Estado de la nación: Progresistas, conservadores y Trump

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Cualquiera que lea las noticias y especialmente los comentarios políticos “liberales” y conservadores podría concluir fácilmente que está viviendo en un mundo de dos universos políticos paralelos. Es como si los liberales y conservadores modernos estadounidenses estuvieran ocupando respectivamente realidades alternativas acerca de cómo ven la economía y la cultura del país y evalúan a Donald Trump y su administración. Sin embargo, el elemento común en ambos es la existencia de un gobierno intrusivo y controlador.

Leed la prensa liberal “progresista” y supondréis fácilmente que Estados Unidos está a punto de convertirse en una dictadura fascista liderada por matones racistas decididos a introducir la eugenesia del siglo XXI y que se complementa con una apertura de la veda de excesos policiales, asesinando a cualquiera que no tenga cabello rubio y ojos azules. Y todo en beneficio de un “1%” financiero que comparte el mismo color de piel.

A la cabeza de toda esta nueva “Amérika” nazi está Donald Trump. Presidente ilegítimo, racista jefe y mentalmente inestable, al mismo tiempo que una marioneta y un tonto de Vladímir Putin, que espera usar a Trump para restaurar a Rusia como jugador principal en el tablero global.

Una victoria electoral y el estado mental de Trump

El hecho es que Trump ganó las elecciones presidenciales obteniendo suficientes votos en el colegio electoral, a pesar de que Hillary Clinton y obtuvo en torno a tres millones más de votos populares que Trump; es decir, Trump ganó de acuerdo con las normas electorales bajo la constitución el ocupar la Casa Blanca. Un observador imparcial podría preguntarse si estos mismos expertos progresistas y demócratas estarían moviendo sus cabezas con vergüenza y desagrado si hubiera sido a la inversa, con Hillary ganando el voto electoral, pero con Trump obteniendo la mayoría del voto popular. Dudo que se sintieran culpables de que Hillary no fuera “realmente” presidenta, porque su elección no se habría producido a través de la “voluntad directa” de la mayoría democrática.

Una pregunta más justa es si Donald Trump es o no solamente un tonto o un retrasado (pidiendo disculpas por usar ese término “políticamente incorrecto” para los discapacitados mentales). Cualquiera que lea la transcripción de su entrevista en el New York Times del 28 de diciembre de 2017 no puede ser culpado por hacer esta pregunta. Independientemente de las preguntas sobre varios temas distintos que planteó el reportero del Times a lo largo de la aproximadamente media hora de la entrevista, la prácticamente única respuesta de Trump, repetida una y otra vez como en un disco rayado, era “no hubo colusión” con Rusia, “no hubo colusión” con Rusia, “no hubo…”. De vez en cuando se añadía que, aunque hubiera “colusión”, no era ilegal. Pero no olvidéis: “no hubo colusión, no hubo colusión”. También suena como la mente de un chico acorralado siendo acusado de algo y que repite una y otra vez: “No lo hice. No lo hice. No lo hice. Y aunque lo hubiera hecho, no hice nada malo”.

Ahora con estas nuevas revelaciones “románticas”, Fire and Fury, sobre la vida en la Casa Blanca durante el primer año de Trump en el cargo, Trump respondió con una serie de tuits asegurando al mundo que “mis dos grandes activos han sido la estabilidad mental y ser, bueno, realmente inteligente. (…) pasé de ser un empresario de mucho éxito a estrella de la televisión y presidente de los Estados Unidos. Creo que eso me calificaría, no como inteligente, sino como un genio (…) un genio muy estable en ese sentido”.

Siendo tal “genio” no sorprende que, durante la campaña presidencial en 2016, Trump dijera que en realidad no necesitaba ningún ayudante porque es la persona más inteligente que conoce. Cuando eres un autoproclamado “genio” no es sorprendente, como han señalado varias personas cercanas a Trump, que parezca que nunca lees libros y que tu mente parece divagar en tus notas presidenciales. Cuando ya sabes todo lo importante que hay que saber, ¿para qué leer lo que piensan otros o escuchar lo que otros tienen que decir? Está claro que el tiempo de Trump es mejor emplearlo en descubrir cada día qué críticas ha recibido de la CNN o la MSNBC y qué alabanzas acerca de su “genio” se han reportado en Fox News.

En cualquier reunión social, si encontráramos una personalidad similar a la de Trump que repitiera hasta la náusea a todos los presentes con una hinchada arrogancia acerca de cómo sabe más que todos los demás o lo “grande” que es en todo lo que hace y lo estúpidos que son todos los demás que no reconoce ni alaban lo “genial” que es en todos los aspectos de la vida, la mayoría trataríamos de encontrar la salida más cercana y si se nos preguntaran acerca de esa persona probablemente alzaríamos los ojos y haríamos círculos con el dedo en nuestra sienes.

