Disturbios por rabia, por diversión y por provecho económico

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La conjunción “pero” es la gran palabra equívoca de nuestro tiempo, la que permite adherirse o solidarizarse con las causas en boga inspiradas en la compasión a la par que consigue emitir su verdadero mensaje que es de signo contrario. “Por supuesto, deploro el Comunismo, pero…”; “Por supuesto, apruebo el mercado libre, pero…”. Han sido estribillos demasiado recurrentes en las últimas décadas. La reacción habitual de nuestros expertos, a lo largo y ancho de todo el respetable espectro político, a los graves disturbios de Los Ángeles y otras ciudades acaecidos entre el 29 de abril y el 2 de mayo fueron del siguiente tenor: “Por supuesto, no puedo tolerar la violencia, pero …”. En todos los casos, se enuncia rápida y ritualmente la primera parte de la frase para llegar, tras el “pero”, al auténtico mensaje que es diametralmente opuesto.

Por supuesto que el objetivo perseguido con ello es precisamente el de tolerar la violencia, para lo que se apresuran en exponer las que presuntamente son las “auténticas causas estructurales” de los disturbios y de la violencia. Mientras que las “causas” de cualquier acción humana son imprecisas y complejas, a nada de eso se atiende, porque todo el mundo sabe cual se supone que ha de ser la “solución”: más impuestos para el pueblo estadounidense, incluyendo a las víctimas de los masivos saqueos, incendios, palizas y homicidios, porque al parecer hay que “calmar la furia interior de las ciudades” pagando espléndidamente a la “comunidad” rebelde para que supuestamente no lo vuelva a hacer.

Antes de apresurarnos a analizar lo que hay detrás de esos disturbios, tenemos que decir que la razón esencial de ser del Estado, de una institución que tiene un monopolio, o preponderancia, de la violencia, es utilizarlo para defender a las personas y bienes de los asaltos violentos. Esa misión no es tan obvia como puede parecer, puesto que, como es bien sabido, las fuerzas estatales y federales de Los Ángeles, no cumplieron esa función. Enviar con retraso a policías y tropas sin munición no podía resolver el problema.

Sólo hay una manera de cumplir con la importante y vital función que tiene la policía, la única forma en que funciona: anunciarlo públicamente, teniendo la voluntad de hacerlo cumplir, —como hizo el difunto alcalde de Chicago Richard Daley en los disturbios de la década de 1960— que se ha ordenado a la policía disparar a matar a los saqueadores, a los alborotadores y a los incendiarios o atracadores que pudieran encontrar. Ese solo anuncio bastó para inducir a los alborotadores a guardarse su “rabia” y volver a sus pacíficas actividades. ¿Quién conoce el corazón de los hombres? ¿Quién conoce todas las causas, las motivaciones, de las acciones? Pero una cosa está clara: independientemente de las turbias “causas”, los posibles ladrones y atracadores recibirían el mensaje alto y claro.

Pero el gobierno federal, y la mayoría de los gobiernos estatales y locales, decidieron hacer frente a los grandes disturbios de Watts y otras ciudades del interior de la década de 1960 de una manera muy diferente: la práctica aceptada actualmente consiste en una compra masiva, un vasto sistema de sobornos en forma de ayudas públicas, cuotas reservadas, discriminación positiva, etc… La cantidad destinada a estos fines por los gobiernos federal, estatales y locales desde la Great Society de la década de 1960 asciende a la asombrosa suma 7 billones de dólares.

¿Y cuál es el resultado? La difícil situación de las ciudades del interior es claramente peor que lo fue nunca: más asistencia social, más delincuencia, más disfuncionalidad, más familias sin padre, menos niños a los que se esté de alguna manera “educando”, más desesperación y degradación. Y ahora, disturbios más virulentos que nunca. Debe quedar muy claro que tirar el dinero de los contribuyentes y conceder privilegios a las ciudades del interior es completamente contraproducente. Y, sin embargo, esta es la única “solución” que siempre se le ocurre a la izquierda —y sin respaldarlo con ningún argumento, como si esa “solución” fuera evidente—. ¿Por cuánto tiempo se supone que debe continuar este absurdo?

