Antiimperialismo de derechas: La tradición política del aislacionismo norteamericano

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[Extraído de Revista de Investigaciones Políticas y Sociológicas, vol. 4, nº 1 (2005): pp. 97-113]

Resumen: Pretendemos demostrar las razones por las que el aislacionismo en los asuntos exteriores y el anti-imperialismo constituyen aspectos relevantes en la tradición política libertario-conservadora norteamericana. Se analiza para ello el discurrir histórico del movimiento aislacionista y su filosofía política.

1.      Introducción

La historia de los imperios que existieron en los últimos dos mil años nos enseña que es habitual que al lado de los apologetas del imperio, encargados de justificarlos ideológicamente, se encuentren autores críticos de la expansión imperial y de la intervención en los asuntos internos de otros pueblos. Estos autores acostumbran a encontrarse entre los sectores sociales más críticos con el incremento del poder estatal, partidarios del gobierno limitado y restringido a sus límites tradicionales, y entre los partidarios del comercio libre y los impuestos bajos. Los romanos promulgaron el Derecho de Fetiales, en tiempos republicanos, que pretendía impedir la expansión imperial de Roma fuera de la península itálica, y contaron con aislacionistas como Publio Escipión. Pero fueron políticos “progresistas” como Julio Cesar, partidario de la expansión del estado del bienestar romano, quienes vencieron a la postre y contribuyeron de palabra y de obra a la expansión imperial.1 Los españoles del siglo XVI enfrentaron al Padre las Casas, al Padre Vitoria y a los dominicos de Salamanca (verdaderos padres intelectuales de la economía de mercado2) a cuya cabeza estaban Bañez y Domingo de Soto, que defendían posturas claramente antiimperialistas, al imperialismo declarado de Ginés de Sepúlveda.3 Establecieron los principios de la guerra justa (guerra justa sólo cuando existe agresión constante y actual, no debe afectar a inocentes, debe declararse sólo cuando se hayan agotado todos los métodos pacíficos y debe derivar en un mayor bien del que se daría en ausencia de guerra.). A su vez, los economistas de la escuela de Manchester, en especial Cobden, y Bright (Woods, 2003; Bresiger, 1997), que pasaron al imaginario colectivo como el paradigma del librecambismo sin concesiones, fueron furibundos críticos del imperio británico y defensores de la doctrina de la Pequeña Inglaterra frente a conservadores como Disraeli, iniciadores del estado del bienestar en Gran Bretaña o izquierdistas como Karl Marx,4 que era partidario del colonialismo como etapa necesaria en el desarrollo de las fuerzas productivas que conduciría el devenir social hacia su destino ineludible, el socialismo.

El imperio de nuestros días, el norteamericano,5 del mismo modo que los demás imperios contó desde sus inicios, a fines del siglo XIX, con la oposición de un grupo de intelectuales y políticos que entendieron y entienden que el intervencionismo político o militar norteamericano en los asuntos internos de otras naciones conduce con casi total seguridad a la destrucción de las libertades económicas y políticas en los Estados Unidos y es la principal causa del incremento cuantitativa y cualitativamente del tamaño del gobierno norteamericano. Esta tradición llamada aislacionista6 por sus enemigos, aunque los aludidos asumen con gusto el epíteto, no tuvo nunca, al menos en el siglo XX, la hegemonía necesaria como para constituirse en la fuente inspiradora de la política exterior estadounidense,7 pero sí constituye una corriente intelectual y política con gran permanencia a lo largo del tiempo y con la suficiente capacidad en determinados momentos históricos como para influir en la formulación de políticas concretas. Esta tradición estuvo y está formada por intelectuales y políticos que militan en las filas de la derecha norteamericana,8 llegando en ocasiones a representar uno de los principales rasgos caracterizadores de esta derecha, y de ahí viene el propósito de este ensayo que no es sino el de reivindicar la visión antiimperialista de la derecha norteamericana actual.9 La mayoría de los académicos europeos entienden que las políticas intervencionistas de la actual administración republicana responden a valores propios de la derecha norteamericana, cuando esto constituye en buena medida un error. La tradición principal de la derecha norteamericana fue históricamente en mayor o menor grado aislacionista y sólo al finalizar la Segunda Guerra Mundial se produjo un cambio ideológico hacia el intervencionismo exterior, especialmente patente en los últimos diez años con el triunfo ideológico de los llamados neoconservadores (Halper 2004), que no proceden de las fuentes ideológicas tradicionales de la derecha norteamericana, sino que beben del legado idealista e imperialista del demócrata Woodrow Wilson (Gottfried, 1990: 144-7), del trotskismo reconvertido a internacionalismo democrático de Burham y del elitismo platónico de Leo Strauss y sus discípulos. Este trabajo realizará primero un breve esbozo de la historia del movimiento aislacionista, pasando a analizar después sus raíces intelectuales y sus propuestas de políticas de defensa y de relaciones exteriores. Nuestro objetivo es demostrar por qué el aislacionismo es plenamente coherente con los valores antiestatistas propios de la derecha americana tradicional y como corolario concluir que la visión que se dice defensora del libre mercado a la vez que se apoyan intervenciones militares en el exterior contradice, de buena o mala fe, su discurso aparentemente librecambista. La guerra es la salud del estado, decía un aislacionista de los años 10, Randolph Bourne, frase que pretendemos confirmar en el texto, y por tanto la lucha contra la misma debería ser la principal tarea de todo amante de la libertad económica y el comercio pacífico.

