El euro podría destruir Europa

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[The Austrian 3, nº 6 (Noviembre-Diciembre de 2017): 12-14].

[The Euro: How a Common Currency Threatens the Future of Europe · Joseph E. Stiglitz · Norton, 2016 · xxix + 416 páginas]

Tal y como ve las cosas Joseph Stiglitz, el euro sufre un defecto fatal. El euro es la moneda de 19 países europeos y el dinero común bloquea los esfuerzos de las naciones que, según Stiglitz, necesitan devaluar sus divisas. Más en general, los intentos de restringir el control público de la economía despiertan la ira de este implacable enemigo del mercado.

Como explica: “Cuando dos países (o diecinueve) se aúnan en una unión de una sola divisa, cada uno cede el control sobre su tipo de interés. Como están usando la misma moneda, no hay tipo de cambio, no hay manera de que mediante el ajuste de su tipo de cambio puedan hacer más baratos y atractivo sus bienes. Como el ajuste de los tipos de interés y los tipos de cambio está entre las maneras más importantes en las que las economías se ajustan para mantener el pleno empleo, la formación del euro eliminó dos de los instrumentos más importantes para asegurarlo”.

Esta limitación sobre la política pública es más que una posibilidad teórica. La Troika (Comisión Europea, Banco Central Europeo y Fondo Monetario Internacional) influida por los perversos banqueros alemanes, insiste en una moneda “fuerte”, para aflicción de Grecia y otros países que necesitan un estímulo económico. Para empeorar las cosas, la Troika reclama que estos países aumenten los impuestos y recorten los servicios públicos para reducir sus enormes deudas. Si se rechazan estas demandas, la Troika amenaza con recortar posteriores préstamos a los gobiernos con problemas.

Si el euro no es del gusto de Stiglitz, el patrón oro es todavía peor: “La depresión de EEUU al final del siglo XIX estuvo ligada al patrón oro (…) sin grandes descubrimientos de oro, su escasez estaba llevando a la caída de precios de los bienes ordinarios en términos de oro, a lo que hoy llamamos deflación. (…) Y esto estaba empobreciendo a los granjeros de EEUU, que encontraban difícil pagar sus deudas. (…) Así que también se culpa de forma generalizada al patrón oro por su papel en profundizar y prolongar la Gran Depresión”.

Stiglitz no indica que muchos de los más fuertes defensores del patrón oro, por ejemplo, Jacques Rueff, condenaron con firmeza el patrón intercambio oro que prevalecía en la década de 1920. Pero no importa su error histórico; concentrémonos en lo más esencial. ¿Por qué piensa Stiglitz que la gente no puede ajustarse a los precios a la baja? ¿Por qué debe el gobierno controlar la oferta monetaria y, más en general, regular el mercado libre?

Aquí llegamos a la clave del pensamiento de Stiglitz. Es un premio Nobel, según muchos el teórico económico más importante de su generación y afirma haber demostrado que un mercado libre no regulado debe fracasar inevitablemente. “Hay una teoría abstracta (llamada la teoría del equilibrio competitivo de Arrow-Debreu) que explica que para que pueda funcionar y llevar a una eficiencia general un sistema como ese de mercados competitivos sin restricciones, se requieren mercados e información que sean mucho más perfectos que los que existan en cualquier lugar de esta tierra. (…) Las circunstancias que identificaron [Arrow y Debreu] en las que los mercados no llevaban a la eficiencia se llamaron fallos del mercado. Posteriormente, Greenwald y Stiglitz demostraron que siempre que la información sea imperfecta y los mercados estén incompletos (esencialmente siempre) los mercados no serán eficientes”.

La crítica de Stiglitz del mercado se basa en un supuesto falso. La teoría del equilibrio general describe una situación artificial irrelevante para funcionamiento real del mercado. (Las condiciones se parecen a lo que los economistas austriacos llaman la economía de rotación constante [ERC]). En el mercado libre, el deseo de obtener un beneficio induce a los productores a atender las demandas de los consumidores. Entendemos cómo funciona este proceso a través de un razonamiento sencillo de sentido común. Como explica Mises: “Este estado de equilibrio es una construcción puramente imaginaria. En un mundo cambiante nunca puede llegarse a él. Difiere del estado actual, así como de otros estados posibles de cosas (…) Fue un serio error creer que el estado de equilibrio podría calcularse por medio de operaciones matemáticas sobre la base del conocimiento de condiciones en un estado de desequilibrio. No fue menos erróneo creer que dicho conocimiento de las condiciones bajo un estado hipotético de equilibrio pudiera ser de alguna utilidad para el hombre que actúa en su búsqueda de la mejor solución posible para los problemas con los que se enfrenta en sus decisiones y actividades cotidianas” (Mises, La acción humana).