Si esa es la absurda solución progresista, los conservadores no son mucho mejores. Hasta la izquierda está alabando —siempre una mala señal— a Jack Kemp por ser un “buen” conservador, alguien que se preocupa y que está
llegando con soluciones innovadoras pregonadas por el propio Kemp y sus líderes neo-conservadores. Estas pretendidas soluciones supuestamente “no” son asistencia social pública, pero eso es precisamente lo que son: viviendas sociales “propiedad” de los inquilinos, pero sólo merced a generosas subvenciones y bajo estricta regulación —sin que disminuya el parque de viviendas sociales—; “zonas empresariales” en las que no hay empresas libres sino que son simplemente áreas privilegiadas en las que se concentran más ayudas sociales y destinadas a favorecer a las ciudades del interior del país.

Varios libertarios de izquierda se centran en la eliminación de las leyes de salario mínimo y los requisitos de licencia como la cura para el desastre de las ciudades del interior. Pues bien, la derogación de los salarios mínimos, sin duda, sería útil, pero es en gran medida irrelevante para evitar los disturbios: después de todo, existen leyes de salario mínimo en todo el país, en áreas tan pobres como las ciudades-interiores tales como en los Apalaches. ¿Cómo es que no hay disturbios en los Apalaches? Abolir las leyes que exigen licencias también sería bienvenido, pero igual de irrelevante.

Algunos afirman que la causa subyacente es la discriminación racial. Y, sin embargo, después de tres décadas de agresivas medidas por los derechos civiles, el problema parece haber empeorado, en vez de mejorar. Por otra parte, los coreanos tienen, sin duda, por lo menos el mismo problema de ser víctimas de discriminación racial —y también tienen el problema de que el inglés es su segundo idioma, y con frecuencia un distante segundo idioma—. Entonces ¿cómo es que los estadounidenses de origen coreano nunca causan revueltas, a pesar de ser, en efecto, el principal grupo diferenciado de víctimas de los disturbios de Los Ángeles?

La famosa tesis Moynihan de la causa del problema está más cerca de la realidad: hace treinta años expuso que en la familia negra había cada vez más huérfanos de padre, y, en consecuencia, valores tales como el respeto a la
persona y la propiedad estaban en peligro de desaparecer. Tres décadas después, la familia negra se encuentra en un estado mucho peor, y la familia blanca tampoco está evolucionando demasiado bien. Pero incluso si la tesis Moynihan es parte del problema ¿Qué se puede hacer al respecto? No se puede forzar a los miembros de una familia a vivir juntos.

La causa más importante de la podredumbre es el nihilismo moral y estético alentado durante muchas décadas de izquierdismo cultural. Pero, ¿Qué se puede hacer al respecto? Sin duda, en el mejor de los casos llevaría muchas décadas recuperar la cultura del Liberalismo e inculcar la sana doctrina, si es que puede hacerse en absoluto. La podredumbre no se puede detener, ni siquiera retrasar, con medidas tan extremadamente lentas y problemáticas.

Antes de que podamos establecer alguna cura para una enfermedad, debemos tener una idea de qué es lo que la causa. ¿Estamos realmente seguros de que “la ira o la rabia” es el problema que se da aquí? En su mayoría, los jóvenes alborotadores captados en televisión no parecía que estuvieran en absoluto enfadados. Una toma memorable tuvo lugar cuando la cámara de televisión captó a un joven sonriente y feliz, acarreando un televisor fuera de una tienda saqueada y poniéndolo en su coche. Un periodista de pocas luces le preguntó: “¿Por qué te llevas el televisor?” La respuesta fue memorable: “¡Porque es gratis!”. Tampoco es casualidad que los incendiarios saquearan a fondo las 10.000 tiendas antes de dejarlas en cenizas.

La cuestión esencial es que tanto si el motivo o el deseo de los alborotadores fue la rabia, pegar y robar, dando rienda suelta a los impulsos del momento frente a las consecuencias futuras como si no, se entregaron a la diversión que consiste en pegar, robar, incendiar y robar al por mayor porque vieron que podían salirse con la suya. El culto a la inviolabilidad de la persona y la propiedad no es parte de su sistema de valores. Es por eso que, a corto plazo, lo único que podemos hacer es disparar a los saqueadores y encarcelar a los alborotadores.


Traducido por Juan José Gamón, tomado del libro Por una economía con sentido.

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