2.      La trayectoria del movimiento aislacionista norteamericano: De 1898 a la actualidad.

La doctrina aislacionista se refiere a la no intervención política o militar de un país, en este caso los Estados Unidos, en los asuntos de otro territorio soberano (Graebner, 1974). Los aislacionistas no son, por tanto, aislacionistas en lo económico, más bien al contrario, propugnan el libre y pacífico comercio entre las naciones como la mejor garantía para alcanzar la paz. Su aislacionismo se refiere sólo a la no injerencia de los Estados Unidos en la política interna de otras naciones soberanas. De ahí que las manifestaciones más visibles de este movimiento se hagan más visibles en los momentos previos a las intervenciones norteamericanas en conflictos bélicos en el extranjero y asuma discursos y argumentarios adecuados a las características de cada posible intervención norteamericana. En este apartado explicaremos brevemente las principales etapas de este movimiento, centrándonos principalmente en los argumentos usados en cada una de ellas.10

Los primeros movimientos antiimperialistas aparecen con los primeros escarceos imperiales de los Estados Unidos fuera del área continental de Norteamérica, esto es con la anexión forzosa y dolosa de Hawai11 y arrecian con el inicio de la guerra hispano americana alentada desde grupos de intereses próximos al poder político norteamericano y con la represión de la revuelta independista en las Islas Filipinas liderada por Aguinaldo, antiguo caudillo de la lucha contra el colonialismo español. Los aislacionistas se asocian en la llamada Liga Anti-Imperialista, que cuenta con destacadas figuras de la intelectualidad, la política y los negocios como Mark Twain, William James, Carl Schurz, Andrew Carneige, Edward Atkinson e incluso sindicalistas como Samuel Gompers, quien después apoyaría la entrada de los Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial, entre otros muchos (Bender 2005; Liggio 1966b; Harrington, 1935). Sin embargo la argumentación más elaborada contra el incipiente imperialismo norteamericano la formuló un discípulo norteamericano de Herbert Spencer, partidario como él de un capitalismo sin restricciones y del dinero duro, esto es un dinero no intervenido estatalmente y basado en el oro y la plata, llamado William Graham Summer (Trask, 2004). Este, en un ensayo titulado “La conquista de Estados Unidos por España” (Summer, 1898) sintetiza claramente las razones que le llevan a oponerse a la guerra contra España. En primer lugar es consciente de que el imperialismo requiere tanto de una mentalidad adecuada como del apoyo de una estructura militar que lo posibilite. La creación de esta mentalidad requiere de una educación y unos medios de comunicación que propaguen valores estatistas, tales como la subordinación del individuo al interés colectivo o la visión del estado como un ente benévolo y paternal preocupado por nuestro bienestar. La logística del imperio implica también la creación de un ejército permanente encargado de reprimir las revueltas anticoloniales y de continuar, de persistir la mentalidad imperial, la expansión territorial de los Estados Unidos. Este es un aspecto muy importante pues el ejército permanente es una institución muy cuestionada en la tradición política norteamericana del siglo XIX pues se la ve como fuente de intervencionismo en los asuntos civiles dada su evidente capacidad de influir en las políticas y como una burocracia interesada en su propio crecimiento tanto en efectivos como en recursos materiales. El ejército permanente necesario para mantener un imperio podría con el tiempo convertirse en una amenaza seria para las libertades y para la salud presupuestaria y en una nueva justificación para el incremento de la presión fiscal. Además de esto Sumner advierte que el imperialismo no se realiza en beneficio de la gente común sino que el estado norteamericano actúa para defender los intereses comerciales o las inversiones extranjeras de los grupos económicos aliados al gobierno de turno.12 Los ciudadanos pagarían, según el esquema de Sumner, impuestos para que el estado beneficie a unos grupos concretos. Esto, que es la pauta común en la formulación de políticas públicas, es especialmente despreciable en el caso concreto del imperialismo, pues además de pagar impuestos en moneda hay que pagar un tributo de vidas humanas para satisfacer a esos grupos, con el agravante de que ni siquiera esos plutócratas tienen el arrojo de combatir en persona, a diferencia de las clases aristocráticas, que si bien se involucraban en guerras por sus intereses al menos tenían la gallardía de combatir en persona.13