Stiglitz sin duda respondería con desdén. Para él, los modelos matemáticos se ponen al razonamiento de sentido común. Como señala en otro lugar: “Los teoremas estándar en los que subyace la presunción de que los mercados son eficientes ya no son válidos una vez tenemos en cuenta el hecho de que la información es costosa e imperfecta. Para algunos, esto ha sugerido un cambio a la aproximación austriaca, desarrollada en su mayor parte durante la década de 1930 y posteriormente por Friedrich Hayek y sus seguidores. No han tratado de ‘defender’ los mercados mediante el uso de teoremas. Por el contrario, ven los mercados como instituciones que han evolucionado para resolver problemas de información. Según Hayek, la economía neoclásica entró en problemas al suponer información perfecta desde el principio. Una aproximación mucho mejor, escribía Hayek, es asumir el mundo que tenemos, uno en el que todos tienen solo un poco de información. (…) La nueva economía de la información corrobora la idea de Hayek de que la planificación centralizada se enfrenta a problemas porque requiere una aglomeración imposible de información. Está de acuerdo con Hayek en que la virtud de los mercados es que hacen uso de la información dispersa que tienen distintos participantes en el mercado. Pero la economía de la información no está de acuerdo con la afirmación de Hayek de que los mercados actúan eficientemente. El hecho de que los mercados con información imperfecta no funcionen perfectamente proporciona una justificación para posibles acciones del gobierno” (econlib.org/library/Enc/Information.html). Stiglitz “se delata” en sus dos últimas frases. El libre mercado se considera defectuoso porque no llega al estándar artificial de la “eficiencia” del equilibrio general. En lo que se refiere al mercado libre, Stiglitz es el juez de la horca.

Stiglitz tiene otro argumento a desplegar contra el mercado libre, uno que no se basa en el patrón del equilibrio competitivo. Keynes ha demostrado que el mercado libre necesita ser estimulado a través del gasto público para mantener el pleno empleo. “Una economía que se enfrenta a una recesión económica tiene tres mecanismos principales para restaurar el pleno empleo: rebajar los tipos de interés para estimular el consumo y la inversión; rebajar los tipos de cambio para estimular las exportaciones o usar política fiscal: aumentar el gasto o disminuir los impuestos. (…) Acabo de describir la teoría keynesiana estándar sobre recesiones económicas”. Es importante que aquí Stiglitz no requiere un modelo matemático que demuestre que las políticas keynesianas de estímulo deben funcionar. ¿Qué pasa, por ejemplo, si la gente no gasta el dinero que recibe para estimular el consumo de la manera que supone la teoría keynesiana?

¿Pero por qué no podría funcionar un estímulo fiscal? Aquí Benjamin Anderson y Robert Higgs, entre otros, tienen una respuesta convincente. La incertidumbre acerca de lo que el gobierno podría hacer lleva a los inversores a perder confianza. Si es así, el estímulo keynesiano fracasará. Lo que se necesita en su lugar es una política “amiga de los negocios” por parte del gobierno. La objeción de Stiglitz a esta línea de razonamiento debería ahora ser evidente. Ningún modelo matemático la soporta: “Hay una opinión persistente en que la confianza puede restaurarse si los gobiernos recortan los déficits (el gasto) y, con la restauración de la confianza, la inversión y la economía crecerán. Ningún modelo econométrico estándar ha confirmado estas creencias”. Stiglitz no señala que hay evidencias históricas sustanciales, por ejemplo en un trabajo clásico de Robert Higgs, de que la incertidumbre acerca de la política pública sí inhibe realmente la inversión.

Para Stiglitz, los enemigos principales son los “fundamentalistas del mercado”, pero tiene opiniones extrañas acerca de lo que conlleva el apoyo al mercado libre. “La fe en los mercados por parte de los neoliberales no solo significaba que la política monetaria era menos necesaria para mantener la economía en el pleno empleo: también significaba que las regulaciones financieras eran menos necesarias para impedir ‘excesos’. Para los conservadores, el ideal era la ‘banca libre’, la ausencia de regulaciones”. Pero el mercado libre ideal, descrito por Mises y Rothbard, está muy alejado de un sistema de creación privada ilimitada de dinero fiduciario. Si los “excesos” que menciona Stiglitz se refieren a préstamos especulativos hechos posibles por la banca de reserva fraccionaria, las políticas expansionistas que apoya llevan a una inestabilidad mucho mayor de la que toleraría el “fundamentalismo de mercado”. Además, uno se pregunta por qué las demandas de la Troika de que los gobiernos aumenten impuestos para pagar las grandes deudas en las que incurrieron estos gobiernos se consideran como expresiones de “fundamentalismo de mercado”. Parecería más natural considerar estas demandas como un programa público pensado para remediar los defectos de otro.

Stiglitz no considera a Mises y Rothbard dignos de explicación. “Hoy, salvo entre una minoría de lunáticos, la cuestión no es si debería haber intervención pública sino cómo y dónde debería actuar el gobierno, teniendo en cuenta las imperfecciones del mercado”. Casi sin excepción propone interferir en el mercado libre, sin demostrar que el mercado libre no funciona. Está de acuerdo con la reina de Alicia en el país de las maravillas: “La sentencia primero y el veredicto después”.


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