el autor ni siquiera trata de explicar al lector (no digamos de convencerle) de que, habiendo demostrado la presencia de intervención pública, es realmente seguro teóricamente suponer que esta por sí sola equivale a la especialización en la producción o incluso de que la especialización en la producción no se habría producido sin algún tipo de acción coactiva que la favoreciera desde arriba. Los libros de texto y monografías de historia económica están plagados de declaraciones así de problemáticas y quiero destacar una vez más que no se trata de que se esté sosteniendo una teoría económica errónea, sino más bien de que no se está sosteniendo ninguna teoría en absoluto: en realidad, no resulta ahora inusual encontrar en algún artículo o libro suposiciones dispersas que parecen haberse tomado de muchas teorías económicas distintas (e irreconciliables).

Evidentemente, no estoy argumentando una vuelta a las rígidas categorías y etapas de la historia marxistas en las cuales trata de ajustarse desesperadamente una matriz histórica de datos e interacciones humanas. Tampoco estoy defendiendo una vuelta al modelo marxista de relación desequilibrada entre teoría e historia. Por el contrario, estoy sugiriendo que la Escuela Austriaca ofrece una aproximación equilibrada y un método útil para el estudio de la producción y el intercambio de bienes y servicios en el pasado, entendido como un campo específico bajo el estudio más amplio de la acción humana y la sociedad.

La Escuela Austriaca de economía ha avanzado nuestra comprensión de los patrones de comportamiento que rompen el ciclo de la pobreza y hacen posible la prosperidad. El genio y la utilidad de las reflexiones originales austriacas, como la utilidad marginal, son ahora reconocidos por muchos intelectuales y estudiosos de la teoría y la praxis económica, e incluso por economistas no austriacos. Otras contribuciones, como la teoría del ciclo económico, han convencido a menos personas fuera de los círculos libertarios y siguen siendo polémicas, pero contribuyen a un cuerpo relativamente (y crecientemente) cohesionado y conocido de conocimiento, una aproximación sistemática a la producción de bienes y servicios y la relación entre acción humana, mercados, intervenciones públicas y crisis.

Por el contrario, la contribución austriaca en el campo de la historia está bastante ausente, no en términos de coherencia teórica, sino en términos de producción y popularidad. Indudablemente ha habido obras realizadas por intelectuales austriacos que ha mostrado una extraordinaria agudeza y la epistemología de la historia explicada tan brillantemente por austriacos como David Gordon indudablemente no deberían dejarse a un lado. No necesito añadir a esta advertencia nada más ni dar una lista de una bibliografía completa: basta con recordar el innovador libro de Murray Rothbard, America’s Great Depression, que usaba teoría económica para dar sentido a las causas y motivaciones detrás de acciones y acontecimientos del pasado. Sin embargo, incluso en las mentes de muchos de los que tienen opiniones de simpatía hacia la Escuela Austriaca en lo que se refiere a la economía, la idea austriaca de la historia sigue siendo vaga. Joseph Salerno,  en su imperdible prólogo a History of Money and Banking in the United States, de Rothbard, ya ha señalado que “Los escritos de mises sobre el método apropiado de la investigación histórica han sido inexplicablemente casi completamente ignorados hasta la actualidad, incluso por aquellos que han adoptado la aproximación praxeológica de Mises en la economía”.

Es una situación desgraciada, precisamente porque la idea de la economía desarrollada por Menger, Mises y Hayek es profundamente “histórica”. Con esto quiero decir que, de acuerdo con estos escritores, las instituciones económicas y las costumbres empresariales no pueden entenderse como el resultado de un plan arbitrario y deliberado. Como consecuencia, la economía de cualquier sociedad, ya sea presente o pretérita, no puede estudiarse nunca aislada cronológicamente, hasta el punto de que Menger y Mises comparaban explícitamente al mercado con el lenguaje y el derecho común. Igual que el lenguaje y el derecho, el intercambio de bienes y servicios en una sociedad concreta sigue patrones y aprovecha habilidades y normas que han aparecido lentamente en el pasado y que necesitan estudiarse orgánicamente, prestando especial atención a las formas en las que los distintos actores a través de las distintas generaciones han creado lo que Hayek llamaría un orden espontáneo. No es difícil ver cómo la postura austriaca que he esquematizado muy brevemente aquí favorece una colaboración benéfica entre los campos de la economía y la historia económica, incluso independientemente de la teoría económica concreta que se pueda elegir.

Esta contribución mutua entre disciplina se basa, por un lado, en el carácter histórico de los mercados, las instituciones económicas y las costumbres, que acabo de mencionar y, por el otro lado, en el hecho de que la historia necesita categorías abstractas. Para el investigador austriaco, las teorías abstractas a utilizar cuando tratamos de dar sentido a acontecimientos del pasado son las de la praxeología, es decir, el estudio del comportamiento intencionado. Para los no austriacos, hay disponibles otras categorías que defienden teorías económicas alternativas y son herramientas legítimas para un debate con sentido. Lo que hace estériles los debates es el actual rechazo extendido de la teoría económica entre los historiadores, que lleva a incomprensibles incoherencias cuando tratan con temas como, por ejemplo, el papel del estado o la importancia de la cultura emprendedora. Por el contrario, los historiadores económicos deberían emplear teoría económica (o, por qué no, teorías) para hacer así inteligibles las instituciones y desarrollos económicos pasados y para proponer marcos útiles y argumentos coherentes.

David Gordon ha mostrado repetidamente cómo pueden los historiadores usar la praxeología para ayudar a explicar procesos históricos. Pero, desde un punto de vista epistemológico, la tradición austriaca tiene algo más básico y esencial que decir, ya que reestructura la economía como un tipo de conocimiento que es inevitablemente (y fascinantemente) “histórico” por su propia naturaleza (igual que el lenguaje y al derecho), pero sin caer en el historicismo, ofreciendo por el contrario una defensa de las teorías de la acción humana. Estas teorías generales no dependen del contexto histórico, ya que ayudan a explicar procesos como intercambio, monetización y formación de precios en todos los contextos históricos. Por tanto, la Escuela Austriaca establece una relación equilibrada y fructífera entre teoría e historia. En contra de los métodos neoclásico y positivista, los austriacos reafirman el papel auxiliar desempeñado por la teoría económica apodíctica (así como por los fenómenos mentales y culturales incuantificables, pero esto podría ser por sí mismo el tema de otro artículo) y, en contra de las tentaciones neomarxistas, los austriacos evitan la ficción de una filosofía lineal y teleológica de la historia, impidiendo así que la teoría se imponga a los datos históricos o niegue la complejidad de ejemplos concretos de cambio histórico.

Los historiadores económicos deberían reconciliarse con la economía como una ciencia que no es perjudicial para el estudio del pasado, sino más bien auxiliar en el análisis, categorización y explicación de los fenómenos pasados. No podemos escribir historia sin utilizar aquellas tecnologías abstractas y herramientas analíticas (“pueblo”, “país”, “estado”, “comercio”) que hacen comunicable la historia. Para componer y proponer una explicación con sentido, estas terminologías y herramientas deben adoptarse con claridad como parte de una teoría (o de unas teorías compatibles) que un historiador debería mantener coherentemente, al menos dentro de la misma lección o pieza de investigación.


El artículo original se encuentra aquí.

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