La estadística: El talón de Aquiles del gobierno

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[Este ensayo se publicó en Essays on Liberty, VIII (Irvington-on-Hudson, NY: Foundation for Economic Education, 1961), pp.255-261, y en The Freeman, Junio de 1961, pp. 40-44.Fue reimpreso en The Logic of Action Two (Edward Elgar, 1997, pp. 180-184).Rothbard había desarrollado un argumento similar en “The Politics of Political Economists: Comment”, Quarterly Journal of Economics, 74, 4 (Noviembre de 1960), pp. 659-665, una crítica de algunas tesis avanzadas por el economista George Stigler]

La nuestra es verdaderamente un Era de la Estadística. En un país y una época que adora los datos estadísticos como super “científicos”, como que con ofrecen las claves de todo el conocimiento, se nos presenta una enorme oferta de datos de todas las formas y tamaños. En su mayor parte, los aporta el gobierno.

Aunque agencias privadas y asociaciones comerciales recogen y publican algunas estadísticas, están limitadas a deseos concretos de sectores concretos. El grueso de las estadísticas las recoge y distribuye el gobierno. Las estadísticas generales de la economía, el popular “producto interior bruto” que permite a todos los economistas ser augures de las condiciones empresariales, procede del gobierno.

Además, muchas estadísticas son subproductos de otras actividades del gobierno: de Hacienda proceden los datos fiscales, de los departamentos del seguro de desempleo las estimaciones del paro, de las oficinas de aduanas los datos de comercio exterior, de la Reserva Federal derivan las estadísticas bancarias y así sucesivamente. Y al desarrollarse nuevas técnicas estadísticas, se crean nuevas divisiones del gobierno para refinarlas y usarlas.

El florecimiento de las estadísticas públicas ofrece varios males evidentes para el libertario. En primer lugar, está claro que se están canalizando demasiados recursos a la recogida y producción de estadísticas. En un mercado completamente libre, la cantidad de trabajo, tierra y recursos de capital dedicada a la estadística disminuiría hasta una pequeña fracción del total actual. Se ha estimado que solo el gobierno federal gasta más de 48.000.000$ en estadística y que el trabajo estadístico utiliza los servicios de más de 10.000 funcionarios públicos a tiempo completo.[1]

Los costes ocultos de los informes

En segundo lugar, la gran mayoría de las estadísticas se obtienen por coacción del gobierno. Esto no solo significa que sean producto de actividades desagradables, también significa que el verdadero coste de estas estadísticas es mucho mayor que la mera cantidad de dinero procedente de impuestos gastado por las agencias públicas. La industria privada y el consumidor privado deben soportar la carga de los costes de mantener los registros, rellenar los formularios y cosas similares que demandan estas estadísticas. No es solo eso: estos costes fijos imponen una carga relativamente grande a pequeñas empresas, que están mal equipadas para manejar las montañas de papeleo. Por tanto, estas aparentemente inocentes estadísticas afectan a la pequeña empresa y contribuyen a hacer más rígido el sistema empresarial estadounidense. Por ejemplo, un grupo de trabajo de la Comisión Hoover descubrió que:

Nadie sabe cuánto cuesta a la industria estadounidense compilar las estadísticas que reclama el gobierno. El sector químico informa que cada año gasta 8.850.000$ por sí solo en proporcionar informes estadísticos reclamados por tres departamentos del Gobierno. El sector de servicio público gasta 32.000.000$ al año en preparar informes para las agencias públicas (…)

Todo usuario industrial de cacahuete debía informar de su consumo al Departamento de Agricultura (…) Tras la intervención del Grupo de Trabajo, el Departamento de Agricultura acordó que a partir de entonces solo los que consumieran más de diez mil libras al año tenían que informar (…)

Si se hicieran pequeños cambios en dos informes, el Grupo de Trabajo dice que en solo una industria pueden ahorrarse 800.000$ anuales en informes estadísticos.

Muchos empleados del sector privado se ocupan de la recopilación de estadísticas del Gobierno. Esto es especialmente gravoso para las pequeñas empresas. Un pequeño propietario de un ferretería en Ohio estimaba que el 29% de su tiempo lo absorbe rellenar dichos informes. No es raro que la gente que trata con el Gobierno tenga que mantener varios libros para cumplir con los diversos y diferentes requisitos de las agencias federales.[2]

Otras objeciones

Pero hay otras razones importantes, y no tan evidentes, para que el libertario considere a las estadísticas públicas con consternación. La recopilación y producción de estadísticas no solo va más allá de la función gubernamental de la defensa de personas y propiedades; no solo se desperdician y se asignan incorrectamente recursos económicos y se grava a contribuyentes, industria, pequeñas empresas y consumidores. Además, las estadísticas son, un sentido esencial, críticas para todas las actividades intervencionistas y socialistas del gobierno.

El consumidor individual, en sus actividades diarias, tiene poca necesidad de estadísticas: a través de la publicidad, de la información de amigos y de su propia experiencia descubre lo que pasa en los mercados que le rodean. Lo mismos pasa con las empresas. El empresario debe asimismo evaluar su mercado concreto, determinar los precios que tiene que pagar por lo que compra y cobrar por lo que vende, dedicarse a la contabilidad de costes y así sucesivamente. Pero ninguna de estas actividades es realmente dependiente del la recogida universal de hechos estadísticos de la economía ingeridos por el gobierno federal. El empresario, como el consumidor, conoce y aprende acerca de su mercado concreto a través de su experiencia diaria.