(Como hay tantas comparaciones positivas o negativas entre Donald Trump y Ronald Reagan, podría mencionar algo que me dijo el economista Martin Anderson cuando era asesor de la administración Reagan. Una vez tuvo que llevar unos papeles a la Casa Blanca después del horario laboral para que el presidente los revisara. Se le dirigió a la una oficina privada que Reagan usaba en el espacio familiar. Cuando entró, Anderson encontró la habitación llena de libros sobre economía, filosofía política, historia y algunos otros temas. Cuando preguntó a Reagan si había leído muchos de ellos, el presidente contestó, con una modestia sin pretensiones, que tantos como podía exprimiendo tiempo para ello, pero que siempre había mucho más que leer, lamentó Reagan. Martín Anderson también me contó que siempre que Reagan viajaba con el Air Force One, llevaba dos maletines: uno con los papeles presidenciales oficiales para revisar y el otro con libros que esperaba tener tiempo de leer durante su viaje. Indudablemente una actitud diferente hacia el conocimiento que la que aparentemente tiene Trump).

La desconsideración de Trump por la libertad y el constitucionalismo

Trump ha demostrado un respecto y apreciación menores de los deseables por la libertad personal y las libertades civiles, empezando con su amenaza de deportar a decenas de miles de personas que no han conocido otro hogar que Estados Unidos simplemente porque les trajeron padres sin un visado aprobado cuando eran bebés o niños pequeños. Indudablemente, este es un ejemplo de los “pecados” de la emigración del padre o madre recayendo sobre el hijo o hija inocente.

Y otro ejemplo, evidentemente con la aprobación de Trump, es el último memorando del fiscal general, Jeff Session, a las autoridades federales de todo el país de que han de aplicar con rigor la ley federal contra el cultivo, venta o uso de marihuana en todos aquellos estados que han despenalizado su producción, venta o uso en un grado u otro.

En respuesta, progresistas y “liberales” en estos estados parecen haber redescubierto los “derechos de los estados” y el “federalismo” en áreas como la inmigración y la despenalización del uso de drogas. (Incluso oigo a algunos de ellos casi parafraseando los argumentos de John C. Calhoun para la anulación estatal de la ley federal, por supuesto, sin ni siquiera dar su nombre prohibido). Pero no cabe duda de que su resucitada apreciación por los “controles y equilibrios” constitucionales se descubrirá que tiene solo la profundidad de Trump, porque cuando uno de ellos vuelva a ocupar la Casa Blanca el impulso por la centralización del estado intervencionista del bienestar volver a estar de moda con su muy constante desconsideración por la libertad y la división constitucional de poderes.

Pero, en realidad, las revisiones judiciales de los tribunales inferiores y las restricciones sobre las órdenes ejecutivas presidenciales, la resistencia a las políticas de Trump por algunos legislativos estatales, las críticas y desprecios desbocados por Trump como persona y sus políticas por los medios “ortodoxos”, así como manifestaciones públicas sin restricciones contra Trump en todo el país demuestran que los miedos de los progresistas a que estemos a solo un tuit de que las guardias imperiales trumpitanas marchen por Pennsylvania Avenue e impongan un estado fascista es más una indicación de la propia paranoia ilusa de “la izquierda”. De hecho, tienen que creer esto, pues ¿de qué otra manera pueden racionalizar la permanente “sacudida” de perder unas elecciones ante una persona así? O el país es mucho más racista de lo que pensaban, o las personas que eligieron a Trump son lerdos maleables a los que hay que salvar de sí mismos por cualquier medio disponible en la chistera de los trucos progresistas.

Contradicciones e incoherencias conservadoras

Los conservadores y el Partido Republicano sufren por sus propios engaños e hipocresías políticas al llevar al albatros de Trump en torno a sus cuellos. Hay algunos conservadores que estuvieron contra Trump en 2016 y siguen oponiéndose a él después de un año de su presidencia. Le consideran un falso conservador que cree en pocos o ninguno de los principios constitucionales de los Padres Fundadores. Les desagrada su personalidad tanto como a muchos en “la izquierda” y esperan que la capa trumpiana sobre la marca conservadora no haya dañado permanentemente al Partido Republicano.

Pero en la actualidad la mayoría del Partido Republicano y muchos en el movimiento conservador en general se han aferrado a los faldones de Trump. Según ellos, Estados Unidos es libre y le va bien. Las preocupaciones por las libertades civiles o la libertad personal o las sutilezas de la Constitución de las que nunca habla Trump raramente salen de sus bocas. No, todos los “temas de conversación” tratan de un “gran y bello” recorte fiscal o de eliminar la orden de seguro médico o de la dirección de Trump para “crear y salvar empleos” o de una ralentización en el aumento de las regulaciones federales económicas y empresariales en comparación con la orgía de expansión regulatoria de Barack Obama. Y, por supuesto, está la necesidad de un gasto mayor y mejor en defensa como parte de “Hacer grande América, de nuevo”.