La edad de oro del aislacionismo, sin embargo, se dio desde las vísperas de la intervención norteamericana en la Primera Guerra Mundial en 1917 hasta la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. En esta etapa se configuró lo que hoy es llamado paleoconservadurismo o derecha vieja (Rothbard, 1964; 1978; Scotchie, 2002) para contraponerlo a las ideologías neoconservadoras actuales, partidarias del imperialismo en nombre de la democracia (Wilson, 1988) y de un conservadurismo compasivo en materias sociales. La derecha vieja se consolidó en torno a dos ejes indisociables, la crítica a la intervención norteamericana en las guerras europeas y el rechazo a las medidas estatistas (controles de precios, incremento de impuestos, establecimiento de sistemas de seguridad social) emprendidas durante el largo mandato de Franklin Delano Roosevelt. A los argumentos antiimperialistas antes expuestos los aislacionistas suman, en su crítica a la participación en la Primera Guerra Mundial, el rechazo que a muchos ciudadanos norteamericanos de origen alemán o irlandés (Fensterwald, 1958) les producía que su nación de adopción combatiese a favor de los entonces enemigos de sus países de origen. Tampoco fue de su agrado, y así lo manifestaron, el hecho de la ruptura con la tradición centenaria formulada por los Padres Fundadores de no inmiscuirse en los asuntos internos de Europa14 perfectamente expresada en la frase del presidente John Quincy Adams que rezaba que los Estados Unidos no deberían nunca dedicarse a buscar monstruos que destruir en el exterior. Vistos los resultados de la intervención norteamericana en la Primera Guerra Mundial, realizada bajo el lema de “hacer un mundo más seguro para la democracia”15 (prolongación de una guerra a punto de terminarse,16 disolución del imperio austro-húngaro, humillación de Alemania e instauración de dictaduras fascistas en varios países europeos que finalizarían con el ascenso del régimen nazi), no es de extrañar que el apogeo del aislacionismo se dé en los años inmediatamente posteriores al fin de la Primera Guerra Mundial. Es la época en la que en el Congreso se rechaza la pertenencia de los Estados Unidos a la Liga de Naciones y se emprenden tímidos intentos de apartarse de la política europea a instancias de las cámaras legislativas norteamericanas. Senadores como Borah, Hiram Johnson o Taft, intelectuales como Mencken o Frank Chodorov , líderes de opinión como el aviador Charles Lindbergh,17 junto a editores como McCormick o Garrison Villard18 agrupados en movimientos como American First inician una campaña de opinión que busca apartar a los Estados Unidos de la intervención activa en los asuntos mundiales, objetivo que se consigue en mayor o menor medida hasta la llegada de Roosevelt al poder. En este momento los viejos aislacionistas , ahora sin un objetivo claro de movilización, comienzan a orientar su acción en el sentido de buscar una limitación del poder discrecional del ejecutivo en política exterior, reclamando más poder para los cuerpos legislativos, y complementan su acción, como antes apuntamos, con medidas contra la concentración del poder en el gobierno federal, como la oposición a la creación de la seguridad social19 o a los programas de desarrollo del Valle del Tennessee. El aislacionismo muestra aquí que su visión contraria a la guerra imperial no es más que una faceta más, si se quiere la más importante pero no la única, de su lucha por frenar la erosión de las libertades políticas y económicas (Steele, 1979).

El debate arreció poco antes de la entrada en la Segunda Guerra Mundial en 1941. El argumentario aislacionista centra ahora su interés en primer lugar en negar la necesidad de que los Estados Unidos apoyen a una tiranía, la soviética, sobre otra, la nazi.20 Para ellos si los estados europeos no fueron capaces de prever o neutralizar a la Alemania nazi no deberían ser los norteamericanos quienes les saquen las castañas del fuego a países que demostraron no poder cuidar de sus propios asuntos. Al mismo tiempo son muy críticos con la política innecesariamente provocativa llevada a cabo por Roosevelt con respecto a Japón, que consistía en embargos de materias primas y combustibles y en una serie de humillantes requerimientos que podrían, según ellos, forzar a Japón a atacar a los Estados Unidos como efectivamente lo hicieron (Flynn, 1962). El ataque japonés a Pearl Harbour silenció, bien por censuras más o menos sutiles bien por desistimiento de los propios aislacionistas, al movimiento hasta comienzos de los años 50 coincidiendo con la Guerra de Corea en que revive, liderado informalmente por MacArthur pero con características distintas al de preguerra, pues la lucha ya no es sólo contra el intervencionismo sino contra la formación de un imperio (Garrett, 1966; Morley, 1957; Liggio, 1966a). La capacidad de movilización de los aislacionistas se encuentra, sin embargo, muy atenuada al tratarse ahora de un enfrentamiento contra el comunismo, lo que lleva a una fuerte división en las filas de la derecha, hábitat natural del aislacionista (Miles, 1980: 57-79), entre los más partidarios de primar la lucha contra el comunismo, como enemigo que amenaza la propia existencia de la nación americana y los menos, partidarios del viejo argumentario antiestatista, no dispuestos a ceder libertades ni capacidad de control al leviatán gubernamental en aras de una confrontación que entienden circunscrita al ámbito de las ideas (Liggio, 1965). Es curioso que la oposición manifestada a la intervención exterior llevó a que los aislacionistas fuesen primero acusados de nazis y luego con el cambio de enemigo oficial de comunistas, cuando, por supuesto, no eran ni lo uno ni lo otro. Este cisma en la derecha pervivió hasta hoy dando lugar respectivamente a día de hoy a los mayoritarios, detentadores del poder y la propiedad de los principales medios formadores de opinión en la derecha, neoconservadores y a los minoritarios y mucho menos influyentes paleos (libertarios o conservadores), portadores coherentes e infatigables de los principios21 del viejo aislacionismo. La Guerra del Vietnam y las modernas guerras del Golfo Pérsico fueron campos de batalla entre conservadores a respecto de la posición a seguir por el gobierno norteamericano, siendo especialmente virulenta durante los años del Vietnam en los cuales los maltrechos restos aislacionistas abandonaron las filas de la derecha e hicieron campaña conjunta con la izquierda antiguerra. El aislacionismo de hoy, muy disminuido con respecto a los años veinte en que contaban con fuerza suficiente en las cámaras como para condicionar la política exterior cuenta hoy sin embargo con más fuerza que hace veinte años. Cuenta con varios Think Thank afines como el Mises Institute, El Independent Institute. Antiwar.com, o parcialmente el Cato Institute. Cuenta con algunos parlamentarios afines y con políticos activos como el republicano Patrick Buchanan y con un activo grupo de escritores como Ivan Eland, Lew Rockwell, Joseph Stromberg o Justin Raimondo que difunden actualizado el viejo ideario aislacionista y lo presentan como una tradición aún viva de la que todo buen conservador o libertario (en el sentido norteamericano) debería beber. Los principales temas de debate planteados por los modernos aislacionistas giran en torno a la cuestión de si la democracia es o no una idea que pueda ser exportada por la fuerza y por tanto y al igual que los escolásticos del siglo XVI (muy apreciados en estos círculos), si la falta de democracia (como antes el ser o no cristiano) constituye un título justo para la intervención externa, a lo que como es predecible responden con un no rotundo, acusando de neojacobinos22 a sus rivales neoconservadores.

