El capital como una forma de caridad

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[Traducido originalmente por Carmen Leal. Extraído de On Freedom and Free Enterprise: Essays in Honor of Ludwig von Mises (1956)]

Las herramientas como forma de beneficencia

Me parece que tanto los hechos como la lógica sostienen el punto de vista de que los ahorros invertidos en herramientas de producción de propiedad privada equivalen a actos benéficos. Y lo que es más, creo que se trata de la clase de beneficencia económica más grande de todas.

Por herramientas de producción económica quiero decir, claro está, cosas con valor de cambio —camiones, fábricas, ferrocarriles, almacenes— que ayudan al esfuerzo humano a producir otros bienes de valor económico.

¿Pueden ser calificados como caridad los ahorros y las inversiones en tales herramientas? ¿Cumplen las tres pruebas que debe tener un acto de beneficencia?

La primera prueba es determinar si ha existido una transferencia de bienes privados que tienen valor económico. Es cierto que cuando se ahorra e invierte en herramientas que se van a usar en la producción, aunque uno conserva la propiedad de la herramienta, la mayor parte de la producción que el utensilio hace posible pasa a otros, como veremos. Por ello el primer requisito de un acto caritativo parece cumplirse como consecuencia del ahorro y la inversión en herramientas. Es este rasgo de la creación de capital privado el que constituye su aspecto benéfico.

La segunda prueba de la caridad es que la transferencia de beneficio económico sea voluntaria. ¿Robó alguien algo? ¿Se coaccionó a alguien? En tanto las herramientas sean propiedad privada y su uso se realice en un mercado libre, el proceso ha de ser voluntario para todos los que sean concernidos. De lo contrario, la propiedad estatal de las herramientas o su control, como es común en Rusia, viola este requisito.

La tercera prueba de la caridad es el anonimato. El aspecto benéfico de los ahorros y las herramientas surge de la producción extra que, como consecuencia, fluye de ellos y que redunda en mayor grado a otros que al que ahorró e invirtió en la herramienta —es decir: a otros que no son el propietario de la herramienta. Es anónimo, porque los beneficiarios no conocen su fuente. La mayoría de ellos ni siquiera saben que se están beneficiando de ello. Y no lo saben porque han sido víctimas de saturación con la teoría de la plusvalía. Incluso creen que ellos mismos son víctimas de esos capitalistas dueños de las herramientas que están usando.

Se puede probar por la propia experiencia el anonimato de la beneficencia que fluye de los ahorros e inversiones en herramientas. Si se hace una lista con los bienes económicos que uno consume o disfruta cada día, para intentar denominar específicamente en cada instancia a las personas cuyos ahorros e inversiones lo hicieron posible, me atrevo a decir que la mayoría de nosotros no podrían nombrar ni a uno solo que fuera responsable de cada bien que usamos y disfrutamos. Esto ilustra el anonimato de los millones de personas desconocidas que son responsables de las cosas de las que disfrutamos.

Así que los ahorros y las herramientas de producción cumplen las tres pruebas de la beneficencia, y por tanto se pueden calificar como caridad. ¿Cuántas de las cosas que normalmente llamamos “beneficencia” pueden ser calificadas como tal a través de estas tres pruebas?

El poder productivo de las herramientas

Una gran parte del alto nivel de vida del que disfrutamos en Estados Unidos surge del uso de herramientas.

El ciudadano medio de los Estados Unidos tiene disponible para consumir más de diez veces lo que tienen las personas en la mitad menos próspera del mundo. La razón de su pobreza es la falta de ahorro que se haya invertido en herramientas de producción. A lo largo de toda su historia han acumulado muy poco más que las herramientas más sencillas y primitivas, como los arados o las azadas.

El mayor trabajo no es la razón por la que podemos disfrutar de diez veces más bienestar económico que ellos. Las personas en los Estados Unidos no trabajan más, ni más duro, que la mitad más pobre de la población mundial. Aunque incluyéramos el trabajo intelectual junto con el puro esfuerzo muscular, ya que ambos contribuyen a los obtener beneficios, dudo de que nosotros trabajemos más en su conjunto.

Tampoco la inteligencia innata sirve para explicar la diferencia. Probablemente no tenemos más tanto por ciento de genios entre la población del que tienen ellos.

Si careciéramos de nuestra acumulación de herramientas, nuestros resultados por trabajador quizá serían hasta más bajos que los de la mitad más pobre del mundo en el momento presente, pues incluso su producción está considerablemente ayudada por sus sencillas herramientas. Una comparación de sus beneficios con los nuestros sugiere que si nosotros no tuviéramos ningún tipo de herramientas, nuestro balance se reduciría quizá en un veinteavo de lo que es ahora. Para decirlo de otra manera: quizá el 95% de nuestro saldo actual en los Estados Unidos es posible gracias a la presencia de nuestras herramientas. Estas herramientas se tienen porque en el pasado algunas personas inteligentes ahorraron e invirtieron en ellas.

¿Quién obtiene el rendimiento que dan las herramientas?

La siguiente pregunta es ¿quién obtiene este gran incremento en la producción? La evidencia nos indica que una gran parte de ella revierte en otros que no son los que hicieron el ahorro y que poseen la propiedad de las herramientas. Mayoritariamente, va a los que usan tales herramientas.