Un sustitutivo para los datos del mercado

Los burócratas, así como los reformistas estatistas, están sin embargo en una situación completamente distinta. Por tanto, para ponerse “en” la situación que tratan de planificar y reformar, deben obtener un conocimiento que no es una experiencia personal y diaria, la única forma, conocimiento que solo puede la forma de estadística.[3]

Las estadísticas son los ojos y oídos del burócrata, del político, del reformador socialista. Solo por estadística pueden saber, o al menos tener alguna idea de lo que pasa en la economía.[4]

Sólo por estadística pueden descubrir cuánta gente mayor tiene raquitismo o cuánta gente joven tiene caries o cuántos esquimales tienen pieles de foca defectuosas, y por tanto solo por estadística pueden descubrir estos intervencionistas quién “necesita” qué en toda la economía y cuánto de ese dinero federal debería canalizarse en qué direcciones.

El plan maestro

Indudablemente, solo por estadística puede el gobierno federal puede hacer siquiera un intento irregular de planificar, regular, controlar o reformar diversas industrias, o imponer la planificación centralizada o la socialización a todo el sistema económico. Si el gobierno no recibiera ninguna estadística sobre ferrocarriles, por ejemplo, ¿cómo se le ocurre que podría siquiera empezar a regular las tarifas, finanzas y otros asuntos ferroviarios? ¿Cómo podría el gobierno imponer controles de precios si ni siquiera sabe qué bienes se han vendido en el mercado y qué precios prevalecen? Repito que las estadísticas son los ojos y oídos de los intervencionistas: del reformador intelectual, el político y el burócrata del gobierno. Eliminemos esos ojos y oídos, destruyamos esas indicaciones cruciales de conocimiento y toda la amenaza de intervención del gobierno queda casi completamente eliminada.[5]

Por supuesto, es cierto que incluso privado de todo conocimiento estadístico de los asuntos de la nación, el gobierno podría aún así tratar de intervenir, gravar y subvencionar, regular y controlar. Podría tratar de subvencionar a los mayores incluso sin tener la más mínima idea de cuántos son y dónde están; podría tratar de regular una industria sin saber siquiera cuántas empresas hay o cualquier otro dato básico de ésta; podría tratar de regular el ciclo económico sin siquiera saber si los precios o la actividad económica suben o bajan. Podría intentarlo, pero no llegaría muy lejos. El completo caos sería demasiado patente y evidente incluso para la burocracia e indudablemente para los ciudadanos.

Y esto es especialmente cierto pues una de las principales razones que se aportan para la intervención del gobierno es que “corrige” el mercado y hace al mercado y la economía más racionales. Evidentemente, si el gobierno se viera privado de todo conocimiento de los asuntos económicos, no podría haber una pretensión de racionalidad en la intervención pública.

Sin duda la ausencia de estadísticas desbarataría  absoluta e inmediatamente cualquier intento de planificación socialista. Es difícil ver cómo podrían arreglárselas, por ejemplo, los planificadores centrales de Kremlin, para planificar las vidas de los ciudadanos soviéticos si se les privara de toda la información, de todos los datos estadísticos, acerca de estos ciudadanos. El gobierno ni siquiera sabría  a quién dar órdenes, mucho menos cómo tratar de planificar una economía intrincada.

Así que, de todas las posibles medidas que se han propuesto durante años para controlar y limitar el gobierno o abolir sus intervenciones, la simple y nada espectacular abolición de las estadísticas públicas probablemente fuera la más perfecta y eficaz. Las estadísticas, tan vitales para el estatismo, su homónimo, son asimismo, el talón de Aquiles del estado.

[1] Cf. Neil Macneil y Harold W. Metz, The Hoover Report, 1953-1955 (Nueva York: Macmillan, 1956), pp. 90-91; Commission on Organization of the Executive Branch of the Government, Task Force Report on Paperwork Management (Washington: Junio de 1955); e ídem, Report on Budgeting and Accounting (Washington: Febrero de 1949).

[2] Macneil y Metz, op. cit., pp. 90-91.

[3] Sobre las deficiencias de la estadística en comparación con el conocimiento personal de todos los participantes utilizados en el libre mercado, ver la ejemplar explicación en F.A. Hayek, Individualism and the Economic Order (Chicago: University Press, 1948), Capítulo 4. Ver también Geoffrey Dobbs, On Planning the Earth (Liverpool: K.R.P. Pubs., 1951), pp. 77-86.

[4] Ya en 1836, Samuel B. Ruggles, delegado estadounidense en el Congreso Estadístico Mundial en Berlín, declaraba: “Las estadísticas son los mismos ojos de los estadistas, que les permiten supervisar y ver con una visión clara y completa toda la estructura y economía del cuerpo político”. Para más acerca de la interrelación entre estadísticas (y estadísticos) y gobierno, ver Murray N. Rothbard, “The Politics of Political Economists: Comment”, The Quarterly Journal of Economics (Noviembre de 1960), pp. 659-665. Ver también Dobbs, op. cit.

[5] “La política del gobierno depende de un conocimiento muy detallado del empleo, producción y poder adquisitivo de la Nación.  La formulación de la legislación y el progreso administrativo (…), la supervisión (…) regulación (…) y control (…) deben guiarse por el conocimiento de un amplio rango de hechos relevantes. Hoy como nunca antes, los datos estadísticos desempeñan un papel importante en la supervisión de las actividades del gobierno. Los administradores no solo hacen planes a la luz de los hechos conocidos en su campo de interés, sino asimismo tienen informes sobre el progreso real alcanzado en conseguir sus objetivos”. Reports on Budgeting and Accounting, op. cit., pp. 91-92.

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