3. Las razones intelectuales del aislacionismo norteamericano

A pesar de constituir un movimiento político prolongado en el tiempo, el aislacionismo no cuenta con un corpus doctrinario plenamente formulado en una teoría general plenamente aceptada por sus partidarios, pero sí un conjunto de principios filosóficos, históricos, políticos y económicos bastante coherente, aunque pueda no parecérselo al profano, extraídos de todo el espectro ideológico de la extrema derecha a la extrema izquierda23 y que conforma un cuerpo doctrinario del que se extraen argumentos para el debate político. Podemos distinguir entonces varios tipos de argumentos usados para justificar sus actuaciones políticas.

En primer lugar cuentan con un discurso económico partidario, en general, del librecambismo económico y crítico con la intervención estatal en la vida económica con influencias claras del liberalismo clásico en general y la Escuela Austriaca de economía en particular (sobre todo el contemporáneo),24 muy patente en la parte más influyente, y a nuestro entender más coherente, del aislacionismo contemporáneo.

Los aislacionistas critican también la idea de que el imperialismo reporte algún tipo de beneficio económico a la nación imperialista en su conjunto. Como bien apunta Rustow (Rustow, 1980: 150-175), el imperialismo sólo trae beneficios para las personas o las empresas que se benefician de la explotación directa de los recursos económicos conquistados, porque si partimos del supuesto, bastante coherente,25 de que la sociedad colonizada es una sociedad atrasada, entonces sus miembros no tendrán capacidad de compra para los productos de la metrópoli y el único lucro posible será la confiscación forzosa de sus riquezas y/o la esclavitud de sus habitantes. Si los recursos extraídos son metales preciosos usados como moneda como oro o plata lo único que se consigue es exportar inflación a la metrópoli sin incrementarse para nada la cantidad de bienes producidos26 (siendo los grandes beneficiados el estado y los concesionarios de las minas) perjudicando a numerosos sectores sociales y si son bienes agrícolas o industriales producidos gracias a la mano de obra forzada, estos entrarán en directa competencia con los bienes de las mismas características producidos en la metrópoli perjudicando a las industrias productoras de los mismos. En este último caso sí que se podría beneficiar la nación colonizadora, pero salvo que producir con mano de obra esclava fuese económicamente más rentable, que no acostumbra a serlo como bien demuestran North y Thomas (North y Thomas, 1978), podría conseguirse el mismo resultado o aún mejor sin necesidad de colonizar a otros pueblos. Los beneficiados son siempre los grupos económicos beneficiarios de las concesiones que se lucran directamente del gasto militar imperial de la metrópoli y que están por tanto interesados en la continuación del sistema, pero no la sociedad en su conjunto en la que se dan perjudicados directos por tales políticas. Norman Angell (Angell, 1913) en otro gran libro, hoy olvidado, La grande ilusión (sic) nos describe con ironía como el mendigo londinense en la Inglaterra victoriana (o el pícaro español del XVI) sigue tan pobre como siempre eso sí pidiendo limosna en la nación más poderosa y rica del mundo, para ilustrar como la expansión territorial de una nación y la riqueza de sus habitantes no están relacionadas27. Mises expuso muy bien en su libro Liberalismo que sólo el comercio libre y pacífico entre las personas conduce a la prosperidad económica. El imperialismo, como también apuntó Schumpeter (Schumpeter 1951) en su Imperialismo, responde a lógicas de poder o de prestigio de los gobernantes y sus aliados, no a lógicas económicas, si entendemos estas como la búsqueda de una mayor prosperidad para el conjunto de la nación y no para unos cuantos sectores privilegiados.

La intervención en el exterior es una política pública como las demás28 lo que implica que al igual que las demás produce consecuencias no deseadas sobre el resto de la vida económica y social.29 Este aspecto representa un gran desafío a las posturas de los que se dicen librecambistas y defienden estas intervenciones pues los argumentos usados para justificar una intervención exterior son los mismos que para una intervención doméstica, pues si por alguna razón se acepta que los fines del gobierno pudiesen ser buenos en estos casos, aun causando muerte y destrucción, no habría ninguna razón para desconfiar de los fines en otro tipo de intervenciones.30 Tendrían que justificar qué característica especial tienen las guerras o las intervenciones con respecto a las demás políticas públicas que las hace merecer tan benévolo juicio.

Pero además de esto la guerra tiene consecuencias especialmente graves para la vida económica. Autores como Higgs (Higgs, 1987), Stein (Stein, 1980) o Porter (Porter, 1994: 1-23) expusieron detalladamente cómo las épocas de guerra son aprovechadas por los gobiernos para realizar políticas que no osarían hacer en tiempos de paz. Regulaciones laborales para contentar a sindicatos, controles de importaciones para favorecer a industrias “estratégicas”, subidas de impuestos, devaluaciones de la moneda y sobre todo enormes déficits fiscales financiados con más impuestos o con inflación son el desastroso legado económico de las guerras de este siglo. La situación emocional en la que viven los ciudadanos durante una guerra hace más fácil a los gobiernos implantar medidas, justificadas en la necesidad de ganar la guerra, que después al terminar la guerra, y la necesidad de las mismas, rara vez son eliminadas y reconducida la legislación a la situación de antes de la guerra. No es de extrañar pues que un librecambista se oponga con todas sus fuerzas a las guerras emprendidas por el gobierno y más en el caso norteamericano, sabiendo que prácticamente ninguna de ellas respondía a una amenaza cierta a la supervivencia de la nación,31 ni que las vea como oportunidades para incrementar el tamaño del gobierno.32

