Desde el inicio del centenario de la Primera Guerra Mundial, he estado escribiendo una serie de ensayos acerca de la guerra al pasar ante nosotros la memoria de los acontecimientos, aunque cien años después. Pero, a medida que nos aproximamos al centenario de la Revolución Bolchevique, encuentro casi imposible delimitar mis pensamientos sobre este importante acontecimiento de la historia de la raza humana como si fuera solo en un episodio de la guerra, como el Somme o la intervención estadounidense o el internamiento de extranjeros enemigos.
Hay muchas narraciones del “acontecimiento”. Hay muchas respuestas a la pregunta “por qué”. Hay muchas descripciones opuestas de cambios tectónicos en Rusia y el mundo en ese momento, de Lenin, Trotsky, Dzerzhinsky y el resto como actores, héroes, villanos y (para algunos sicofantes modernos) santos seculares.
La crueldad inhumana, la capacidad asesina de este movimiento marxista-leninista que se calificaba ocasionalmente a sí mismo como defensor del “pueblo” (aunque mucho más a menudo y mucho más honradamente como la vanguardia del proletariado en la marcha hacia una conflagración revolucionaria que produciría el hombre nuevo) pone realmente aprueba los límites de la comprensión humana. Incluso si tenemos en cuenta a un grupo de historiadores recientes que minimiza las estimaciones históricas habituales del total de muertes democidas de no combatientes (basándose en parte en material de archivo recientemente encontrado, pero también en parte en núcleos blandos todavía leales al Gran Experimento), el cálculo medio de la mortalidad comunista por parte de historiadores y demógrafos acredita a la Unión Soviética de Lenin y Stalin una cifra de entre dieciocho y sesenta y dos millones de muertos más allá de las pérdidas técnicamente militares. Si añadimos los asesinatos democidas de los regímenes comunistas derivados a lo largo del planeta, los totales son astronómicos, con estimaciones por parte de historiadores, sociólogos, demógrafos y otros analistas serios de un total en torno a cien millones de seres humanos.
Estas muertes, en opinión de las élites comunistas de Lenin a Stalin a Mao o Pol Pot, eran necesarias. La molienda del molino de la historia, por decirlo así.
Aun así, muchos persisten en llevar camisetas del Che Guevara y añorar el Gran Experimento. En 2011, una encuesta de Rasmussen descubría que el 11% de los estadounidenses pensaba que un régimen comunista sería mejor que el “sistema” actual de política y economía en Estados Unidos.
Esas actitudes provienen en parte de la falta y de estudios serios de historia a cualquier nivel de las escuelas de Estados Unidos y en otras partes del mundo. Mis estudiantes de historia leen a Solzhenitsyn, o a Yevgenia Ginzburg o El libro negro del comunismo y expresan sorpresa por la enormidad de los asesinatos masivos y la persecución comunistas, de los que apenas han sido conscientes previamente. Este fenómeno no es en modo alguno reciente. En mi propia educación, que tuvo lugar, desde primer grado al doctorado, durante la Guerra Fría, solo uno o dos profesores trataron de alguna manera los asesinatos masivos soviéticos y comunistas y eso no se produjo hasta que estuve bastante avanzado en los estudios históricos universitarios. Y, por supuesto, Hollywood, el gran manipulador de la conciencia histórica popular, ha evitado asiduamente todos estos asesinatos y miserias. Sin duda porque ofrecen muy poco con respecto al drama humano.
En todo caso, la respuesta no son las escuelas, cuya burocracia y cuyas limitaciones ideológicas e incluso pedagógicas nunca añadirán al programa un capítulo especial que estudie la historia sangrienta de Gran Experimento. Por el contrario, la solución vendrá a través de la lectura y aprendizaje individuales entre un creciente grupo de personas formadas, y especialmente autodidactas, comprometidas con la investigación del estado totalitario y sus orígenes (fuera y normalmente después de acabar la educación formal). Los materiales de este tipo de educación de guerrilla toman hoy en día la forma de libros, seminarios en línea, cursos especiales de economía y sociedad y multitud de otras formas de información que de alguna manera escapan y fluyen en torno a las narrativas históricas que evitan mencionar estos graves delitos que tuvieron lugar en nombre de la dialéctica histórica marxista.
Así que, al ir llegando a este centenario particularmente nefasto, haríamos bien en prestar aún más atención a la influencia de la Revolución Bolchevique a lo largo de todo el siglo pasado. En cualquier sentido, la Primera Guerra Mundial dio forma al siglo posterior institucionalizando y hasta cierto grado normalizando la violencia de masas, al desatar en el estado su agresividad, codicia y poder. Pero las “contribuciones” de la Revolución Bolchevique mantienen un lugar de honor. Hasta ahora mismo, el legado de la conquista bolchevique del Imperio Ruso que empezó en octubre/noviembre de 1917 representa el hecho histórico individual de la Gran Guerra (de las muchas posibles alternativas terribles) que debe verse como generador de la mayor miseria y muerte a la raza humana en su momento y a lo largo del siglo posterior.
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