El capitalismo, o el rodillo de la evolución

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[Reimpreso por cortesía del autor]

Cualquiera que haya tenido la suerte de veranear en un pueblo de montaña sabrá por experiencia propia que las paredes de los prados, que antes funcionaban como lindes entre las distintas propiedades, hoy en día están medio arrumbadas, olvidadas de la mano de Dios. Los pocos minifundistas que quedan ya no trabajan para sacar adelante a sus familias. Utilizan la huerta como un mero entretenimiento, para superar el hastío que les provoca la jubilación (cuando son viejos), o para exteriorizar alguna fobia anticapitalista mal digerida (cuando son jóvenes), extraída a partir de esa idea del buen salvaje que Rousseau se encargó de cultivar toda su vida. Los pequeños terrenos han sido sustituidos por grandes explotaciones agrarias, mucho más rentables y mejor adaptadas a la maquinaria pesada que conforma los bienes de capital de una sociedad moderna y avanzada. Es lógico pensar que este tipo de conversiones se van a hacer efectivas en muchas otras áreas de la vida, a medida que el capitalismo y el progreso se vayan imponiendo a las viejas ideologías. Y es probable que en el futuro las personas ya no se acuerden de la lucha de clases, y solo vean una única manera de prosperar, la libertad económica y el sistema de precios. Igual que las nuevas tecnologías barrieron de la faz de la tierra a los viejos armatostes de la revolución industrial, así también la mejora en la calidad de vida hará que dejemos de preguntarnos por aquellos modelos de producción obsoletos que se basaban en la expoliación, la expropiación, la colectivización y la oferta pública masiva. De la misma forma que hoy resulta inimaginable volver al sistema de castas o regresar al estado medieval, mañana también resultará impensable adoptar las políticas socialistas que un día fueron tan aclamadas y veneradas por algunos sectores. El rodillo de la evolución se encargará de aplastar a todos los lenin y los marx, igual que pasó por encima de aquellos que defendían la teoría geocéntrica o el movimiento perpetuo, y sólo quedará de todos ellos un mal recuerdo, millones de huesos calcinados y algún que otro anacoreta.

Se suele pensar que los liberales defienden a los ricos por alguna razón oculta, tal vez porque les interesa mantener a esa casta oligárquica. Nada más lejos de la realidad. Al menos, los liberales que yo conozco no quieren privilegios de ningún tipo, y por eso defienden la riqueza. Quieren que los ricos y los capitalistas “se maten” entre ellos, que se degüellen si hace falta, que se dejen la piel y los cuernos para satisfacer a los consumidores, que somos todos. A todos nos conviene que aquellas empresas que no han sabido servir al ciudadano de a pie, y que no cubren sus necesidades reales, mueran para siempre a manos de aquellas otras que sí saben o pueden satisfacerle. Queremos que los empresarios lo pasen mal, que estén todo el día preocupados pensando cómo van a mejorar las condiciones de vida de sus clientes. Pero cuando tienen éxito, también queremos que se solacen con los frutos justos de su trabajo. Sabemos que esos beneficios son los incentivos que ponen en marcha un nuevo ciclo de competencia y de mejoras, la rueda virtuosa que lleva a vendedores y compradores a una situación mucho más favorable para ambos.

En un sistema legítimo, los ricos ayudan a vivir mejor a millones de personas. Y hacen eso en tanto en cuanto obtengan a cambio algún beneficio especial: su riqueza. La fórmula es muy sencilla. Si penalizamos esa plusvalía también estaremos condenando a todas las personas que han pagado voluntariamente para que el millonario pueda seguir proporcionándoles bienes y servicios. Hay que saber eso.

Como dice David Gordon: “El mercado libre no es, como imaginan los darwinistas sociales, una lucha entre ricos y pobres, fuertes y débiles. Es el medio principal por el que los seres humanos cooperan para vivir. Si cada uno de nosotros tuviera que producir su propia comida y refugio por sí mismo, casi nadie podría sobrevivir. La existencia de una sociedad a gran escala depende absolutamente de la cooperación social a través de la división del trabajo”.

Efectivamente, el capitalismo es competencia, pero no es una competencia salvaje a vida o muerte; no fenecen los más pobres y débiles. La competencia se produce entre las distintas empresas en liza, y la muerte solo afecta a aquellas instituciones privadas que no son capaces de producir bienes y valores sociales. Quienes mueren son las malas empresas, y quienes sobreviven son todos los consumidores que salen beneficiados tras esa carrera, sobre todo aquellos individuos más débiles que no habrían podido conseguir nada por sí mismos, ni siquiera los recursos fundamentales que son necesarios para subsistir.

La única verdad del mercado es la productividad real y la distribución libre de los productos. La capacidad productiva, y el acceso voluntario a los bienes producidos, son los dos únicos factores que marcan la diferencia entre un país rico y otro pobre. Cuando los políticos manipulan los precios de los bienes, ya sea con subvenciones, aranceles, préstamos, impuestos, controles administrativos o privilegios varios, alteran la información del estado productivo y la asignación eficiente de recursos. Si bajan artificialmente el valor de un bien, propician su escasez. Si lo suben, provocan la creación de un excedente inútil. No existe ninguna manipulación de precios que sea beneficiosa. Estas actuaciones siempre son nefastas, alteran los incentivos y la asignación correcta de recursos, y bloquean el principal mecanismo que pone en relación y que engrasa todo el engranaje, la oferta y la demanda libres, el sistema de precios.

Para que una sociedad prospere deben hacerlo también una cantidad significativa de individuos, y esto solo es posible si los empresarios acceden a los incentivos que les proporcionan los consumidores en forma de pagos, y si los consumidores tienen también la posibilidad de elegir aquellos bienes y servicios que más necesitan, al mejor precio. Todo esto solo ocurre si existe un sistema de precios libre, donde las dos partes pactan y acuerdan una transacción beneficiosa para ambas, sin interferencias de ningún tipo. Eso y nada más es el capitalismo. La relación mutua entre las personas. La máquina de engranajes. El funcionamiento del sistema. La pura evolución.


El artículo original se encuentra aquí.

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