Desde el punto de vista de la filosofía política, los aislacionistas se oponen al uso de la guerra para combatir ideologías. Ya sea la falta de democracia, el comunismo o el islam radical, una idea no puede ser combatida sino con otra idea. Combatir las ideas con armas es el mismo tipo de error que cometieron los romanos con los cristianos y normalmente no da fruto. Si una persona cree en una idea, por nefasta que esta pueda ser, por mucho que la bombardeen no va a dejar de creer en ella, es más, es probable que se reafirme más en ella y que, o bien se convierta en un mártir, o bien finja acatamiento mientras aguarda a que desaparezca la represión para volver después. Sobre el pensamiento no cabe mando alguno pues es algo íntimo, fruto de una reflexión personal, y que sólo puede ser cambiado ofreciendo una idea mejor argumentada, nunca usando la fuerza. Los aislacionistas son también firmes partidarios de la idea de neutralidad (Doenecke, 1982b; Borchard, 1937) y firmes valedores del principio de soberanía de los estados. El intervencionismo en política exterior implica una ruptura con los principios imperantes en Europa desde la paz de Westphalia y con los principios jurídicos tradicionales que rigieron tal que con la configuración de un sistema neoimperial la legitimidad de un gobierno vendrá dada sólo si es legal,33 esto es, democrático, a los ojos de los Estados Unidos, algo que para el aislacionista es inaceptable.34 Son también muy críticos con las organizaciones internacionales como la ONU y sus agencias, considerándolas burocracias corruptas al servicio de las élites tecnocráticas y de los sátrapas del tercer mundo que gustan de acusar a los Estados Unidos de todos los males de la tierra. Los aislacionistas no son propensos a dejar su soberanía en manos de acuerdos y organizaciones internacionales con una legitimidad democrática más que dudosa.

Por otra parte son especialmente interesantes los argumentos que usan para justificar la neutralidad, basándose en la idea de que contribuye a controlar la extensión de los conflictos. Las guerras limitadas a dos naciones son más pequeñas en intensidad y tienen un más fácil arreglo que cuando los países emprenden guerras enmarcados en principios de seguridad colectiva como la Primera y la Segunda Guerra Mundial, que una vez iniciadas son de muy difícil resolución al estar involucrados los intereses de numerosos países.

Desde el punto de vista de la defensa de la libertad política las guerras tienen otras dos consecuencias negativas. La primera es el incremento de poder de decisión en manos del ejecutivo (Kennedy, 2002) y por tanto una limitación tanto de los poderes compensadores legislativo y judicial, sometidos al imperativo de moderar sus críticas al poder ejecutivo en tiempos de tribulación, como de los poderes de los estados subnacionales, tan caros a la derecha norteamericana, obligados a la coordinación con el poder central en aras de la eficacia del esfuerzo bélico. La segunda es la institucionalización de relaciones corporativas en el seno de la vida política (Stromberg, 2001). La guerra favorece la consolidación de lazos estrechos entre los grandes grupos económicos beneficiados del esfuerzo bélico y los sindicatos mimados en épocas de guerra para posibilitar la cooperación de la clase obrera y el gobierno y que, una vez finalizada la contienda, sobre todo si esta finaliza en victoria35 como acostumbra a ser en el caso norteamericano, persisten en querer influir en la toma de decisiones políticas privilegiadas. El movimiento aislacionista también es original en sus propuestas de políticas de defensa.36 Son partidarios de la guerra defensiva y son críticos con los ejércitos permanentes por las razones que explicamos más arriba. Estos autores critican la miopía de las políticas de defensa norteamericanas orientadas a consolidar y mantener un imperio, pero poco preparadas para defender a la población en caso de un ataque terrorista con armas biológicas o químicas, que es según ellos la principal amenaza a la seguridad del pueblo norteamericano. Su esquema de defensa sería preventivo (Eland, 1998), encaminado a proteger el territorio de los Estados Unidos. Para ello proponen la creación de milicias populares entrenadas en la defensa del territorio (Stromberg, 2003; Rothbard 1984), reforzar la autodefensa basada en una población armada (Marina, 1983) y reorientar los gastos de defensa hacia la prevención de ataques terroristas masivos. Se trataría de crear las condiciones necesarias que hagan imposible la hipotética invasión de los Estados Unidos. Combinado con armas nucleares disuasorias el pueblo norteamericano estaría lo suficientemente bien defendido como para no necesitar inmiscuirse en aventuras bélicas en el extranjero.

Por último, el discurso aislacionista se alimenta también de la obra de un grupo de historiadores, llamados revisionistas, que critican con dureza el sistema imperial norteamericano y desvelan las claves ocultas a la opinión pública que llevaron a los Estados Unidos a emprender sus aventuras imperiales. Las obras críticas de Chalmer Johnson (Johnson, 2004a; 2004b), Charles Beard (Philbin, 2000) y William Appleman Williams (1960), la revisión histórica de los presidentes norteamericanos, en especial Roosevelt, o la crítica de la cultura militarista estadounidense (Engelhardt, 1997; Fussell, 2003) recogidas en la compilación de ensayos realizada por John Denson (Denson, 2001; 2003) son buenos ejemplos de una historiografía crítica con el imperio norteamericano,37 mucha de ella proveniente de la izquierda , que contribuye a mantener vivo el espíritu aislacionista.