Se ha estimado que solamente en torno a un 15% de la renta nacional de los Estados Unidos recae en forma de ingresos entre los propietarios del capital.[1] Esta es la cantidad total de dividendos, intereses, alquileres, cánones y sus equivalentes de los negocios privados. El otro 85% de la renta nacional es lo que se paga por el trabajo, que se diferencia de lo que se paga a los propietarios por los ahorros que han invertido en herramientas. Esta cifra por trabajo incluye los sueldos pagados a los empleados tanto como su equivalente a los autónomos.

La pregunta que surge entonces es cómo tan pequeña proporción del producto se dirige al capital, cuando el capital es tan altamente productivo. Si asumiéramos que los que ahorran e invierten en herramientas tienen derecho a la totalidad del aumento de saldo que proviene del uso de dichas herramientas como ayuda al trabajo manual, por lo que ya hemos visto que en justicia habría que hacer una división del 95% para los propietarios y el 5% para los usuarios.

Y así, podemos resumir:

A los propietarios de la herramienta

A los usuarios de la herramienta

Total

 

Si el incremento de producción completo se dirigiera a los propietarios

95

5

100

División real actualmente en los Estados Unidos

15

85

100

División de acuerdo con la teoría marxista de la plusvalía

0

100

100

Si presumimos que estas cifras son acertadas, hemos de concluir que el ahorrador—inversor está recibiendo menos de un sexto de la ganancia que su ahorro e inversión han hecho posible —recibe el 15 del 95 producido. Los otros 5/6 del aumento van a parar a los usuarios de las herramientas, incrementando su ganancia diecisiete veces —del 5 producido reciben el 85.

Una persona tiene suerte si le ha tocado vivir en los Estados Unidos, donde puede compartir directamente el botín de lo que producen las herramientas. Al haber nacido aquí, está capacitado para trabajar con herramientas que se pueden usar porque otros han ahorrado en el pasado. Sus ganancias por el trabajo serán, como hemos visto en esas cifras, aumentadas 17 veces (85 contra 5) a causa de esas herramientas. Si hubiera nacido donde no se ha acumulado ningún tipo de herramientas pero tuviera que trabajar tanto o más que en los Estados Unidos, alcanzaría solamente 1/17 por su trabajo.

Es este botín de los usuarios de herramientas lo que yo llamo la más grande de las caridades económicas.

Revisión de la teoría de la plusvalía

Estos hechos son significantes a la hora de estimar la teoría de Marx sobre la plusvalía. Marx dijo que el 15% que obtienen los dueños de las herramientas es un valor sobreañadido porque el usuario de la herramienta —de acuerdo con él— se merece el 100%.

Es debido al poder productivo de las herramientas como ayudas al esfuerzo manual de lo que se deriva algo parecido a una plusvalía. Esta plusvalía, como se ha indicado, hace subir la producción de los Estados Unidos desde un nivel de 5 a un nivel de 100. Así que un contraargumento al de Marx sería que el incremento completo del 95 (100 menos 5) —la cantidad total de la plusvalía creada por las herramientas— debería recaer en quien ha creado, mediante sus ahorros, las herramientas. Pero ¿quién es el que realmente consigue este excedente de 95? El dueño obtiene el 15 y el usuario el 80. ¡No es un mal negocio para el usuario!

Una teoría de la plusvalía de una clase bien distinta surge cada vez que se produce un intercambio voluntario en un mercado libre. Si un granjero cambia un saco de grano por una camisa, es porque el granjero prefiere la camisa al grano y el mercader prefiere el grano a la camisa. El comercio crea un excedente para cada participante, pero las cantidades de plusvalía que se crean así no están sujetas a medida por medio de cualquier artificio que podemos conocer o imaginar ahora. Están compensando en un sentido, pero no necesariamente en una cantidad, porque la cantidad es un asunto que se valora de forma absolutamente subjetiva. Ya que se desconoce la cantidad por ambas partes, que seguramente ni siquiera piensan en esos términos, no se crea un sentido de obligación residual. De todos modos, el centro de esta discusión es el valor como beneficencia económica de la plusvalía creada por las herramientas. Así que el fenómeno de la plusvalía creada por un intercambio no será examinado aquí con mayor profundidad.

En una economía libre el proceso de decidir cómo se reparte la plusvalía generada por el uso de las herramientas ocurre en el mercado libre. Debemos aceptar que el precepto de la propiedad privada y el intercambio libre ya han decidido este reparto, sea cual sea la respuesta. Pero la respuesta que se dé en el mercado libre revela que los capitalistas privados —los “dueños egoístas”, como a menudo son llamados los que ahorran e invierten— son realmente quienes mayor beneficencia hacen.

También es interesante comprobar la magnitud de la beneficencia que procede del capital privado en relación con las contribuciones aportadas por “actividades religiosas y de asistencia social”. Alrededor de 2.000 millones de dólares se entregan en Estados Unidos a actividades religiosas y de asistencia cada año. Esto es menos que un 1% de la cantidad de beneficencia que los usuarios de herramientas reciben como sueldo, de acuerdo con este concepto, en la misma cantidad de tiempo.


El artículo original se encuentra aquí.

 

[1] F. A. Harper, The Crisis of the Free Market, 1945, p. 66.

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