“La historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases”, escribieron Karl Marx y Friedrich Engels en el inicio del primer capítulo de El Manifiesto Comunista.
Según el núcleo básico del sistema de creencias marxista, la historia de la humanidad es la historia de las luchas entre una clase dominante relativamente pequeña y una clase de explotados bastante numerosa. La principal forma de explotación es económica: la clase dominante expropia parte de la producción generada por los explotados – o, como dicen los marxistas, la clase dominante “se apropia de la plusvalía social y la utiliza para sus propios propósitos de consumo.”
Esa teoría, en sí misma, es absolutamente correcta. Sin embargo, Marx cometió un craso error al apuntar cuáles eran los lados antagónicos de esta batalla.
De acuerdo con Marx, los sistemas sociales pre-capitalistas, como la esclavitud y el feudalismo, estaban caracterizados por la explotación. No hay ninguna controversia en cuánto a eso. En definitiva, el esclavo no es un trabajador libre y no se puede decir que gane por estar esclavizado. Al contrario, al estar esclavizado, su utilidad se reduce en pro de un aumento en la riqueza apropiada por el esclavizador. El interés del esclavo y el interés del dueño del esclavo son, de hecho, antagónicos.
Lo mismo es válido en cuanto a los intereses del señor feudal que extrae impuestos sobre la tierra de un agricultor que se apropió originalmente de ella. Las ganancias del señor son las pérdidas del agricultor.
Y tampoco hay controversia en cuanto al hecho de que tanto la esclavitud como el feudalismo de hecho obstruyen el desarrollo de las fuerzas productivas. Ni el esclavo ni el siervo serán tan productivos como lo serían sin la esclavitud o la servidumbre.
Sin embargo, la idea genuinamente nueva del marxismo – y que tergiversó la idea, hasta entonces correcta, de la lucha de clases – fue afirmar que, esencialmente, nada cambia cuando se sale del sistema esclavista hacia un sistema capitalista; nada cambia si el esclavo se hace un trabajador libre, o si el agricultor decide cultivar una tierra originalmente apropiada por otra persona y paga un alquiler para hacerlo.
No sólo no hay lucha de clases entre asalariados y patrones bajo un arreglo genuinamente capitalista, sino que los intereses de ambos no son rivales, sino complementarios.
La lucha de clases existente en el mundo actual no antagoniza a trabajadores y empresarios, sino que los coloca codo con codo. Y contra el mismo enemigo.
En el mundo actual, la lucha de clases es otra.
Vale resaltar que la teoría del conflicto de clases no fue creada por Marx, sino por los liberales franceses del siglo XIX. En efecto, fueron los intelectuales liberales-clásicos de Francia, de Inglaterra y de los EUA los que lideraron el desarrollo inicial de esta teoría.
Marx, Engels y el mismo Lenin conocían bien los orígenes de la doctrina de clases, y reconocían abiertamente sus influencias burguesas. Sin embargo, los marxistas crearon una versión propia de la teoría, la cual, además de ser inferior a aquella desarrollada por los liberales franceses, estaba también completamente destituida de sentido lógico.
Tanto Marx como los liberales franceses estaban de acuerdo en que la sociedad estaba formada por una clase de explotadores y por una clase de explotados. Sin embargo, para los liberales, la sociedad no se dividía entre la burguesía y el proletariado, sino entre la clase productiva y la clase política.
Los liberales mostraron que había dos maneras de organizar el esfuerzo humano productivo: por medio de la cooperación pacífica y del comercio, o por medio de la violencia.
El primero método (la paz) organiza a los individuos dentro de un sistema de división del trabajo, en el cual cada persona contribuye voluntariamente al bienestar de terceros (pues es de su interés propio hacerlo). El último método (el poder) organiza los individuos en grupos políticos que usufructúan el monopolio de la coerción y del robo.
La filiación de un individuo a una clase no depende de sus funciones económicas – ser asalariado o empresario – sino de su fuente de renta. El poder político y sus privilegios son las principales fuentes de distinción de clases.
Así, la sociedad puede ser dividida entre la clase productiva y la clase política: la clase productiva está formada por aquellos individuos que crean riqueza por medio del trabajo, de la empresarialidad, de la cooperación pacífica y voluntaria, y del comercio; la clase política está formada por aquellos individuos que viven de la explotación de esta clase productiva, de la confiscación de la renta creada por los productivos.
Al final, la sociedad está formada, de un lado, por individuos que son beneficiarios líquidos de esta explotación, y, de otro, por individuos que son las víctimas de esta explotación.