4. Conclusión

El movimiento aislacionista nunca dominó la política norteamericana, aunque en contadas ocasiones sí tuvo influencia sobre ella (Scotchie, 1999). Hoy en día con la guerra de Iraq recobró parte de la fuerza perdida desde los años cuarenta pero sin llegar a convertirse, ni mucho menos, en un grupo poderoso; puede decirse que ni siquiera sus mismos miembros cuentan con la esperanza de que a corto plazo sus ideas triunfen.38 Nuestro interés al estudiarlo no fue, por tanto, su influencia en la formulación de la política exterior norteamericana, sino el tratar de redescubrir una tradición muy poco conocida en nuestro país39 y de distinguir entre las distintas variantes de la derecha norteamericana, injustamente asociada a la figura, tan denostada por los aislacionistas de George W. Bush, la aislacionista y la intervencionista o neoconservadora. Entendemos que el aislacionismo es más coherente con los valores tradicionales de la derecha,40 sea en su versión conservadora sea en su versión libertaria, no sólo porque es más coherente con dichos valores sino porque se basa en un principio básico y central a ambas tradiciones, el de que para alcanzar una sociedad armónica cada uno debe cuidar de sus propios asuntos, y no pretender arreglar los de los demás. Los aislacionistas, coherentes con este principio, sólo pretenden cuidar de los asuntos de los Estados Unidos, su país, y no pretender arreglar al mundo. Lo que buscan es crear una nación lo más libre y pacífica posible que sirva de referencia a imitar para el resto de la humanidad si esta así lo desea. No reclaman nada más que modestia en las relaciones exteriores.