Casi todos han aprobado públicamente el nacionalismo económico atávico de Trump, nociones en bruto de proteccionismo a empresas y “empleos” y su idea primitiva de que el comercio internacional es un juego de suma cero en el que si otro país mejora económicamente por tener relaciones comerciales con Estados Unidos que es muy probable que se deba a que EEUU empeore por haber perdido beneficios en alguna otra parte del mundo. Evidentemente, fueran cuales fueran las lecturas que hizo Trump en la Wharton School de Pennsylvania en la que se graduó, “Lo que se ve y lo que no se ve” de Frederic Bastiat, y La economía en una lección, de Henry Hazlitt, no estaban entre las lecturas obligatorias (o, si lo estaban, no se tomó tiempo para leerlas).

Aparte de verse avergonzados, frustrados y en conflicto con las palabras, los hechos y las payasadas de relaciones públicas a lo largo de la mayoría de 2017, ¿qué han logrado republicanos? La respuesta: prácticamente nada. Los primeros nueve meses del año se pasaron con su incapacidad de derogar y abolir el Obamacare. Los expertos de todo el espectro político señalaron cuántas veces las mayorías republicanas en el Congreso durante los últimos seis años de la administración Obama votaron eliminar las leyes del Obamacare sabiendo que tenían garantizado el veto de Obama. Y cómo una vez hubo un presidente republicano en la Casa Blanca que no vetaría esa derogación, ese mismo Congreso republicano mostró su “valentía” retirándose con un fracaso cobarde.

¿Por qué? Porque con Trump listo, según decía, para firmar la derogación legislativa de la Ley de Atención (in)Asequible, los republicanos demostraron estar divididos y no tener principios. No pudieron acordar una “abolición y reemplazo” entre sus 52 escaños mayoritarios en el Senado y se aterrorizaron porque tal vez si aprobaban esa legislación “el pueblo” podría votar contra ellos una vez esos ciudadanos se vieran ahora “obligados” a encontrar y seleccionar sus propias disposiciones de atención sanitaria en un sector médico altamente restringido y obstaculizado que no tiene nada que ver con un libre mercado real en atención sanitaria y seguro médico.

Cobardía y compromiso de conservadores y republicanos

Puede que han pasado más de 55 años desde que Ayn Rand publicará un “obituario” sobre el conservadurismo, pero su conclusión sigue siendo básicamente tan verdad hoy como cuando decía: “Si los conservadores no defienden el capitalismo, no defienden ni son nada; no tienen objetivo, ni dirección, ni principios políticos, ni ideas sociales, ni valores intelectuales, ni liderazgo para ofrecer nada”.

Defienden de boquilla los “mercados libres”, pero votan a favor de subvenciones, regulaciones, favores especiales y gasto en los grupos de interés para ganar elecciones y mantenerse en el cargo. Hablan de la libertad personal e individual, pero mantienen en vigor herramientas y trucos de supervisión pública que amenazan la privacidad y libertad de todos en nombre de la “seguridad nacional”, un término que es elástico y vacío de un significado claro y definido, como los encantamientos de “la izquierda” acerca del “bienestar general” o el “bien común” o la “justicia social”.

Aprueban reducciones en reformas fiscales limitadas y dirigidas que son tan manipuladoras a su manera como las políticas redistributivas y reguladoras defendidas y propuestas por “liberales” y progresistas modernos. Hablan de idear maneras de “pagar los recortes fiscales” como si la renta de “la nación” perteneciera al gobierno y el “generoso” cucharón del Congreso entregara un poco más de una “paga” de renta después de impuestos para aquellos que la han ganado en realidad tuviera que compensarse alguna manera, ya que en caso contrario al gobierno no le llegaría para pagar todos sus propios gastos.

¿Y por qué tiene que compensarse alguna manera? Porque lo que no puede tocarse, discutirse, reducirse o derogarse son los programas redistributivos que están en el núcleo del gobierno (los “derechos obligatorios”) que actualmente consumen más del 50% de todo lo que gasta Washington. Cualquiera con dos dedos de frente sabe que, dadas las tendencias de envejecimiento demográfico del país, la Seguridad Social y Medicare no van a hacer más que crecer y crecer dramáticamente en coste en los próximos años y décadas. Son insostenibles bajo la legislación actual cuando se ven desde una perspectiva larga no tan distante. Pero los conservadores y la gran mayoría de los republicanos ortodoxos no están dispuestos a decir esta verdad a los votantes en tiempo de lecciones.