Es extremadamente importante resaltar que la clase política no se limita sólo a los políticos detentores de cargos públicos. Estos son, en efecto, sus representantes menos numerosos. La clase política está mayoritariamente compuesta por todos aquellos que se benefician de la redistribución de la renta confiscada de la clase productora: además de los propios políticos. La clase política incluye:
- a) funcionarios públicos (que son recibidores líquidos de impuestos);
- b) grandes empresarios cuyos ingresos recetas provienen mayoritariamente de contratos con el gobierno (como las empresas que hacen obras públicas);
- c) empresarios que reciben subsidios del gobierno;
- d) empresarios protegidos por tarifas de importación;
- y) empresarios que usufructúan una reserva de mercado protegida por el gobierno;
- f) personas que reciben beneficios asistenciales (en volumen mayor de lo que pagan en impuestos).
Todos estos están, en última instancia, sostenidos por empresarios y trabajadores asalariados, que pagan impuestos y reciben poco (o nada) a cambio. La riqueza producida por éstos es parcialmente confiscada por la clase política y redistribuida entre sus integrantes. Si no fuera por los empresarios y los trabajadores (la clase productiva) la clase política no podría sobrevivir, pues no habría riqueza para ser espoliada.
Así, el estado – que es la institución que efectúa el acto de la tributación y de la redistribución – es quien establece e institucionaliza la división de clases e, inevitablemente, la lucha de clases. El estado no sólo institucionaliza la redistribución sino que también crea una red de privilegios accesible sólo a los individuos y grupos a los que privilegia.
Aunque sea difícil definir de manera perfecta a los miembros de cada clase, una buena manera de comenzar es distinguiendo aquellos que obtienen su renta por medio de la producción de aquellos que obtienen su renta por medio del robo. Hay ocasiones en que el mismo individuo pertenece a los dos grupos: por ejemplo, un funcionario público que también posee una empresa productiva, o un empresario que consigue un subsidio ocasional del estado.
En general, sin embargo, los miembros productivos de la sociedad son pagadores líquidos de impuestos, mientras que los miembros de la clase política sobreviven parasíticamente como consumidores líquidos de impuestos. La tributación es lo que institucionaliza la división entre, de un lado, el estado y sus grupos privilegiados, y, de otro, las clases productivas.
Conclusión
La lucha de clases existe y es real. Sólo que los antagonistas no son aquellos imaginados por la izquierda. Al contrario, los empresarios y los asalariados casi siempre están del mismo lado de la batalla. El enemigo en común de ambos es el estado, que es la institución que divide a la sociedad en dos grupos: la clase privilegiada políticamente (que necesariamente es la minoría de la población) y aquellos que la sostienen (empresarios y trabajadores).
A este propósito, vale repetir uno de los más brillantes ensayos escritos sobre filosofía política: Disquisition on Government, de John C. Calhoun. Según Calhoun:
[El] inevitable resultado de esta inicua acción fiscal del gobierno será la división de la sociedad en dos grandes clases: una formada por aquellos que, en realidad, pagan los impuestos – y, obviamente, soportan exclusivamente la carga de sostener al gobierno -, y la otra formada por aquellos que reciben su renta por medio de la confiscación de la renta ajena, y que son, en efecto, sostenidos por el gobierno.En pocas palabras, el resultado será la división de la sociedad en pagadores de impuestos y consumidores de impuestos.
Sin embargo, el efecto de eso será que ambas clases tendrán relaciones antagonistas en lo que concierne a la acción fiscal del gobierno y a todas las políticas por él creadas. Pues cuánto mayores sean los impuestos y los gastos gubernamentales, mayores serán las ganancias de uno y mayores serán las pérdidas de otro, y vice versa. Y, así pues, mientras más el gobierno se empeñe en una política de aumentar impuestos y gastos, más será apoyado por un grupo y resistido por el otro.
El efecto, por lo tanto, de cualquier aumento de impuestos será el de enriquecer y fortalecer a un grupo [los consumidores líquidos de impuestos] y empobrecer y enflaquecer al otro [los pagadores líquidos de impuestos].
Consecuentemente, mientras más se hincha el gobierno, mayor y más intenso pasa a ser el conflicto entre esas dos clases sociales.
Por todo eso, el análisis de la lucha de clases es tan relevante hoy como lo era hace dos siglos, si no más. En efecto, su difusión puede ser tan importante para el avance de la libertad como la difusión de la teoría marxista lo fue para el progreso del socialismo.
Trágicamente, el mensaje libertario es simple y, sin embargo difícil de ser comunicado efectivamente: la explotación violenta por medio de la política crea un conflicto de clases destructivo; la cooperación pacífica por medio del mercado crea la prosperidad.
El artículo original se encuentra aquí. traducción cortesía de la Asociación Xoan de Lugo.