Notas

  1. Una explicación de cómo el imperio romano se deslizó paulatinamente hacia la dictadura bajo el imperio puede verse en el libro de Haskell, The New Deal in Old Rome (Haskell, 1947). Una visión compara da de la evolución desde sus inicios del imperio romano y de cómo los Estado Unidos están siguiendo el mismo camino puede verse en la monumental obra de Amaury de Riencourt Los Césares venideros (Riencourt, 1968). Una preocupación muy presente en los críticos romanos del imperio y en los críticos contemporáneos era la de que el imperialismo conducía al intervencionismo económico interno y a la consiguiente pérdida de libertades en la metrópoli.
  2. Sobre los orígenes salmantinos del capitalismo pueden verse, entre otras la obra de Alejandro Chafuen (Chafuen, 1991) y los capítulos al respecto en los libros de historia de las ideas de Rothbard (Rothbard, 1999a) y Huerta de Soto (Huerta de Soto, 2000)
  3. Sobre los debates entre imperialistas y antiimperialistas en la España imperial son de utilidad los estudios de Hanke (Hanke 1988), Carro (Carro, 1955) y Watner (Watner 1987) entre otros muchos.
  4. Es muy interesante al respecto el capítulo que dedica a Marx el ensayo de Carlos Rodríguez Braun (Rodríguez Braun, 1989) sobre la visión del colonialismo y el imperialismo en los economistas clásicos.
  5. A la mayoría de los autores norteamericanos no les gusta referirse a su país como un imperio, a diferencia de los imperios antiguos que asumían con orgullo el nombre. Pero entendemos que Norteamérica tiene la mayoría de los rasgos de un imperio y se comporta en buena medida como tal (Paul de Alvarez, 1966; Ferguson, 2004)
  6. Otros autores prefieren hablar de tradición jeffersoniana para referirse a la visión de la política internacional que no gusta de exportar por la fuerza los valores norteamericanos y que coincide en lo esencial con lo que queremos expresar en este trabajo. Véase al respecto el capítulo sexto del libro Special Providence de Walter Russell Mead (Mead, 2002).
  7. De hecho pude decirse que la idea de que los Estados Unidos hayan sido aislacionistas de ipso en el siglo XX puede ser considerado un mito (Braumoeller, 2004; Johnson, 1995). Hasta en las etapas supuestamente más aislacionistas como los años 20 del siglo XX los Estados Unidos intervinieron activamente en la política internacional y en los asuntos internos de otros países
  8. Esto no quiere decir que no hayan existido antiimperialistas de izquierdas o progresistas (Leuchtenburg, 1952), que sí los hubo y fueron siempre tan influyentes o más que los de derechas. Aquí no los vamos a considerar pues sus motivaciones son distintas de los aislacionistas, concepto que voy a usar para referirme a los antiintervencionistas de derecha, pues sus motivaciones y filosofía políticas son distintas. Eso no obsta que muchos aislacionistas como John Dos Passos o John T. Flynn (Raimondo, 1992) abandonasen las filas de la izquierda descontentos con el apoyo que sindicatos y grupos de izquierda prestaban al imperalismo, sobre todo durante los mandatos de Roosevelt.
  9. Este es el objeto de un libro de Justin Raimondo, Reclaiming the American Right, quien busca desenterrar la vieja tradición aislacionista de la derecha norteamericana (Raimondo, 1993).
  10. Existen pocas historias que abarquen la historia completa del aislacionismo (Adler, 1957; Raimondo, 1999), pues la mayoría de los ensayos se refieren a etapas concretas como la guerra hispano-americana, el aislacionismo previo a la Primera Guerra Mundial y la oposición a la entrada en la Segunda Guerra Mundial, si bien existen bibliografías completas sobre la materia (1982a; 1983). El ensayo más completo sobre el tema es el de Adler, pues abarca en profundidad todo el movimiento hasta mediados de los años 50.
  11. Una crítica muy dura a tal anexión y a la política exterior norteamericana en los últimos años del siglo XIX y comienzos del XX puede verse en el bien documentado libro de Nearing y Freeman, La diplomacia del dólar (Nearing y Freeman, 1927?)
  12. Un análisis muy bueno de la alianza entre negocios y poder político para el fomento de intervenciones políticas en el extranjero, analizando también el papel de sus ideólogos, puede encontrarse en el libro de José Luis Orozco Razón de Estado y razón de mercado (Orozco, 1992). También (Rothbard, 2002)
  13. Este argumento también es usado por Schumpeter en su Capitalismo, socialismo y democracia al afirmar que el burgués gobierna por persona interpuesta mientras que el noble gobernaba por sus propias cualidades para la guerra y el gobierno. El burgués de Schumpeter no sería capaz de expulsar un ganso de su despacho si por casualidad le entrase alguno dentro.
  14. Sin contar con la “traición” de Wilson al respecto, quien había sido reelegido en 1916 bajo el lema de que él había mantenido a los Estados Unidos fuera de la guerra europea hasta el momento.
  15. Hans Hermann Hoppe (Hoppe 2004) en los primeros capítulos de su último libro, Monarquía, democracia y orden natural defiende el sistema político monárquico existente en el Imperio AustroHúngaro comparándolo con la democracia wilsoniana y encuentra que el imperio no desmerece en nada en lo que respecta a libertades, en capacidad de integración pacíficamente de las minorías o en creatividad intelectual.
  16. Varios historiadores afirman que entre 1916 y 1917 estuvo a punto de firmarse un armisticio entre los combatientes, y que resultaría a la postre frustrado al negarse los ingleses a firmar la paz, pues la esperada intervención norteamericana les permitiría obtener una victoria total sobre Alemania, como al final sucedió.
  17. Lindbergh, héroe popular, fue acusado falsamente de ser defensor del nazismo por afirmar en un famoso discurso en Des Moines que había intereses judíos detrás de la campaña propagandística iniciada por el gobierno para justificar la entrada en la Segunda Guerra Mundial.
  18. Sobre estos autores son muy interesantes la obra de Raimondo antes citada y la de Radosh (Radosh, 1975) sobre la vida y el pensamiento de los autores del aislacionismo. Radosh era un autor de la izquierda antiimperilialista cuando escribió este libro en homenaje a estas figuras. Hoy en día en cambio es un ferviente neoconservador (Radosh, 2003). Sobre Taft es de interés el trabajo de Hayes (Hayes, 2004)
  19. Rose Wilder Lane, uno de los principales referentes de la vieja derecha (muy conocida por ser la hija de Laura Ingalls, autora de La casa de la pradera) prefirió dejar de trabajar y vivir de sus ahorros a cotizar a la ya obligatoria seguridad social norteamericana.
  20. Con los resultados ya vistos de que se reforzó a una tiranía que constituyó el principal enemigo de Norteamérica en el siglo XX. A los modernos aislacionistas les gusta llamar la atención sobre el hecho de que los principales enemigos de los Estados Unidos durante el siglo XX y lo que llevamos del XXI son antiguos aliados norteamericanos apoyados por dinero norteamericano (Unión Soviética, Iraq o los muyaidines afganos).
  21. Es de resaltar la continuidad de argumentos de los aislacionistas a través de los años. La moderna literatura aislacionista está plagada de referencias a los aislacionistas de comienzos del siglo XX y sus escritos son reeditados periódicamente por editoriales afines.
  22. Según Claes Ryn (Ryn, 2003), autor próximo a los aislacionistas, los neoconservadores serían personas imbuidas del mismo tipo de celo al propagar sus ideas que los jacobinos franceses, que provocaron guerras por toda Europa para propagar los valores revolucionarios que ellos entendían que toda la humanidad debería adoptar.