En su lugar, rezan por que los recortes fiscales generen suficiente nuevo crecimiento y poder de ganancia incentivando el trabajo, los ahorros y la inversión como para que las adiciones a la deuda nacional sean “gestionables”. El hecho es que la deuda nacional actual de más de 20 billones de dólares estará muy por encima de los 30 billones en menos de una década. Y probablemente la Seguridad Social no tendrá fondos para atender todas las obligaciones financieras bajo la legislación actual en menos tiempo que ese.

Per enfrentarse a los elementos nucleares del estado del bienestar obligaría a conservadores y republicanos a adoptar una postura política sobre los principios fundacionales del país de los que están siempre hablando retóricamente cuando sirven a sus propósitos generales, pero vacíos. Tendrían que decir que EEUU se fundó sobre el principio único y profundo de que la persona es libre e independiente con “derechos inalienables” que restringen los poderes y el alcance del estado sobre las vidas de las personas.

El que esto incluye la libertad de todas y cada una de las personas a tener soberanía y responsabilidad personal para planificar y dirigir sus propias vidas. El que el estado de bienestar es, en principio, incompatible y amenazador para el “gran experimento” del autogobierno de los seres humanos. Y el que continuar por la vía en la que estamos lleva a la completa infantilización da ciudadanía, con el gobierno dictando y dirigiendo cada vez más rincones de la vida de todos.

Muy pocos conservadores o republicanos importantes en la escena política están dispuestos o son capaces de decir esto. ¿Por qué? Yo sugeriría que porque ellos mismos realmente ya no creen en esta idea e ideal de la libertad real o tienen tanto miedo y cobardía de decirlo a sus votantes porque valoran sus puestos públicos de poder (independientemente de lo alto o bajo que esté su cargo político) más que tratar de educar y convencer a los votantes en su parte del país acerca de la naturaleza e importancia y el significado de la libertad y de una sociedad libre.

Además, obsesionados con que Estados Unidos desempeñe el papel de policía del mundo y sea el amo político y militar del planeta (la versión conservadora y republicana de la planificación centralizada global) no quieren reducir el tamaño del gobierno sino solo recortar en lugares “discrecionales” el presupuesto del Tío Sam, de forma que pueda disponer más en las partes de “defensa” del gasto público.

Contrariamente algunas críticas de las declaraciones de política exterior de Trump, su objetivo de “Hacer grande América, de nuevo”, en la escena internacional no incluye el “aislacionismo”, sino un activismo en política exterior dirigido de manera diferente y que continuaría poniendo al pueblo estadounidense en una situación peligrosa en el tablero de ajedrez de la política de las “grandes potencias”. El que unos Estados Unidos libres incluya unos Estados Unidos libres de enredos, intrigas e intervenciones internacionales es una parte de la herencia del país a la que conservadores y republicanos dieron la espalda hace mucho tiempo.

Comparemos la incoherencia y cobardía conservadoras y republicanas con sus oponentes modernos “liberales” o progresistas en el plano político. “La izquierda” puede argumentar acerca de las tácticas y la estrategia o la retórica utilizar para atraer a segmentos de votantes. Saben muy claramente a dónde quieren llevar al país: en dirección a un mayor paternalismo político, una mayor “ingeniería social” cultural y económica y a una centralización intensificada del poder y el control sobre más aspectos de la vida de todos por parte de una élite de planificadores y reguladores.

Para los que están en la izquierda política, Estados Unidos se va al infierno en una cesta porque no están ya en el poder para dirigir al país hacia la utopía colectivista que siempre está a la vuelta de la esquina y que podría ser nuestra si tuvieran más control regulatorio y redistributivo sobre la sociedad para llevarnos a todos al paraíso político que podría ser nuestro, solo con que volvieran a estar totalmente el cargo de la dirección del estado.

Los conservadores y republicanos no tienen una visión comparable para el país, un ideal ni un programa político para restaurar y mejorar realmente una sociedad de libertad individual y gobierno limitado liberando a la gente de la mano dura del control social, cultural y económico del poder político a todos los niveles. Tampoco creen ni quieren defender la derogación del estado intervencionista y del bienestar. También aman demasiado el poder político y creen que los estadounidenses nunca se desengancharán del estado si hay generosidad en el gasto.

Así que el país se queda con un bufón grosero y bocazas en la Casa Blanca, un Partido Republicano que no sabe adónde debería ir a el país o por qué y una izquierda política reanimada que ha rejuvenecido por el “horror” de Trump viendo dragones “capitalistas” y monstruos fascistas debajo de cada cama y que llama a su eliminación.

Perdió entre todo esto, al menos por el momento, está cualquier apreciación real o atención pública al único sistema político económico que podría librar al país de la locura de estos “universos colectivistas alternativos” políticos, es decir, el liberalismo clásico y el capitalismo de libre mercado. Por desgracia, siguen fuera del escenario y en los extremos del discurso y debate políticos, tanto en EEUU como en el resto del mundo.


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