  23. Sólo hay que consultar una de las principales páginas web del aislacionismo contemporáneo http://www.lewrockwell.com para comprobar que tiene enlaces a los escritos de Chomsky y a artículos defensores de movimientos políticos populistas europeos como el Frente Nacional de Le Pen, pues ambos son partidarios de políticas aislacionistas. La política exterior es para muchos de los modernos aislacionistas de derechas como el difunto Rothbard o para Lew Rockwell el eje sobre el que giran sus posiciones políticas, pues entienden la lucha contra las guerras imperialistas como el primer paso en la lucha contra el poder estatal. Oponerse a la guerra es oponerse al poder estatal en el aspecto que más contribuye a reforzar dicho poder y si se entiende esto puede entonces aparecer la coherencia discursiva que aparentemente falta en su discurso (Rockwell, 2003).
  24. No todos los aislacionistas contemporáneos son partidarios del librecambismo austríaco. De hecho los intentos de unir las distintas facciones de la vieja derecha fracasaron por la postura proteccionista en asuntos económicos, de los sectores encabezados por Pat Buchanan (Gottfried,1993)
  25. No siempre la sociedad colonizada es más atrasada que la colonizadora, como sucedió tras la caída del imperio romano o más recientemente con la conquista por la Unión Soviética tras la Segunda Guerra Mundial de parte de Alemania y de avanzados países de Centroeuropa. En estos casos el lucro derivado de la conquista se circunscribe también a la expropiación forzosa de los recursos de estos países sin dar nada a cambio (expropiación vía compensaciones de guerra) con lo cual nos encontraríamos con el mismo tipo de conquista que una colonia tradicional o bien se obliga a la compra a precios políticos (artificialmente inflados) de los excedentes de la metrópoli con lo que si se cumplirían las premisas imperialistas expresadas en las obras de Hobson y Lenin. En este caso los efectos para la colonia son los mismos que los de un impuesto que resulte en beneficio del país conquistador, pero es un beneficio sólo para los sectores productores de los bienes exportados forzosamente o el estado (no confundir con la sociedad en su conjunto) en caso de una economía socialista. En este caso los perjudicados serían los consumidores de la metrópoli que se verían privados de dichos bienes porque serían exportados al pagarse más en el extranjero por ellos teniendo que pagar más por ellos.
  26. La escuela austríaca nos enseña que cualquier cantidad de dinero es óptima y que cualquier incremento o descenso de la cantidad del mismo no tiene consecuencias reales sobre la producción, sólo tiene consecuencias redistributivas (Mises, 1924)
  27. Angell apunta también, muy correctamente, cómo la pérdida de colonias no supuso en los últimos siglos ningún desastre para la metrópoli, o como buena parte de los países más ricos del mundo nunca tuvieron colonias como Suecia o Suiza, mientras que uno de los países más pobres de Europa, Portugal, tuvo grandes imperios coloniales. Angell pone el ejemplo de cómo la deuda pública del Reino de España incrementó su valor sustancialmente tras la pérdida de Cuba y Filipinas. En la segunda mitad del siglo XX el crecimiento económico de los países europeos (Bélgica, Francia, Gran Bretaña) no pareció haber sido afectado por la pérdida de sus colonias africanas. Los grandes éxitos económicos de postguerra de Italia y Alemania fueron realizados en ausencia de dominios coloniales.
  28. Difiere obviamente en las consecuencias, mucho más graves que una intervención económica convencional, y en la implicación emocional de los autores implicados, pero la naturaleza es la misma, el uso de la coerción del estado para alcanzar unos fines determinados.
  29. Sobre la futilidad del intervencionismo a la hora de conseguir los efectos buscados en un inicio y sobre las consecuencias no deseadas de tales políticas es siempre útil consultar los ensayos recogidos en su Crítica del intervencionismo (Mises, 2001).
  30. La derecha intervencionista es muy crítica por ejemplo en lo que respecta a la política social. Critican el paternalismo estatal y la idea gubernamental de que los más desfavorecidos no puedan resolver sus propios asuntos. Tampoco aceptan la idea de que el gobierno pueda dictar códigos morales a la ciudadanía. Sin embargo olvidan estos argumentos cuando se trata de “exportar” por la fuerza la democracia a otros países. La ingeniería social estatal puede, por alguna extraña razón, alcanzar sus objetivos en estos casos. Parece que cuanto más violenta y desinformada es la actuación estatal más aplaudida es por estos teóricos y que cuanto más inofensiva es (un control de precios o una regulación urbanística, por ejemplo) más criticada es, cuando por lógica parece que lo correcto sería desde una óptica liberal, pensar lo contrario.
  31. Rothbard (Rothbard, 1999b), de hecho sólo encuentra dos guerras que merezcan el calificativo de justas en la historia de los Estados Unidos, la guerra de independencia y la guerra de secesión (desde el punto de vista del sur). La guerra con Japón también podría ser considerada con matices como tal.
  32. Esto no quiere decir que los defensores de estas tesis piensen que las guerras en el exterior respondan sólo al interés material de los gobernantes, sino que las consideran fruto de múltiples factores, entre ellos el ideológico.
  33. Contrástese esto con la doctrina no intervencionista que rige, con matices, en México, conocida como Doctrina Estrada. Esta doctrina se basa en el reconocimiento de naciones no de gobiernos y se relaciona con quien detenta el poder de ipso en el territorio sea o no democrático. La Doctrina Estrada también sanciona la soberanía de las naciones y la no intervención de México en los asuntos internos de otros países (Seara Vázquez, 1969)
  34. El jurista alemán Carl Schmitt estudió en profundidad este tema y no se mostró muy de acuerdo con la ruptura con el tradicional Ius Publicum Europaeum (Ulmen, 1987)
  35. En caso de derrota, como bien apunta Olson (Olson, 1992), estos grandes grupos de presión corporativos pierden mucha de su influencia, lo que paradójicamente favorecería una recuperación rápida de las naciones derrotadas. Olson ilustra su teoría con la comparación de las más rápidas tasas de desarrollo económico en Alemania tras la Segunda Guerra Mundial frente a las británicas que conservaron intacto su esquema corporativo.
  36. Es curiosa e interesante para un partidario del mercado libre la defensa que hace Larry Sechrest (Sechrest, 2003) de la figura del corsario como empresario privado de la defensa. Es mucho más eficaz, según documenta, pues actúa por lucro y mucho menos sanguinario pues no tiene incentivo a matar demasiado (puede obtener rescate por los prisioneros) ni a destruir (los buques y enseres conquistados pasan a su propiedad). Sobre defensa privada ver también (Benson, 2000) y (Micklethwait, 1987).
  37. Un breve ensayo historiográfico sobre la literatura aislacionista puede encontrarse en (Stromberg, 2001a).
  38. Raymond Aron (Aron, 1976), en su magistral ensayo sobre la política exterior norteamericana parece simpatizar con las posturas de los aislacionistas, al menos como se expresaban en los años 70, pero no deja de advertir lo ilusorio de su aplicación, al menos a corto y medio plazo.
  39. Sólo conozco al respecto en España el trabajo, muy crítico por cierto, de Camilo Barcia Trelles (Barcia Trelles, 1947)
  40. Es interesante consultar el tercer capítulo del libro de Ivan Eland, The Empire Has No Clothes (Eland, 2004) en el que se explica por qué los conservadores deben ser antiimperialistas.

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